El barco ya había atracado en la ciudad de Cabo San Lucas y la mayoría de los pasajeros habían desembarcado para pasar el día haciendo compras y visitando la ciudad. Nick le había pedido a Teresa que llamase al laboratorio del hospital local, donde ya los estaban esperando.
El sol brillaba con fuerza y el olor a mar los saludó en cuanto Miley y él bajaron al puerto. Nick solía disfrutar de aquellos momentos, le encantaba esa parte de los cruceros. Atracar en un puerto, explorar la ciudad, volver a sus lugares favoritos, descubrir otros nuevos.
Pero aquel día era diferente. Tenía una misión y no iba a poder impregnarse de la relajada y festiva atmósfera de Cabo. Tampoco iba a fijarse en el modo en que aquel vestido verde claro cubría el cuerpo de Miley, ni cómo las sandalias de tacón alargaban sus piernas. No le interesaba que su pelo rubio oscuro pareciese miel derramada sobre sus hombros, ni iba a fijarse en su olor, que la brisa llevaba suavemente hasta él.
El día anterior le había parecido buena idea tenerla alojada en su suite, pero tenerla tan cerca, al otro lado del pasillo, saber que estaba sola en la cama, lo había obsesionado durante toda la noche. Tocó su espalda con la punta de los dedos y deseó poder olvidarse de su cita con el laboratorio y poder llevársela de vuelta a su camarote.
Apretó los dientes e intentó sacar aquella idea de su mente.
—Teresa ha llamado al hospital —murmuró. —Nos están esperando en el laboratorio. Tomarán una muestra de mi ADN y enviarán el resultado por fax a tu laboratorio. La respuesta tardará uno o dos días.
Miley se tropezó y él la agarró del brazo.
—¿Tan pronto?
—Es sólo cuestión de dinero —contestó Nick encogiéndose de hombros.
Hacía tiempo que había aprendido que con dinero podía conseguirse todo. Quería tener una respuesta lo antes posible. No podía dejar de pensar en esos niños. Ni podía dejar de mirar su fotografía.
Tampoco podía dejar de preguntarse cómo iba a afectar aquello a su existencia. Cómo iba a cambiar su vida. Por eso necesitaba saber si era padre o si iba a tener que demandar a Miley Baker por haberle mentido. Otra vez.
Los tacones de Miley golpeaban la pasarela, como frenéticos latidos de corazón. Nick se preguntó si estaba nerviosa. Si le habría mentido y le preocupaba que descubriese la verdad.
Un taxi los esperaba en tierra firme. Nick le abrió la puerta y entró detrás de ella. Luego le dijo al conductor adonde tenía que llevarlos en perfecto español.
—No sabía que hablases español —admitió Miley.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí.
—Supongo que es verdad.
Él tampoco sabía demasiado de ella. Recordaba con claridad la semana que habían pasado juntos, más de un año antes. Pero en aquellos momentos había tenido más interés en perderse en ella que en descubrir sus pensamientos, sus deseos, sus sueños. Se había dicho a sí mismo que tendrían mucho tiempo para conocerse. No había imaginado que en sólo una semana la encontraría, la desearía y la perdería.
A pesar de la pasión que habían compartido, Nick se acordaba de conversaciones breves en las que Miley le había hablado de su casa, de su familia. En aquel momento le había dado la sensación de que era distinta de las demás mujeres que conocía, más sincera. Que estaba más interesada en él, en el hombre, que en lo que era o tenía.
Aunque no había tardado en desengañarse.
El taxi arrancó y guardó silencio. No quería hablar con ella. No quería pensar en otra cosa que no fuese lo que iba a hacer. Con una sencilla prueba de ADN, su vida podría cambiar para siempre. Le costaba respirar y no podía evitar darle vueltas a la cabeza. Cabo no era más que un colorido borrón al otro lado de la ventanilla.
En pocos segundos el taxi se adentró en el tráfico de la ciudad portuaria. El muelle y la calle principal eran muy bonitos. Los hoteles, restaurantes y bares eran todos nuevos, perfectos, los mejores para tentar a los turistas que iban allí todos los años.
A unas pocas manzanas del puerto, Cabo era una gran ciudad como cualquier otra. Las calles estaban atestadas de coches, los peatones se bajaban de las aceras y corrían despreocupados, confiando en que los conductores no los atropellasen. Calles más estrechas y adoquinadas salían de las avenidas principales y de allí emanaban deliciosos aromas a cebolla frita, especias y carne asada.
Había restaurantes y bares pegados los unos a los otros, con fachadas de estuco un poco estropeadas. Los turistas se paseaban con la cámara de fotos en la mano. Nick miró por la ventanilla y se fijó en un mercado abierto con al menos treinta puestos cubiertos por toldos verdes en los que se podía comprar cualquier cosa, desde joyas hechas con turquesas hasta burros de cerámica.
—Es extraño, ¿verdad? —reflexionó Miley.
Nick se volvió a mirarla. Ella también iba mirando por la ventanilla y Nick se preguntó si estaba hablando con él o consigo misma.
—En la playa tanto lujo y sólo a unas manzanas... —terminó Miley.
—Es una ciudad como cualquier otra.
Ella volvió la cabeza y lo miró a los ojos.
—Es un tanto decepcionante ver la realidad.
—Siempre hay una parte oculta. En todo. Y en todo el mundo —comentó él mirándola a los ojos, preguntándose cómo se sentía, y por qué le importaba a él.
—¿Qué hay escondido entonces detrás de tu fachada? —quiso saber Miley.
Nick forzó una sonrisa.
—Yo soy la excepción que confirma la regla. Lo que ves es lo que hay. No tengo nada oculto. Ningún misterio que resolver. Ningún secreto. Ninguna mentira.
La expresión de Miley se tensó de manera leve.
—No me lo creo. No eres tan superficial como pretendes. Recuerdo demasiadas cosas como para creerme eso.
—En ese caso, te falla la memoria. No intentes encontrar algo que no existe, Miley —dijo en voz baja, para que no le oyese el taxista. —No soy un solitario niño rico en busca del amor —se acercó a ella sin dejar de mirarla a los ojos. —Si me hago la prueba de ADN es por mí mismo. Si esos niños son míos, tengo que saberlo, eso es todo.
Miley sintió un escalofrío. Se había pasado la noche tumbada en la cama, pensando en él, preguntándose si había hecho lo correcto contándole que tenía dos hijos. En aquellos momentos se enfrentaba a la posibilidad, una posibilidad muy real, de haber cometido un error.
¿Qué pasaría cuando Nick se convenciese de que los niños eran suyos? ¿Se contentaría con pasarles una pensión todos los meses? ¿O le pediría pasar tiempo con ellos? Si lo hacía, ¿cómo podría hacerle un hueco en sus vidas?
No se lo imaginaba en su pequeña casa de Seal Beach. Él estaba acostumbrado a un modo de vida tan distinto al suyo, que era como si viviesen en dos planetas diferentes.
—Nick, sé que una parte de ti piensa que esto es mentira, pero no lo es —hizo una pausa, observó su reacción y no vio nada que la hiciese sentir mejor, de modo que prosiguió: —Así que antes de que te hagas la prueba de ADN, quiero que me prometas algo.
Él rió un segundo, pero no había ni una chispa de humor en sus ojos.
—¿Por qué iba a hacer algo así?
—No se me ocurre ninguna razón, pero, aun así, tengo que pedírtelo.
—¿El qué? ¿Qué quieres que te prometa?
Ella intentó descifrar su expresión de nuevo, pero no pudo. No obstante, la estaba escuchando, y eso ya era algo.
—Quiero que me prometas que, pase lo que pase, no pagarás con tus hijos lo que sientes por mí.
Nick ladeó la cabeza, la estudió durante un par de segundos y finalmente asintió.
—Está bien. Te doy mi palabra. Lo que ha habido entre nosotros no afectará a mi manera de tratar a tus hijos.
Miley sonrió con timidez.
—Gracias.
—Pero si son mis hijos —añadió, —tendremos mucho de lo que hablar.
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bueno aqi un capi mas de esta nove qe me encanta espero a ustedes tmbn
oooh my gooood...
ResponderEliminarme encantooooooooooooooooooo
Diooooooooooooooooooooooos!
ResponderEliminarPor fa seguila pronto, no la podes dejar ahi..