sábado, 7 de abril de 2012
The Burning Passion JEMI cap. 36
Demi se miró al espejo desolada. Odiaba admitir que el único vestido adecuado que tenía para ponerse en la fiesta era uno de los de Barneys que había pagado Joe. Bueno, después de esa noche, podría llevárselo, y todo lo demás también.
¿Incluyendo su corazón?
Estaba peligrosamente cerca de perder el control, se advirtió a sí misma, y no podía permitírselo de ninguna manera. Todavía tenía un trabajo que hacer.
Había sido un día muy largo. Afortunadamente se las había arreglado para conseguir la aprobación de Angelina para las flores, incluso a pesar de que la floristería inicialmente había puesto problemas al cambio de planes.
Los invitados habían llegado temprano y empezaban a aparecer por el château, intentando mirar en la carpa y preguntando por la distribución de los asientos.
Demi pensaba que Angelina, o al menos alguna de sus asistentes personales, podría haber echado una mano y hablar con ellos, pero parecía que algunos miembros de la banda de la estrella de rock habían llegado ya con sus séquitos y eso había dado lugar a una improvisada fiesta.
—Apostaría a que aquí todo es sexo, droga y rock and roll —había dicho secamente a Demi uno de los animadores, señalando con la cabeza al château.
Discretamente, Demi no respondió nada, aunque sabía que una famosa revista que tenía la exclusiva del evento había contratado bastantes matones para proteger a los invitados de incursiones indeseadas de miembros de la prensa rival.
Exteriormente Demi se estaba comportando de forma profesional y tranquila; en su interior reinaba el desorden emocional.
Joe le había mentido, la había utilizado y todavía, increíblemente, a pesar de todo, seguía queriéndolo. ¿Cómo podía seguir amándolo? No sabía por qué, lo único que sabía es que era así.
Había cambiado sus cosas a otra habitación y se habría marchado de la casa si hubiera podido. Además tenía que desplazarse al château con Joe porque se
había demostrado imposible conseguir un taxi. No sabía cómo iba a soportarlo, pero lo haría de alguna manera.
Y todavía no sabía qué iba a contarle a Miley.
Joe estaba esperando a que Demi bajara las escaleras. ¿Tendría ella alguna idea de cómo se sentía después de lo que le había dicho? Le destrozaba pensar que, de alguna forma, la había herido y maldecía haberse dejado esos papeles en el despacho. También aborrecía que tan tercamente hubiera rechazado sus explicaciones.
Escuchó cómo se abría una puerta en el piso de arriba y vio a Demi bajar las escaleras. Estaba tan guapa, que su visión le provocó un nudo en la garganta. El rostro de Demi estaba pálido y tenía todo el aspecto de haber estado llorando. Quería ir hacia ella, tomarla entre sus brazos y no dejarla ir nunca más, pero sabía que, si se acercaba, lo rechazaría.
Los invitados habían terminado de comer y los magos los mantuvieron entretenidos mientras se recogían las mesas. En un minuto empezaría el baile.
A Demi le dolía la cabeza y estaba deseando que acabara todo. No podía soportar ver a Joe. Estaba sentado en una pequeña mesa apartada, cerca de la entrada de camareros. No era capaz de bailar, por supuesto; no estaba allí como invitada. No quería arriesgarse a bailar con Joe, no en un estado tan vulnerable.
Sus sentimientos tenían que ser los últimos moribundos ecos de su amor por él, trataba de convencerse Demi. Se sentía así porque sabía que, después de esa noche, no volvería a verlo nunca. Iba a echar de menos el sexo con él, eso era todo.
Se levanto y le dijo a Joe en tono frío:
—Voy a ver si en el bar necesitan algo.
Joe asintió con la cabeza, pero no dijo nada. Demi tardó en volver todo lo que pudo con la esperanza de que, a su regreso a la mesa, Joe se hubiera marchado. Aun así, cuando se acercaba, lo primero que hizo fue buscar ansiosa su pelo negro. Le daba tanto miedo que estuviera como que se hubiera ido. ¿Cómo iba a ser el resto de su vida sin él, sola en su cama, deseándolo?
—Los fuegos artificiales están a punto de empezar —le advirtió Joe antes de que se sentara.
Como colofón a la noche se había montado una coreografía de fuegos artificiales con el mayor éxito de la estrella del rock y, a juzgar por la entusiasta recepción que los invitados otorgaron al espectáculo, había valido la pena el tiempo invertido en su organización.
Demi vio el espectáculo a través de un velo de lágrimas, de pie en silencio al lado de Joe, muriéndose de ganas de tocarlo, pero sin permitírselo a sí misma.
A pesar de lo que le había hecho seguía amándolo, y por eso estaba sufriendo más que por lo que le había herido él.
No pudo irse hasta casi las cuatro de la madrugada. No iba a volverse a la casa que había compartido con Joe, lo había arreglado con uno de sus proveedores para irse directamente con él a París y volar desde allí a su casa. El pasaporte y su ropa, su propia ropa, pagada por ella con su propio dinero, ya estaban en el todoterreno del proveedor.
Una forma cobarde de irse, a lo mejor, pero no confiaba en sí misma si pasaba otra noche con él. Todavía le quedaba algo de orgullo, se dijo, a pesar de que le hubiera robado todo.
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