domingo, 17 de marzo de 2013

Summer Hot cap.20



Miley cerró la puerta, se tumbó en la cama bocabajo, colocó el portátil sobre la almohada y lo encendió. Como siempre, la conexión era cuanto menos deficiente. Le apetecía... No. Necesitaba, perderse en internet, hablar de tonterías con los conocidos del Facebook y mirar noticias en los foros y webs. En definitiva, necesitaba relacionarse con sus amigos. Por supuesto no podía contar a nadie la conversación que acababa de mantener con Nick, ni lo que hacía con su amante desconocido, ni siquiera como se sentía... No confiaba en nadie tanto como para hacerlo. Se mordió el labio, sobresaltada al recordar que la noche anterior su amante había mencionado que ella nunca salía con amigos. Como si supiera que ella realmente sólo tenía conocidos, no amigos. ¿Cómo podía saber tanto sobre ella? ¿O sólo lo había intuido? ¿Era alguien que la conocía personalmente o alguien que prestaba atención a lo que, estaba segura, contaba Frankie de su vida en Madrid?
Se había mudado a un nuevo barrio con círculos de amistad ya formados. Y a ella, inmersa como estaba en los trámites de separación, no le apetecía entrar en la dinámica y el trabajo que implicaba conocer gente, corresponder a las invitaciones o simplemente volver a confiar en alguien. Se centró en és y se olvidó de sí misma. Con el discurrir de los años no encontró ningún motivo para cambiar su nueva rutina; por supuesto charlaba de temas insustanciales e inocuos con sus compañeros de trabajo, coincidía con vecinos de hola y adiós en el ascensor y a través de su ordenador bromeaba con internautas; pero nada más. Desde su divorcio se había tornado innecesario trazar una amistad profunda con nadie.
Resultaba irónico que justo en ese lugar, en el pueblo que tanto había llegado a odiar, se sintiera por primera vez en mucho tiempo parte de un círculo de amigos. Paul la había introducido en una familia que no se había molestado en conocer antaño y, poco a poco, con la persistente ayuda de Frankie, había ido tomando confianza con la gente. Cuando se reunía con ellos en La Soledad, le contaban sus historias, partes de su vida y ella casi se sentía tentada a corresponderles...
Casi.
Al fin y al cabo era consciente de que esta especie de complicidad se debía a que su estancia en el pueblo se vería reducida a ese único mes; luego volvería a su vida normal en Madrid, cortando todos los lazos emocionales que se hubieran podido crear. Y eso, aunque en cierto modo era un alivio, también le daba pena. Casi ansiaba conocer a alguien con quien compartir todo aquello que no compartía con nadie.
Casi.
Quizá un hombre sin rostro que la hiciera reír; un hombre que había demostrado que se podía confiar en él, que no se iba de la lengua; un hombre que no pedía ni exigía nada. Alguien sencillo, sin ambiciones que ocuparan el primer lugar en su corazón. Un hombre amable y responsable con la cabeza bien puesta sobre los hombros; alguien de quien poder fiarse. Un hombre del que ni siquiera conocía su nombre, que no sabía si estaba casado o si tenía novia. Un hombre que no le había hecho ninguna promesa y para el que ella no era nadie...
Nick apareció en el salón, o puede que ya estuviera allí a cierto es que Miley no recordaba haberle visto entrar. La cogió, la mano y la obligó a levantarse. Miley pestañeó confusa, se había quedado dormida en el sillón con un libro entre las manos mientras esperaba a que su cuñado regresara con Frankie Esa tarde habían ido a ver unas yeguas que estaban a punto de parir. A ella esas cosas no le llamaban la atención y había preferido quedarse en casa descansando.
—¿Dónde está Frankie? —preguntó somnolienta.
—Se ha quedado dormido en el coche, le he subido en brazos a su cuarto y le he metido en la cama —respondió Nick muy serio. Miley se extrañó, Frankie ya era mayor para quedarse dormido en un viaje, y más todavía para que nadie lo llevara en brazos basta la cama, pero su mente estaba tan confusa por el sueño que no le dio importancia.
—¿Ya es de noche? —preguntó mirando hacia las ventanas. La luna mostraba su sonrisa torcida tras los cristales, burlándose del mundo. No podía creer que hubiera dormido tanto tiempo.
—Ven —ordenó Nick en voz baja. Miley cerró los ojos ante un recuerdo, el susurro de otra persona; de alguien a quien quería pero no conocía... Un recuerdo que se negaba a mostrarse—. Ven, quiero enseñarte algo —dijo de nuevo su cuñado tirándola de la mano.
Miley se levantó del sillón como en un sueño. Los colores estaban difuminados, sus músculos laxos la hacían sentir torpe, como si fuera incapaz de andar, pero no debía de ser así porque se encontró, sin saber cómo, en el Prado de la Torre. Era extraño, se veía a sí misma como si su cuerpo fuera el de otra persona y ella no fuera más que un fantasma espiando vidas ajenas. Sintió miedo, mas no sabía por qué.
—¿Por qué me traes aquí? —Se oyó preguntar con voz lejana.
—Kevin está aquí.
—¡Qué? —Vio a la persona que antaño fue quedándose inmóvil y a Nick cogerla de la mano y obligarla a continuar andando.
—Quiero que veas algo, pero tienes que estar muy calladita.
—¿Qué quieres que vea? —la mujer que era ella se mostraba inquieta, nerviosa; quería irse pero su cufiado la sujetaba con fuerza.
—Lo que está haciendo kevin. —Vio los labios del hombre apretarse en una mueca furiosa.
—Sé lo que está haciendo.
—¿Segura?
—Sí, él mismo me lo ha dicho, está con sus amigos de fiesta —aseveró la antigua Miley sin mirar a los ojos al hermano de su marido. Nick era su amigo, él entendería, darían la vuelta y regresarían a la tranquila ignorancia de la casa de su suegro.
—Te ha mentido —Nick tenía la voz susurrante de otro hombre, de un hombre sin rostro, de un hombre al que empezaba a querer. No, ella no quería a nadie. La antigua Miley apreciaba a kevin y no quería sentirse enamorada de su cuñado; pero ella no era esa... Ella se había creado una nueva vida. Esto había pasado bacía años... ¿O estaba pasando ahora? Se removió confusa.
—Escúchame —siseó su cuñado en su oído—, está ahí, detrás de esos árboles. No está con sus amigos. Vamos —ordenó en voz baja.
Ninguna de las dos Mileys estaba dispuesta a obedecerle.
No pudo oír las respuestas que ella misma había dado hacía tantos años, sólo le oía a él. Pero él no era Nick.
—No grites —silbó en su oído cuando la Miley que era antes se revolvió. Un segundo después la tapó la boca con sus dedos ásperos. Unos dedos que había sentido hacía poco sobre su cuerpo... ¿cuándo? Su cuñado jamás la tocaba. Nunca. ¿Por qué?—. Ya casi hemos llegado.
Pero Miley no quería llegar a ningún lado, quería volver al salón y sentarse a leer su libro. No, quería volver a la casa de su suegro y meterse en la cama. ¿No estaba ya en la cama? ¿Cómo había llegado hasta allí? No lo recordaba.
—Deja de moverte o nos descubrirá —susurró el hombre de la cabaña, furioso, ¿Por qué estaba con ella? ¿Dónde estaba su cuñado?—. Tienes que dejar de ser tan ingenua у confiada. kevin te los está poniendo desde hace años delante de tus narices y tú no te enteras de nada.
Miley sabía que en ese momento ella negaba una vez con la cabeza, que su cuerpo se resistía a seguir caminando.
Nick deslizó el brazo por su cintura y la obligó a seguir andando hacia un círculo de abedules. Las personas ocultas allí hacían el suficiente ruido como para encubrir el sonido de las pisadas de su cuñado sobre la hojarasca del suelo. Cuanto más se acercaban, más claros eran los murmullos y jadeos. Podía distinguir la risa aterciopelada de kevin, su voz ronca, sus gemidos guturales.
Nick caminó seguro en la oscuridad de la noche. Sus pies daban paso tras paso sin tropezar ni hacer apenas ruido por un sendero que sólo él podía ver. Conocía la montaña como su propia casa. Cuando se detuvo por fin, Miley era incapaz hasta de respirar. Todo su cuerpo estaba atenazado por el miedo y la negación.
Bajo la copa de los abedules, los arbustos de tomillo y retama negra formaban una espesa cortina que aislaba a María de quien estuviera más allá. Nick apartó la vegetación con una mano abriendo una ventana por la que ella no quería mirar. Sombras, sólo sombras. Siluetas sin forma que apenas se perfilaban bajo la sonrisa ladeada de la luna. Movimientos apenas esbozados entre el espeso follaje que rodeaba a la pareja, contornos pálidos y sinuosos de los cuerpos desnudos de dos desconocidos. Miley intentó dar un paso atrás, pero el torso de su cuñado, pegado a su espalda se lo impidió.
—Vámonos —susurró en sueños.
—No. Abre los ojos de una puta vez. No seas idiota.
—Ya lo he visto —afirmó Miley en voz baja—. Vámonos.
—¿Los has visto? ¿Estás segura? —preguntó irónico Nick. No, no era su cuñado, era él. El hombre de la cabaña.
—Sí.
—No has mirado bien —aseveró él.
La empujó, obligándola a dar un paso más. Miley tropezó con los arbustos, dio un traspié y atravesó la cortina de ventanas. Las siluetas se separaron sobresaltadas dejando de ser sombras para convertirse en un hombre y una mujer. Miley se dio la vuelta e intentó echar a correr, pero alguien se lo impidió. Nick.
—¡No huyas! —gritó enfadado—. ¡Enfádate! ¡Ódialo! Pero no salgas huyendo —clamó, obligándola a girarse y mirar.
La Miley que era ahora, apretó los parpados con fuerza. Sabía perfectamente lo que iba a ver: a su marido vestido únicamente con el sudor del sexo. Su pene, que ella había acariciado esa misma tarde, húmedo por los fluidos de otra mujer. Su cabello, alborotado por dedos que no eran suyos. Su mirada, asombrada al verse descubierto. Inspiró profundamente, armándose de valor para asistir de nuevo a la desagradable escena, y abrió los ojos.
No era la misma. La imagen había cambiado.
No era kevin quien estaba ante ella, sino un hombre sin rostro, un hombre alto y moreno cuyo cuerpo ella había tocado en la sencillez de una rústica cabaña de madera. Un hombre que la exigía entre susurros entregarse a todos los juegos que ella tantas veces había soñado, avergonzada en la intimidad de sus sábanas.
Un movimiento la hizo desviar la mirada de la imagen del hombre. La mujer que años atrás se había follado a su marido en aquel mismo lugar, se erguía ante ella orgullosa y despectiva, pegada al costado del hombre, acariciándole la ingle con dedos áridos mientras miraba a Miley sonriendo. El pene del hombre comenzó a crecer entre sus manos; ese pene que Miley había saboreado la noche anterior, que había entrado en ella hasta hacerla gritar. El hombre se giró lentamente dándole la espalda y besó a la otra, lentamente, cariñosamente, tal y como había besado a Miley hacía apenas veinticuatro horas.
Las entrañas de Miley se desgarraron a la vez que un lamento apenas audible emergía de sus labios cerrados. El hombre debió de escucharla, ya que volvió su mirada hacia ella, pero ya no era un desconocido, era su cuñado, Nick.
Miley se removió inquieta en la cama, el sudor frío le recorrió la piel, sus manos se agarraron inconscientes a las sábanas; bajo los parpados cerrados sus iris se movieron erráticos.
¡No fue así! Quiso gritar, pero las palabras se atoraron su garganta impidiéndola respirar.
La imagen que durante años la había humillado no era esa.
En la escena real, aquella que sucedió cinco años atrás, la mujer desnuda que yacía bajo su marido había corrido a buscar sus ropas mientras kevin se cubría aturdido la ingle con las manos. Nick, a espaldas de Miley, la mantenía sujeta contra su pecho impidiendo que se diera la vuelta y huyese; obligándola a mirar. Fue una escena aterradora, pero no tanto como la que sus ojos le habían mostrado hacía un instante.
Cuando descubrió la infidelidad de su marido sólo había querido huir y esconderse lo más lejos posible. Estaba herida en su orgullo, asustada por la ruptura inminente de su rutina vida, pero con el corazón casi intacto.
Ahora quería matar a la desconocida que manoseaba a amante.
Quería coger de los cajones a Nick y arrancarle el hígado por dejarse tocar por una mujer que no era ella.
Quería que su amante misterioso, aquel que no le había prometido nunca nada, fuera hasta ella y la besara como si realmente la amara.
Quería que su alma dejara de sangrar por una traición que no tenía derecho a reclamar.
Quería llorar y gritar.
Quería...

viernes, 8 de marzo de 2013

AVISO IMPORTANTE!

Niñas bellas chulas de mi corazon zon zon ♥♥

primero que nada quiero saludarlas y saber como han estado??

y despues quiero disculpame asi casi de rodilla por qe llevo mas de un mes sin subir nada al blog. :(

la verdad es qe entrando el año mi vida se a acelerado y llenado de proyectos nuevos que no me dan mucho tiempo de estar en casa o de tomar la compu(pero amo lo que hago) y la mayor parte del tiempo estoi mui cansada o no tengo tiempo de sentarme a subir algo...
hoy tuve una tarde libre despues de casi un mes jeje y dije subire algo... no se si lo leean(espero y si) y les digo que las quiero mucho y qe me comprendan 

tratare de subir un poco mas seguido los viernes es cuando llego a tener menos actividad asi qe talvez esos dias suba capis


he leido algunos de sus blogs pero no he podido comentar :S los leo antes de dormir....

gracias por todo chicas las amo

gracias amigaaa Mayi por preocuparte por mi me encanta charlar contigo I love you ♥ te amodoro 

y a todas ustedes tambien les mando abrazos y besos :*

atte. Mitchie!♥

Billionaire's Contract Engagement Cap.1



Los buitres estaban al acecho.
Demi Taylor observaba el atestado salón de baile. La recaudación de fondos debería ser una ocasión para relajarse y disfrutar, pero los negocios estaban en la mente de todos los allí presentes.
Al otro lado de la sala, Joe Reese destacaba con su imponente presencia entre un numeroso grupo de personas. Parecía sentirse en su elemento, como lo demostraba la arrebatadora sonrisa que lo hacía aún más atractivo.
Ser tan apuesto debería ser un delito. Alto, fuerte y curtido, era la clase de hombre al que le sentaría como un guante la ropa deportiva que la empresa de Joe diseñaba y vendía. Un aura de seguridad y poder lo rodeaba, y a Demi no había nada que más le gustase que un hombre seguro de sí mismo.
Las prolongadas miradas que se habían lanzado mutuamente durante las últimas semanas hacían imposible no fantasear con lo que podría ocurrir entre ellos...
Si él no fuese un cliente potencial al que Demi deseaba ganar a toda costa.
Su jefe y la empresa confiaban en ella para conseguirlo, pero Demi tenía muy claro que jamás se acostaría con un hombre por interés.
Apartó la mirada de Joe Reese antes de quedarse embobada. Llevaban simulando un baile muy delicado el uno alrededor del otro desde que Joe rescindiera el contrato con su última agencia de publicidad. Él sabía que ella lo deseaba... en el sentido profesional de la palabra, naturalmente. Quizá también supiera que le gustaría tenerlo desnudo en su cama, pero Demi no iba a dejarse llevar por sus fantasías. Al menos no en aquel momento ni lugar.
La cuestión era que cada que vez que una gran empresa como Reese Enterprises despedía a sus publicistas, se abría la veda y todas las demás agencias se lanzaban como una jauría de perros
hambrientos. Era una competición despiadada en la que Demi debería estar participando, pero algo le decía que Joe Reese se divertía con aquella clase de atenciones.
—Me alegro de que hayas podido venir, Demi. ¿Has hablado ya con Reese?
Demi se volvió hacia su jefe, Nick Maddox. No tenía ninguna copa en la mano y no parecía encontrarse muy satisfecho de estar allí.
—¿Tú con esmoquin? —le preguntó ella, arqueando una ceja—. Vaya, Nick... ¿Cómo consigues mantener a las mujeres a raya?
Él respondió con un gruñido y una mueca de disgusto.
—Déjate de bromas, Demi. He traído a Miley conmigo.
Demi miró por encima del hombro de Nick y vio a su bonita ayudante a unos pocos metros. 
Miley también la miró y Demi la saludó con una sonrisa.
—Estás muy guapa —le gesticuló con los labios.
Miley le devolvió la sonrisa y agachó tímidamente la cabeza, pero no antes de que Demi pudiera ver el rubor de sus mejillas.
Nick hizo un gesto impaciente hacia Joe.
—¿Qué haces aquí parada si Joe Reese está allí? —recorrió la sala con la mirada y su expresión se endureció visiblemente—. Debería haber imaginado que ese viejo sinvergüenza estaría aquí...
Demi siguió la dirección de su mirada y vio a Athos Roteas siendo el centro de atención a escasa distancia de Joe. Jamás lo admitiría en voz alta delante de Nick, pero la ponía muy nerviosa ver
al dueño de Golden Gate Promotions intentando acaparar a Joe Reese. Roteas no sólo le había robado unos cuantos clientes a Maddox Communications, sino que había emprendido una feroz
campaña de difamación contra la empresa. Demi no se sorprendía en absoluto por el juego sucio de su rival. Todos sabían que Roteas era un hombre despiadado que haría cualquier cosa por conseguir su objetivo.
—Es normal —murmuró Demi—. Sus publicistas están intentando ganarse a Joe.
—¿Hay alguna razón por la que tú no estés haciendo lo mismo?
Ella le puso una mano en el brazo. Sabía lo importante que era para Nick y para la empresa ganar a un cliente como Joe Reese.
—Tienes que confiar en mí, Nick. Conozco bien a Joe. Sabe que estoy interesada y será él quien acabe buscándome. Estoy completamente segura.
—¿En serio? No olvides que Maddox Communications es una empresa pequeña y que no podemos permitirnos seguir perdiendo clientes. Un contrato con Joe Reese garantizaría que todo
nuestro personal conservaría su empleo.
—Ya sé que estoy pidiendo mucho —dijo Demi en voz baja—. Pero no puedo acercarme a él e intentar seducirlo —señaló a las mujeres que rodeaban a Joe. Ninguna ocultaba hasta dónde
estaría dispuesta a llegar con tal de firmar el ansiado contrato—. Es lo que él espera, y tú sabes mejor que nadie que no puedo hacerlo. Quiero conseguir este contrato gracias a mi inteligencia y no por mi cuerpo, Nick. Me he pasado días y noches preparando la estrategia, y sé que puedo conseguirlo.
Nick la miró con un brillo de respeto en los ojos. A Demi le encantaba trabajar para él. Era un hombre muy duro y exigente, y también la única persona a la que ella le había contado lo que
realmente pasó en su último trabajo como publicitaria en Nueva York.
—No espero otra cosa de ti, Demi —le dijo con voz amable—. Espero no haberte dado una impresión equivocada.
—Tranquilo. Agradezco tu confianza más de lo que imaginas. Te prometo que no voy a defraudarte. Ni a ti ni a Maddox Communications.
Nick se pasó una mano por el pelo y volvió a mirar a su alrededor con ojos cansados. Era cierto que trabajaba muy duro y que la empresa lo era todo para él, pero en los últimos meses habían
aparecido más arrugas en su rostro. Demi quería ofrecerle el contrato con Joe Reese para agradecerle su ayuda y confianza. Nick había creído en ella cuando todo el mundo le había dado
la espalda.
—No mires ahora, pero Joe viene hacia acá. ¿Por qué no te llevas a Mileye a bailar o a tomar una copa?
Nick se dio la vuelta rápidamente y desapareció entre los invitados.
Demi tomó un sorbo de vino y adoptó una actitud despreocupada mientras sentía aproximarse a Joe. Era imposible no advertir su presencia. El cuerpo de Demi experimentaba una considerable
subida de temperatura cada vez que Joe estaba cerca de ella.
—Demi —la saludó él.
Ella se volvió con una sonrisa de bienvenida.
—Hola, Joe. ¿Te lo estás pasando bien?
—Ya sabes que no.
Ella arqueó una ceja y lo miró por encima de la copa.
—¿Lo sé?
Joe se giró para agarrar una copa de la bandeja que portaba un camarero y volvió a centrar toda su atención en ella. Su mirada era tan intensa y penetrante que parecía estar desnudándola delante de toda aquella gente. Sus bonitos ojos la devoraban implacablemente, traspasando el sencillo vestido de noche que Demi había elegido y haciendo que la sangre le hirviera en las venas.
—Dime una cosa, Demi. ¿Por qué no estás intentando convencerme de que tu agencia de publicidad es lo que mi empresa necesita para llegar a la cima, igual que están haciendo el resto de pirañas hambrientas?
Demi le ofreció una sonrisa.
—¿Tal vez porque ya estás en la cima?
—¿Te gusta jugar con las palabras?
La sonrisa de Demi desapareció al instante. Lo último que quería hacer era intentar seducirlo.
Desvió brevemente la mirada hacia los demás publicistas, quienes no les quitaban la vista de encima a ella y a Joe.
—No estoy tan desesperada, Joe. Sé que soy buena en lo que hago y que no hay unas ideas mejores que las mías para tu campaña publicitaria. ¿Eso me convierte en una arrogante? Puede ser. Pero no necesito venderte un montón de tonterías. Lo único que necesito es tiempo para demostrarte lo que Maddox Communications puede hacer por ti.
—Lo que tú puedes hacer por mí, Demi —corrigió él.
Demi abrió los ojos como platos ante la descarada insinuación, pero Joe se apresuró a aclararla.
—Si la idea es tuya y es tan brillante como dices, no estaría confiando en Maddox Communications, sino en ti.
Ella frunció el ceño y aferró con fuerza la copa de vino. De repente sentía que estaba en desventaja, y confió en que Joe no advirtiera sus nervios.
—No ha sido una proposición, Demi —la tranquilizó él, obviamente percatándose de su incomodidad—. Si lo fuera, te aseguro que te darías cuenta de la diferencia...
Levantó una mano y le trazó una línea con el dedo por la piel desnuda del brazo. Demi fue incapaz de sofocar un escalofrío y de impedir que se le pusiera la carne de gallina.
—Quería decir que si finalmente firmase un contrato con Maddox Communications, no querría que me dejaras en manos de algún publicista novato. Insistiría en que fueras tú quien supervisara
la campaña a todos los niveles.
—¿Y piensas firmar un contrato con Maddox Communications? —le preguntó ella con voz ronca.
Los verdes ojos de Joe brillaron de regocijo. Bebió un poco de vino y volvió a mirar fijamente a Demi.
—Sólo si tu propuesta me parece la mejor de todas. Golden Gate Promotions tiene buenas ideas, y las estoy estudiando.
—Eso es porque aún no has visto las mías.
Joe volvió a sonreír.
—Me gusta la seguridad que demuestras... Nada de falsa modestia. Estoy impaciente por ver lo que has pensado, Demi Taylor. Tengo el presentimiento de que vuelcas en tu trabajo toda esa pasión que arde en tus ojos. Nick Maddox tiene mucha suerte al contar con una empleada como tú. Me pregunto si es consciente de ello...
—¿Pasamos a la siguiente fase? —le preguntó ella en tono ligero—. Tengo que admitir que me ha gustado verte rodeado de pirañas, como tú las llamas.
Él dejo la copa en una mesa cercana.
—Baila conmigo y hablaremos de las citas pertinentes.
Demi entornó los ojos, pero él arqueó una ceja en una expresión desafiante.
—También he bailado con otras mujeres de Golden Gate Promotions, San Francisco Media...
—Está bien, está bien —lo interrumpió ella—. Ya lo entiendo. Estás seleccionando a la mejor pareja de baile.
Él soltó una carcajada tan sonora que atrajo la atención de varias personas, y Demi tuvo que reprimirse para no salir huyendo. Odiaba ser el centro de las miradas, algo con lo que Joe no parecía tener el menor problema. Qué estupendo debía de ser no tener que preocuparse por las opiniones ajenas. Gozar de una reputación intacta y no haber sido la injusta víctima de venganzas absurdas. Pero los hombres rara vez sufrían casos como el suyo. Era siempre la mujer la que soportaba la difamación y la crítica.
Al no poder escabullirse discretamente de la fiesta, dejó la copa en la mesa y permitió que Joe la llevara a la pista de baile.
Por suerte, él no la estrechó ni la apretó contra su cuerpo. Cualquiera que los mirase no podría encontrar la menor falta de decoro. No parecían amantes, pero Demi sabía que ambos lo estaban pensando. Podía ver el deseo en los ojos de Joe, igual que él podía verlo en los suyos.
No estaba acostumbrada a ocultar sus emociones, tal vez porque había sido la única chica en una casa llena de hombres en la que siempre la habían tratado como a una joya delicada y
preciosa.
Todo sería más fácil si pudiera disimular lo que sentía por aquel hombre. Así no tendría que preguntarse si Joe le estaba dando una oportunidad porque pensaba que ella se la merecía o si sólo pensaba en acostarse con ella...
—Relájate —le murmuró él muy cerca del oído—. Piensas demasiado.
Ella se obligó a hacerle caso e intentó seguir el ritmo de la música. Era difícil, pues estaba bailando con un hombre cuya sola imagen bastaba para dejarla sin aliento.
—¿Qué te parece la semana que viene? El viernes estoy libre.
Demi volvió bruscamente a la realidad, y por unos instantes no supo de qué le estaba hablando, «¿Y ella se consideraba una profesional?»
—Estaba pensando que podríamos tener una reunión informal en la que me expusieras tus ideas. Si me interesa, podríamos resolver el asunto en tu misma oficina. Así nos ahorraríamos mucho tiempo y molestias en caso de que no me seduzcan tus ideas.
—Claro. El viernes me viene fenomenal...
La música acabó, pero él no la soltó y la sostuvo un poco más. Sin embargo, Demi estaba tan aturdida por la intensidad de su mirada que no pudo formular ninguna excusa.
—Mi secretaria te llamará con la hora y el sitio.
Le agarró la mano y se la llevó a los labios. El cálido roce de su boca en el dorso le desató una descarga de placer por la columna.
—Hasta el viernes.
Demi se quedó sin palabras, viendo cómo Joe que se alejaba. Fue inmediatamente engullido por una jauría de ávidos publicistas, pero entonces se giró hacia ella, se sostuvieron mutuamente la mirada y los labios de Reese se curvaron en una media sonrisa.
Lo sabía. Sabía que ella lo deseaba. Habría que ser idiota para no darse cuenta, y Joe Reese era de todo menos idiota. Era un hombre listo, ambicioso y con fama de ser implacable. El cliente perfecto.
Demi se dirigió hacia la salida. Había acabado allí y no tenía ningún motivo para quedarse. No tenía el menor interés en escuchar los rumores que hubiera suscitado el baile con Joe.
Pasó junto a Nick y Miley. Su jefe no dijo nada, pero arqueó una ceja interrogativamente. Sin duda la había visto bailar con Joe, a quien seguramente llevaba observando toda la noche. Era
una lástima que sólo tuviera ojos para su futuro cliente, porque Miley estaba realmente preciosa con su vestido negro.
—El viernes —le dijo Demi en voz baja— tendremos una cita informal para que le cuente mis ideas. Si le gustan, concertaremos otra cita en la empresa.
Nick asintió con un brillo de satisfacción en los ojos.
—Buen trabajo, Demi.
Ella sonrió y siguió andando hacia la puerta. Tenía mucho que hacer hasta el viernes.


Billionaire's Contract Engagement Argumento JEMI




¿Consentiría fingir estar comprometida a cambio de un contrato de negocios?
Joe Reese, magnate de los negocios, llevaba meses deseando a Demi Taylor, la hermosa publicista de Maddox Communications empeñada en firmar un contrato con él. Finalmente se le
presentaba la oportunidad para seducirla.
La invitaría a acompañarlo a la boda de su hermano a cambio del contrato publicitario que ella tanto anhelaba. Lo tenía todo a su favor: un ambiente romántico en Isla Catalina, cena con vino y
la certeza de que ella también lo deseaba.
La única duda era ¿seguiría deseándolo cuando Joe le propusiera  que fingieran estar comprometidos?

The Last Nigh Cap.16



En algún momento entre Doctor No y Nunca digas nunca jamás, Kevin notó que ya no se encontraba nada enfermo. Se había despertado más allá de medianoche en el sofá con una poderosa erección.
El zumbido de la pantalla plana sonaba como ruido
de fondo. Danielle estaba tumbada encima de él, con la cabeza en su hombro y el pelo rubio haciéndole cosquillas en la barbilla. Su suave respiración indicaba que estaba dormida.
Kevin gimió en silencio. Tenía los pechos de Danielle aplastados contra su pecho, pero era su suave y erótico aroma lo que más lo excitaba. Por el momento, lo único que podía hacer era acariciarle el pelo, jugando con sus rizos entre los dedos. Además, se le había levantado la blusa, dejando al descubierto algo de piel por encima de sus pantalones blancos.
Kevin alargó la mano, debatiéndose entre estarse quieto o dejarse llevar por el impulso y acariciarle la espalda y deslizarle los dedos por debajo de la cintura del pantalón. Cuánto lo deseaba, pero ella
había hecho una buena acción al ir hasta allí y prepararle la sopa y no podía despertarla sólo por su egoísta interés.
¿O sí?
Kevin se dijo que por qué no. Había tenido una razón para hacer que Danielle se quedara dos semanas en Houston. Ella se lo debía y él iba a hacerle pagar por haberlo abandonado. Tenerla tumbada 
sobre él era demasiado tentador. Sólo sería su esposa durante una semana más, así que, ¿por qué no sacar el máximo provecho de la situación?
Le acarició la espalda con suavidad y ella se movió, dejando escapar un pequeño gemido.
La erección de Kevin creció. Sin embargo, no se sintió capaz de molestar a Danielle y sacarla de su sueño. La abrazó y cerró los ojos de nuevo, disfrutando del placer de tenerla entre sus brazos. No dentro de mucho tiempo perdería el derecho legal a hacerlo, se dijo. Menos de un minuto después, Danielle se movió.
Kevin abrió los ojos y la descubrió mirándolo con gesto somnoliento.
–Hola, pequeña.
Ella parpadeó, desorientada, y se incorporó un poco para mirarlo. Kevin percibió el momento exacto en que Danielle abrió los ojos de par en par al darse cuenta de dónde estaba y de la enorme erección
de él.
–Oh.
–Me he recuperado –dijo él y esbozó una sonrisa–. Pero ahora tengo otro problema.
Danielle le empujó el pecho e hizo amago de levantarse.
–¿Qué hora es?
Kevin la rodeó con sus brazos, atrayéndola a su lado con suavidad.
–Más de medianoche.
Danielle miró a su alrededor. En la pantalla plana, Pierce Brosnan estaba vestido de esmoquin, corriendo para salvar su vida.
–Me he quedado dormida.
–Los dos nos hemos quedado dormidos.
Ella lo miró a los ojos.
–¿Cómo te encuentras?
–Me encuentro muy bien, a excepción de esto
–dijo, señalando con la mirada su entrepierna abultada, sobre la que se apoyaba el vientre de ella. 
–Estás excitado.
–Mucho.
Danielle se mordió el labio inferior, claramente entrando en pánico. Notó cómo latía el miembro de él bajo su vientre y su cuerpo aumentó de temperatura.
No podía negar que ella también estaba excitada.
–Debo irme.
–Quédate, Danielle.
Kevin posó la mano en la nuca de ella, acercando su cabeza. Se miraron a los ojos y él le mordisqueó los labios. Dos veces. Luego, la rodeó con sus brazos con fuerza y los pequeños mordiscos se convirtieron en besos llenos de calor y pasión.
Danielle gimió, deseando más, excitada por completo.
Kevin introdujo la lengua en la boca de ella y la devoró con ansiedad, saboreándola. Los besos eran cada vez más profundos, mientras ella se movía sobre el cuerpo de él, frotándose contra su erección hasta que él creyó morir de tan dulce agonía.
Kevin la levantó lo suficiente para acercar la boca a uno de sus pechos. La chupó a través de la tela de encaje de la blusa, humedeciéndola. El pezón de Danielle se puso erecto. Kevin jugó con él con la punta del pulgar y, al mismo tiempo, le quitó la
blusa por encima de la cabeza. No perdió tiempo en desabrocharle el sujetador, se limitó a meter la mano dentro a sacarle los pechos.
Danielle lo besó con fuerza en los labios y le dio luz verde para hacer lo que quisiera. Kevin se tomó su tiempo en tocar, sopesar, adorar cada pecho, lamiendo los pezones y humedeciéndolos hasta que la respiración de ella se convirtió en jadeos.
Ella se incorporó un poco para quitarle la camiseta por la cabeza. De inmediato, bajó la cabeza para besarle el pecho, tocándolo con total libertad.
–Ah, Danielle –murmuró él, lleno de placer.
Danielle le acarició con la lengua los pezones y los mordisqueó, mientras con los dedos le recorría el vello del pecho. Él sonrió, disfrutando de las atenciones que ella le dispensaba y sintiendo que su erección estaba a punto de salírsele de los pantalones.
Kevin le acarició el pelo, saboreando cada segundo del modo en que ella le daba placer. Que Danielle lo acariciara y lo volviera loco con su boca era mejor de lo que recordaba.
La venganza podía ser muy dulce, se dijo Kevin y se preguntó si su plan estaría funcionando o si, simplemente, Danielle estaba disfrutando del placer sexual sin implicarse. En cualquier caso, eso no importaba en el momento.
Kevin le tomó la mano y se la puso en la cintura del pantalón, encima de la cremallera que estaba a punto de estallar.
–Acaríciame –le susurró él–. Como solías hacerlo.
Danielle cerró los ojos y respiró hondo. Luego, después de pensarlo un segundo, deslizó la mano para desabrocharle los pantalones. Kevin contuvo el aliento. Ansiaba su contacto y que Danielle satisficiera su deseo. Ella le desabrochó el botón y, con dedos ágiles, comenzó a bajarle la cremallera.
El cuerpo de Kevin ardía. Al principio, Danielle lo tocó con suavidad, tanteando el terreno. Él se incorporó para devorarle los labios, haciendo que la pasión entre los dos aumentara.
–Esto es peligro –musitó ella entre besos.
–Tú nunca le has tenido miedo al peligro.
–Es mejor no correr riesgos.
–¿No dijiste una vez que la seguridad no era lo más importante?
Danielle rió y el sonido de su risa hizo que la tensión sexual que flotaba en el ambiente se relajara.
Kevin también rió, sin dejar de estar muy excitado.
Juntos, alcanzaron un estado de ánimo socarrón y juguetón que, en el pasado, había sido la marca distintiva de su relación.
–Solíamos divertirnos mucho juntos.
–Lo sé. Pero no he venido aquí para divertirme.
–¿Por qué has venido?
–Por la sopa, ¿te acuerdas?
–No, no me acuerdo. He olvidado todo lo que pasó hace más de diez minutos.
Danielle le dio un suave puñetazo en el hombro y Kevin reaccionó sujetándole el brazo y colocándose sobre ella. La besó en los labios una y otra vez, mientras el buen humor dejaba paso a una ardiente
pasión.
Disfrutó de cada caricia de Danielle, mientras ella lo tocaba con su delicada mano, alternando movimientos más suaves y más firmes. Lo único que él deseaba era terminar dentro de ella. Sentir cómo
el cuerpo cálido y perfecto de su esposa le daba la bienvenida. ¡Cómo recordaba lo delicioso que era estar con Danielle! Nunca podría olvidarlo. Ninguna mujer podía compararse a ella. Pero no podían hacer el amor esa noche. Todavía no.
Kevin se sentó de forma abrupta antes de perder el control.
–¿Te sientes mal? –preguntó ella, con gesto de preocupación.
–Creo que tengo la fiebre de Danielle –bromeó él con una sonrisa.
La expresión de Danielle se suavizó y Kevin se puso en pie antes de caer en la tentación de hacerle el amor. Se inclinó y le tendió la mano.
–Es tarde. Te llevaré a casa.
Se vistieron rápido, los dos sumidos en sus pensamientos.
Pero, cuando Kevin escoltó a Danielle a su habitación de hotel, ella lo miró con gesto desconcertado.
–Kevin, no entiendo nada.
Danielle estaba muy hermosa después de su juego sexual y la expresión de confusión la favorecía.
–Pues ya somos dos.
El problema era que Kevin conocía su plan como un general conocía su estrategia de batalla pero eso no hacía que fuera menos confuso para él. Ambos se miraron durante un largo instante,
buscando en los ojos del otro una respuesta al enigma, sin encontrarla.
–Gracias por acudir a mi rescate esta noche –dijo Kevin al fin–. La sopa estaba muy rica –añadió–. No has perdido ese toque especial.
Kevin se giró entonces y se obligó a irse sin mirar atrás.

After the scandal Cap.3


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Lord Jonas, vizconde de Hadley, futuro duque de Greythorn, estaba frente a ella.
–Nick –susurró Miley, innecesariamente. Era un hombre de una belleza sublime, casi dolorosa, pero su mente lo aceptaba y lo rechazaba al mismo tiempo. Parecía más alto y poderoso que nunca.
Su físico atlético y musculoso estaba perfectamente contenido en su traje hecho a medida.
Llevaba el pelo un poco largo y eso le imprimía cierto carácter indomable que realmente no necesitaba. La piel bronceada, la mandíbula bien dibujada, la nariz aristocrática… Era perfecto. Miley se fijó en la masculina curva de sus labios y finalmente reparó en esos ojos verde claro rodeados de gris que la miraban con dureza. Esa actitud implacable le aceleró el corazón. Sin darse
cuenta, se humedeció los labios. Él arrugó los párpados y siguió su movimiento con la mirada. Ella bajó la vista rápidamente. Se pellizcó el puente de la nariz para aliviar el dolor que palpitaba sin cesar detrás de sus ojos.
De repente un bolígrafo caro apareció ante sus ojos.
–Date prisa, cariño. No tengo todo el día.
Miley hubiera querido recordarle que prefería que la llamaran por su nombre de pila, pero tenía la garganta tan seca que apenas podía tragar. Agarró el bolígrafo. Sus dedos chocaron un instante. Firmó donde él le indicaba. Antes de que pudiera darse cuenta, se habían llevado las páginas. Nick agarró su bolso y la condujo a través de la puerta poniéndole una mano firme en la espalda. Miley se puso rígida al sentir el contacto. Se frotó los brazos. Medía más de un metro ochenta y dos centímetros de estatura y a su lado parecía enorme.
–Si tienes frío, deberías ponerte más ropa –le espetó, mirándola de arriba abajo como si fuera escoria.
Miley se miró la camiseta blanca y los leggings negros que llevaba puestos.
–¿Has oído hablar de algo que se llama sujetador? –su voz era aterciopelada, condescendiente… Miley sintió que se le endurecían los pechos. La mirada de Nick se detuvo en ellos durante un segundo… Pero su actitud siguió siendo tan hostil como antes. Ella cruzó los brazos sobre el pecho de manera defensiva. Lo último que necesitaba en ese momento era otro conflicto. Se quedó mirando el nudo Windsor de su corbata roja y se frotó los brazos allí donde la piel se le había puesto de gallina.
Nick masculló algo, se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros. Ella hubiera querido decirle que se encontraba bien, pero antes de que pudiera decir nada, él la agarró del brazo y la condujo por un largo pasillo. Su aroma fresco y masculino se cernía sobre sus sentidos como una niebla espesa. La tensión le agarrotaba los músculos, pero no podía decirle que aminorara cuando lo que deseaba en realidad era alejarse del aeropuerto lo más rápido
posible. Cuando él se detuvo en la entrada del área libre de impuestos, Miley levantó la vista. Se sentía como una colegiala de la mano de un padre furioso.
Trató de zafarse, pero él ignoró su intento. La agarró con más fuerza y la hizo atravesar la multitud de pasajeros. De repente Miley recordó un par de ocasiones en las que había irrumpido en un par de locales y las había sacado a Demi y a ella casi a la fuerza. Mirando atrás, podía ver que Miley había hecho lo correcto sacando de la disco a ese par de chiquillas rebeldes, pero en aquel
momento se había puesto furiosa.
Se fijó en las puertas de acero que daban acceso al área de llegadas.
Respiró hondo. Con un poco de suerte, Demi la estaría esperando al otro lado. Una vez atravesaran esas puertas podría darle las gracias y despedirse de él hasta la boda.
Tenía los nervios a flor de piel, pero el alivio que la recorría desapareció de repente cuando Nick giró a la izquierda y la condujo hacia uno de los bares pequeños, poco iluminados, que se alineaban a lo largo de la explanada. El local era largo y estrecho. A un lado había mesas y al otro una barra bien pulida y taburetes forrados en rojo. El lugar estaba casi vacío, a excepción de un par de tipos trajeados enfrascados en una conversación y un hombre mayor
que parecía a punto de echarse la siesta.
Miley quería averiguar qué estaban haciendo allí y su sorpresa fue enorme cuando Nick pidió dos whiskys. En cuanto el camarero se puso a servir las bebidas, se volvió hacia ella. Había furia en sus ojos.
–¿Qué demonios haces metiéndote en la vida de mi hermana de nuevo? –le preguntó en un tono áspero, iracundo.
Miley se le quedó mirando, en silencio.
Los seis años que habían pasado parecieron evaporarse delante de sus ojos.
Bien podrían haber estado en el despacho de su padre, como aquella noche, cuando él la había acusado de algo que no había hecho, cuando la había insultado brutalmente. Los ojos de Miley se desviaron hacia sus labios sensuales, apretados, cerrados… Siguió bajando y se fijó en su corbata de seda. De repente recordó aquel beso devastador.
¿Cómo podía seguir sintiendo algo por alguien que la había tratado tan mal? El silencio tenso de Nick la envolvió de pies a cabeza. Él seguía esperando a que ella contestara a su pregunta, bruscamente formulada. Ella había imaginado muchas veces ese encuentro, pero nunca había visualizado un momento así. En una de esas fantasías se veía a sí misma, con él. Ambos reían, como amigos, recordando aquel estúpido enamoramiento adolescente…
En su sueño, él se reía sin parar, sorprendido. ¿Cómo había llegado a pensar que ella había preparado esa fiesta privada que habían difundido por Internet?
… Ella levantaba la cabeza y le decía… «Por favor, no pienses más en ello. Ya pasó. Es parte del pasado…».
Pero eso no iba a funcionar tan bien en la situación real… Además, había olvidado preparar la escena del aeropuerto de Heathrow… Había tenido que improvisar de cualquier manera, usando un cerebro que estaba paralizado, embelesado por él.
Sin embargo, ya no era la chica impresionable que había caído presa de un enamoramiento adolescente. Era una mujer madura, dueña de su propia vida.
–Me invitaron a la boda –le dijo con toda la educación que pudo.
–Un gran error… –dijo él con sorna–. No sé en qué estaba pensando mi hermana.
Miley frunció el ceño y miró al camarero, que en ese momento estaba echando el whisky en los vasos. Quizá la mejor opción fuera disculparse y marcharse lo antes posible.
Nick agarró su vaso y se bebió el trago rápidamente. Al ver que ella no hacía lo mismo, frunció el ceño.
–Bébetelo. Parece que te hace falta.
–Lo que me hace falta es una cama –dijo.
Cuando él arqueó las cejas, se dio cuenta de que era demasiado tarde para retirarlo.
–Si es una invitación, será mejor que te olvides.
Miley soltó el aliento bruscamente y entonces volvió a tomarlo. El aroma de Nick, viril y embriagador, se le había metido en el cuerpo. El corazón se le aceleró y, antes de que pudiera cambiar la dirección de sus pensamientos, había vuelto a pensar en ese beso que tanto había intentado borrar… Se quitó su chaqueta rápidamente y se la devolvió. Dejó el bolso sobre un taburete que
estaba a su lado y sacó una de sus rebecas favoritas, negra y de punto. Se la puso. Sacó su vieja gorra de los Yankees, de color blanco y negro, y se la puso también. Se dio la vuelta. No podía ver mucho más allá de Nick, pero lo último que deseaba en ese momento era verse interceptada por algún fan o, peor
aún, por un paparazzi. Reparó en la mirada condescendiente de Nick, pero decidió ignorarla. Trató de sonreír al tiempo que se colgaba el bolso del hombro.
–Bueno, gracias por ayudarme. No creo que quisieras, pero te lo agradezco.
–Me importa un pimiento lo que quieras agradecerme. No me puedo creer que hayas sido capaz de hacer algo así, teniendo en cuenta tus antecedentes. ¿En qué estabas pensando? ¿Acaso creías que yendo sin sujetador podrías dar un golpe de melena y que nadie se acordaría de lo que llevabas en el bolso? y le miró a los ojos. ¿Realmente la creía culpable? –Claro que no estaba pensando en eso.
–Bueno, fuera lo que fuera lo que estabas pensando, no ha funcionado.
–Pero ¿cómo te atreves? –Miley sintió el picor de las lágrimas–. No sabía que había algo así en mi bolso. Y esta es la ropa con la que viajo.
Me veo totalmente respetable con ella.
Nick arqueó las cejas.
–Eso es discutible. Pero supongo que debería darme con un canto en los dientes al ver que no enseñas tanta piel como sueles hacer en los anuncios.
Miley no quiso dejarlo pasar, pero antes de que pudiera hablar, él se le acercó peligrosamente.
–Dime algo, Honey Blossom, ¿alguna vez has salido en una película en la que no tuvieras que quitarte toda la ropa?
Miley sintió una ola de furia. No le llamaban Honey Blossom desde que tenía siete años y por aquel entonces salía completamente vestida en las películas.
–Me llamo Miley, como bien sabes, y tus comentarios no son solo ofensivos e incorrectos, también son despreciables.
Él sonrió con sarcasmo. Miley sintió que le hervía la sangre.
–Termínate la maldita bebida, ¿quieres? Tengo que trabajar.
Miley estaba tan tensa que los dedos de los pies se le agarrotaban. Ya era suficiente. No tenía por qué aguantar ese tipo de comentario.
–No quiero tu maldita bebida –le contestó, levantando la barbilla y ajustándose la gorra–. Y no tengo por qué aguantarte ni un segundo más. Gracias por tu ayuda con… este desafortunado incidente… Pero no te molestes en venir a saludarme en la boda. Te aseguro que no me voy a dar por ofendida.
Agarró el bolso con fuerza, pero Nick se interpuso en su camino.
–Un discurso muy bonito. Pero ese desafortunado incidente te ha puesto en mis manos. Ahora soy yo quien manda aquí, no tú.
Miley levantó las cejas, sorprendida.
–¿En tus manos? –casi se echó a reír al oír aquello.
Era evidente que no le había gustado su respuesta. Se acercó aún más. Su voz era mortíferamente suave.
–¿Qué? ¿Acaso creías que iba a dejar que te fueras de rositas después de haber negociado las condiciones de tu liberación? Si es eso lo que creías, es que no me conoces bien.
Miley retrocedió un poco. Un escalofrío bajó por su espalda. No había leído el documento y de pronto tenía la sensación de que iba a arrepentirse de no haberlo hecho.
–No lo leí –admitió, mordiéndose el labio superior; un gesto infantil del que nunca había podido librarse.
Nick frunció el ceño. Debió de darse cuenta de que ella hablaba en serio porque se echó a reír.
–Tiene que ser una broma.
–Me alegra que te haga tanta gracia –masculló ella, sosteniéndole la mirada.
–Bueno, es difícil que algo me haga gracia en esta situación… Y te diré por qué. Acabas de firmar un documento que te sitúa bajo mi custodia hasta que te liberen… –su tono de voz dejaba entrever que eso era tan poco probable como vivir en otro planeta–. O hasta que te imputen por posesión de narcóticos.
Miley sintió mareos. Se inclinó contra el taburete que tenía detrás.
–No lo entiendo –sacudió la cabeza.
–¿Qué? ¿Acaso creías que las evidencias iban a desaparecer por arte de magia? Soy bueno, cariño, pero no tanto.
–No –ella gesticuló y cerró los ojos un momento–. Lo de la custodia.
–Es una forma de arresto domiciliario.
–No lo sabía.
–Pues ahora lo sabes. Y ahora puedo irme.
–¡No! –exclamó ella, levantando una mano. La voz le temblaba–.
Espera, por favor. ¿Qué significa eso exactamente? Él la miró como si fuera poco menos que idiota.
–Significa que tendrás que aguantarme las veinticuatro horas del día durante un buen tiempo. Eso es lo que significa.
Miley parpadeó. Las veinticuatro horas del día… con ese hombre maravilloso e insoportable.
«Ni hablar».
–¡No me puedo quedar contigo! Los ojos de Nick brillaron.
–A mí me hace tan poca gracia como a ti. Créeme.
–¡Pero deberías habérmelo dicho! –Deberías haber leído la letra pequeña.
Él tenía razón, y le odiaba por ello. Era por su culpa que no lo había leído.
–Me pusiste bajo presión y me dijiste que me diera prisa.
–¿Entonces es culpa mía? –No te estaba echando la culpa –se pasó una mano por la frente–. ¡Pero, si me hubieras advertido acerca de lo que estaba firmando, no lo hubiera firmado! Él guardó silencio un momento.
–¿Advertido? 
Miley se dio cuenta demasiado tarde de que se había tomado su
comentario como un insulto.
–¿Y qué hubieras hecho tú exactamente? Dime.
Miley apretó los labios al oír ese tono mordaz y trató de ignorar su físico imponente.
–Hu… Hubiera buscado una alternativa –masculló–. Hubiera buscado otra solución.
–¿Otra solución? –Nick sacudió la cabeza con un gesto burlón–.
¡Esto no es un ensayo! El corazón de Miley dio un vuelco. Respiró hondo y trató de recordar que él tenía derecho a sentirse furioso. Si la situación hubiera sido al revés, ella hubiera sentido lo mismo.
–Mira… –empezó a decir, pero no pudo terminar.
Él se puso en pie y la acorraló contra el taburete.
–No. Escúchame tú a mí. No tienes elección. Ya no eres tú quien manda, sino yo. Y, si no te gusta, te daré otra opción. Se llama cárcel. Si quieres terminar allí, adelante –señaló la entrada del bar con un gesto. Sus ojos no dejaban de mirarla.
Miley se quedó blanca como la leche.
–Yo no lo hice –le dijo, intentando no levantar el tono.
–Eso se lo dices al juez, cielo, porque a mí no me interesa oír tu declaración de inocencia.
–A mí no me des lecciones, Nick. No soy una niña.
–Entonces deja de comportarte como tal.
–Maldito seas. Tengo derechos.
–No. Los tenías –le dijo, sin piedad–. Renunciaste a esos derechos cuando entraste en el aeropuerto de Heathrow con una bolsa llena de narcóticos.
Ahora tus derechos me pertenecen, y cuando yo diga que saltes, saltas.
Miley se quedó lívida.
–Ni en tus sueños –le espetó.

lunes, 4 de febrero de 2013

Summer Hot cap.19


—¿Qué tal te la vida en la capital? —preguntó cuando se quedaron solos en la cocina.
—Bien. Ajetreada, como siempre —contestó ella sentándose en una silla.
—Me contó Frankie que cambiaste de trabajo al poco de separarte.
—Sí, me harté de vender enciclopedias por teléfono durante cinco horas diarias, así que busqué otra cosa —respondió cortante.
—Frankie me ha dicho que trabajas con películas...
—Más o menos, soy administrativo.
—Frankie dice que trabajas mucho...
—Frankie dice... ¿Qué es, un juego nuevo? —Miley comenzaba a irritarse por el interrogatorio.
—No. Sólo curiosidad.
—Trabajo de ocho de la mañana a cuatro de la tarde de lunes a viernes. Cuando vuelvo a casa comienzo con la rutina del día a día. ¿Satisface eso tu curiosidad, o quieres más datos?
—¿Tuviste problemas con mi hermano? —Nick preguntó exactamente lo que quería saber.
—¿Que si tuve problemas con Kevin? ¿En qué mundo vives? —inquirió enfadada, por lo estúpido de la pregunta.
—Me refiero después del divorcio. Si te pasaba la pensión de Frankie y todo eso...
—¿Eso no se lo has podido sacar a Frankie? —Nick en Jugar de responder, cogió la taza y dio un trago—. La pensión llegaba puntual el día uno de cada mes. El dinero nunca fue el problema.
Se miraron el uno al otro a gímelos. Nick desafiante, Miley indiferente.
—La primera vez que te vi me pareciste una niña de papá. Sólo pensabas en estar lo más guapa posible y bien. No dabas palo al agua.
—Tú a mí me pareciste un soso de cotones. Sólo pensando en estudiar y en tus tareas en el campo —atacó Miley.
—Los siguientes años cambiaron mi opinión sobre ti —afirmó Nick, obviando el comentario de Miley—. Eras tan dulce; tan cariñosa con Frankie... Tan ingenua…
—No era ingenua.
—¿No? —Nick arqueó una ceja, desafiante.
—Simplemente no quería conflictos.
—¿Por eso huiste? —la provocó.
—No huí.
—Desapareciste de la noche a la mañana y has tardado casi cinco años en regresar —apuntó, irritado—. ¿Por qué nos borraste de tu vida?
—Yo no hice eso —dijo Miley circunspecta—. Frankie siguió viniendo al pueblo.
—Pero tú no.
—No encontré motivos para venir.
—¿Tampoco para coger el teléfono? Te llamé miles de veces...
—No me apetecía hablar con nadie.
—¿Con nadie? ¿O sólo conmigo? —Miley se encogió de hombros—. Antes pasábamos horas hablando, riendo, discutiendo... Ahora ni siquiera puedo hablar contigo a solas.
—Estamos hablando, ¿no?
—Porque mi padre te ha tendido una trampa. Si no, hubieras roto sin problemas la promesa que me has hecho hace una hora en el cuarto de baño —Nick miró a Miley esperando una respuesta que no llegó—. Promesas; fáciles de hacer, fáciles de romper —comentó mirando al techo—. ¿Por qué? Dime qué daño te he hecho yo.
Miley no respondió, en su lugar desvió la mirada hacía la ventana. El sol lucía con fuerza más allá de las cortinas, las calles estaban vacías, la gente estaba encerrada en sus casas combatiendo el calor de la tarde con una buena siesta. Ella deseó poder hacer lo mismo.
—Has cambiado tanto… —suspiró Nick, derrotado al comprobar que no iba a encontrar respuestas.
—¿No era eso lo que querías? —preguntó Miley, fijando una mirada helada en él.
—Nunca quise que cambiaras —afirmó él pasándose las manos por la cabeza, alborotándose el pelo.
—¿No? Me dijiste que dejara de hacer el idiota, que abriera los ojos y mirara a mi alrededor. Que me enfadara. ¡Que odiara si era preciso! —Miley fue subiendo el tono de voz con cada palabra que pronunciaba.
—¡Pero no a mí! —exclamó Nick, levantándose bruscamente de la silla— ¡No fui yo quien te engañó! ¡Fue Kevin! —Nick golpeó la mesa con los puños—. No era a mí a quien tenías que odiar.
—Sólo seguí tu consejo —Miley apoyó los codos sobre la mesa y descansó la barbilla sobre sus manos en una postura aparentemente relajada—. Hice lo que querías. Dejé de ser dócil y mostrar siempre, una sonrisa resignada ante todo. Me enfadé.
—Te enfadaste con todos nosotros. ¡Y sólo uno lo merecía! —gritó Nick, dando una patada a la silla en la que segundos antes se había sentado—. Yo no hice nada para ganarme tu desprecio.
—¡Me obligaste a mirar! —exclamó Miley, levantándose airada y señalándole con el dedo—. Me llevaste allí y me obligaste a mirar...
—Quería que lo vieras con tus propios ojos, que no pudieras negar la evidencia —dijo él, apoyando las manos en el respaldo de la silla que había golpeado.
—Atente a las consecuencias —sentenció Miley, dando media vuelta y dirigiéndose hacia la puerta.
—¡Él se folló a otras y tú me castigaste a mí! —gritó Nick, dolido.
—¡Te jodes! —chilló Miley girando hacia él, escupiendo las palabras. Nick la miró totalmente pasmado, nunca la había oído hablar así—. ¿Cómo crees que me sentí? Volviste mi mundo del revés, lo pusiste todo patas arriba. ¡Dios! ¿No lo entiendes? Me sentí humillada, necesitaba largarme lo más lejos posible y no volver nunca más.
—¡Sólo quería que vieras la verdad!
—¿Y no pensaste ni por un segundo que a lo mejor yo no quería verla?
—¿Qué? —Por la mente de Nick pasaron en un segundo mil recuerdos... Indirectas ignoradas, comentarios que Miley pasaba por alto, advertencias que su padre la lanzaba y ella no escuchaba... ¿Podía ser negación en vez de ingenuidad?
—¿Crees que no lo intuía? ¿Qué era tan idiota? —La pregunta retórica de María dio voz a sus sospechas.
—Entonces, ¡por el amor de Dios! ¿Por qué no hacías nada? ¿Por qué callabas y aceptabas?
—¡Porque yo también era culpable! Estaba conforme con mi vida, tenía amigos, familia... y a Kevin. Puede que no fuera un marido ejemplar ni un padre entregado, pero era un buen hombre. Convivíamos cómodamente en nuestra vida de mentira, compartíamos amigos y aficiones. Puede que llegara tarde demasiadas noches, pero siempre teníamos la excusa
del trabajo. Él mentía y yo me convencía de que le creía porque no había pruebas que me dijeran lo contrario. Frankie tenía un padre y yo un marido —Nick la miraba confundido—. ¿No lo enriendes, verdad? Creé mi vida en torno a él. Los matrimonios con los que salíamos eran sus amigos, el barrio en el que vivíamos era el suyo... Cuando me quedé embarazada abandoné todo por él. Dejé mi vida atrás y viví la suya. Estructuré mis días en torno a él y, de repente,  Kevin dejó de formar parte de la vida que había creado por y para él.
—Él no te quería —aseveró Nick, agarrándose a lo que verdaderamente importaba.
—Ni yo a él —confesó Miley—. ¿Y qué? Sabía a lo que atenerme.
—¡Tu vida era una mentira! —exclamó Nick, dando un piso atrás, jamás hubiera esperado esa respuesta de ella.
—Era la única que tenía —dijo herida—. Toda mi vida la he pasado dependiendo de alguien, de mis padres, de Kevin... Y cuando tú me obligaste a mirar, perdí toda oportunidad de seguir con mi rutina perfectamente estructurada. Me sentí tan humillada, tan perdida. Si no lo hubiera visto... si sólo me lo hubieras contado— podría haber hecho la vista gorda. Podría haberle creído de nuevo cuando juró que era la primera vez y no volvería a pasar. Pero no fue así. Les vi y esa imagen se quedó grabada en mi mente para siempre, haciéndome incapaz de perdonar u olvidar; incluso de volver a confiar en alguien. Cuando volví a Madrid todo lo que habíamos compartido se volvió contra mí. Nuestros amigos me miraban con lástima, la casa me traía recuerdos... Tuve que dejarlo todo atrás y crearme una vida propia.
—Nunca quise que sufrieras. Si Kevin hubiera sido otra clase de hombre —Nick negó aturdido—. Mereces tener a alguien que te quiera por encima de todas las cosas.
—Puedo merecer muchas cosas, pero ahora estoy sola.
—Me tienes a mí—declaró.
—¿A ti? ¿Y quién eres tú?
—Soy tu amigo...
—No, Nick. Eres mi cuñado, el hermano de mi marido.
—¿Adonde quieres llegar?
—¿No te has dado cuenta todavía? Me he creado una vida propia, he cambiado y me gusto como soy ahora. No quiero que nada me recuerde que una vez necesité a Kevin, que dependí de él. —Se dio la vuelta dándole la espalda y habló en voz baja—. Tú eres un recordatorio constante de mi fracaso —afirmó marchándose de la cocina.
Nick permaneció inmóvil, incapaz de ir tras ella, aterrado por la afirmación que acababa de escuchar. Oyó sus pasos atravesando el comedor, la puerta de su cuarto al abrirse, el golpe seco que dio al cerrarse. Parpadeó, tenía la boca seca, las manos cerradas en puños. Se obligó a abrirlas, a poner un pie delante del otro y dirigirse a las escaleras. Tenía trabajo que hacer. Y mientras lo hacía, recapacitaría sobre la conversación. Nada estaba perdido, sólo hacía falta revisar atentamente la situación y dirigirla hacia donde él quería.
En la cabaña obligaría a Miley a olvidarse de sus temores y recelos con caricias escondidas. Le demostraría que eran perfectos el uno para el otro, que él era lo que ella necesitaba. Sólo rogaba que cuando Miley descubriera quién era realmente él, no lo odiara.





Chicas aki esta!!!!!
la continuo solo por qe ustedes me lo pidieron!
:*

capis dedicados a Mayi♥, Pau y Sasha qe me pidieron qe no la cancelara 
las quiero chicas gracias por sus coments

mañana si puedo subo capis de las demas noves las amo♥♥

Summer Hot cap.18


Al entrar en la cocina vio a su suegro con un plato en la mano e inclinado sobre la tortilla de patatas.
—Hola.
Paul se incorporó de golpe con gesto culpable y tapó la tortilla con el plato que sujetaba entre los dedos.
—Sólo estaba oliéndola. No la he tocado —aseguró con la sonrisa de un niño que no ha roto un plato en su vida. Miley no pudo evitar reírse.
—Eso espero, porque sino... —amenazó sonriendo—. Por cierto, ¿dónde está Frankie?
—Se ha quedado abajo clasificando las brevas —ante el gesto interrogante de Miley, Paul se encogió hombros—. Creo que quiere demostrarle a Nick que es el más currante de todos nosotros.
—Le ha tenido que fastidiar bastante no acompañarle hoy.
—Sí. Le ha sentado fatal. Pero Nick también se ha enfadado mucho cuando se ha enterado de lo que pasó anoche. —Paul se sentó en una silla y se sirvió un vaso de vino—. Por un momento pensé que mi hijo iba a romperse los dientes de tanto como los apretaba. Aunque no lo creas, no le gusta que nadie te juzgue o insinúe nada sobre ti, aunque sea tu propio hijo —aseveró mirándola sin parpadear.
—Y yo se lo agradezco profundamente —acertó a decir Miley ante la mirada severa de su suegro. Este asintió complacido y una sonrisa se destacó en su cara morena y cuarteada por el sol
—Esta mañana he hablado mucho con Frankie, creo que he descubierto el motivo por el que ayer estaba tan... nervioso. Le pasó algo que lo dejó bastante confundido —afirmó sonriendo.
—Déjate de misterios y cuéntanoslo —exigió Caleb entrando en la cocina.
—Ya veré —respondió Paul enarcando las cejas varías veces.
—Papá, ¿te he dicho alguna vez que eres un viejo chismoso? —preguntó su hijo revolviéndole el pelo cariñosamente.
—No me despeines, jovenzuelo insolente.
—No tienes pelo que despeinarte —afirmó Nick guiñándole un ojo a Miley—. A todo esto, te has dejado una bolsa con ropa sucia en el cuarto de baño.
—Ahora mismo voy a por ella —Ay Dios, sí que la había visto.
—No te preocupes, ya lo he metido todo en la lavadora.
También he encontrado doblada sobre el bidé ropa limpia, imagino que será tuya. La he dejado en la habitación de Frankie.
—Gracias, eres muy amable —dijo Miley en un tan formal, que hasta Paul la miró extrañado.
—Por cierto, me debes una ducha de agua fría.
—¿Cómo? —preguntó Miley.
—Mis sentidos se han exaltado cuando he revisado la ropa para ver a quien pertenecía —comentó como quien no quiere la cosa.
—¿Qué? —María sintió el calor ascender por su cuello hasta las mejillas.
—Ese tanga blanco de encaje es una provocación para la vista —le susurró al oído.
—No habrás sido capaz de mirar mi ropa —dijo Miley boquiabierta.
—Incluso te he imaginado con ella —afirmó él guiñándola un ojo.
Miley se quedó sin palabras con las que contestarle. ¿Qué demonios le había pasado a Nick? Mejor dicho, ¿quién era ese tipo que tenía enfrente y dónde estaba su cuñado?
Paul miro a su hijo y a su nuera y sonrió. Cuando subió a la cocina, hacía ya un buen rato, se había percatado de que ni Miley ni Nick estaban allí. Cuando la sintió bajar corriendo por las escaleras, simplemente se había quedado donde estaba sin hacerse notar. No sabía qué había pasado entre ellos dos cuando se habían encontrado arriba, pero fuera lo que fuera, le gustaba el cambio. Llevaba años esperando a que su hijo reaccionara y parecía que ya había llegado el momento.
Miley, incómoda con el silencio, se asomó a la escalera y llamó a Frankie para comer. El muchacho subió raudo y veloz, pero no se sentó a la mesa como su madre esperaba, sino que se dirigió a Nick.
—Tío, he estado clasificando las brevas para ir adelantando trabajo —dijo orgulloso—. Y, no es por nada, pero te has dejado el coche aparcado sobre la acera —comentó metiendo las manos en los bolsillos.
—Mierda, lo había olvidado por completo —dijo dirigiéndose hacia las escaleras. Frankie se interpuso en su camino y se balanceó sobre los talones—. ¿Quieres aparcarlo en el Corralillo de los Leones? —le preguntó Nick alzando una ceja—. Las llaves están puestas.
—¡Ahora mismo! —exclamó el joven, dando media vuelta y bajando por las escaleras.
—¡Frankie! —Lo llamó Nick—. Si haces un solo arañazo al coche, aunque sea un raspón diminuto, pagarás tú la reparación. ¿Entendido?
—¡Señor. Sí, Señor! —gritó Frankie, burlón, desde el piso de abajo.
—¡Hablo en serio!
—No lo verás, quédate tranquilo. —Les llegó lejana voz de Frankie.
—¡No sabe conducir! —chilló su madre al percatarse de que realmente su hijo de catorce años iba a conducir un 4x4.
—Sí que sabe —afirmó Paul desde su silla.
—¿Desde cuándo?
—Desde el año pasado —respondió Nick acercándose a ella.
—¡Pero si es sólo un crío! ¿Quién le ha enseñado? —preguntó Miley mirando a Nick—. No. No respondas. ¡Eres un irresponsable! ¿Cómo has podido enseñar a un niño a conducir? Le puede pasar cualquier cosa, puede chocar contra algo —dijo cada vez más nerviosa.
—No le va a pasar nada —aseveró Nick, sujetándola por un codo y llevándola hacia la ventana—. El Corralillo está justo enfrente de casa, no hay ni diez metros.
—Pero... Es sólo un niño.
—No pasa nada —aseveró descorriendo la cortina justo en el momento en que su enorme y embarrado 4x4 se introducía muy lentamente por el callejón frente a la casa—. Tienes que dejarle asumir responsabilidades. Lo necesita.
Miley observó el coche y luego miró al hombre que, sin ningún disimulo, la había abrazado al acercarla a la ventana. No sabía si matarlo por dejar a Frankie conducir su coche o torturarlo por enseñarle a conducir.
Cuando Frankie subió a la cocina, su madre estaba terminando de poner la comida sobre la mesa mientras sus ojos lanzaban flechas envenenadas en dirección a su rio y a su abuelo. Frankie, como el joven consciente del peligro que era, optó por subir las escaleras y lavarse las manos en el baño lentamente, muy lentamente, esperando con esto que su madre acabara su repertorio de miradas asesinas contra los adultos de la cocina y él salir de rositas.
Cuando entró de nuevo en la cocina, el pollo asado estaba sobre la mesa; el aroma que se desprendía de él lo hizo babear. ¡Hacía horas que tenía hambre! Se sentó a la mesa y esperó impaciente a que su madre trinchara el pollo y le sirviera la ración más grande y jugosa.
—Frankie... —dijo su madre tranquilamente a la vez que hincaba el tenedor en la pechuga del ave—. Qué sea la última vez que conduces sin pedirme permiso antes —exigió clavando con fuerza un enorme, afilado y puntiagudo cuchillo en el pobre animal, muerto y asado—. De hecho... —Con un giro de la mano, el cuchillo cortó la comida como si fuera mantequilla, arrancando de golpe muslo y contramuslo—. No volverás a conducir. —Con el doble de saña, repitió la operación en el lado contrario, arrancando de cuajo las mismas piezas—. Nunca.
—Pero, mamá...
—Jamás. —Clavó el cuchillo en la pechuga con tanta fuerza que éste atravesó piel, carne y hueso y chirrió contra el plato. Los tres hombres se apartaron sobresaltados.
—Mujer, no pasa nada porque el muchacho...
—No —interrumpió Miley a su suegro. El cuchillo se alzó en dirección al ala izquierda del pollo—. Hasta que cumpla dieciocho años y tenga carnet, no volverá a tocar un volante —sentenció bajando el cuchillo y separando de un tajo limpio el ala—. ¿Ha quedado claro? —preguntó masacrando el poco pollo que quedaba intacto.
—Pero, mamá...
—Frankie —interrumpió Nick—, ésta será tu primera lección de supervivencia: Jamás discutas con una mujer que tiene un cuchillo afilado en las manos —aseveró mirándolo muy serio—. Siempre saldrás perdiendo.
—No volveré a conducir hasta que sea mayor de edad —acató Frankie.
—Bien. Dame tu plato —pidió Miley a su suegro.
—La segunda lección de supervivencia es: Si te mantienes calladito, pillas la mejor tajada —comentó Paul cuando tuvo sobre su plato un cuarto de pollo y una alita, unos gajos de manzana asada y un par de patatas de guarnición, todo ello regado con abundante salsa.
Frankie recibió una ración similar a la de su abuelo, y Nick la pechuga. Miley cogió para sí el caparazón. Luego destapó la tortilla de patatas y la partió en cuadra di tos sin levantarla vista del plato. La muy asquerosa se veía cada vez más tostada, como si se hubiera
quemado mis todavía con el calor de la cocina. En cuanto terminó de cortarla, dos tenedores irrumpieron sobre ella. Uno de ellos pescó el trozo más grande. Miley no lo dudó un segundo, ése era su hijo. El otro pinchó un trozo del centro y lo giró un par de veces, como si el comensal estuviera examinando cada milímetro quemado. Ese seguro que era el petardo de su cuñado, dispuesto a ponerla en evidencia.
—Tenías razón, Frankie —afirmó Nick, un segundo después, pinchando otro trozo—, está realmente exquisita.
Miley suspiró, era una mentira piadosa, pero mejor eso que una verdad cruel.
Tres cuartos de hora después, su suegro se levantó pan hacer su famoso café de puchero. Sobre los platos no quedaban ni los restos. La tortilla había sido lo primero en volar, lo que hacía pensar a Miley que no estaba tan mala como había previsto en un principio. Además de para llenar el estómago, la comida había servido como clase preparatoria para lo que la esperaba las próximas semanas: tres hombres insaciables. Tomó nota mental de preparar el triple de comida que hasta entonces, Nick comía por dos.
Comenzó a lavar los platos, Frankie se colocó a su lado para ir secándolos. Nick estaba pasando la bayeta húmeda sobre el hule de la mesa y Paul miraba fijamente el puchero del café.
—Mamá, ¿vas a ir ésta tarde a algún sitio? —preguntó Andrés. Nick levantó la mirada y la fijó en Miley.
—No lo sé —respondió ella, sonrojándose. Ninguno de ellos sabía exactamente qué hacía cuando salía, pero aun así, ella sí lo sabía y con sólo recordarlo notaba que sus pezones se tensaban. ¡Y el vestido era muy fino!
Nick miró disimuladamente a su cuñada y sonrió. Dos pequeños puntitos se alzaron contra la tela del vestido. Dos pequeños guijarros rosas y dulces, con aroma a cítricos y sabor a ambrosía. Una imagen se coló en su mente: Miley con la piel húmeda, totalmente desnuda, con uno de sus pies sobre el inodoro y las manos moviéndose entre sus muslos. Imaginó sus dedos finos y delicados acariciando la piel suave y lisa que él había depilado la noche anterior. Con un movimiento brusco soltó la bayeta sobre la mesa y se sentó en la silla cruzando una rodilla sobre la otra. Tenía una erección de caballo delante de su sobrino y de su padre.
—Había pensado que podíamos ir a tomar una leche helada a La Soledad todos juntos cuando volvamos de la cooperativa —comentó, mirando suplicante a su madre.
—Eh... claro, pero, ¿y tus amigos? —preguntó Miley, confusa. Frankie salía todos los días como una tromba a las siete de la tarde para encontrarse con su pandilla en la Corredera.
—Paso de ellos —aseveró enfurruñado—. Son unos idiotas.
—¿Qué ha pasado? —inquirió ella preocupada. Nick apoyó las manos en la mesa y miró fijamente a su sobrino, dispuesto a matar a quien fuera que le hubiera hecho daño.
—Eh... Bueno, nada —farfulló el joven.
—No ha pasado nada —interrumpió el abuelo, separando el puchero del fuego—. El muchacho y yo hemos estado hablando esta mañana y nos ha parecido que sería divertido pasar juntos la tarde —afirmó haciendo un gesto a su hijo y a su nuera, indicándoles que luego se lo contaría.
—En ese caso, por mí perfecto —aceptó Miley.
—Genial. Voy abajo a seguir con las brevas —dijo Frankie, desapareciendo por la puerta; odiaba el aroma del de puchero. Era demasiado fuerte para su exquisito olfato.
—¿Qué ha pasado, papá? —preguntó Nick.
—Chist, las paredes tienen oídos —susurró Paul en dirección a las escaleras—. Una chica y el pilón.
Nick miró a su padre asombrado y luego rompió a reír a carcajadas.
—¿Ya? —preguntó entre risas, ante el asombro de Miley—. No te preocupes, papá, hablaré con él cuando vayamos a la cooperativa.
—Mejor, cuando he intentado explicarle me ha dicho que soy un viejo carcamal que no sabe cómo va el tema —gruñó Paul echando el negro y espeso café en tres tazas—. Voy abajo con él. No os matéis en mi ausencia —advirtió.
—No te vayas —solicitó Miley asustada. En ese momento no le apetecía tener la conversación con Nick. En ese momento ni en ninguno.
—Vamos arrasados con las brevas. Prefiero ir adelantando trabajo —afirmó Abel cogiendo su taza y dirigiéndose a las escaleras.
—Ah, —Se calmó Miley—. Entonces, ¿tú también vas tomar el café abajo? —preguntó a Nick.
—No. A mí me gusta tomar el café relajado mientras charlo tranquilamente con mi cuñada —dijo Nick, repantigándose en la silla.