viernes, 8 de marzo de 2013

After the scandal Cap.3


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Lord Jonas, vizconde de Hadley, futuro duque de Greythorn, estaba frente a ella.
–Nick –susurró Miley, innecesariamente. Era un hombre de una belleza sublime, casi dolorosa, pero su mente lo aceptaba y lo rechazaba al mismo tiempo. Parecía más alto y poderoso que nunca.
Su físico atlético y musculoso estaba perfectamente contenido en su traje hecho a medida.
Llevaba el pelo un poco largo y eso le imprimía cierto carácter indomable que realmente no necesitaba. La piel bronceada, la mandíbula bien dibujada, la nariz aristocrática… Era perfecto. Miley se fijó en la masculina curva de sus labios y finalmente reparó en esos ojos verde claro rodeados de gris que la miraban con dureza. Esa actitud implacable le aceleró el corazón. Sin darse
cuenta, se humedeció los labios. Él arrugó los párpados y siguió su movimiento con la mirada. Ella bajó la vista rápidamente. Se pellizcó el puente de la nariz para aliviar el dolor que palpitaba sin cesar detrás de sus ojos.
De repente un bolígrafo caro apareció ante sus ojos.
–Date prisa, cariño. No tengo todo el día.
Miley hubiera querido recordarle que prefería que la llamaran por su nombre de pila, pero tenía la garganta tan seca que apenas podía tragar. Agarró el bolígrafo. Sus dedos chocaron un instante. Firmó donde él le indicaba. Antes de que pudiera darse cuenta, se habían llevado las páginas. Nick agarró su bolso y la condujo a través de la puerta poniéndole una mano firme en la espalda. Miley se puso rígida al sentir el contacto. Se frotó los brazos. Medía más de un metro ochenta y dos centímetros de estatura y a su lado parecía enorme.
–Si tienes frío, deberías ponerte más ropa –le espetó, mirándola de arriba abajo como si fuera escoria.
Miley se miró la camiseta blanca y los leggings negros que llevaba puestos.
–¿Has oído hablar de algo que se llama sujetador? –su voz era aterciopelada, condescendiente… Miley sintió que se le endurecían los pechos. La mirada de Nick se detuvo en ellos durante un segundo… Pero su actitud siguió siendo tan hostil como antes. Ella cruzó los brazos sobre el pecho de manera defensiva. Lo último que necesitaba en ese momento era otro conflicto. Se quedó mirando el nudo Windsor de su corbata roja y se frotó los brazos allí donde la piel se le había puesto de gallina.
Nick masculló algo, se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros. Ella hubiera querido decirle que se encontraba bien, pero antes de que pudiera decir nada, él la agarró del brazo y la condujo por un largo pasillo. Su aroma fresco y masculino se cernía sobre sus sentidos como una niebla espesa. La tensión le agarrotaba los músculos, pero no podía decirle que aminorara cuando lo que deseaba en realidad era alejarse del aeropuerto lo más rápido
posible. Cuando él se detuvo en la entrada del área libre de impuestos, Miley levantó la vista. Se sentía como una colegiala de la mano de un padre furioso.
Trató de zafarse, pero él ignoró su intento. La agarró con más fuerza y la hizo atravesar la multitud de pasajeros. De repente Miley recordó un par de ocasiones en las que había irrumpido en un par de locales y las había sacado a Demi y a ella casi a la fuerza. Mirando atrás, podía ver que Miley había hecho lo correcto sacando de la disco a ese par de chiquillas rebeldes, pero en aquel
momento se había puesto furiosa.
Se fijó en las puertas de acero que daban acceso al área de llegadas.
Respiró hondo. Con un poco de suerte, Demi la estaría esperando al otro lado. Una vez atravesaran esas puertas podría darle las gracias y despedirse de él hasta la boda.
Tenía los nervios a flor de piel, pero el alivio que la recorría desapareció de repente cuando Nick giró a la izquierda y la condujo hacia uno de los bares pequeños, poco iluminados, que se alineaban a lo largo de la explanada. El local era largo y estrecho. A un lado había mesas y al otro una barra bien pulida y taburetes forrados en rojo. El lugar estaba casi vacío, a excepción de un par de tipos trajeados enfrascados en una conversación y un hombre mayor
que parecía a punto de echarse la siesta.
Miley quería averiguar qué estaban haciendo allí y su sorpresa fue enorme cuando Nick pidió dos whiskys. En cuanto el camarero se puso a servir las bebidas, se volvió hacia ella. Había furia en sus ojos.
–¿Qué demonios haces metiéndote en la vida de mi hermana de nuevo? –le preguntó en un tono áspero, iracundo.
Miley se le quedó mirando, en silencio.
Los seis años que habían pasado parecieron evaporarse delante de sus ojos.
Bien podrían haber estado en el despacho de su padre, como aquella noche, cuando él la había acusado de algo que no había hecho, cuando la había insultado brutalmente. Los ojos de Miley se desviaron hacia sus labios sensuales, apretados, cerrados… Siguió bajando y se fijó en su corbata de seda. De repente recordó aquel beso devastador.
¿Cómo podía seguir sintiendo algo por alguien que la había tratado tan mal? El silencio tenso de Nick la envolvió de pies a cabeza. Él seguía esperando a que ella contestara a su pregunta, bruscamente formulada. Ella había imaginado muchas veces ese encuentro, pero nunca había visualizado un momento así. En una de esas fantasías se veía a sí misma, con él. Ambos reían, como amigos, recordando aquel estúpido enamoramiento adolescente…
En su sueño, él se reía sin parar, sorprendido. ¿Cómo había llegado a pensar que ella había preparado esa fiesta privada que habían difundido por Internet?
… Ella levantaba la cabeza y le decía… «Por favor, no pienses más en ello. Ya pasó. Es parte del pasado…».
Pero eso no iba a funcionar tan bien en la situación real… Además, había olvidado preparar la escena del aeropuerto de Heathrow… Había tenido que improvisar de cualquier manera, usando un cerebro que estaba paralizado, embelesado por él.
Sin embargo, ya no era la chica impresionable que había caído presa de un enamoramiento adolescente. Era una mujer madura, dueña de su propia vida.
–Me invitaron a la boda –le dijo con toda la educación que pudo.
–Un gran error… –dijo él con sorna–. No sé en qué estaba pensando mi hermana.
Miley frunció el ceño y miró al camarero, que en ese momento estaba echando el whisky en los vasos. Quizá la mejor opción fuera disculparse y marcharse lo antes posible.
Nick agarró su vaso y se bebió el trago rápidamente. Al ver que ella no hacía lo mismo, frunció el ceño.
–Bébetelo. Parece que te hace falta.
–Lo que me hace falta es una cama –dijo.
Cuando él arqueó las cejas, se dio cuenta de que era demasiado tarde para retirarlo.
–Si es una invitación, será mejor que te olvides.
Miley soltó el aliento bruscamente y entonces volvió a tomarlo. El aroma de Nick, viril y embriagador, se le había metido en el cuerpo. El corazón se le aceleró y, antes de que pudiera cambiar la dirección de sus pensamientos, había vuelto a pensar en ese beso que tanto había intentado borrar… Se quitó su chaqueta rápidamente y se la devolvió. Dejó el bolso sobre un taburete que
estaba a su lado y sacó una de sus rebecas favoritas, negra y de punto. Se la puso. Sacó su vieja gorra de los Yankees, de color blanco y negro, y se la puso también. Se dio la vuelta. No podía ver mucho más allá de Nick, pero lo último que deseaba en ese momento era verse interceptada por algún fan o, peor
aún, por un paparazzi. Reparó en la mirada condescendiente de Nick, pero decidió ignorarla. Trató de sonreír al tiempo que se colgaba el bolso del hombro.
–Bueno, gracias por ayudarme. No creo que quisieras, pero te lo agradezco.
–Me importa un pimiento lo que quieras agradecerme. No me puedo creer que hayas sido capaz de hacer algo así, teniendo en cuenta tus antecedentes. ¿En qué estabas pensando? ¿Acaso creías que yendo sin sujetador podrías dar un golpe de melena y que nadie se acordaría de lo que llevabas en el bolso? y le miró a los ojos. ¿Realmente la creía culpable? –Claro que no estaba pensando en eso.
–Bueno, fuera lo que fuera lo que estabas pensando, no ha funcionado.
–Pero ¿cómo te atreves? –Miley sintió el picor de las lágrimas–. No sabía que había algo así en mi bolso. Y esta es la ropa con la que viajo.
Me veo totalmente respetable con ella.
Nick arqueó las cejas.
–Eso es discutible. Pero supongo que debería darme con un canto en los dientes al ver que no enseñas tanta piel como sueles hacer en los anuncios.
Miley no quiso dejarlo pasar, pero antes de que pudiera hablar, él se le acercó peligrosamente.
–Dime algo, Honey Blossom, ¿alguna vez has salido en una película en la que no tuvieras que quitarte toda la ropa?
Miley sintió una ola de furia. No le llamaban Honey Blossom desde que tenía siete años y por aquel entonces salía completamente vestida en las películas.
–Me llamo Miley, como bien sabes, y tus comentarios no son solo ofensivos e incorrectos, también son despreciables.
Él sonrió con sarcasmo. Miley sintió que le hervía la sangre.
–Termínate la maldita bebida, ¿quieres? Tengo que trabajar.
Miley estaba tan tensa que los dedos de los pies se le agarrotaban. Ya era suficiente. No tenía por qué aguantar ese tipo de comentario.
–No quiero tu maldita bebida –le contestó, levantando la barbilla y ajustándose la gorra–. Y no tengo por qué aguantarte ni un segundo más. Gracias por tu ayuda con… este desafortunado incidente… Pero no te molestes en venir a saludarme en la boda. Te aseguro que no me voy a dar por ofendida.
Agarró el bolso con fuerza, pero Nick se interpuso en su camino.
–Un discurso muy bonito. Pero ese desafortunado incidente te ha puesto en mis manos. Ahora soy yo quien manda aquí, no tú.
Miley levantó las cejas, sorprendida.
–¿En tus manos? –casi se echó a reír al oír aquello.
Era evidente que no le había gustado su respuesta. Se acercó aún más. Su voz era mortíferamente suave.
–¿Qué? ¿Acaso creías que iba a dejar que te fueras de rositas después de haber negociado las condiciones de tu liberación? Si es eso lo que creías, es que no me conoces bien.
Miley retrocedió un poco. Un escalofrío bajó por su espalda. No había leído el documento y de pronto tenía la sensación de que iba a arrepentirse de no haberlo hecho.
–No lo leí –admitió, mordiéndose el labio superior; un gesto infantil del que nunca había podido librarse.
Nick frunció el ceño. Debió de darse cuenta de que ella hablaba en serio porque se echó a reír.
–Tiene que ser una broma.
–Me alegra que te haga tanta gracia –masculló ella, sosteniéndole la mirada.
–Bueno, es difícil que algo me haga gracia en esta situación… Y te diré por qué. Acabas de firmar un documento que te sitúa bajo mi custodia hasta que te liberen… –su tono de voz dejaba entrever que eso era tan poco probable como vivir en otro planeta–. O hasta que te imputen por posesión de narcóticos.
Miley sintió mareos. Se inclinó contra el taburete que tenía detrás.
–No lo entiendo –sacudió la cabeza.
–¿Qué? ¿Acaso creías que las evidencias iban a desaparecer por arte de magia? Soy bueno, cariño, pero no tanto.
–No –ella gesticuló y cerró los ojos un momento–. Lo de la custodia.
–Es una forma de arresto domiciliario.
–No lo sabía.
–Pues ahora lo sabes. Y ahora puedo irme.
–¡No! –exclamó ella, levantando una mano. La voz le temblaba–.
Espera, por favor. ¿Qué significa eso exactamente? Él la miró como si fuera poco menos que idiota.
–Significa que tendrás que aguantarme las veinticuatro horas del día durante un buen tiempo. Eso es lo que significa.
Miley parpadeó. Las veinticuatro horas del día… con ese hombre maravilloso e insoportable.
«Ni hablar».
–¡No me puedo quedar contigo! Los ojos de Nick brillaron.
–A mí me hace tan poca gracia como a ti. Créeme.
–¡Pero deberías habérmelo dicho! –Deberías haber leído la letra pequeña.
Él tenía razón, y le odiaba por ello. Era por su culpa que no lo había leído.
–Me pusiste bajo presión y me dijiste que me diera prisa.
–¿Entonces es culpa mía? –No te estaba echando la culpa –se pasó una mano por la frente–. ¡Pero, si me hubieras advertido acerca de lo que estaba firmando, no lo hubiera firmado! Él guardó silencio un momento.
–¿Advertido? 
Miley se dio cuenta demasiado tarde de que se había tomado su
comentario como un insulto.
–¿Y qué hubieras hecho tú exactamente? Dime.
Miley apretó los labios al oír ese tono mordaz y trató de ignorar su físico imponente.
–Hu… Hubiera buscado una alternativa –masculló–. Hubiera buscado otra solución.
–¿Otra solución? –Nick sacudió la cabeza con un gesto burlón–.
¡Esto no es un ensayo! El corazón de Miley dio un vuelco. Respiró hondo y trató de recordar que él tenía derecho a sentirse furioso. Si la situación hubiera sido al revés, ella hubiera sentido lo mismo.
–Mira… –empezó a decir, pero no pudo terminar.
Él se puso en pie y la acorraló contra el taburete.
–No. Escúchame tú a mí. No tienes elección. Ya no eres tú quien manda, sino yo. Y, si no te gusta, te daré otra opción. Se llama cárcel. Si quieres terminar allí, adelante –señaló la entrada del bar con un gesto. Sus ojos no dejaban de mirarla.
Miley se quedó blanca como la leche.
–Yo no lo hice –le dijo, intentando no levantar el tono.
–Eso se lo dices al juez, cielo, porque a mí no me interesa oír tu declaración de inocencia.
–A mí no me des lecciones, Nick. No soy una niña.
–Entonces deja de comportarte como tal.
–Maldito seas. Tengo derechos.
–No. Los tenías –le dijo, sin piedad–. Renunciaste a esos derechos cuando entraste en el aeropuerto de Heathrow con una bolsa llena de narcóticos.
Ahora tus derechos me pertenecen, y cuando yo diga que saltes, saltas.
Miley se quedó lívida.
–Ni en tus sueños –le espetó.

1 comentario:

  1. MICHIIIIIIIIIIIIIIIIIII! dsp de años luz volvi a leer tu blog. volvi a blogger xd me encanta est aove espero que la sigas, un beso (:

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