Miley cerró la puerta, se tumbó en la cama bocabajo, colocó el portátil sobre la almohada y lo encendió. Como siempre, la conexión era cuanto menos deficiente. Le apetecía... No. Necesitaba, perderse en internet, hablar de tonterías con los conocidos del Facebook y mirar noticias en los foros y webs. En definitiva, necesitaba relacionarse con sus amigos. Por supuesto no podía contar a nadie la conversación que acababa de mantener con Nick, ni lo que hacía con su amante desconocido, ni siquiera como se sentía... No confiaba en nadie tanto como para hacerlo. Se mordió el labio, sobresaltada al recordar que la noche anterior su amante había mencionado que ella nunca salía con amigos. Como si supiera que ella realmente sólo tenía conocidos, no amigos. ¿Cómo podía saber tanto sobre ella? ¿O sólo lo había intuido? ¿Era alguien que la conocía personalmente o alguien que prestaba atención a lo que, estaba segura, contaba Frankie de su vida en Madrid?
Se había mudado a un nuevo barrio con círculos de amistad ya formados. Y a ella, inmersa como estaba en los trámites de separación, no le apetecía entrar en la dinámica y el trabajo que implicaba conocer gente, corresponder a las invitaciones o simplemente volver a confiar en alguien. Se centró en és y se olvidó de sí misma. Con el discurrir de los años no encontró ningún motivo para cambiar su nueva rutina; por supuesto charlaba de temas insustanciales e inocuos con sus compañeros de trabajo, coincidía con vecinos de hola y adiós en el ascensor y a través de su ordenador bromeaba con internautas; pero nada más. Desde su divorcio se había tornado innecesario trazar una amistad profunda con nadie.
Resultaba irónico que justo en ese lugar, en el pueblo que tanto había llegado a odiar, se sintiera por primera vez en mucho tiempo parte de un círculo de amigos. Paul la había introducido en una familia que no se había molestado en conocer antaño y, poco a poco, con la persistente ayuda de Frankie, había ido tomando confianza con la gente. Cuando se reunía con ellos en La Soledad, le contaban sus historias, partes de su vida y ella casi se sentía tentada a corresponderles...
Casi.
Al fin y al cabo era consciente de que esta especie de complicidad se debía a que su estancia en el pueblo se vería reducida a ese único mes; luego volvería a su vida normal en Madrid, cortando todos los lazos emocionales que se hubieran podido crear. Y eso, aunque en cierto modo era un alivio, también le daba pena. Casi ansiaba conocer a alguien con quien compartir todo aquello que no compartía con nadie.
Casi.
Quizá un hombre sin rostro que la hiciera reír; un hombre que había demostrado que se podía confiar en él, que no se iba de la lengua; un hombre que no pedía ni exigía nada. Alguien sencillo, sin ambiciones que ocuparan el primer lugar en su corazón. Un hombre amable y responsable con la cabeza bien puesta sobre los hombros; alguien de quien poder fiarse. Un hombre del que ni siquiera conocía su nombre, que no sabía si estaba casado o si tenía novia. Un hombre que no le había hecho ninguna promesa y para el que ella no era nadie...
Nick apareció en el salón, o puede que ya estuviera allí a cierto es que Miley no recordaba haberle visto entrar. La cogió, la mano y la obligó a levantarse. Miley pestañeó confusa, se había quedado dormida en el sillón con un libro entre las manos mientras esperaba a que su cuñado regresara con Frankie Esa tarde habían ido a ver unas yeguas que estaban a punto de parir. A ella esas cosas no le llamaban la atención y había preferido quedarse en casa descansando.
—¿Dónde está Frankie? —preguntó somnolienta.
—Se ha quedado dormido en el coche, le he subido en brazos a su cuarto y le he metido en la cama —respondió Nick muy serio. Miley se extrañó, Frankie ya era mayor para quedarse dormido en un viaje, y más todavía para que nadie lo llevara en brazos basta la cama, pero su mente estaba tan confusa por el sueño que no le dio importancia.
—¿Ya es de noche? —preguntó mirando hacia las ventanas. La luna mostraba su sonrisa torcida tras los cristales, burlándose del mundo. No podía creer que hubiera dormido tanto tiempo.
—Ven —ordenó Nick en voz baja. Miley cerró los ojos ante un recuerdo, el susurro de otra persona; de alguien a quien quería pero no conocía... Un recuerdo que se negaba a mostrarse—. Ven, quiero enseñarte algo —dijo de nuevo su cuñado tirándola de la mano.
Miley se levantó del sillón como en un sueño. Los colores estaban difuminados, sus músculos laxos la hacían sentir torpe, como si fuera incapaz de andar, pero no debía de ser así porque se encontró, sin saber cómo, en el Prado de la Torre. Era extraño, se veía a sí misma como si su cuerpo fuera el de otra persona y ella no fuera más que un fantasma espiando vidas ajenas. Sintió miedo, mas no sabía por qué.
—¿Por qué me traes aquí? —Se oyó preguntar con voz lejana.
—Kevin está aquí.
—¡Qué? —Vio a la persona que antaño fue quedándose inmóvil y a Nick cogerla de la mano y obligarla a continuar andando.
—Quiero que veas algo, pero tienes que estar muy calladita.
—¿Qué quieres que vea? —la mujer que era ella se mostraba inquieta, nerviosa; quería irse pero su cufiado la sujetaba con fuerza.
—Lo que está haciendo kevin. —Vio los labios del hombre apretarse en una mueca furiosa.
—Sé lo que está haciendo.
—¿Segura?
—Sí, él mismo me lo ha dicho, está con sus amigos de fiesta —aseveró la antigua Miley sin mirar a los ojos al hermano de su marido. Nick era su amigo, él entendería, darían la vuelta y regresarían a la tranquila ignorancia de la casa de su suegro.
—Te ha mentido —Nick tenía la voz susurrante de otro hombre, de un hombre sin rostro, de un hombre al que empezaba a querer. No, ella no quería a nadie. La antigua Miley apreciaba a kevin y no quería sentirse enamorada de su cuñado; pero ella no era esa... Ella se había creado una nueva vida. Esto había pasado bacía años... ¿O estaba pasando ahora? Se removió confusa.
—Escúchame —siseó su cuñado en su oído—, está ahí, detrás de esos árboles. No está con sus amigos. Vamos —ordenó en voz baja.
Ninguna de las dos Mileys estaba dispuesta a obedecerle.
No pudo oír las respuestas que ella misma había dado hacía tantos años, sólo le oía a él. Pero él no era Nick.
—No grites —silbó en su oído cuando la Miley que era antes se revolvió. Un segundo después la tapó la boca con sus dedos ásperos. Unos dedos que había sentido hacía poco sobre su cuerpo... ¿cuándo? Su cuñado jamás la tocaba. Nunca. ¿Por qué?—. Ya casi hemos llegado.
Pero Miley no quería llegar a ningún lado, quería volver al salón y sentarse a leer su libro. No, quería volver a la casa de su suegro y meterse en la cama. ¿No estaba ya en la cama? ¿Cómo había llegado hasta allí? No lo recordaba.
—Deja de moverte o nos descubrirá —susurró el hombre de la cabaña, furioso, ¿Por qué estaba con ella? ¿Dónde estaba su cuñado?—. Tienes que dejar de ser tan ingenua у confiada. kevin te los está poniendo desde hace años delante de tus narices y tú no te enteras de nada.
Miley sabía que en ese momento ella negaba una vez con la cabeza, que su cuerpo se resistía a seguir caminando.
Nick deslizó el brazo por su cintura y la obligó a seguir andando hacia un círculo de abedules. Las personas ocultas allí hacían el suficiente ruido como para encubrir el sonido de las pisadas de su cuñado sobre la hojarasca del suelo. Cuanto más se acercaban, más claros eran los murmullos y jadeos. Podía distinguir la risa aterciopelada de kevin, su voz ronca, sus gemidos guturales.
Nick caminó seguro en la oscuridad de la noche. Sus pies daban paso tras paso sin tropezar ni hacer apenas ruido por un sendero que sólo él podía ver. Conocía la montaña como su propia casa. Cuando se detuvo por fin, Miley era incapaz hasta de respirar. Todo su cuerpo estaba atenazado por el miedo y la negación.
Bajo la copa de los abedules, los arbustos de tomillo y retama negra formaban una espesa cortina que aislaba a María de quien estuviera más allá. Nick apartó la vegetación con una mano abriendo una ventana por la que ella no quería mirar. Sombras, sólo sombras. Siluetas sin forma que apenas se perfilaban bajo la sonrisa ladeada de la luna. Movimientos apenas esbozados entre el espeso follaje que rodeaba a la pareja, contornos pálidos y sinuosos de los cuerpos desnudos de dos desconocidos. Miley intentó dar un paso atrás, pero el torso de su cuñado, pegado a su espalda se lo impidió.
—Vámonos —susurró en sueños.
—No. Abre los ojos de una puta vez. No seas idiota.
—Ya lo he visto —afirmó Miley en voz baja—. Vámonos.
—¿Los has visto? ¿Estás segura? —preguntó irónico Nick. No, no era su cuñado, era él. El hombre de la cabaña.
—Sí.
—No has mirado bien —aseveró él.
La empujó, obligándola a dar un paso más. Miley tropezó con los arbustos, dio un traspié y atravesó la cortina de ventanas. Las siluetas se separaron sobresaltadas dejando de ser sombras para convertirse en un hombre y una mujer. Miley se dio la vuelta e intentó echar a correr, pero alguien se lo impidió. Nick.
—¡No huyas! —gritó enfadado—. ¡Enfádate! ¡Ódialo! Pero no salgas huyendo —clamó, obligándola a girarse y mirar.
La Miley que era ahora, apretó los parpados con fuerza. Sabía perfectamente lo que iba a ver: a su marido vestido únicamente con el sudor del sexo. Su pene, que ella había acariciado esa misma tarde, húmedo por los fluidos de otra mujer. Su cabello, alborotado por dedos que no eran suyos. Su mirada, asombrada al verse descubierto. Inspiró profundamente, armándose de valor para asistir de nuevo a la desagradable escena, y abrió los ojos.
No era la misma. La imagen había cambiado.
No era kevin quien estaba ante ella, sino un hombre sin rostro, un hombre alto y moreno cuyo cuerpo ella había tocado en la sencillez de una rústica cabaña de madera. Un hombre que la exigía entre susurros entregarse a todos los juegos que ella tantas veces había soñado, avergonzada en la intimidad de sus sábanas.
Un movimiento la hizo desviar la mirada de la imagen del hombre. La mujer que años atrás se había follado a su marido en aquel mismo lugar, se erguía ante ella orgullosa y despectiva, pegada al costado del hombre, acariciándole la ingle con dedos áridos mientras miraba a Miley sonriendo. El pene del hombre comenzó a crecer entre sus manos; ese pene que Miley había saboreado la noche anterior, que había entrado en ella hasta hacerla gritar. El hombre se giró lentamente dándole la espalda y besó a la otra, lentamente, cariñosamente, tal y como había besado a Miley hacía apenas veinticuatro horas.
Las entrañas de Miley se desgarraron a la vez que un lamento apenas audible emergía de sus labios cerrados. El hombre debió de escucharla, ya que volvió su mirada hacia ella, pero ya no era un desconocido, era su cuñado, Nick.
Miley se removió inquieta en la cama, el sudor frío le recorrió la piel, sus manos se agarraron inconscientes a las sábanas; bajo los parpados cerrados sus iris se movieron erráticos.
¡No fue así! Quiso gritar, pero las palabras se atoraron su garganta impidiéndola respirar.
La imagen que durante años la había humillado no era esa.
En la escena real, aquella que sucedió cinco años atrás, la mujer desnuda que yacía bajo su marido había corrido a buscar sus ropas mientras kevin se cubría aturdido la ingle con las manos. Nick, a espaldas de Miley, la mantenía sujeta contra su pecho impidiendo que se diera la vuelta y huyese; obligándola a mirar. Fue una escena aterradora, pero no tanto como la que sus ojos le habían mostrado hacía un instante.
Cuando descubrió la infidelidad de su marido sólo había querido huir y esconderse lo más lejos posible. Estaba herida en su orgullo, asustada por la ruptura inminente de su rutina vida, pero con el corazón casi intacto.
Ahora quería matar a la desconocida que manoseaba a amante.
Quería coger de los cajones a Nick y arrancarle el hígado por dejarse tocar por una mujer que no era ella.
Quería que su amante misterioso, aquel que no le había prometido nunca nada, fuera hasta ella y la besara como si realmente la amara.
Quería que su alma dejara de sangrar por una traición que no tenía derecho a reclamar.
Quería llorar y gritar.
Quería...
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