viernes, 18 de enero de 2013

The Far Future FINAL




Ella pensó que la música debía de haber estado demasiado alta durante la gala. Claramente no había oído bien… Se quedó mirándole, segura de haber oído algo que no era.
–¿Que la casa qué? –dijo. Eso debía de ser lo que él había dicho.
–Maldita sea –parecía que le estaban arrancando las palabras–. He dicho… ¿Te casas conmigo?
Esa vez sí que le oyó bien, alto y claro. No había dudas. Demi miró a su alrededor, buscando un sitio donde sentarse. La silla más cercana estaba a un par de pasos… Llegó hasta ella a duras penas. ¿Le había pedido que se casara con él? Sí. Lo había hecho.
–¿Por qué? –le preguntó, tragando en seco.
Joe se pasó una mano por la cara, respiró hondo y siguió adelante.
–Porque te quiero. Porque quiero vivir mi vida contigo.
Porque quiero despertarme a tu lado todas las mañanas e irme a la cama contigo cada noche. Porque quiero hablar contigo, escucharte, hacerte el amor, tener niños y nietos contigo… ¿Qué te parece, para empezar? –la miró, angustiado, todavía al otro lado de la habitación.
Por suerte Demi seguía sentada. De no haber sido así, las rodillas le
hubieran temblado. Le creía, porque seguía lejos de ella. No había intentando acercarse, no había intentado influir en ella con sus innegables encantos masculinos. No había habido besos, ni caricias… Solo palabras… Las palabras adecuadas. Se rio nerviosamente.
–¿Para empezar? –repitió–. ¿Es que hay más? Me tienes en el bote desde que dijiste eso de «te quiero».
Él fue hacia ella rápidamente, se agachó junto a la silla, la abrazó.
–Oh, Dios, Demi, ¿estás segura?
Nunca había estado tan segura de nada en su vida. Él había sido
demasiado sincero como para dudar en ese momento.
–Sí. Claro que sí.
Le hizo incorporarse y entonces él la estrechó entre sus brazos. Se sentó en la silla, la hizo sentarse sobre sus piernas. Ella le quitó la chaqueta y empezó a desabrocharle los botones de la camisa. Él puso las manos sobre su brillante vestido color cielo estrellado y gimió.
–Ni siquiera sé cómo funciona esto.
–Es muy sencillo –dijo ella. Se puso en pie, buscó la cremallera escondida y la bajó. Sacudió un poco el cuerpo y el vestido cayó a sus pies, formando un charco de luz a su alrededor.
–Me gusta –dijo Joe, atrayéndola hacia sí de nuevo.
Pero Demi tenía una idea mejor. Le agarró de la mano y le condujo al dormitorio. Allí él terminó de desvestirla, se quitó los pantalones y se tumbó con ella en la cama. Hicieron el amor rápido y frenéticamente. Estaban hambrientos, desesperados… Después, tumbada junto a él, Demi deslizó la palma de la mano por
el contorno de su espalda. Él la observaba y Demi se preguntaba si alguna vez se cansaría de él.
Imposible.
Él deslizó una mano sobre su cabello, enredó los dedos en sus rizos
caprichosos.
–Precioso –murmuró–. Mío –añadió.
–Tuya. Siempre lo he sido.
–Lo sé. Ahora lo entiendo. Un poco, por lo menos.
–¿Qué quieres decir? ¿Cómo?
Fuera lo que fuera lo que había entendido, le había hecho volver junto a ella…
–¿Ya te has cansado de mi familia? –le preguntó Joe a su esposa.
Estaban en el porche de la casa de sus padres en Long Island,
contemplando el mar, la arena… Rodeados de hermanos, hermanas, sobrinas, sobrinos, tíos, tías, primos… Todos ellos miembros de la familia Jonas… A veces era difícil averiguar los parentescos.
–Son tu familia también –añadió con una sonrisa–. Son mi regalo de boda.
Demi se rio y le rodeó con ambos brazos.
–Les quiero –le dijo, poniéndose de puntillas para llegar a su altura–. A todos –añadió.
Llevaba toda la semana en la Luna, desde el momento en que él le había puesto el anillo de compromiso. Era el anillo de su madre…
–Es un recuerdo de familia –le había dicho Denise Jonas a su hijo, riendo y llorando al mismo tiempo, contenta de saber que por fin se iba a casar con una mujer a la que amaba de verdad–. Tu padre dice que estamos empezando de nuevo, que se está convirtiendo en un hombre nuevo. Me va a regalar otro anillo.
–No puedo aceptar el viejo –le había dicho Joe.
–No. Yo te lo doy –le había dicho su madre–. Pero solo si Demi quiere.
Y Demi quería. Los padres de Joe eran encantadores… La querían
mucho, y ella a ellos… Denise le había tomado afecto enseguida, y Paul se la había ganado fácilmente.
–Creo que se te dan muy bien las relaciones de familia.
–Estoy aprendiendo –le aseguró Demi.
Había sido una boda íntima. Solo habían asistido Maggie, los padres de Joe, Misty y Harry. Devin estaba de servicio en alguna parte del mundo…
–Si supiéramos dónde, tendría que matarnos –le había dicho Demi a Joe en un tono bromista después de colgarle a Misty el día que la había llamado para invitarla a la boda.
Abrazó a su esposo.
–Me alegro mucho de que hayan venido.
–Y yo. A lo mejor Harry se acuerda de nosotros.
–No se va a olvidar nunca. Misty me dice que le habla mucho de nosotros. Dice que le encanta el peluche conejo –añadió, poniéndose seria–. Gracias por mandárselo.
Joe sonrió.
–Todos los niños necesitan uno de esos –dijo él y le dio un beso en la nariz. Y también necesitaban una familia… Una familia como la que él le iba a dar.
La fiesta de los Joe coincidía con el festín de la boda… Demi hablaba con todos los familiares de Joe… Incluso acababa de conocer a uno nuevo…
–Daniel –le dijo George, presentándole a su hijo de cinco años. Era otro de los hermanos de Joe.
–¿Puedo tomarle en brazos? –le preguntó Demi.
George le puso al niño en los brazos y un resplandor sin medida iluminó el rostro de Demi.
–Serás el padrino, ¿no? –le preguntó George a su hermano. Parecía
contento, un poco sorprendido al ver que Joe estaba de acuerdo.
–Sí –dijo este, asintiendo.
–Así practicará un poco –dijo Demi, sonriéndole al bebé, Daniel.
George levantó una ceja.
–Sí, ¿verdad?
De repente Joe se dio cuenta… Fue como si le hubieran dado un puñetazo.
–¿Demi? –la miró fijamente.
Ella estaba radiante. Su rostro resplandecía. Pero no era por George. Era por él.
–¿Un bebé? –le preguntó. De repente, sentía pánico, euforia…
–Sí –dijo ella, rodeándole con ambos brazos, inclinándose contra su pecho.
Joe la atrajo hacia sí, le dio un beso en la cabeza… Trató de imaginarse a ese niño que estaba por nacer… No podía…
Demi estaba tarareando una canción que él conocía…
Sonrió.
Era un día maravilloso…







FIN



HOLAA NIÑAS BELLAS 
LO SE LO SE TENGO APROXIMADAMENTE COMO 2 SEMANAS QE NO SUBO Y LO SIENTOOOOO TAANTOO PERO NO HE TENIDO TIEMPO DE NADA MI AGENDA ES APRETADA(JAJAJAJAJAJ QE PADRE SUENA ESO) PERO ES CIERTO LES AGRADESCO POR PREOCUPARSE POR MI Y POR ESPERARME 
HOY ME DI UNA ESCAPADITA Y LES SUBI EL FINAL DE ESTA NOVE QE SE QE A BARIAS LES ENCANTA JIJIJI
SE LAS DEDICO A USTEDES ;) EN ESPECIAL A MARI, MARIINA Y MAYI ♥
LAS ADORO PLIISS COMETEN !!!
PRONTO SUBO LAS DEMAS NOVES 

LAS AMO


BY MITCHIE!♥

BESOS Y ABRAZOZ!!!

The Far Future cap.27




La gala fue como un baile de cuento de hadas. Magníficas arañas
rutilantes, apliques revestidos en oro, ventanas panorámicas que ofrecían las mejores vistas de la pista de golf situada junto a la casa del jefe de Wilmer.
Hombres con corbata negra e impecables camisas blancas, mujeres con largos trajes de noche que brillaban y resplandecían. Y, por una vez, Demi no parecía fuera de lugar. Bien podría haber sido un auténtico cuento de hadas, de no haber sido porque el verdadero y único amor de Demi estaba a cientos de kilómetros de allí… Por fuera sonreía sin parar, pero por dentro estaba hecha un mar de
lágrimas. La vida no era una fantasía al fin y al cabo. Había hecho lo correcto, no obstante, rompiendo su compromiso. Ella lo sabía. Wilmer lo sabía. Y aunque fuera a pasar la noche sola en su apartamento, no podía hacer otra cosa que intentar pasarlo bien en la medida de lo posible. Además, no había razón para no hacerlo.
Había bailado con varios de los invitados, hombres que normalmente veía en las revistas de economía y en las páginas de sociedad de los periódicos…
Habían sido encantadores con ella.
Nunca había bailado con Joe…
–¿Cansada? –le preguntó Wilmer al ver que le cambiaba el gesto de la cara.
–Sí. Un poquito –Demi esbozó su mejor sonrisa y asintió con la cabeza.
–Podemos irnos si quieres.
–Cuando quieras.
Durante el viaje en coche de vuelta a la ciudad, ambos guardaron silencio.
No había nada que decir. La velada había sido agradable, pero ya había terminado. A lo mejor incluso sería la última vez que lo vería. Eran más de la una cuando llegaron a la ciudad. El coche subió la empinada colina sobre la que vivía Demi en una casita adosada con un techo puntiagudo. Había dejado una luz encendida en su apartamento del tercer piso. Pero la luz del porche estaba
apagada. La familia que vivía en ese piso ya se había ido a la cama.
–No voy a entrar –dijo Wilmer al detenerse delante de la casa.
Ni siquiera apagó el motor.
–Buenas noche, Demi –dijo, quitando el bloqueo de las puertas. Se inclinó y le dio un beso en la mejilla–. Gracias por venir. Adiós.
Ella se le quedó mirando, sorprendida. Él siempre había sido muy
caballeroso. Siempre la acompañaba hasta la puerta… Pero antes de que pudiera decir nada, la puerta del coche se abrió por su lado abruptamente.
–Buenas noches, Valderrama –dijo una voz seca y dura.
Joe… 
Demi se volvió y se quedó mirándole. Su rostro estaba en sombras.
–Me pareció verte –dijo Wilmer–. Buenas noches, Jonas –añadió.
Joe tomó la mano de Demi y la sacó del coche.
–Buena suerte.
–La voy a necesitar –le contestó Joe a Wilmer. Cerró la puerta del coche con la otra mano, sin soltar a Demi, como si temiera que se pudiera escapar en cualquier momento.
Ella se volvió hacia él bajo la luz de la farola. Parecía cansado, demacrado, fiero… Estaba sin afeitar, con ojeras… Ella se le quedó mirando, deseando que dijera algo.
–¿Qué estás…?
–Hace mucho frío. ¿Podemos entrar?
–Yo… Sí. Claro.
Llevaba una camiseta, unos vaqueros y una chaqueta fina, muy apropiada para el sur de California, pero no tanto para San Francisco en mitad de marzo. Demi
subió los peldaños que llevaban al porche y entró en la casa. Él fue tras ella. La
escalera era estrecha y empinada.
–¿Cuánto tiempo llevas aquí? –le preguntó por encima del hombro mientras subía.
–Cinco, seis horas.
Ella se dio la vuelta de golpe y le miró.
–¿Cinco o seis horas?
Él se encogió de hombros.
–No recordaba que ibas a estar en ese maldito baile. Pensaba que ya habías terminado con él.
–¿Porque tú me demostraste que no le quería?
Demi casi le oyó apretar los dientes. No estaba segura de quererle en su apartamento si iban a empezar a discutir de nuevo. De repente él le quitó la llave de las manos, abrió la puerta él mismo…
–Después de ti.
Demi tuvo ganas de darle una patada en la espinilla, pero se aguantó. Él cerró la puerta al entrar.
–¿Por qué no me dices por qué estás aquí?
Joe no dijo nada. Caminó unos segundos por el salón y entonces se
detuvo.
–Estás preciosa –le dijo, mirándola. Sonaba como una acusación.
–Gracias –ella se quedó quieta, sosteniéndole la mirada, esperando a que dijera algo más.
–No se trata de Valderrama.
–Me alegra oír eso –por lo menos esa vez podrían discutir sobre otra cosa.
–Sabía que no te casarías con él.
Demi guardó silencio.
–¿Te casas conmigo?

martes, 1 de enero de 2013

The Last Nigh Cap.15



Danielle lavó las zanahorias y patatas que había cortado en pequeños pedazos y las metió en una gran olla. Los trozos de pollo estaban ya cociendo y había utilizado las especias con precaución. Normalmente, especiaba la sopa para darle un sabor fuerte,
pero tendría que hacerla más suave para que no le sentara mal a Kevin.
Kevin la observaba con interés, dándole conversación, preguntándole sobre la receta, sin perder detalle de lo que ella hacía. Pero cada vez que Danielle lo miraba, le parecía como si estuviera a punto de caerse de la banqueta. Él hablaba en voz muy baja y sólo su naturaleza obstinada lo mantenía en la cocina
en vez de en la cama, donde debería estar, pensó ella.
–Estás agotado, cariño –dijo ella con suavidad–. La sopa necesita una hora de cocción. Vete a la cama. Te iré a buscar cuando esté lista.
Kevin apretó los labios y la miró fingiendo irritación.
Danielle sabía que el infierno se congelaría antes de que él admitiera la derrota, pero que le agradecía poder retirarse.
–Sólo porque me has llamado cariño –dijo él.
–Era una estrategia premeditada –bromeó ella y se secó las manos en un paño de cocina. Se acercó a él–. ¿Puedes ir solo a la cama?
Kevin bajó la mirada.
–Claro. Pero sería más divertido si me ayudaras.
Danielle no pudo estar segura de si lo decía en broma.
Lo cierto era que Kevin parecía débil y se estaba
quedando cada vez más pálido. Temió que él estuviera
sobreestimando sus fuerzas.
–De acuerdo, te ayudo.
Kevin se puso en pie y pasó un brazo por encima del hombro de ella para apoyarse. Siguiendo sus instrucciones, Danielle lo condujo hasta la habitación que había en la otra punta del pasillo. Unas puertas dobles daban a un enorme dormitorio. Había una
chimenea de piedra frente a la cama, que era gigante. Una televisión de pantalla plana extra grande cubría una pared y unas puertas francesas daban a un balcón con impresionantes vistas de Houston. Danielle se contuvo para no comentar nada. Era obvio que Kevin había progresado mucho en los negocios. Todo lo que tenía denotaba una gran riqueza. 
Había conseguido sus objetivos. Había logrado el éxito. En parte, ella tuvo deseos de llorar, por lo que él había sacrificado sin darse cuenta. Por el amor que había dejado atrás para conseguir
el éxito y por haber roto su juramento.
Hubo un momento de desagradable silencio cuando llegaron a la cama de él, bellamente tallada.
¿Sería ése el lugar donde sellarían su acuerdo de divorcio la semana siguiente?, no pudo evitar preguntarse Danielle.
Ella suspiró y se apartó de Kevin.
–Aquí estás –dijo Danielle–. Es mejor que vaya a vigilar la sopa. Descansa un poco, ¿de acuerdo?
Kevin se quitó la camisa y la dejó caer despacio.
Se quedó de pie junto a la cama con vaqueros y descalzo, con el pelo revuelto y una barba incipiente que le hacía muy sexy.
«Santo cielo», pensó Danielle, y se quedó sin respiración.
Su marido era imponente, musculoso y atractivo a pesar de estar tan débil.
Danielle meneó la cabeza y salió de la habitación.
Recordó cómo Kevin le había abierto la puerta de su casa, con gotas aún cayéndole por el vello del pecho. Ella había tenido deseos de lamerle cada una de esas gotas y de ponerle las manos encima
para acariciarlo una y otra vez.
–Quítate esos pensamientos de la cabeza, Danielle–susurró mientras volvía a entrar en la cocina–. Y no te atrevas a enamorarte de Kevin Novak de nuevo.

Parada delante de la cocina, Danielle removió la sopa. Cada vez que hacía esa sopa, pensaba en lo dulce que había sido su abuela, que le había enseñado paso a paso cómo prepararla. Lo que distinguía esa sopa de las demás eran el tomate natural
triturado y la taza de vino tinto que se le añadían durante los últimos veinte minutos de cocción. Era el ingrediente secreto de su abuela y el sello de su receta.
Danielle no había cocinado esa sopa desde que Kevin y ella habían roto. Pero, en ese momento, recordó a su abuela Flo en la cocina, y ella ayudándola a mezclar los ingredientes, y una sensación de
agradable calidez la invadió. El aroma a orégano, albahaca, tomate fresco y cebolla llenaba la cocina, transportándola a los momentos felices de la infancia.
Y se lo debía a Kevin. No se alegraba de verlo enfermo,
pero había echado de menos cocinar para alguien, algo que le producía gran satisfacción.
–Ya está –dijo Danielle, removiendo la sopa una última vez para dejarla cocer a fuego lento.
Danielle miró a su alrededor en la cocina, preguntándose qué podía hacer a continuación. Ya había limpiado lo que había manchado al hacer la sopa.
Siguiendo un impulso, se fue a la habitación de Kevin y miró a través de la rendija de la puerta que había dejado abierta antes.
Kevin dormía.
Era buena señal, pensó. Lo que no era buena señal era que se sintiera tan atraída por él al verlo tumbado en la cama, casi desnudo, con sólo unos vaqueros. Sintió una necesidad incontrolable de cuidarlo y de hacer el amor con él.
Con rapidez, Danielle se apartó de la puerta.
–No pienses eso –susurró, hablando sola.
A continuación, la curiosidad la impulsó a husmear en las demás habitaciones de la casa, buscando señales de… ¿qué? ¿Otra mujer? Algo que pudiera darle pistas de lo que Kevin había hecho durante los últimos cuatro años.
Amargamente, Danielle admitió que Kevin no podía haber permanecido célibe durante tanto tiempo. Se preguntó cuántas aventuras habría tenido. ¿A cuántas mujeres habría invitado a su casa para admirar las vistas?
Danielle entró en el estudio y se fijó en un suave sofá de color marrón claro, el único mueble que tenía un aspecto acogedor. El escritorio de caoba estaba lleno de carpetas y papeles. Caminó hasta la ventana, detrás del escritorio, para admirar las vistas de
Houston y se imaginó a Kevin girándose en su silla para tomarse un respiro y mirar por la ventana.
–Qué bonito –dijo.
Se dirigió hasta una estantería de pared y tomó unas cuantas fotos enmarcadas de una balda. En todas ellas estaba Kevin con uno o más de sus amigos: 
Joe y Kevin en el campo de golf y Nick, Zac, Joe y Kevin en la pista de tenis. Observó  la foto de Kevin con Demi y Joe, los tres sonriendo a la cámara, felices.
Luego, tomó una foto de Kevin con sus padres en la ceremonia de su graduación en la Universidad de Texas. Vestido con túnica y gorro, parecía muy seguro de sí mismo. Danielle percibió en sus ojos un brillo de resolución que indicaba que nada lo detendría a la hora de lograr sus objetivos. ¿Había estado tan cegada por el amor que no había reparado en esa cualidad de su marido antes?, se preguntó.
¿O acaso había creído que ella no sería víctima de su persistencia y tenacidad?
Danielle había estado en aquella fiesta de graduación y, en algún momento, había posado con Kevin y sus padres para una foto. Pero esa foto habría desaparecido, pensó, su marido la habría tirado
cuando se había marchado. Según Kevin, ella lo había abandonado. Según ella, había sido cuestión de supervivencia.
Danielle suspiró, invadida por la nostalgia y la tristeza.
Recordó cómo los dos habían celebrado la graduación esa noche.
En la cama.
Y haciendo planes de futuro.
En ese momento, se preguntó quién haría planes de futuro con Kevin cuando volviera a estar soltero. Su curiosidad no hizo más que aumentar y entró en los otros dos dormitorios de la casa. Vio, con gran alivio, que no había ninguna foto de Kevin con otra mujer. Se atrevió, incluso, a mirar dentro de los armarios, sintiéndose culpable por husmear, pero la curiosidad le impedía contenerse.
Regresó a la cocina y removió la sopa de nuevo. Parecía que ya estaba lista. Cerró los ojos, disfrutando del sabroso aroma. Sin embargo, no pudo quitarse de encima la sensación de que había descubierto más cosas sobre sí misma que sobre Kevin
en su pequeña incursión por la casa.
Le preocupaba mucho el alivio que había sentido al no ver indicios de presencia femenina en la casa. Se mordió el labio y decidió que era mejor que se fuera de allí cuanto antes.
–Qué bien huele por aquí.
Danielle se giró de golpe. Kevin estaba en la puerta, descalzo y en vaqueros. Por suerte, observó ella, se había puesto una camiseta que le cubría aquel pecho tan apetecible.
–La sopa está lista. Estaba a punto de llevarte un tazón.
–¿Es que no vamos a cenar en la cama? –preguntó él, arqueando las cejas con gesto encantador.
–Ya veo que has recuperado tu sentido del humor –observó ella–. ¿Cómo te encuentras?
Kevin se tomó unos segundos para responder.
–Descansado. Es el mejor sueño que he echado en dos días.
–Debe de ser por los poderes de la sopa –comentó Danielle, sacando un tazón de un armario.
Kevin se rascó la cabeza.
–Los poderes de algo.
Los dos se miraron a los ojos en medio de la cocina.
Los ojos de Kevin eran tan penetrantes que Danielle se sintió a punto de hervir, como la sopa que había preparado.
Ella se esforzó en mantenerse ocupada, cortando rebanadas de pan que había comprado en la panadería de la esquina. Le sirvió a Kevin un tazón de sopa y una gruesa rebanada de pan.
–Tengo que irme –dijo ella.
Kevin no dejó de mirarla a los ojos. Caminó hasta el armario y agarró otro tazón.
–¿Es que tienes una cita esta noche?
Danielle soltó una carcajada nada femenina.
–Sí, con mi libro.
–Pues quédate. Tómate una sopa conmigo. Me gustaría tener compañía.
Atontada, Danielle observó los ágiles movimientos de Kevin en la cocina. Antes de que ella pudiera darse cuenta, él le había servido un tazón de sopa con otra rebanada de pan.
Kevin llevó ambos platos al salón y los colocó sobre una mesa.
–Seguro que no adivinas lo que están poniendo en la televisión ahora mismo.
Danielle gimió. Una vez más, no iba a poner resistirse
a Kevin. Lo siguió hasta el salón.
–La hora de James Bond –respondió ella.
Kevin apretó los botones del mando a distancia y empezó a sonar la música de James Bond, mientras una imagen de 007 llenaba la pantalla.
–Oh, vaya, tenía muchas ganas de terminar de leer ese libro esta noche.
Kevin sonrió y se sentó en el sofá de cuero, acomodándose.
A Danielle le encantaba Bond. A los dos les gustaba.
Por eso, cuando Kevin palmeó el asiento a su lado, ella no titubeó, la tentación era demasiado grande. Se sentó a su lado y, juntos, vieron la película y disfrutaron de la deliciosa sopa caliente de
la abuela.

The Last Nigh Cap.14




Los dos días siguientes, Danielle echaba humo. Kevin no la había llamado. Ella sabía que debería alegrarse porque le diera un respiro, pero pensaba que todo aquello era una pérdida de tiempo. Kevin
le había obligado a quedarse en Houston dos semanas para conseguir su firma. Ella había cambiado toda su agenda por él. Había hecho mil llamadas a su escuela de baile para solucionar problemas y tomar decisiones de trabajo desde su habitación de hotel en vez de estar donde hacía falta.
Se miró al espejo y se tocó el pelo rizado, colocándose cada mechón en su sitio con los dedos mientras intentaba decidir si salir a cenar o llamar al servicio de habitaciones. Estaba demasiado furiosa
y pensó que lo mejor sería salir a tomar un poco de aire fresco. Justo cuando iba a agarrar el bolso, sonó el teléfono.
Lo miró un largo rato, debatiéndose entre responder
o no. Al fin, descolgó el auricular.
–¿Hola?
–Hola, Danielle.
Danielle hizo una mueca cuando escuchó a Kevin al otro lado de la línea. Deseó haber seguido su instinto y no haber respondido el teléfono. La voz de él sonaba extraña y distante, como si estuviera
llamando desde una cueva.
–¿Dónde estás?
–En casa. ¿Sigues haciendo esa sopa de pollo tan rica?
–¿La receta de mi abuela? Sí, ¿por qué? –preguntó Danielle. Entonces, lo entendió. Kevin no parecía el mismo. De hecho, nunca lo había escuchado tan desanimado. Ella sumó dos y dos–. ¿Estás enfermo?
–Eso podría decirse –susurró él.
–¿Muy enfermo?
–Llevo dos días y dos noches en cama. Me estoy volviendo loco.
Danielle se sintió culpable y se avergonzó de haber pensado tan mal de Kevin. Había pensado que él estaba jugando con sus sentimientos al decirle que la llamaría y no hacerlo.
–¿Tienes fiebre?
–Treinta y nueve.
Vaya, pensó Danielle, y se enterneció al instante.
–¿Has comido?
Sin duda, un millonario tendría alguien que cocinara para él y que le limpiara la casa, pensó.
–Ayer comí algo. No tengo mucho apetito. Pero me apetece mucho la sopa de tu abuela.
Danielle respiró hondo. No era la enfermera de Kevin, pero seguía siendo su esposa. Y él no se lo pediría si no lo necesitara de veras. Recordó que Kevin odiaba estar enfermo, que nunca se tomaba
un día libre para guardar cama y que era el peor paciente del mundo.
–Tomaré un taxi e iré para allá.
–Te he mandado un coche. Puedes parar de camino y comprar las cosas que necesitas. El chófer llegará en cualquier momento.
Danielle suspiró.
–Kevin, ¿cómo sabías que iba a ir?
–No lo sabía –repuso él con un hilo de voz. Danielle se sintió mal por haberle hablado en tono de reprimenda.
–Pero no había perdido la esperanza –añadió
él.
Kevin se sintió mejor nada más saber que Danielle iba de camino. No sabía qué le había pasado, pues rara vez enfermaba, pero se había sentido muy mal después de haber llevado a Danielle al hotel tras el partido de los Astros. Se había pasado los dos días siguientes en cama, a pesar de que odiaba estar enfermo.
Le había subido la fiebre y se había quedado sin un ápice de energía. Ese día, se había levantado y había trabajado desde su despacho en casa hasta que no había podido mover ni un músculo.
Había vuelto a acostarse, maldiciendo su suerte. Y no había podido dejar de pensar en Danielle.
Lo cierto era que, desde que ella había vuelto a Houston, había ocupado todos sus pensamientos, reconoció para sus adentros. Su plan de venganza estaba funcionando a la perfección. Quizá demasiado bien, porque se había pasado los dos últimos días soñando con ella y recordando su expresión cada vez que habían llegado al orgasmo juntos en el pasado. Esperar a tener una sola noche de sexo estaba siendo muy difícil para él, pero estaba disfrutando de cada minuto de tortuosa espera.
Esa noche, Kevin pensaba hacer una tregua. No podía aprovecharse de Danielle cuando ella se había mostrado tan dispuesta a ayudarlo. Sin embargo, no se sentía culpable por la pequeña mentira que
le había dicho para convencerla de que fuera a verlo.
Había dejado de tener fiebre antes de llamarla y se sentía mejor que hacía dos días. Pero no le había mentido respecto a lo de la sopa. Deseaba ver a Danielle en su cocina, preparándole la sopa de pollo
de su abuela. Era la mejor manera de hacer que fuera a su casa, pues no pensaba que ella hubiera aceptado de otra manera. ¿Pero por qué diablos se imaginaba a Danielle en una escena doméstica en la cocina de su casa en vez de entre las sábanas de seda de su cama? Era un misterio para él. Kevin se dio una ducha, esperando deshacerse del todo de la fiebre y recuperar un poco el color.
Se enjabonó y el chorro de agua le hizo sentir mejor. Se lavó el pelo, pues llevaba dos días sin hacerlo, y después de cerrar el grifo, se puso una toalla a la cintura y salió de la ducha, cansado. Llevaba dos días sin hacer ninguna actividad física. Se miró al espejo y soltó una imprecación.
–Tienes muy mal aspecto, Novak –se dijo, mirando
a su reflejo–. Y estás muy pálido.
La barba ocultaba un poco su mal aspecto, así que decidió no afeitarse. Después de ponerse los calzoncillos y unos vaqueros cómodos, se puso una camisa negra pero no se sintió con fuerzas para abotonársela. Cuando sonó el timbre de la puerta, caminó hasta ella con las piernas todavía débiles.
Abrió la puerta y se encontró con Danielle, que sostenía una bolsa con verduras.
–Hola, Kevin.
De inmediato, Danielle posó la mirada en el pecho desnudo de él, que se veía por la camisa abierta. A Kevin se le aceleró el corazón al percibir deseo en su mirada. El fuego del deseo lo incendió con más fuerza que la fiebre. Entonces, ella parpadeó y levantó
la vista a su cara. Pronto haría que lo mirara con deseo de nuevo, se dijo él. Pero, por el momento, lo único que podía hacer era ofrecerse a llevarle la bolsa de verduras.
–Eres mi salvación. Me alegro de que hayas venido, Danielle.
–Yo… bueno, sí. Te haré la sopa y te dejaré descansar.
Deberías estar acostado.
–He estado en cama. Es aburrido. Y solitario.
Danielle arqueó las cejas.
–Me las apañaré sola para hacer la sopa. Dime dónde está la cocina.
Kevin le posó la mano en la delicada curva de su espalda y se preguntó qué habría hecho ella ese día, vestida con una blusa sin mangas de encaje negro y pantalones blancos. ¿Habría él interrumpido sus planes para la noche?
–Vamos. Te enseñaré dónde está.
Danielle miró a su alrededor mientras iban a la cocina.
A Kevin le gustaba su casa, que había decorado él mismo, pero imaginó que a Danielle no le gustaría.
Demasiados ángulos, demasiado granito negro para el gusto de ella. No había nada femenino en aquel piso.
–Es un sitio bonito –comentó Danielle con cortesía–. Grande. ¿Cuántas habitaciones tiene?
–Siete –respondió él y se encogió de hombros–. Es mi hogar.
Cuando llegaron a la cocina, Kevin dejó la bolsa sobre el mostrador de granito. Danielle miró hacia los utensilios de cocina de acero inoxidable, inmaculados, y asintió.
–O no cocinas mucho o tienes una empleada
de hogar que limpia a la perfección.
Kevin sonrió y le dolió la cara al hacerlo. Llevaba
dos días sin sonreír.
–Ambas cosas. Sé que la cocina parece estéril.
Suelo comer fuera o traigo comida preparada. Ya sabes que no soy buen cocinero.
–Sí, lo recuerdo. Los huevos cocidos son tu especialidad
–observó ella y sonrió–. Pensé que igual habías aprendido.
Kevin se sentó en una de las banquetas que había frente a la isla de la cocina y se quedó contemplando a Danielle.
–Algunas cosas han cambiado, pero no mis habilidades
culinarias. Sigo siendo un desastre en la cocina, pero hay otras cosas que sí se me dan bien.
Danielle parpadeó, sonrojándose un poco, y se frotó las manos en los pantalones.
–De acuerdo, me pondré manos a la obra.
Danielle sacó las verduras de la bolsa y empezó a preparar las cosas, abriendo y cerrando cajones de la cocina hasta reunir todos los utensilios que necesitaba.
–¿Vas a quedarte ahí mirándome?
Kevin asintió.
–A menos que necesites mi ayuda.
Cielos, esperaba que no la necesitara, se dijo Kevin.
Se había sentado porque aún notaba las piernas muy débiles. Se había sentido mejor después de la ducha pero, a medida que pasaba el tiempo, las fuerzas comenzaban a fallarle de nuevo.
–No, éste es un trabajo que puedo hacer sola –afirmó Danielle y sonrió antes de ponerse a hacer la sopa–. Tú mira y aprende.


The Last Nigh Cap.13


–¿Entonces vas a venir a la boda de Joe y Demi
conmigo?
Danielle se volvió hacia Kevin antes de entrar en su habitación de hotel. Él estaba muy cerca, pegado a ella junto a la puerta. Danielle tenía el rostro aún sonrosado por el placer que le había dado en el lago y él seguía teniendo su sabor en los labios.
–¿Intentas manipularme? –preguntó ella.
Kevin hizo una mueca y fingió que le estuviera
clavando un puñal en el corazón.
–Me matas, Danielle.
Danielle se mordió el labio inferior, indecisa. Kevin había estado a punto de ebullición en el lago, recordó.
Había hecho todo lo posible para no hacerle el amor en aquella mesa de picnic. El deseo y el sexo hacían una combinación explosiva.
–¿Por qué quieres que vaya?
Kevin ladeó la cabeza y habló en tono serio.
–Al margen de lo que haya pasado entre nosotros dos, Joe siempre ha sido tu amigo. Sé que a él le gustaría que asistieras.
–¿Y tú por qué quieres que vaya? –preguntó Danielle,
mirándolo a los ojos.
–Sospechas mucho de mí.
–¿Acaso no estoy en mi derecho? Después de todo, me estás chantajeando.
–No es chantaje, Danielle. Hemos hecho un trato.
Y esta noche te he pedido que asistas a la boda de un buen amigo. Es así de sencillo.
Kevin quería tenerla entre sus brazos esa noche y quería pasar con ella el mayor tiempo posible esas dos semanas. Le sorprendió darse cuenta de lo mucho que ella le importaba.
Danielle, al fin, se rindió.
–De acuerdo. Iré a la fiesta. Joe es un buen hombre.
Kevin asintió y se alegró de que hubiera cambiado de idea.
–Buenas noches, Danielle.
Se acercó y posó los labios sobre los de ella, disfrutando
de su suavidad y frescura.
–Lo he pasado muy bien esta noche.
Danielle cerró los ojos un instante. Recordó cómo había gemido mecida por el orgasmo.
–Kevin… Quizá no deberíamos…
Él se inclinó y la besó de nuevo, sin dejarle hablar.
–Nos vemos mañana.
Danielle lo miró a los ojos y ladeó la cabeza, como si intentara comprender a su esposo. Tras verlo marchar, cerró la puerta de su habitación.
Kevin condujo hasta su casa. Se quitó las ropas de inmediato y se dio una ducha helada. El agua fría lo calmó, sosegando su excitación. Pero no pudo dejar de visualizar sensuales imágenes de
Danielle. No era fácil sacársela de la cabeza.
Quería hacerle pagar por haberlo abandonado.
Quería engatusarla y hacer que se rindiera a sus encantos. De alguna manera, lo estaba consiguiendo.
Pero Danielle siempre había sido lista. Tenía razón al desconfiar de él. El único problema era que él también tenía que pagar un precio por su plan.
La deseaba.
Después de secarse, Kevin se acercó al mueble bar y se sirvió dos dedos de bourbon. Se apoyó en el mostrador de granito negro y levantó el vaso en señal de brindis.
–Por ti, Danielle. Serás mi esposa sólo unos días más.
Después de su encuentro en el lago con Kevin, Danielle se dijo que estaba jugando con fuego y se juró guardar las distancias con su esposo hasta la boda de Joe y Demi. Era mucho mejor así, se
dijo. Necesitaba mantener la perspectiva y recordar por qué había ido a Houston.
Consiguió ser fiel a su decisión durante doce horas exactamente, hasta que Kevin llamó a su puerta a media mañana, con el uniforme del equipo de béisbol de los Astros. Ella lo miró atónita, fijándose
en su camiseta roja y en la gorra con el logo oficial del equipo. Con una amplia sonrisa, sostenía en la mano dos entradas para el partido
que iba a haber esa tarde.
Cuando Danielle comprendió lo que Kevin se proponía, no pudo rechazar su invitación. Ella era seguidora del equipo de béisbol de Houston desde los días del instituto. Ir a ver uno de sus partidos le
pareció todo un lujo, doblemente exquisito porque iría acompañada de Kevin.
Al llegar al estadio, se sentaron detrás de la base del bateador, comiendo un perrito caliente y bebiendo un refresco.
–¿Quieres otro? –preguntó Kevin, después de tragarse dos perritos de un bocado.
–No, pero si me pasas esa bolsa de cacahuetes, seré feliz.
Kevin sonrió y le puso la bolsa sobre el regazo.
–Aquí tienes, pequeña.
Comieron juntos cacahuetes, abuchearon las malas jugadas, aplaudieron las buenas y saltaron de sus asientos cuando un jugador de los Astros marcó un tanto. Kevin se excusó un momento y,
cuando regresó, le entregó a Danielle una gorra roja con una gran estrella en el frente y una camiseta de los Astros.
–¡Gracias!
Danielle se puso la camiseta encima de la blusa y se acercó para darle un beso en la mejilla.
Kevin volvió la cabeza hacia ella y recibió el beso en la boca. Él sabía a mostaza, a soda y a sol y su beso duró más tiempo del esperado. Él la tomó entre sus brazos y, como dos adolescentes, se dejaron llevar.
–¡Eh, marchaos al dormitorio!
El grito provino de unas filas más atrás y Kevin sonrió al apartar su boca de la de ella.
–No es mala idea.
–¡Oh!
Danielle se enderezó en su asiento, sonrojándose en un segundo. Se negó a mirar a Kevin durante unos minutos, pero lo oyó reír varias veces.
Los Astros ganaron el partido y, con los ánimos exaltados, Danielle y Kevin pasearon de la mano por el estadio hasta que la multitud se hubo dispersado. Danielle se detuvo en el vestíbulo Grand Union, la famosa entrada del estadio, que se remontaba a los primeros días de Houston.
–¿Recuerdas cuando construyeron el estadio?
–Sí. El tráfico estuvo colapsado durante meses.
Danielle lo miró.
–Pero tú pensabas que era genial que utilizaran Grand Union como entrada.
–Lo sigo pensando. Hace que mucha gente vaya al centro de la ciudad. Desde el punto de vista de los negocios, es una gran idea.
–Hablando de negocios, ¿cómo has conseguido
no ir a trabajar hoy?
Cuando vivían como marido y mujer, Kevin habría preferido cortarse un brazo antes que perder un día de trabajo.
–Esta noche recuperaré el tiempo. Tengo un buen montón de papeles que revisar.
Danielle no se sorprendió. Él nunca dejaría abandonado
su trabajo, ni siquiera por un día. En el pasado, había habido veces que Kevin no se había acostado hasta las dos, como si el ordenador hubiera sido más excitante que ella. Por la mañana, ella solía levantarse y descubrir que él ya se había marchado.
Danielle recordó aquellas noches y aquellos días tan solitarios. Los recuerdos la perseguían, impidiéndole disfrutar de ese agradable día.
Siguió callada hasta que Kevin la llevó de regreso al hotel. Decidió que era mejor no invitarlo a entrar.
–Me he divertido mucho. Gracias por la invitación.
Con voz tensa, Danielle intentó ocultar su estado de ánimo con una pequeña sonrisa.
Kevin no pareció percatarse de su cambio de humor.
–Yo también. Hacía años que no iba a ver un partido.
–¿Porque estabas muy ocupado?
Kevin sopesó su pregunta, observándola.
–Ya he aprendido a delegar el trabajo, Danielle –repuso
él con tono serio–. No había ido a ningún partido porque… diablos, ¿es que vas a hacérmelo decir?
Danielle parpadeó, confusa.
–¿Decir qué?
Kevin meneó la cabeza y maldijo.
–Porque es lo que solía hacer contigo.
–Ah –replicó ella, sin estar segura de comprender.
–Fui unas cuantas veces con mis amigos –admitió
Kevin. Entonces le bajó a Danielle la gorra, tapándole los ojos–. Pero no están tan guapos como tú con la gorra puesta.
Antes de que Danielle pudiera reaccionar, se inclinó y la besó en los labios, haciendo que el beso que habían compartido en el estadio se quedara pequeño. Después de cinco minutos besándose ante la puerta de la habitación, él se apartó e intentó recuperar el aliento.
–Es mejor que me vaya. Te llamaré mañana.
Danielle se quedó petrificada ante la puerta, sin estar
segura de si se alegraba porque él se fuera o si la enfurecía que, una vez más, su trabajo estuviera antes que ella.
¿Qué más daba, de todos modos?
Pronto sería la ex esposa de Kevin Novak y lo que él hiciera o dejara de hacer no tenía por qué importarle.
Aferrándose a ese pensamiento, se fue a la cama, intentando no pensar cuándo volvería Kevin a llamar.


Irresistibly Charming cap.22

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–Siento que pienses tan mal de mí –dijo con voz calmada, a pesar del temblor de su interior–. Estaba siendo sincera con mi propuesta y no hipócrita. Creo que no puedes culparme por sugerir una relación estrictamente sexual cuando me dijiste que no podías ofrecerme otro tipo de compromiso. Pero ahora me doy cuenta de que ese acuerdo no me gustaría, ni siquiera por una noche. Es
mejor que lo demos por terminado hoy y así podrás seguir con tu vida y yo con la mía. Espero que la próxima vez que conozca a un hombre, quiera algo más que una relación esporádica.
Nick apretó los labios al oírla rechazar su proposición. Había pensado que no se negaría, teniendo en cuenta que había admitido estar loca por él. Se había imaginado que sería él el que controlara la situación y que ella no dejaría de suplicarle más. Eso era lo que quería, tener a Miley en sus brazos, desnuda y ansiosa, pero con sus condiciones, no las de ella. Un hombre tenía su orgullo.
–Muy bien, terminaremos hoy.
Fue como un golpe físico para Miley. Tuvo que esforzarse por no llorar.
¿Qué había hecho? De repente, le parecía mejor una noche con él que aquel vacío.
–Dejaré que te ocupes de mandarme a otro abogado con el que reunirme los viernes –dijo él con amargura–. Me da igual la excusa que pongas.
–De acuerdo.
–Y ahora, si no te importa, no quiero seguir hablando –anunció y encendió la radio, a la vez que apretó un botón para que el techo se cerrara.
Miley sintió que el corazón se le encogía. El cierre del techo era el anuncio de que todo se había acabado.
Rápidamente, giró la cabeza hacia la ventanilla para que Nick no la viera llorar.
Empezó a llover al poco de abandonar la autopista.
Era un chispeo gris que parecía reflejar los sentimientos de Miley. Quería decir algo para romper aquel horrible silencio, pero no encontraba el coraje para hablar.
¿O era el sentido común lo que la hacía permanecer callada?
Sospechaba que, si abría la boca, sería para disculparse en primer lugar y luego para aceptar lo que Nick le proponía para que no la dejara en la puerta de su casa. La idea de no volver a verlo le resultaba terrible, por lo que empezó a preguntarse si se habría enamorado de él. No parecía probable, pero ¿por qué si
no se sentía tan triste? Era imposible que la lujuria siguiese guiando sus sentimientos.
Mientras seguía especulando con el motivo de su desesperación, sus ojos se fijaron en cómo las manos de Nick abrazaban el volante. Tenía las manos grandes y los dedos largos y fuertes. Con razón había sido un buen portero de fútbol. Pero nada de eso importaba a Miley.
Lo único en lo que podía pensar al mirarlas era en lo cálidas y expertas que habían sido al acariciarla.
Todavía podía sentirlas sobre su cuerpo.
Sintió un fuerte deseo y se estremeció. Su vientre se contrajo, al igual que sus pezones.
«Al menos ahora lo sé», se dijo mientras la sangre ardía en sus venas.
Se sonrojó y la piel se le puso de gallina. No era amor, tan solo deseo.
A punto estuvo de morirse de la vergüenza cuando la miró en ese preciso instante. Era imposible ocultar lo que su rostro evidenciaba. No podía hacer nada por disimular que estaba desesperada por él.
Nick no dijo nada. Se quedó mirándola unos segundos antes de volver la atención a la carretera.
Pero Miley reparó en que los nudillos le blanqueaban y se percató de que estaba tenso. Sabía lo que ella quería y él quería lo mismo.
No dijeron ni una palabra cuando detuvo el coche ante su casa. Ambos salieron en silencio y Nick la ayudó a llevar sus cosas hasta el porche. Miley se sorprendió al no ver a Rambo aparecer. Probablemente estaría durmiendo en la mecedora del vecino, algo que le gustaba hacer cuando ella no estaba. Una vez abrió la puerta, se giró hacia Nick, tan asustada porque se fuera como porque se
quedara.
–Nick, yo…
–Cállate –dijo él.
Su rostro y sus ojos parecían atormentados al dejar todo lo que llevaba en la barandilla y empujarla hacia el pasillo, cerrando la puerta con el pie.
No tenía sentido negarse ni protestar porque lo que Miley quería que hiciera, era lo que iba a hacer. El temblor ya había empezado en su interior.
«Sí, sí, abrázame contra la pared. Bésame hasta que no pueda pensar. Arráncame la ropa y hazme tuya».
–Cielo santo –gritó cuando por fin la penetró.
Fue un encuentro rápido e intenso más allá de todo sentido común.
Miley no podía dejar de jadear mientras aumentaba en ella la pasión. Él alcanzó el orgasmo y sus espasmos provocaron que ella lo hiciera a continuación.
La sensación fue tan intensa que Miley empezó a sollozar y dejó caer los brazos a los lados mientras las piernas empezaban a temblarle. Podía haberse caído al suelo si Nick no la hubiera estado sujetando. 
–Oh, Miley. Lo siento, lo siento mucho.
–Está bien –consiguió decir entre sollozos.
–No –dijo él, tomándola por los hombros–. No está bien. Lo que acabo de hacer no ha estado bien. Ha sido un error –añadió mirándola a los ojos.
La angustia que veía en él la obligó a controlar su llanto para asegurarle que no la había violado, si era eso lo que pensaba. En ningún momento había intentado evitarlo ni había dicho que no.
–Es tan culpa tuya como mía, Nick –dijo, sin poder controlar su voz.
–No estoy de acuerdo –dijo subiéndose la cremallera de los pantalones, antes de ayudarla a recoger su ropa–. Te he forzado. No he usado protección. ¿Y si te quedas embarazada? Deberían ponerme contra la pared y fusilarme.
–No me has forzado, Nick. Quería que hicieras lo que has hecho. Lo he disfrutado y lo sabes.
Él se quedó mirándola fijamente.
–Te aseguro que las posibilidades de que me quede embarazada –continuó Miley– son remotas. Mi ciclo menstrual es regular y tendré la regla el miércoles. En ese sentido, estamos seguros. A menos que temas que pille otra cosa que no sea un bebé.
No tenía sentido ignorar que tenía una amplia colección de amantes a sus espaldas. Quizá antes había tenido sexo sin protección con alguien no tan segura como ella.
–Tienes mi palabra de que tu salud no está en peligro conmigo. Nunca antes había practicado sexo sin protección. Es la primera vez, créeme.
–¿De verdad? –preguntó Miley sin poder evitarlo.
Al ver que asentía, sonrió. Le resultaba halagador hacer sido la primera mujer con la que perdía el control de esa manera.
–Sí, ya me doy cuenta –dijo Nick ladeando la cabeza–. Ya sé que no te importa si me quedo a pasar la noche.
–Yo… eh… Lo cierto es que confiaba en que fuera más de una noche – afirmó, consciente de que era incapaz de despedirlo.

Irresistibly Charming cap.21



Tu familia no está tan mal –fue lo primero que le dijo Nick mientras se alejaban de la casa.
Miley suspiró.
–Han sido muy agradables este fin de semana –admitió–, pero todo se debe a tu presencia. Has tenido a mi abuela comiendo de tu mano. ¿Qué demonios le dijiste durante el paseo? Parecía mucho más contenta que ayer.
–Apenas dije una palabra. Ella fue la que habló durante casi todo el tiempo. Me dijo por dónde ir y seguí sus indicaciones. Me enseñó el pueblo y la iglesia, la que está junto a los jardines de Hunter Valley. Por cierto, me pidió que te dijera que es allí donde quiere que se celebre su funeral.
–Vaya por Dios.
–No se puso sentimental, tan solo estaba siendo práctica.
–Pero ya no se va a morir. Tardará años en hacerlo.
¿Qué más te dijo? ¿Te preguntó cuándo íbamos a comprometernos?
–No directamente, pero sí me dijo que en esa iglesia se celebraban muchas bodas.
–¿Y qué dijiste?
–Nada, que lo recordaría.
–Debiste de decirle algo para que estuviera tan contenta contigo.
–Le prometí venir a la fiesta por su ochenta cumpleaños en noviembre.
–Oh, no. ¿Crees que ha sido una buena idea?
–No veo por qué no.
–Quiero decir que quizá no duremos tanto.
La conversación con Demi le había hecho darse cuenta de que no debía hacerse ilusiones.
–Mis novias suelen durarme algo más de dos meses.
Miley trató de mantenerse fría, pero le resultó difícil puesto que su corazón latía feliz.
–¿Quieres decir que pretendes que nuestra relación sea pública?
–¡Por supuesto! ¿Qué habías imaginado, que te mantendría en secreto?
Miley no podía decirle la verdad, que había estado imaginándose
precisamente eso.
–Supongo que sí. No soy una mujer guapa y glamurosa como con las que sueles salir.
–Dios mío, Miley, ¿te miraste al espejo anoche? Estabas tan guapa y glamurosa como cualquiera de mis novias.
–Pero sabes muy bien que no suelo vestirme así.
–No hay razón para que no lo hagas. Lo único que tienes que hacer es ir a comprar ropa nueva y maquillarte de vez en cuando.
–La gente del trabajo se preguntará qué me ha pasado.
–¿De verdad te preocupa lo que piensen?
–Sí –admitió ella.
El resultado de aquel cambio radical iba a traer consecuencias. No quería que sus colegas se rieran de ella a sus espaldas. No quería quedar como una estúpida cuando les dijera que Nick había dejado de ser su cliente porque estaba saliendo con él. Todos sabían cómo era. Las mujeres habían comentado en muchas ocasiones que era un rompecorazones.
–No, Nick–dijo Miley al cabo de unos segundos y se sorprendió a sí
misma.
–¿No qué? –preguntó sorprendido.
–No quiero comprar un vestuario nuevo y no, no quiero ser tu novia. De pronto, se hizo un silencio tenso en el coche.
Miley vio que los nudillos de Nick blanqueaban mientras se aferraba al volante.
–No hablas en serio –dijo por fin, con una nota de incredulidad.
–Claro que sí.
–¿No quieres volver a dormir conmigo?
–No he dicho eso.
Nick se quedó sorprendido, aunque no tanto como ella al oír en voz alta sus pensamientos. Era ella la que quería mantener su relación en secreto y no al contrario.
–No puedes estar diciendo lo que creo que estás diciendo –dijo él, no muy contento al verse relegado al papel de amante secreto.
Una vez asumido el shock de su sugerencia, Miley descubrió que la idea le gustaba. ¿Qué mejor manera de protegerse del dolor y la humillación que manteniendo su aventura estrictamente sexual y en secreto, además de breve?
Decidió que una o dos semanas sería suficiente para saciar el deseo que seguía ardiendo en ella.
Sería tiempo suficiente para satisfacer la curiosidad que sentía por las cosas eróticas que Nick quería enseñarle.
–Será la mejor solución –dijo, sintiéndose exultante por haber tomado el control de su destino– . Eres un gran amante, Nick, probablemente el mejor que tenga en mi vida. Por eso quiero disfrutar un poco más de tu increíble talento en la cama. Pero ambos sabemos que no puedes darme lo que quiero, un marido y una familia. A eso hay que añadir que ya soy mayorcita.
Sinceramente, ser tu novia, aunque sea tan solo por unos meses, es
malgastar el tiempo. Lo cierto es que quiero disfrutar del sexo contigo, pero no por mucho más tiempo. Un par de semanas más estaría bien. Me doy cuenta de que mi propuesta puede herir tu ego, pero piensa en el lado positivo: no tendrás que llevarme a ningún sitio ni invitarme a cenar a restaurantes caros.
No tendrás que conocer a mis amigos. Lo único que tendrás que hacer será…
–¡Ni se te ocurra usar esa palabra! –exclamó Nick.
–Solo iba a decir «echar un polvo».  
Lo cierto era que iba a decir «hacerme el amor».
–Esa expresión también la odio.
–¿Te estás poniendo susceptible? Lo dice un hombre que no tuvo reparos en decirme que lo único que le interesaba era el sexo. ¿Cómo prefieres llamarlo?
–Preferiría que te convirtieras de verdad en mi novia.
Miley apretó los labios para evitar caer en la tentación de decir que sí.
–Lo siento, no puedo hacerlo.
–¿Lo sientes? no creo que lo sientas.
–Y yo creo que no deberías apartar los ojos de la carretera –dijo Miley cuando el coche dio un bandazo.
Nick soltó una maldición y no se molestó en disculparse. En vez de eso, se quedó en silencio, mientras el coche avanzaba como solo un deportivo podía hacerlo. Miley también permaneció callada, decidida a no flaquear en su decisión de llevar el control de su vida y de aquella aventura. Habían cruzado el puente del río Hawkesbury y estaban llegando a las afueras de Sídney.
–De acuerdo, ahora que me he calmado, te diré cómo veo la situación. Siento si te he dado la impresión de que lo único que quería era sexo. Me gustas, Miley. Me gusta tu compañía y tu conversación y me gustaría llevarte a sitios e invitarte a cenar. Y lo que de verdad me agradaría sería que dejaras a un lado esa
máscara tras la que te ocultas y te conviertas en la mujer cálida, guapa, sexy y sofisticada que sé que puedes ser. Y no creo que pasar tiempo conmigo sea malgastarlo. La vida es para vivirla no por el futuro, sino por el aquí y ahora. 
Nick hizo una larga pausa, quizá esperando que su argumento funcionara.
Pero Miley no parecía muy convencida. Ella no creía en aquellas tonterías de vivir el presente. Para ella, a menos que el destino interviniera con un accidente o una enfermedad, el futuro siempre llegaba y había que aceptar lo que se había hecho en el pasado. Para él no había inconveniente, él no se enamoraba. ¡Pero ella sí! y
no iba a hacerlo esta vez.
–Entiendo –continuó Nick, mirando de soslayo su rostro imperturbable–. Evidentemente, lo que a mí me parezca es irrelevante. Mira, no es mi intención hacer cambiar de opinión a una mujer, pero tampoco estoy de acuerdo contigo en esa estúpida situación. A la vez, te sigo deseando, Miley, con una intensidad
irracional. Así que me quedaré contigo esta noche para darte lo único que quieres de mí. Pero cuando llegue mañana por la mañana, todo se acabará. Esa es mi propuesta. Si no estás de acuerdo, me temo que todo terminará esta noche cuando lleguemos a tu casa.
Miley respiró hondo. Sus sentimientos eran confusos.
Se sentía furiosa porque la hubiera acusado de usarlo, a la vez que tenía miedo ante la posibilidad de no volver a estar con él. Lo que sería el caso si no aceptaba su propuesta. Pero ¿cómo aceptar? La había hecho parecer una loca del sexo dispuesta a perder la oportunidad de tener una verdadera relación con él a cambio de dos semanas de buen sexo. Acceder a una sola noche de lo mismo
parecía mucho peor.
No estaba tan desesperada, ¿no?

Irresistibly Charming cap.20





–Gracias a Dios que me has llamado –fueron las primeras palabras de Demi–. Llevo toda la mañana muriéndome de curiosidad.
–Son solo las diez y media –le dijo Miley a su amiga–. No he podido
llamarte antes. No he tenido un minuto.
Era una mentirijilla. Había pasado un buen rato a solas antes del desayuno, pero se había dedicado a poner orden a su cabeza. Tan pronto como Nick había salido de la habitación, Miley había sentido dudas sobre lo que había accedido a hacer.
Estaba enfadada consigo misma, no por acostarse con él la noche anterior, sino por acceder a acostarse con él sin que le ofreciera nada a cambio. No le había dicho nada de convertirse en su novia, o de salir juntos.
Tan solo se había referido al sexo. Además, le había anunciado que dejaría de ser su cliente. ¿Qué excusa podría haber puesto ella? aquel hombre estaba dispuesto a salirse con la suya.
El problema estaba en que lo deseaba incluso con sus condiciones. La sorpresa y la vergüenza de admitir aquello eran casi imposibles de soportar.
Había tenido que obligarse a bajar la escalera y había evitado mirar a Nick durante el desayuno. Se había encontrado a toda la familia en la cocina, disfrutando de un desayuno típico inglés de los que preparaba su tía dolly. A Miley nunca le había gustado comer demasiado por la mañana, pero esta vez se sirvió beicon, huevos, alubias y tomates fritos, además de tostadas. De esa manera, no tendría que hablar demasiado.
Después de desayunar, ayudó a su tía a recoger mientras Nick cumplía su promesa de sacar de paseo a Jane en su descapotable. Media hora más tarde, seguían sin regresar, lo que permitió a Miley llamar a su amiga.
–Pareces nerviosa –dijo Demi–. Por favor, no me digas que no pasó nada anoche entre vosotros.
–Sí, pasó algo.
–Venga, cuéntamelo.
Miley le contó todo, aunque no con detalle. Algunas cosas eran demasiado íntimas para mencionarlas. Le habló de lo que Nick le había dicho al despertarse, además de su decisión de continuar su relación con él a pesar de que sabía que no conduciría a ninguna parte.
–Por favor, no me digas que soy una estúpida –concluyó.
–Por supuesto que no. Si estuviera en tu lugar, yo haría lo mismo.
–¿De verdad?
–Claro que sí. Después de todo, Miley, ¿qué otra alternativa tienes?
¿Volverte más amargada y frustrada, y seguir odiando a los hombres?
–¿Y si me enamoro de él? –preguntó, diciendo en voz alta sus peores temores–. No puedo volver a enamorarme del hombre equivocado.
–Pero este hombre es diferente a los otros dos. ¿No te das cuenta? Los otros te hicieron creer que te querían. Lo único que Nick quiere de ti es tu cuerpo.
–Eso suena muy mal.
–A mí no. A mí me parece increíblemente sexy.
Aprovecha. Y si te enamoras de él, ¿qué más da? Quizá estés un poco triste cuando se acabe, pero no te estés un poco triste cuando se acabe, pero no te sentirás amargada y traicionada. Tendrás unos recuerdos maravillosos de un gran amante que te hará ver lo guapa y atractiva que eres. ¿Y quién sabe? Tal vez acabes siendo la elegida.
–¿Cómo?
–La elegida para hacerle cambiar de opinión acerca del amor y del
matrimonio. 
Miley rio.
–No conoces a Nick.
–No, pero me gustaría. ¿Por qué no vienes con él el próximo fin de semana y hacemos una barbacoa?
–No creo que quiera esa clase de relación.
–¿Quieres decir que solo quiere sexo y nada más? –preguntó Demi
sorprendida–. ¿Nada de citas?
–Eso creo.
–Eso sí que me parece vulgar. No habrás aceptado eso, ¿verdad, Miley?
–Me temo que sí. He aceptado cualquier cosa con él.
–Oh, querida…
–¿Qué quieres decir?
Demi se calló antes de decirle a su amiga que parecía haberse enamorado ya de él. No adelantaba nada con decírselo. Tenía la sensación de que aquella aventura no iba a terminar bien para Miley, pero tampoco estaba dispuesta a decírselo.
–No me gusta la idea de que accedas a todo. No pierdas tu orgullo por un hombre por muy bueno que sea en la cama.
–Hace un minuto te parecía muy bien que solo tuviera sexo con él.
–Y así es, pero ten cuidado.
De pronto, Demi se arrepintió de haber animado a Laura a acostarse con él.
–Tengo que colgar, Demi. Oigo llegar el coche de Nick.
–Llámame esta noche.
–Mejor mañana. Puede que esta noche esté ocupada.
«Claro, el dueño y señor del dormitorio querrá otra sesión como la que tuvo anoche», pensó Demi.
De repente se dio cuenta de que Nick iba tras la inocencia de Miley. Ella no era como las bellezas con las que los playboys solían irse a la cama. Era una mujer encantadora y sincera con un gran corazón y que no solía acostarse con cualquiera. Era demasiado vulnerable para alguien como Nick Jonas.
Demi deseó poder retirar todos los estúpidos consejos que le había dado a Miley. Tenía que haberse dado cuenta de que su amiga no estaba preparada para una aventura estrictamente sexual. Iban a volver a hacerle daño y ella iba a ser responsable en parte. Pero ya era demasiado tarde. Lo único que podía hacer era estar a su lado cuando todo terminara, algo que no quería que ocurriera.