martes, 1 de enero de 2013

The Last Nigh Cap.13


–¿Entonces vas a venir a la boda de Joe y Demi
conmigo?
Danielle se volvió hacia Kevin antes de entrar en su habitación de hotel. Él estaba muy cerca, pegado a ella junto a la puerta. Danielle tenía el rostro aún sonrosado por el placer que le había dado en el lago y él seguía teniendo su sabor en los labios.
–¿Intentas manipularme? –preguntó ella.
Kevin hizo una mueca y fingió que le estuviera
clavando un puñal en el corazón.
–Me matas, Danielle.
Danielle se mordió el labio inferior, indecisa. Kevin había estado a punto de ebullición en el lago, recordó.
Había hecho todo lo posible para no hacerle el amor en aquella mesa de picnic. El deseo y el sexo hacían una combinación explosiva.
–¿Por qué quieres que vaya?
Kevin ladeó la cabeza y habló en tono serio.
–Al margen de lo que haya pasado entre nosotros dos, Joe siempre ha sido tu amigo. Sé que a él le gustaría que asistieras.
–¿Y tú por qué quieres que vaya? –preguntó Danielle,
mirándolo a los ojos.
–Sospechas mucho de mí.
–¿Acaso no estoy en mi derecho? Después de todo, me estás chantajeando.
–No es chantaje, Danielle. Hemos hecho un trato.
Y esta noche te he pedido que asistas a la boda de un buen amigo. Es así de sencillo.
Kevin quería tenerla entre sus brazos esa noche y quería pasar con ella el mayor tiempo posible esas dos semanas. Le sorprendió darse cuenta de lo mucho que ella le importaba.
Danielle, al fin, se rindió.
–De acuerdo. Iré a la fiesta. Joe es un buen hombre.
Kevin asintió y se alegró de que hubiera cambiado de idea.
–Buenas noches, Danielle.
Se acercó y posó los labios sobre los de ella, disfrutando
de su suavidad y frescura.
–Lo he pasado muy bien esta noche.
Danielle cerró los ojos un instante. Recordó cómo había gemido mecida por el orgasmo.
–Kevin… Quizá no deberíamos…
Él se inclinó y la besó de nuevo, sin dejarle hablar.
–Nos vemos mañana.
Danielle lo miró a los ojos y ladeó la cabeza, como si intentara comprender a su esposo. Tras verlo marchar, cerró la puerta de su habitación.
Kevin condujo hasta su casa. Se quitó las ropas de inmediato y se dio una ducha helada. El agua fría lo calmó, sosegando su excitación. Pero no pudo dejar de visualizar sensuales imágenes de
Danielle. No era fácil sacársela de la cabeza.
Quería hacerle pagar por haberlo abandonado.
Quería engatusarla y hacer que se rindiera a sus encantos. De alguna manera, lo estaba consiguiendo.
Pero Danielle siempre había sido lista. Tenía razón al desconfiar de él. El único problema era que él también tenía que pagar un precio por su plan.
La deseaba.
Después de secarse, Kevin se acercó al mueble bar y se sirvió dos dedos de bourbon. Se apoyó en el mostrador de granito negro y levantó el vaso en señal de brindis.
–Por ti, Danielle. Serás mi esposa sólo unos días más.
Después de su encuentro en el lago con Kevin, Danielle se dijo que estaba jugando con fuego y se juró guardar las distancias con su esposo hasta la boda de Joe y Demi. Era mucho mejor así, se
dijo. Necesitaba mantener la perspectiva y recordar por qué había ido a Houston.
Consiguió ser fiel a su decisión durante doce horas exactamente, hasta que Kevin llamó a su puerta a media mañana, con el uniforme del equipo de béisbol de los Astros. Ella lo miró atónita, fijándose
en su camiseta roja y en la gorra con el logo oficial del equipo. Con una amplia sonrisa, sostenía en la mano dos entradas para el partido
que iba a haber esa tarde.
Cuando Danielle comprendió lo que Kevin se proponía, no pudo rechazar su invitación. Ella era seguidora del equipo de béisbol de Houston desde los días del instituto. Ir a ver uno de sus partidos le
pareció todo un lujo, doblemente exquisito porque iría acompañada de Kevin.
Al llegar al estadio, se sentaron detrás de la base del bateador, comiendo un perrito caliente y bebiendo un refresco.
–¿Quieres otro? –preguntó Kevin, después de tragarse dos perritos de un bocado.
–No, pero si me pasas esa bolsa de cacahuetes, seré feliz.
Kevin sonrió y le puso la bolsa sobre el regazo.
–Aquí tienes, pequeña.
Comieron juntos cacahuetes, abuchearon las malas jugadas, aplaudieron las buenas y saltaron de sus asientos cuando un jugador de los Astros marcó un tanto. Kevin se excusó un momento y,
cuando regresó, le entregó a Danielle una gorra roja con una gran estrella en el frente y una camiseta de los Astros.
–¡Gracias!
Danielle se puso la camiseta encima de la blusa y se acercó para darle un beso en la mejilla.
Kevin volvió la cabeza hacia ella y recibió el beso en la boca. Él sabía a mostaza, a soda y a sol y su beso duró más tiempo del esperado. Él la tomó entre sus brazos y, como dos adolescentes, se dejaron llevar.
–¡Eh, marchaos al dormitorio!
El grito provino de unas filas más atrás y Kevin sonrió al apartar su boca de la de ella.
–No es mala idea.
–¡Oh!
Danielle se enderezó en su asiento, sonrojándose en un segundo. Se negó a mirar a Kevin durante unos minutos, pero lo oyó reír varias veces.
Los Astros ganaron el partido y, con los ánimos exaltados, Danielle y Kevin pasearon de la mano por el estadio hasta que la multitud se hubo dispersado. Danielle se detuvo en el vestíbulo Grand Union, la famosa entrada del estadio, que se remontaba a los primeros días de Houston.
–¿Recuerdas cuando construyeron el estadio?
–Sí. El tráfico estuvo colapsado durante meses.
Danielle lo miró.
–Pero tú pensabas que era genial que utilizaran Grand Union como entrada.
–Lo sigo pensando. Hace que mucha gente vaya al centro de la ciudad. Desde el punto de vista de los negocios, es una gran idea.
–Hablando de negocios, ¿cómo has conseguido
no ir a trabajar hoy?
Cuando vivían como marido y mujer, Kevin habría preferido cortarse un brazo antes que perder un día de trabajo.
–Esta noche recuperaré el tiempo. Tengo un buen montón de papeles que revisar.
Danielle no se sorprendió. Él nunca dejaría abandonado
su trabajo, ni siquiera por un día. En el pasado, había habido veces que Kevin no se había acostado hasta las dos, como si el ordenador hubiera sido más excitante que ella. Por la mañana, ella solía levantarse y descubrir que él ya se había marchado.
Danielle recordó aquellas noches y aquellos días tan solitarios. Los recuerdos la perseguían, impidiéndole disfrutar de ese agradable día.
Siguió callada hasta que Kevin la llevó de regreso al hotel. Decidió que era mejor no invitarlo a entrar.
–Me he divertido mucho. Gracias por la invitación.
Con voz tensa, Danielle intentó ocultar su estado de ánimo con una pequeña sonrisa.
Kevin no pareció percatarse de su cambio de humor.
–Yo también. Hacía años que no iba a ver un partido.
–¿Porque estabas muy ocupado?
Kevin sopesó su pregunta, observándola.
–Ya he aprendido a delegar el trabajo, Danielle –repuso
él con tono serio–. No había ido a ningún partido porque… diablos, ¿es que vas a hacérmelo decir?
Danielle parpadeó, confusa.
–¿Decir qué?
Kevin meneó la cabeza y maldijo.
–Porque es lo que solía hacer contigo.
–Ah –replicó ella, sin estar segura de comprender.
–Fui unas cuantas veces con mis amigos –admitió
Kevin. Entonces le bajó a Danielle la gorra, tapándole los ojos–. Pero no están tan guapos como tú con la gorra puesta.
Antes de que Danielle pudiera reaccionar, se inclinó y la besó en los labios, haciendo que el beso que habían compartido en el estadio se quedara pequeño. Después de cinco minutos besándose ante la puerta de la habitación, él se apartó e intentó recuperar el aliento.
–Es mejor que me vaya. Te llamaré mañana.
Danielle se quedó petrificada ante la puerta, sin estar
segura de si se alegraba porque él se fuera o si la enfurecía que, una vez más, su trabajo estuviera antes que ella.
¿Qué más daba, de todos modos?
Pronto sería la ex esposa de Kevin Novak y lo que él hiciera o dejara de hacer no tenía por qué importarle.
Aferrándose a ese pensamiento, se fue a la cama, intentando no pensar cuándo volvería Kevin a llamar.


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