Danielle lavó las zanahorias y patatas que había cortado en pequeños pedazos y las metió en una gran olla. Los trozos de pollo estaban ya cociendo y había utilizado las especias con precaución. Normalmente, especiaba la sopa para darle un sabor fuerte,
pero tendría que hacerla más suave para que no le sentara mal a Kevin.
Kevin la observaba con interés, dándole conversación, preguntándole sobre la receta, sin perder detalle de lo que ella hacía. Pero cada vez que Danielle lo miraba, le parecía como si estuviera a punto de caerse de la banqueta. Él hablaba en voz muy baja y sólo su naturaleza obstinada lo mantenía en la cocina
en vez de en la cama, donde debería estar, pensó ella.
–Estás agotado, cariño –dijo ella con suavidad–. La sopa necesita una hora de cocción. Vete a la cama. Te iré a buscar cuando esté lista.
Kevin apretó los labios y la miró fingiendo irritación.
Danielle sabía que el infierno se congelaría antes de que él admitiera la derrota, pero que le agradecía poder retirarse.
–Sólo porque me has llamado cariño –dijo él.
–Era una estrategia premeditada –bromeó ella y se secó las manos en un paño de cocina. Se acercó a él–. ¿Puedes ir solo a la cama?
Kevin bajó la mirada.
–Claro. Pero sería más divertido si me ayudaras.
Danielle no pudo estar segura de si lo decía en broma.
Lo cierto era que Kevin parecía débil y se estaba
quedando cada vez más pálido. Temió que él estuviera
sobreestimando sus fuerzas.
–De acuerdo, te ayudo.
Kevin se puso en pie y pasó un brazo por encima del hombro de ella para apoyarse. Siguiendo sus instrucciones, Danielle lo condujo hasta la habitación que había en la otra punta del pasillo. Unas puertas dobles daban a un enorme dormitorio. Había una
chimenea de piedra frente a la cama, que era gigante. Una televisión de pantalla plana extra grande cubría una pared y unas puertas francesas daban a un balcón con impresionantes vistas de Houston. Danielle se contuvo para no comentar nada. Era obvio que Kevin había progresado mucho en los negocios. Todo lo que tenía denotaba una gran riqueza.
Había conseguido sus objetivos. Había logrado el éxito. En parte, ella tuvo deseos de llorar, por lo que él había sacrificado sin darse cuenta. Por el amor que había dejado atrás para conseguir
el éxito y por haber roto su juramento.
Hubo un momento de desagradable silencio cuando llegaron a la cama de él, bellamente tallada.
¿Sería ése el lugar donde sellarían su acuerdo de divorcio la semana siguiente?, no pudo evitar preguntarse Danielle.
Ella suspiró y se apartó de Kevin.
–Aquí estás –dijo Danielle–. Es mejor que vaya a vigilar la sopa. Descansa un poco, ¿de acuerdo?
Kevin se quitó la camisa y la dejó caer despacio.
Se quedó de pie junto a la cama con vaqueros y descalzo, con el pelo revuelto y una barba incipiente que le hacía muy sexy.
«Santo cielo», pensó Danielle, y se quedó sin respiración.
Su marido era imponente, musculoso y atractivo a pesar de estar tan débil.
Danielle meneó la cabeza y salió de la habitación.
Recordó cómo Kevin le había abierto la puerta de su casa, con gotas aún cayéndole por el vello del pecho. Ella había tenido deseos de lamerle cada una de esas gotas y de ponerle las manos encima
para acariciarlo una y otra vez.
–Quítate esos pensamientos de la cabeza, Danielle–susurró mientras volvía a entrar en la cocina–. Y no te atrevas a enamorarte de Kevin Novak de nuevo.
Parada delante de la cocina, Danielle removió la sopa. Cada vez que hacía esa sopa, pensaba en lo dulce que había sido su abuela, que le había enseñado paso a paso cómo prepararla. Lo que distinguía esa sopa de las demás eran el tomate natural
triturado y la taza de vino tinto que se le añadían durante los últimos veinte minutos de cocción. Era el ingrediente secreto de su abuela y el sello de su receta.
Danielle no había cocinado esa sopa desde que Kevin y ella habían roto. Pero, en ese momento, recordó a su abuela Flo en la cocina, y ella ayudándola a mezclar los ingredientes, y una sensación de
agradable calidez la invadió. El aroma a orégano, albahaca, tomate fresco y cebolla llenaba la cocina, transportándola a los momentos felices de la infancia.
Y se lo debía a Kevin. No se alegraba de verlo enfermo,
pero había echado de menos cocinar para alguien, algo que le producía gran satisfacción.
–Ya está –dijo Danielle, removiendo la sopa una última vez para dejarla cocer a fuego lento.
Danielle miró a su alrededor en la cocina, preguntándose qué podía hacer a continuación. Ya había limpiado lo que había manchado al hacer la sopa.
Siguiendo un impulso, se fue a la habitación de Kevin y miró a través de la rendija de la puerta que había dejado abierta antes.
Kevin dormía.
Era buena señal, pensó. Lo que no era buena señal era que se sintiera tan atraída por él al verlo tumbado en la cama, casi desnudo, con sólo unos vaqueros. Sintió una necesidad incontrolable de cuidarlo y de hacer el amor con él.
Con rapidez, Danielle se apartó de la puerta.
–No pienses eso –susurró, hablando sola.
A continuación, la curiosidad la impulsó a husmear en las demás habitaciones de la casa, buscando señales de… ¿qué? ¿Otra mujer? Algo que pudiera darle pistas de lo que Kevin había hecho durante los últimos cuatro años.
Amargamente, Danielle admitió que Kevin no podía haber permanecido célibe durante tanto tiempo. Se preguntó cuántas aventuras habría tenido. ¿A cuántas mujeres habría invitado a su casa para admirar las vistas?
Danielle entró en el estudio y se fijó en un suave sofá de color marrón claro, el único mueble que tenía un aspecto acogedor. El escritorio de caoba estaba lleno de carpetas y papeles. Caminó hasta la ventana, detrás del escritorio, para admirar las vistas de
Houston y se imaginó a Kevin girándose en su silla para tomarse un respiro y mirar por la ventana.
–Qué bonito –dijo.
Se dirigió hasta una estantería de pared y tomó unas cuantas fotos enmarcadas de una balda. En todas ellas estaba Kevin con uno o más de sus amigos:
Joe y Kevin en el campo de golf y Nick, Zac, Joe y Kevin en la pista de tenis. Observó la foto de Kevin con Demi y Joe, los tres sonriendo a la cámara, felices.
Luego, tomó una foto de Kevin con sus padres en la ceremonia de su graduación en la Universidad de Texas. Vestido con túnica y gorro, parecía muy seguro de sí mismo. Danielle percibió en sus ojos un brillo de resolución que indicaba que nada lo detendría a la hora de lograr sus objetivos. ¿Había estado tan cegada por el amor que no había reparado en esa cualidad de su marido antes?, se preguntó.
¿O acaso había creído que ella no sería víctima de su persistencia y tenacidad?
Danielle había estado en aquella fiesta de graduación y, en algún momento, había posado con Kevin y sus padres para una foto. Pero esa foto habría desaparecido, pensó, su marido la habría tirado
cuando se había marchado. Según Kevin, ella lo había abandonado. Según ella, había sido cuestión de supervivencia.
Danielle suspiró, invadida por la nostalgia y la tristeza.
Recordó cómo los dos habían celebrado la graduación esa noche.
En la cama.
Y haciendo planes de futuro.
En ese momento, se preguntó quién haría planes de futuro con Kevin cuando volviera a estar soltero. Su curiosidad no hizo más que aumentar y entró en los otros dos dormitorios de la casa. Vio, con gran alivio, que no había ninguna foto de Kevin con otra mujer. Se atrevió, incluso, a mirar dentro de los armarios, sintiéndose culpable por husmear, pero la curiosidad le impedía contenerse.
Regresó a la cocina y removió la sopa de nuevo. Parecía que ya estaba lista. Cerró los ojos, disfrutando del sabroso aroma. Sin embargo, no pudo quitarse de encima la sensación de que había descubierto más cosas sobre sí misma que sobre Kevin
en su pequeña incursión por la casa.
Le preocupaba mucho el alivio que había sentido al no ver indicios de presencia femenina en la casa. Se mordió el labio y decidió que era mejor que se fuera de allí cuanto antes.
–Qué bien huele por aquí.
Danielle se giró de golpe. Kevin estaba en la puerta, descalzo y en vaqueros. Por suerte, observó ella, se había puesto una camiseta que le cubría aquel pecho tan apetecible.
–La sopa está lista. Estaba a punto de llevarte un tazón.
–¿Es que no vamos a cenar en la cama? –preguntó él, arqueando las cejas con gesto encantador.
–Ya veo que has recuperado tu sentido del humor –observó ella–. ¿Cómo te encuentras?
Kevin se tomó unos segundos para responder.
–Descansado. Es el mejor sueño que he echado en dos días.
–Debe de ser por los poderes de la sopa –comentó Danielle, sacando un tazón de un armario.
Kevin se rascó la cabeza.
–Los poderes de algo.
Los dos se miraron a los ojos en medio de la cocina.
Los ojos de Kevin eran tan penetrantes que Danielle se sintió a punto de hervir, como la sopa que había preparado.
Ella se esforzó en mantenerse ocupada, cortando rebanadas de pan que había comprado en la panadería de la esquina. Le sirvió a Kevin un tazón de sopa y una gruesa rebanada de pan.
–Tengo que irme –dijo ella.
Kevin no dejó de mirarla a los ojos. Caminó hasta el armario y agarró otro tazón.
–¿Es que tienes una cita esta noche?
Danielle soltó una carcajada nada femenina.
–Sí, con mi libro.
–Pues quédate. Tómate una sopa conmigo. Me gustaría tener compañía.
Atontada, Danielle observó los ágiles movimientos de Kevin en la cocina. Antes de que ella pudiera darse cuenta, él le había servido un tazón de sopa con otra rebanada de pan.
Kevin llevó ambos platos al salón y los colocó sobre una mesa.
–Seguro que no adivinas lo que están poniendo en la televisión ahora mismo.
Danielle gimió. Una vez más, no iba a poner resistirse
a Kevin. Lo siguió hasta el salón.
–La hora de James Bond –respondió ella.
Kevin apretó los botones del mando a distancia y empezó a sonar la música de James Bond, mientras una imagen de 007 llenaba la pantalla.
–Oh, vaya, tenía muchas ganas de terminar de leer ese libro esta noche.
Kevin sonrió y se sentó en el sofá de cuero, acomodándose.
A Danielle le encantaba Bond. A los dos les gustaba.
Por eso, cuando Kevin palmeó el asiento a su lado, ella no titubeó, la tentación era demasiado grande. Se sentó a su lado y, juntos, vieron la película y disfrutaron de la deliciosa sopa caliente de
la abuela.
La cara de Kev en esa fotoooo
ResponderEliminarJASDFGHJKLÑ
AMO SUS CARAS, SIEMPRE... ES TAN GRACIOSO
Y TAN DIVINO Y PERFECTOO
Y HERMOSO Y .... *inserte un supiro aquí, por favor*
Uno de mis capis favoritos
estuvieron tan tiernos los dos... y pobre Kev... enfermito :( al menos Dani si quizo cuidar de el un ratito :)Micheee no me podes dejar aquí tenes que seguirla prontoo