martes, 1 de enero de 2013

The Far Future cap.23



El aguante de un hombre tenía un límite. El deseo se podía dominar, y la necesidad también. Las palabras se podían neutralizar… Pero Joe no soportaba verla llorar al ver el muñequito de peluche. No podía verla llorar. No quería verla llorar. No quería nada más excepto lo que tenía en ese momento; ella en los brazos, su rostro contra el pecho, su cabello exquisitamente rizado sobre los labios, el aroma de su perfume en la nariz… Respiró hondo, saboreó la fragancia, la sujetó de la barbilla y probó la sal de sus lágrimas. No era ese el motivo por el que había ido a verla. Había ido a la casa para hacerla entrar en razón, para ser su amigo, para decirle la verdad… Para decirle que no estaba enamorada de Wilmer Valderrama No había dicho nada al final. Pero sus actos hablaban por sí solos. Demi deslizó los brazos por dentro de su chaqueta mojada y se acercó aún más, cerró los ojos y sintió el tacto de sus labios sobre la cara, las mejillas, la mandíbula, la boca… Los besos habían sido suaves y tiernos durante unos segundos, pero al
alcanzar sus labios se habían vuelto desesperados, bruscos… El fuego que siempre había ardido entre ellos se había desatado. El control que siempre habían tenido se estaba resquebrajando. Demi entreabrió los labios. El corazón se le salía por la boca. El muñeco de peluche se le cayó al suelo y ni se dio cuenta. Le levantó la camisa con ambas manos y palpó su pecho caliente y musculoso. Él se estremeció; siempre lo hacía. Trató de quitarse la chaqueta, pero estaba tan mojada que se le pegaba al cuerpo.
–Déjame a mí –le dijo ella y se la quitó de los hombros, echándola al suelo un momento después.
–Demi…
–Por aquí –le dijo ella, señalando el dormitorio con un gesto.
Él la besó durante todo el camino hasta la cama y la acorraló contra ella.
Quería caer encima de ella, arrancarle la ropa y hacerle el amor con desenfreno.
Sus dedos torpes intentaban liberarla de la ropa. Le rompió la camisa, le quitó los pantalones a toda prisa. Pero un momento después, por fin, estaban desnudos, piel contra piel. Ella se puso de lado, y él deslizó dos dedos por encima de su cadera y a lo largo del muslo, alisándole la piel, igual que hacía con la madera…
Después la hizo ponerse boca arriba, le separó las rodillas y se arrodilló entre ellas. Deslizó las manos por sus piernas muy lentamente, atormentándose tanto como la atormentaba a ella. Demi se movía, inquieta, le observaba con los ojos entreabiertos. Se lamió los labios. Yiannis le acarició la ingle, palpó su sexo, abrió
sus labios más íntimos y empezó a jugar. Ella gimió. Él volvió a bajar un poco la mano, la subió, la tocó, más adentro esa vez… Ella entreabrió los labios, levantó las caderas, como si así pudiera hacerle llegar más adentro.
Podía. Podía hacerlo. Y entonces… mientras deslizaba las manos a lo largo de sus piernas hasta sus rodillas, ella estiró un brazo y le tocó. Deslizó un dedo con cuidado sobre su erección, haciéndole tensar cada múscu lo de su cuerpo para no sucumbir en ese preciso instante.
–Demi… –le agarró la mano.
–¿Tú puedes hacerlo y yo no?
Él sacudió la cabeza, sonriendo. Así era ella. Siempre llevaba la contraria, incluso en la cama. Se tumbó sobre ella y entró en su sexo. Durante unos segundos se mantuvieron inmóviles. Él se quedó quieto, observándola, sintiendo cómo se tensaba su cuerpo a su alrededor. Demi levantó la vista hacia él. Su rostro estaba en sombras, pero sus labios estaban hinchados, colmados de besos, las
mejillas rojas…
–¿Y bien? –preguntó ella, llena de expectación, meneándose debajo de él.
Joe se rio. Risas y sexo… Era tan típico de Demi.
–Estaba pensando… –murmuró él.
No era cierto. No estaba pensando en absoluto. Estaba disfrutando. Y empezó a disfrutar mucho más en cuanto comenzó a moverse. Demi se movía con él, contra él, tomando el ritmo y haciéndolo propio. Sus miradas se engancharon, sus corazones retumbaban al unísono. Demi movió la cabeza a un lado y a otro.
Levantó las caderas, suplicándole… Él empezó a moverse más deprisa, apretó los dientes… Ella se estremecía a su alrededor. Le apretó el trasero con ambas manos. Le clavó los talones en la parte de atrás de los muslos. Joe empujó una vez más y entonces ya no pudo aguantar más.
Se dejó llevar… Se desahogó. Ella le hacía completo.
Demi se despertó lentamente, sintiéndose relajada, saciada. Empezó a estirarse. Los músculos se le agarrotaban, pero no importaba. Tampoco podía moverse mucho. Había un cuerpo duro y caliente contra su espalda.
–¿Joe?
Sintió cómo se curvaban sus labios sobre la nuca.
–¿Esperabas a otro?
Ella se volvió hacia él, le dio un golpecito con la nariz. Él sonreía,
satisfecho, pero no saciado. De repente la agarró de la cintura y la levantó sobre él. Quedaron frente a frente, tumbados en la cama, cuerpo contra cuerpo. Demi podía sentir su miembro erecto. Aún tenía hambre de ella.
Él le sujetó las mejillas y la besó. Fue un beso largo y profundo que
prometía otra noche de pasión como la que habían compartido. Y ella no dijo que no. Era lo que deseaba, tanto como él. Lo deseaba a plena luz del día. No hablaban, solo se tocaban, y observaban. Ella se sentó encima de él, a horcajadas. Le observó mientras deslizaba los dedos a capricho sobre su piel, acariciándole los pechos, pellizcándole los pezones. Y entonces le acarició el abdomen, deslizó una mano entre sus muslos, tocó su sexo desnudo, jugó con
ella, tanteó el terreno.
Demi contuvo el aliento, y cuando él dejó de tocarla, sintió que le faltaba algo.
Él la levantó por las caderas y volvió a colocarla encima, entrando así en su sexo.
Sus cuerpos se tensaron. Ella bajó la vista y le sonrió. Después deslizó los dedos sobre su pecho, trazó un círculo alrededor de su ombligo, se inclinó y besó sus pequeños pezones masculinos. Esperó…
–Demi… –dijo él, gimiendo.
Le clavó los dedos en las caderas, levantándola y bajándola de nuevo. Pero ella se echó hacia atrás. No podía moverse.
–¡Demi! –su tono de voz era de absoluta desesperación.
–Ssssssí –Demi se levantó casi del todo y entonces volvió a bajar,
metiéndole dentro de ella.
Joe jadeó, empezó a moverse, levantó las caderas para encontrarse
con ella. El juego había terminado. Ya no había nada que esperar. Solo quedaba el deseo, el desenfreno… Más rápido, más frenético… Como una ola que los llevaba hasta lo más alto y que después rompía, precipitándolos al vacío, dejándolos exhaustos, varados en la orilla, sus cuerpos húmedos, los corazones
desbocados. Demi, colapsada contra su pecho, podía oír su corazón palpitante contra la oreja. Sintió cómo él le acariciaba el cabello… Siempre había sido así con él. Eso era lo que más le gustaba de estar con él. No solo era la locura; también podían jugar, tentarse el uno al otro. Podían hablar, discutir, reír. La vida con Joe era algo más que irse a la cama. Era amor.

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