martes, 1 de enero de 2013

The Last Nigh Cap.14




Los dos días siguientes, Danielle echaba humo. Kevin no la había llamado. Ella sabía que debería alegrarse porque le diera un respiro, pero pensaba que todo aquello era una pérdida de tiempo. Kevin
le había obligado a quedarse en Houston dos semanas para conseguir su firma. Ella había cambiado toda su agenda por él. Había hecho mil llamadas a su escuela de baile para solucionar problemas y tomar decisiones de trabajo desde su habitación de hotel en vez de estar donde hacía falta.
Se miró al espejo y se tocó el pelo rizado, colocándose cada mechón en su sitio con los dedos mientras intentaba decidir si salir a cenar o llamar al servicio de habitaciones. Estaba demasiado furiosa
y pensó que lo mejor sería salir a tomar un poco de aire fresco. Justo cuando iba a agarrar el bolso, sonó el teléfono.
Lo miró un largo rato, debatiéndose entre responder
o no. Al fin, descolgó el auricular.
–¿Hola?
–Hola, Danielle.
Danielle hizo una mueca cuando escuchó a Kevin al otro lado de la línea. Deseó haber seguido su instinto y no haber respondido el teléfono. La voz de él sonaba extraña y distante, como si estuviera
llamando desde una cueva.
–¿Dónde estás?
–En casa. ¿Sigues haciendo esa sopa de pollo tan rica?
–¿La receta de mi abuela? Sí, ¿por qué? –preguntó Danielle. Entonces, lo entendió. Kevin no parecía el mismo. De hecho, nunca lo había escuchado tan desanimado. Ella sumó dos y dos–. ¿Estás enfermo?
–Eso podría decirse –susurró él.
–¿Muy enfermo?
–Llevo dos días y dos noches en cama. Me estoy volviendo loco.
Danielle se sintió culpable y se avergonzó de haber pensado tan mal de Kevin. Había pensado que él estaba jugando con sus sentimientos al decirle que la llamaría y no hacerlo.
–¿Tienes fiebre?
–Treinta y nueve.
Vaya, pensó Danielle, y se enterneció al instante.
–¿Has comido?
Sin duda, un millonario tendría alguien que cocinara para él y que le limpiara la casa, pensó.
–Ayer comí algo. No tengo mucho apetito. Pero me apetece mucho la sopa de tu abuela.
Danielle respiró hondo. No era la enfermera de Kevin, pero seguía siendo su esposa. Y él no se lo pediría si no lo necesitara de veras. Recordó que Kevin odiaba estar enfermo, que nunca se tomaba
un día libre para guardar cama y que era el peor paciente del mundo.
–Tomaré un taxi e iré para allá.
–Te he mandado un coche. Puedes parar de camino y comprar las cosas que necesitas. El chófer llegará en cualquier momento.
Danielle suspiró.
–Kevin, ¿cómo sabías que iba a ir?
–No lo sabía –repuso él con un hilo de voz. Danielle se sintió mal por haberle hablado en tono de reprimenda.
–Pero no había perdido la esperanza –añadió
él.
Kevin se sintió mejor nada más saber que Danielle iba de camino. No sabía qué le había pasado, pues rara vez enfermaba, pero se había sentido muy mal después de haber llevado a Danielle al hotel tras el partido de los Astros. Se había pasado los dos días siguientes en cama, a pesar de que odiaba estar enfermo.
Le había subido la fiebre y se había quedado sin un ápice de energía. Ese día, se había levantado y había trabajado desde su despacho en casa hasta que no había podido mover ni un músculo.
Había vuelto a acostarse, maldiciendo su suerte. Y no había podido dejar de pensar en Danielle.
Lo cierto era que, desde que ella había vuelto a Houston, había ocupado todos sus pensamientos, reconoció para sus adentros. Su plan de venganza estaba funcionando a la perfección. Quizá demasiado bien, porque se había pasado los dos últimos días soñando con ella y recordando su expresión cada vez que habían llegado al orgasmo juntos en el pasado. Esperar a tener una sola noche de sexo estaba siendo muy difícil para él, pero estaba disfrutando de cada minuto de tortuosa espera.
Esa noche, Kevin pensaba hacer una tregua. No podía aprovecharse de Danielle cuando ella se había mostrado tan dispuesta a ayudarlo. Sin embargo, no se sentía culpable por la pequeña mentira que
le había dicho para convencerla de que fuera a verlo.
Había dejado de tener fiebre antes de llamarla y se sentía mejor que hacía dos días. Pero no le había mentido respecto a lo de la sopa. Deseaba ver a Danielle en su cocina, preparándole la sopa de pollo
de su abuela. Era la mejor manera de hacer que fuera a su casa, pues no pensaba que ella hubiera aceptado de otra manera. ¿Pero por qué diablos se imaginaba a Danielle en una escena doméstica en la cocina de su casa en vez de entre las sábanas de seda de su cama? Era un misterio para él. Kevin se dio una ducha, esperando deshacerse del todo de la fiebre y recuperar un poco el color.
Se enjabonó y el chorro de agua le hizo sentir mejor. Se lavó el pelo, pues llevaba dos días sin hacerlo, y después de cerrar el grifo, se puso una toalla a la cintura y salió de la ducha, cansado. Llevaba dos días sin hacer ninguna actividad física. Se miró al espejo y soltó una imprecación.
–Tienes muy mal aspecto, Novak –se dijo, mirando
a su reflejo–. Y estás muy pálido.
La barba ocultaba un poco su mal aspecto, así que decidió no afeitarse. Después de ponerse los calzoncillos y unos vaqueros cómodos, se puso una camisa negra pero no se sintió con fuerzas para abotonársela. Cuando sonó el timbre de la puerta, caminó hasta ella con las piernas todavía débiles.
Abrió la puerta y se encontró con Danielle, que sostenía una bolsa con verduras.
–Hola, Kevin.
De inmediato, Danielle posó la mirada en el pecho desnudo de él, que se veía por la camisa abierta. A Kevin se le aceleró el corazón al percibir deseo en su mirada. El fuego del deseo lo incendió con más fuerza que la fiebre. Entonces, ella parpadeó y levantó
la vista a su cara. Pronto haría que lo mirara con deseo de nuevo, se dijo él. Pero, por el momento, lo único que podía hacer era ofrecerse a llevarle la bolsa de verduras.
–Eres mi salvación. Me alegro de que hayas venido, Danielle.
–Yo… bueno, sí. Te haré la sopa y te dejaré descansar.
Deberías estar acostado.
–He estado en cama. Es aburrido. Y solitario.
Danielle arqueó las cejas.
–Me las apañaré sola para hacer la sopa. Dime dónde está la cocina.
Kevin le posó la mano en la delicada curva de su espalda y se preguntó qué habría hecho ella ese día, vestida con una blusa sin mangas de encaje negro y pantalones blancos. ¿Habría él interrumpido sus planes para la noche?
–Vamos. Te enseñaré dónde está.
Danielle miró a su alrededor mientras iban a la cocina.
A Kevin le gustaba su casa, que había decorado él mismo, pero imaginó que a Danielle no le gustaría.
Demasiados ángulos, demasiado granito negro para el gusto de ella. No había nada femenino en aquel piso.
–Es un sitio bonito –comentó Danielle con cortesía–. Grande. ¿Cuántas habitaciones tiene?
–Siete –respondió él y se encogió de hombros–. Es mi hogar.
Cuando llegaron a la cocina, Kevin dejó la bolsa sobre el mostrador de granito. Danielle miró hacia los utensilios de cocina de acero inoxidable, inmaculados, y asintió.
–O no cocinas mucho o tienes una empleada
de hogar que limpia a la perfección.
Kevin sonrió y le dolió la cara al hacerlo. Llevaba
dos días sin sonreír.
–Ambas cosas. Sé que la cocina parece estéril.
Suelo comer fuera o traigo comida preparada. Ya sabes que no soy buen cocinero.
–Sí, lo recuerdo. Los huevos cocidos son tu especialidad
–observó ella y sonrió–. Pensé que igual habías aprendido.
Kevin se sentó en una de las banquetas que había frente a la isla de la cocina y se quedó contemplando a Danielle.
–Algunas cosas han cambiado, pero no mis habilidades
culinarias. Sigo siendo un desastre en la cocina, pero hay otras cosas que sí se me dan bien.
Danielle parpadeó, sonrojándose un poco, y se frotó las manos en los pantalones.
–De acuerdo, me pondré manos a la obra.
Danielle sacó las verduras de la bolsa y empezó a preparar las cosas, abriendo y cerrando cajones de la cocina hasta reunir todos los utensilios que necesitaba.
–¿Vas a quedarte ahí mirándome?
Kevin asintió.
–A menos que necesites mi ayuda.
Cielos, esperaba que no la necesitara, se dijo Kevin.
Se había sentado porque aún notaba las piernas muy débiles. Se había sentido mejor después de la ducha pero, a medida que pasaba el tiempo, las fuerzas comenzaban a fallarle de nuevo.
–No, éste es un trabajo que puedo hacer sola –afirmó Danielle y sonrió antes de ponerse a hacer la sopa–. Tú mira y aprende.


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