martes, 31 de enero de 2012

A son to the magnate "Niley" cap.2


Cuando Miley vio que su hermana gemela, Hope, bajaba de un deportivo rojo completamente desconocido, se sintió dominada por una mezcla de impaciencia, desesperación y asombro. Sin embargo, la esbelta mujer de ojos azul turquesa y cabello rubio plateado consiguió controlarse y bajar por la escalera.
En cuanto salió de la casa, bombardeó a Hope con preguntas.
—¿Dónde has estado todas estas semanas? ¡Me prometiste que llamarías por teléfono y no lo has hecho! ¡Estaba preocupadísima! ¿De dónde ha salido ese deportivo rojo?
Hope la miró con humor y caminó hacia su hermana.
—Hola, hermanita, yo también me alegro de verte.
Miley la abrazó.
—Has estado a punto de matarme de un disgusto. ¿Por qué no me has llamado?
¿Qué le ha pasado a tu teléfono móvil?
—Se estropeó. Ahora tengo un número nuevo —respondió, arrugando la nariz—. Mira, las cosas se complicaron un poco y decidí esperar hasta tener algo concreto que ofrecerte... y cuando por fin lo he encontrado, me ha parecido que sería mejor que viniera a casa y te lo dijera en persona.
Miley miró a Hope sin entender nada ni pretender intenderlo. Aunque las dos eran físicamente idénticas, no podían tener personalidades más distintas. Hope siempre
había sido fuerte y ambiciosa; tomaba lo que quería y se hacía enemigos con más facilidad que amigos. En cambio, Miley era más tranquila, más estable y más reflexiva, aunque a veces se dejaba llevar por su temperamento excesivamente cauteloso.
A sus veintitrés años de edad, su estilo tampoco podía ser más diferente: Hope llevaba el pelo por los hombros, con un corte desenfadado, y Miley lo llevaba más largo y solía recogérselo en una coleta. Hope llevaba ropa provocadora y moderna, que llamaba la atención de los hombres, y Miley llevaba prendas conservadoras y se asustaba como un conejo ante los faros de un coche cuando algún hombre se
fijaba en ella.
—¿Dónde está mamá?
Hope colgó su abrigo en el vestíbulo y se dirigió a la cocina.
—Está en la tienda —contestó Miley—. Yo he venido esta tarde para poner la contabilidad al día... Por cierto, ¿has conseguido un trabajo en Londres?
Su hermana la miró con una sonrisa de satisfacción y se apoyó en la encimera.
—Por supuesto que sí. Ahora trabajo en un concesionario de coches de lujo y me llevo una comisión francamente interesante. ¿Qué tal está mamá?
Miley apretó los labios.
—Tan bien como puede estar. Por lo menos, ya no la oigo llorar por las noches... — respondió.
—¿Lo ha superado por fin? Ya era hora —afirmó Hope.
Miley suspiró.
—No creo que lo vaya a superar nunca; sobre todo mientras papá se dedique a pasear con su mujercita nueva por todo el pueblo —declaró—. Además, recuerda que todavía está ahogada en deudas y que va a tener que vender su casa.
Alexa le dedicó una amplia sonrisa.
—Ahora que mencionas lo de la casa, me estaba preguntando si querrías saber primero las buenas noticias o las malas... He pasado por el despacho del abogado
para ofrecer un acuerdo sobre la casa —le informó.
—Pero...
—Prepárate para una sorpresa, Miley. ¡Tengo el dinero para pagar al canalla de nuestro padre!
—No hables de papá en esos términos —protestó su hermana—. Aunque esté de acuerdo contigo, no está bien.
—Oh, vamos, no seas tan pacata... Primero, mamá se lleva el disgusto de la muerte de nuestro hermano y de mi novio en un accidente de tráfico; después, tiene que enfrentarse al cáncer de papá y dedicarse a cuidarlo: y ahora, cuando él se recupera, no se le ocurre nada mejor que separarse de ella y marcharse a vivir con una peluquera que podría ser su hija.
—No necesito que me lo recuerdes —dijo Miley, frunciendo el ceño—. Pero, ¿qué es eso de que has conseguido el dinero? No es posible: sólo has estado fuera tres meses.
Miley quería creer que era posible, pero a pesar de confiar plenamente en las habilidades profesionales de su hermana, dudaba que hubiera conseguido tanto
dinero vendiendo coches.
—Digamos que he conseguido un empleo muy bien pagado. Y como ya he dicho, tengo suficiente para pagar las deudas de mamá y lo que se le debe a papá.
Miley la miró con incredulidad.
—Para eso y para comprarte un deportivo y ropa de diseño, según veo...
La sonrisa de Hope se evaporó.
—¿Has visto la etiqueta de mi abrigo?
—No, no he visto la etiqueta, pero cualquiera se daría cuenta de que no es un abrigo normal y corriente —declaró su hermana—. Venga, dime la verdad. ¿En qué clase de trabajo pagan tanto dinero?
—¿Es que no has oído nada? ¿Qué importa eso? He salvado la situación... tengo dinero para acabar con todos los problemas de mamá y para devolverle su confianza en sí misma.
—Para eso haría falta un milagro —ironizó Miley.
—Pero los milagros son posibles, hermana. Sólo hace falta trabajar mucho y tener capacidad de sacrificio.
Miley se quedó más perpleja todavía. Su hermana era una buena trabajadora, pero nunca había demostrado ninguna capacidad de sacrificio.
—No te comprendo...
—Como he dicho antes, es complicado. Para empezar, he tenido que tomar prestada tu identidad, por así decirlo.
Miley se quedó de piedra.

Segundo capi de esta nove espero que les guste Saludos y mucho Besos!!...

A son to the magnate "Niley" cap.1


Nick Antonovich, magnate del petróleo, viajaba en un todoterreno negro de ventanillas ahumadas, entre dos coches llenos de guardaespaldas que abrían y cerraban respectivamente el convoy. Era un espectáculo poco habitual en la carretera que llevaba la remota localidad rusa de Tsokhrai, pero todos los testigos supieron a quien se debía; la abuela de Sergei era muy conocida y su nieto siempre iba a visitarla el Domingo de Resurrección.
Sergei iba mirando la carretera que había transformado en una autovía para facilitar las necesidades de transporte de su fábrica de automóviles, que daba empleo a trabajadores de la zona. En los viejos tiempos, cuando él vivía allí, había
sido un simple camino de tierra que en invierno se embarraba y por donde apenas podían circular los carros; de hecho, bastaba una nevada importante para que
Tsokhrai quedara incomunicada durante semanas.
Cuando pensaba en ello, a Sergei le costaba creer que hubiera pasado varios años de su adolescencia en aquel lugar. Mudarse de la ciudad al campo había sido toda
una pesadilla para él. Entonces era un ladronzuelo de trece años y un metro ochenta de altura que se había acostumbrado a romper la ley para sobrevivir. De la
noche a la mañana, se encontró viviendo con su abuela Yelena, una mujer analfabeta, pobre y pequeña, de sólo metro cincuenta; pero todo lo que había conseguido en su vida se lo debía a sus esfuerzos por convertirlo en un hombre de bien.
El convoy se detuvo frente a una casucha destartalada que se encontraba
semioculta tras un seto. Los guardaespaldas, diez hombres fornidos que no sonreían nunca y que llevaban gafas de sol hasta en los días grises, salieron de los dos coches y comprobaron la zona. Nick bajó del todoterreno poco después, perfectamente elegante en su traje de seda hecho a la medida.
Su ex esposa, Delta, siempre se había negado a acompañarlo; siempre decía que los viajes de Nick a Tsokhrai venían a ser una especie de peregrinación por
sentimiento de culpa.
Sin embargo, su visita anual era recompensa más que suficiente para la anciana, que ni siquiera le había permitido que le comprara una casa nueva.
De todas las mujeres que había conocido a lo largo de su vida, Yelena era la única que no estaba ansiosa por vaciarle los bolsillos. Nick era tan consciente de ello, que había llegado a la conclusión de que la avaricia extrema y el deseo obsesivo de aparentar eran defectos esencialmente femeninos.
Caminó hacia la entrada de la casucha; los vecinos que se habían congregado junto a la puerta, se apartaron de su camino y se hizo un silencio reverencial. Yelena era una mujer regordeta, de setenta y tantos años, ojos brillantes y carácter serio que no se andaba nunca con tonterías. Lo saludó sin más aspavientos sentimentales que su voz ronca y el uso del diminutivo de Nick, Nicky, para demostrarle
cuánto quería a su único nieto.
Lo invitó a entrar y lo llevó a la mesa del salón, llena de comida para satisfacer el apetito de los que habían ayunado durante las fiestas.
—Siempre vienes solo —protestó la mujer—. Anda, siéntate y come algo.
Nick frunció el ceño.
—Pero yo no he ayunado...
Su abuela le sirvió un plato enorme.
—¿Y crees que no lo sé?
El cura ortodoxo que estaba sentado a la mesa, un hombre barbudo, dedicó una sonrisa amistosa al recién llegado. A fin de cuentas, Nick también había financiado la reconstrucción de la torre de la iglesia local.
—Come, come —le instó.
Sergei se había saltado el desayuno porque sabía lo que le estaría esperando, de modo que comió con apetito y probó el pan especial y la tarta que siempre preparaban en Pascuas. Mientras comía, tuvo que escuchar pacientemente a las visitas de su abuela, que se acercaron para pedir consejo, dinero y apoyo al mayor filántropo de la comunidad, Yelena permaneció al margen, intentando contener su sentimiento de orgullo. Era consciente del interés que Nick despertaba entre las jovencitas que estaban en el salón, pero le parecía natural: además de ser un hombre enormemente atractivo y carismático, medía un metro ochenta y nueve de altura y tenía el cuerpo de un
atleta. Sin embargo, su nieto estaba acostumbrado a gozar del favor de las mujeres y se mostró aparentemente indiferente al respecto.
Sin embargo, había tantas mujeres jóvenes y hermosas que a él le irritó un poco:
incluso se preguntó si Yelena no habría tenido algo que ver. Pero toda su atención estuvo en ella. Cada año estaba más vieja y parecía más cansada.
Nick sabía que Yelena se llevaba una decepción cada vez que aparecía solo en su casa; le habría gustado que se presentara con compañía femenina, pero las mujeres
que satisfacían su libido no eran precisamente adecuadas para eso. Yelena quería verlo casado y con familia. Muchas personas se habrían llevado una sorpresa de haber sabido que él, un hombre de negocios frío y con pocos escrúpulos, un hombre famoso por su arrogancia, se sentía en deuda con su abuela porque no le había dado lo que ella quería.
—Veo que Yelena te preocupa —dijo el sacerdote en ese instante—. Tráele una esposa y un bisnieto y será feliz.
Nick apartó la mirada del generoso escote de la jovencita que se inclinó para servirle un café y dijo:
—Como si eso fuera tan fácil.
El cura, un hombre felizmente casado, con seis niños saludables y bastante sentido del humor, replicó:
—Si encuentras a la mujer adecuada, será muy fácil.
Sin embargo, Nick había desarrollado una animadversión intensa por el matrimonio. Delta le había demostrado que casarse era un error que salía muy caro; y aunque se habían divorciado diez años antes, todavía no había podido
olvidar que su ex esposa se había negado a tener hijos porque no quería estropear su precioso cuerpo.
Naturalmente, Nick le había ahorrado ese detalle a su abuela; pero el tiempo pasaba. Yelena se hacía vieja, y algún día no quedaría nadie que le recriminara su actitud por aterrizar con su helicóptero cerca de la casa, lo cual traumatizaba a su cerdo y a sus gallinas, que dejaban de poner huevos. En consecuencia, se sentía culpable. Yelena Antonova merecía que le diera un bisnieto. Nadie había hecho tanto por él y le había pedido tan poco.
Aún estaba pensando en ello cuando su abuela le preguntó si alguna vez veía a Delta. Nick tuvo que hacer un esfuerzo para no estremecerse. Siempre había sido un nombre solitario y las relaciones personales le resultaban incómodas. Él estaba hecho para los negocios, para la emoción de una absorción o un contrato nuevo, para el desafío de hacer ajustes y aumentar los beneficios, para la
satisfacción de tener éxitos financieros. Por desgracia para él, el matrimonio era un tipo de contrato legal que dejaba demasiado espacio para los errores y los malentendidos.
Un segundo después, tuvo una revelación. Pensándolo bien, nada impedía que eligiera una esposa y tuviera un hijo con ella sin más emoción de por medio que un acuerdo entre las partes. Al fin y al cabo, su intento de conseguirlo de forma tradicional había resultado catastrófico.
—¿Has oído lo que te he preguntado? —insistió su abuela.
Sergei respondió sin dejar de dar vueltas al asunto que le preocupaba.
—Sí, por supuesto.
En ese mismo instante, empezó a trazar un plan. Esa vez se enfrentaría al matrimonio desde un punto de vista  rofesional; establecería los requisitos, dejaría el asunto en manos de sus abogados y les instaría a utilizar un médico y un psicólogo para realizar la elección de candidatas. Por supuesto, el matrimonio sería breve y él se quedaría con la custodia del niño.
Al mismo tiempo, empezó a determinar sus preferencias. No quería una esposa capaz de hacer lo que fuera por dinero, sino solamente una que estuviera dispuesta a darle un niño y a marcharse después, cuando él se hubiera cansado de jugar a las familias felices para contentar a Yelena.
Estaba seguro de que en alguna parte había una mujer perfecta para el caso. Y si era lo suficientemente específico con sus preferencias, ni siquiera tendría que conocerla en persona antes de la boda.
Al cabo de un rato, cuando ya estaba de vuelta en su vehículo negro de cristales ahumados, empezó a tomar notas en el ordenador.



Nueva nove esta aburridon el primer capi pero creo qe subire otro mas para qe le agarren sabor jejeje bueno... Saludos!!

A son to the magnate "Niley" Argumento







Nick Antonovich, multimillonario ruso, era famoso por estar rodeado permanentemente de supermodelos y aspirantes a actrices; pero ninguna de ellas era la adecuada para convertirla en su esposa. 
¿ Podria cumplir el mayor deseo de su abuela y ofrecerle un nieto?
¿ Por que no tratar todo el asunto como si fuera un negocio?
Sin emocion alguna; solo con un  contrato de conveniencia que le asegurara lo que queria: una esposa con la que acostarse, de la que disfrutar y a quien dejar embarazada para despues abandonarla. 



LEGALLY MARRIED "JEMI" cap.13


–Va detrás de algo –dijo Demi al tiempo que Miley dejaba una pizza de tamaño grande sobre la pequeña mesa del comedor de Demi–. Un hombre así no hace esa clase de ofertas porque sí.
Miley volvió al recibidor, se quitó los zapatos, dejó el bolso y se ajustó la coleta.
Era domingo por la tarde. El partido de los Mets estaba a punto de empezar en el canal de deportes.
–Desde luego que sí –dijo Miley, siguiendo a su amiga hacia la cocina del apartamento–. Lo que yo quiero decir es que deberías aceptar.
Demi abrió el congelador y sacó una bolsita de cubitos de hielo.
–¿Y ponerme en sus manos?
–¿Una isla privada? ¿Mansiones? ¿Esa extraordinaria historia sobre piratas? No me importa lo que se traiga entre manos. Nos lo vamos a pasar fenomenal este fin de semana.
–¿Nos? –preguntó Demi.
–No te vas a ir a Serenity Island sin mí –le dijo Miley, sentándose en un taburete frente a la barra de la cocina y apoyando los codos sobre la mesa.
–No voy a ir a Serenity Island –Demi echó una docena de cubitos en la coctelera.
No podía pasar un fin de semana entero con Joe.
–Es la oportunidad de tu vida –dijo Miley.
–Sólo para los freaks de los piratas –Demi añadió mango, piña, té helado, menta y un chorrito de vodka, y después mezcló bien los ingredientes del Mango Madness; una vieja tradición, junto con la pizza y el partido de los domingos.
–No me llames eso –dijo Miley en tono bromista–. Lo de Nick es más bien una obsesión tonta.
La abogada se quedó pensativa y entonces volvió al tema principal.
–Míralo de esta forma. Si no vamos a la isla, Joe intentará otra cosa. Si vamos, pensará que ha ganado. Así conseguiremos ir un paso por delante y estaremos preparadas para su siguiente movimiento.
Demi tuvo que admitir que la lógica de Miley tenía sentido. El problema era que no podía confiar en sí misma en presencia de Joe Jonas, y con sólo pensar en su próximo movimiento, sentía una avalancha de deseo que la dejaba
sin voluntad.
Fueron a Serenity Island en uno de los helicópteros de Astral Air. Era la primera vez que Demi volaba. En los orfanatos nunca había presupuesto para vacaciones y un billete de avión siempre había sido un artículo de lujo para ella.
Al llegar hicieron la primera parada en la casa de los padres de Nick, que estaba situada al lado del helipuerto privado. En el garaje de los Miller había una pequeña flota de carritos de golf, los únicos vehículos de motor que había en la isla.
David y Darcie Miller estaban en Chicago por negocios, pero la casa estaba llena de personal de servicio. La tía de Nick, Ginny, enfundada en un vestido estilo años cincuenta, los recibió en el flamante recibidor decorado en tonos
rojizos.
–Hola, muchachos –les dijo, tomando las manos de Nick–. Qué bien que has traído compañía, Nick.
–Hola, tía –dijo Niick, dándole un beso en la mejilla–. ¿Cómo estás?
–¿Cuál de estas hermosas señoritas te acompaña? –preguntó Ginny, examinando a Miley y a Demi de arriba abajo.
–Sólo somos amigos.
–Tonterías –Ginny le guiñó un ojo a Demi–. Este joven es muy buen partido –se acercó un poco más y bajó la voz como si fuera a confiarle un gran secreto–. Tiene dinero, ¿sabes?
Demi no puedo evitar la sonrisa.
–Bueno, este otro… –Ginny se volvió y apuntó con un dedo acusador en dirección a Joe–. Siempre ha sido un gamberro.
–Hola, tía Ginny –dijo Joe, haciendo acopio de toda su paciencia.
–Lo pillé en el armario de la ropa de cama con Patty Kostalnik.
–Ginny –dijo Joe, protestando.
–¿En serio? –exclamó Demi, sin esconder su interés.
–¿O era la chica de los Pansy? –Ginny frunció el ceño–. Nunca me gustó.
Solía robarme mi crème de menthe. Fue en mayo, porque los manzanos estaban floreciendo.
Demi miró a Joe de reojo, disfrutando de su incomodidad.
Él sacudió la cabeza, negándolo todo.
–Demi y Miley se van a quedar en casa de Joe unos días –le dijo Nick a su tía.
–Ni hablar. Tú necesitas una esposa, joven –se puso entre Demi y Miley y las agarró del brazo a las dos–. Tienen que quedarse aquí para que puedas conocerlas mejor. ¿Cuál te gusta más?
–Se van a quedar con Joe –repitió Nick.
Ginny chasqueó la lengua.
–Tienes que aprender a defender lo tuyo, sobrino. No dejes que Joseph selas lleve a las dos –miró a Demi–. ¿Tú lo quieres?
Demi se sonrojó.
–Me temo que…
La señora se volvió hacia Miley sin dilación.
–¿Y qué pasa contigo? –le preguntó en un tono enérgico.
–Claro –dijo Miley con una sonrisa traviesa–. Como bien ha dicho usted, Nick es un buen partido.
Ginny se puso muy contenta. Joe se reía a carcajadas y el pobre Nick tenía una expresión de auténtico horror.
–Ven conmigo a la cocina, jovencita. Por aquí. Me ayudarás con el pastel – dijo Ginny, agarrando a Miley del brazo y llevándosela por un largo pasillo.
–¿No vas a ir con ellas? –le preguntó Joe a Nick, tratando de controlar las risotadas.
–Ella sola se lo ha buscado –dijo Nick, sacudiendo la cabeza–. Que se las arregle ella solita.
–¿Y la chica de los Pansy? –le preguntó Demi a Joe, dispuesta a no dejar el tema.
–Tenía quince años, y ella tenía dos años más.
–¿Aha? –exclamó Demi, esperando más detalles.
–Me enseñó a besar.
–¿Y…?
–Y nada. ¿Estás celosa?
Demi frunció el ceño. Él estaba retomando el control.
–En absoluto.
–Por aquí, por favor –dijo Nick, señalando a través de un arco.
Después de darles un breve paseo por la flamante mansión, los llevó a una terraza provista de muebles cómodos y lujosos.
–Debes de hacer unas buenas fiestas aquí –le dijoDemi a Nick, mirando la barra y las dos enormes barbacoas.
Él asintió con la cabeza.
–Hay una sala de fiestas abajo y un montón de habitaciones. ¿Ves esos techos verdes que están debajo de la cordillera?
Demi se acercó a la barandilla y miró hacia la escarpada falda de la montaña.
–Los veo.
–Son cabañas para invitados. Hay un camino de servicio que rodea la montaña por detrás. A mi madre le encanta tener invitados aquí.
Demi bajó la vista y se encontró con una enorme piscina en forma de riñón con dos jacuzzis a un lado, rodeada del césped más fresco y verde.
Más allá de la propiedad de los Gilby, más cerca de lo que parecía una cala de arena blanca, y en dirección opuesta a las cabañas, había una especie de torreón de piedra, y un techo con formas irregulares que sobresalía por encima de
los árboles.
–¿Qué es eso?
–Es la casa de Joe –dijo Dylan.
–¿Vives en un castillo? –Demi se volvió hacia Joe, sorprendida.
–Es de piedra –respondió él, acercándose a la barandilla–. Y es laberíntico y complicado, así que supongo que se le podría llamar castillo. Bueno, si quieres sonar pomposo y hacer que se rían de ti.
–Es un castillo –dijo ella con entusiasmo, deseando explorar todos sus rincones–. ¿Cuándo fue construido?
–Hace algunos siglos –dijo Joe, sin especificar más.
–Fue construido en 1700 aproximadamente –dijo Nick–. Los Jonas siempre le han dado mucha importancia a las raíces.
De repente Demi sintió un golpe de celos. ¿De cuántas generaciones estaban hablando? ¿Acaso todo tenía que ser perfecto en la vida de Joe Jonas?
–Estoy deseando verlo –dijo en tono bajo y discreto.
Joe la miró con atención, intentando descifrar su expresión.
–Los Jonas restauran y conservan –explicó Dylan–. Los Miller prefieren echarlo todo abajo y empezar de cero.
–Farsantes –dijo Miley, saliendo a la terraza. Con sus vaqueros y su blusa verde, parecía sentirse como en casa. Demi, por el contrario, estaba cada vez más inquieta e impaciente.
–¿Cómo va ese pastel? –le preguntó a su amiga, rehuyendo la mirada de Joe.
–Estamos todos invitados, o quizá debería decir «obligados» a quedarnos a cenar –dijo Miley.
–Así es la tía Ginny –dijo Nick, mirando a Miley con gesto serio–. Antes de llegar al postre ya te estará buscando un vestido de novia.
Miley trató de domar su rebelde melena rubia, alborotada por el viento.
–No hay problema –dijo, mirando a su alrededor con indiferencia–. Podría acostumbrarme fácilmente a este lugar.
Nick puso los ojos en blanco al oír el comentario sarcástico.
–No tengo nada en contra de vivir del botín de unos piratas –añadió la abogada, sacudiendo la cabeza. Tiró de la cadena que llevaba puesta y sacó un medallón de oro que llevaba escondido bajo de la blusa. Lentamente, empezó a balancearlo delante de Nick.
Demi no tardó en reconocer la pieza y entonces se preparó para otra acalorada discusión entre Nick y Miley. Era la moneda que habían comprado en aquella tienda de antigüedades.
–¿Todo bien hasta ahora? –preguntó Nick, apoyándose en la barandilla junto a Joe tras la cena.
Las luces de la casa de los Gilby iluminaban la noche y a lo lejos se divisaban destellos provenientes de la casa de Joe.
–Eso creo –Joe señaló a las tres mujeres que estaban en el interior de la casa. Ginny estaba llevando a cabo su plan maestro–. Les está enseñando fotos de cuando Sadie y ella eran jóvenes.
–Yo le comenté algo a Miley –dijo Dylan, atribuyéndose el mérito–. Y enseguida le preguntó a mi tía si tenía fotos.
–Bien pensado –reconoció Joe.
Ginny y Sadie se habían criado juntas en Serenity Island y, aunque a Ginny ya empezaba a fallarle la memoria, todavía recordaba muchas anécdotas que sin duda ablandarían el corazón de Demi. Esa vez no podría acusarle de tratar de
manipularla. Ejecutar un plan maestro a través de la excéntrica tía Ginny era demasiado rebuscado, aunque, en realidad, eso era justo lo que estaban haciendo.
–Miley no supone mucho problema –añadió Nick–. Hablas de piratas y se lanza de cabeza.
–Te tomas demasiado en serio lo de los piratas.
–Ella se pone como loca –dijo Nick en un tono pensativo.
–Nuestros antepasados no eran boy scouts –dijo Joe.
–¿Joseph? –la imperiosa voz de Ginny la precedía antes de llegar a la puerta.
Joe levantó la vista.
–Ven aquí –le ordenó.
Nick soltó una risita disimulada al tiempo que Joe iba hacia la señora.
–Necesito tu ayuda –susurró, haciéndole señas para que se acercara más y mirando hacia el interior del salón.
–Claro –dijo Joe, inclinando la cabeza para escuchar mejor.
–Vamos a bajar a bailar.
A Ginny siempre le había gustado mucho la música, sobre todo la de las grandes orquestas, y el baile siempre había sido una parte importante de las obligaciones sociales en la isla.
–No hay problema.
–Tú pídeselo a la pelirroja, la señorita Demi –le miró con un gesto conspiratorio–. Tengo un buen presentimiento respecto a Nick y a la otra.
–Miley –dijo Joe.
–Parece estar especialmente interesado en su trasero.
–Ginny –dijo Joe en un tono de reprimenda.
La señora se rió con picardía.
–No soy una ingenua.
–Nunca he creído tal cosa.
–Vosotros los jóvenes no inventasteis el sexo antes del matrimonio, ¿sabéis?
–Estábamos hablando de bailar –dijo Joe y entró en la casa–. Demi –dijo, acercándose a las dos chicas, que estaban sentadas en el sofá.
Estaban hojeando álbumes de fotos, unos de entre los muchos que estaban sobre la mesa.
Demi levantó la vista.
–Vamos abajo –le dijo él, señalando el camino–. Vamos a bailar.
Ella parpadeó, sin entender nada. Él sonrió de oreja a oreja y se acercó más.
La agarró el brazo y la hizo ponerse en pie.
–Ginny nos está haciendo de Celestina –le susurró de camino a la escalera de caracol–. Me han obligado a tomarte como acompañante para que Nick pueda pedírselo a Miley.
–Es muy agradable –dijo Kaitlin, refiriéndose a Ginny.
–Son una familia de conspiradores.
–¿Sí? Bueno, mira quién habla.
Joe no pudo negárselo.
Al final de las escaleras se encontraron con una enorme sala de fiestas.
–¡Vaya! –exclamó Demi, dando unos pasos sobre el suelo de madera maciza y pulida. El techo estaba decorado con rutilantes bolas de discoteca.
La joven estiró los brazos y giró sobre sí misma, sonriendo como una niña.
Un empleado estaba preparando el sistema de audio y en unos segundos comenzaron a sonar los primeros acordes de Stardust.
Ginny, Miley y Nick se unieron a la fiesta, riendo y bromeando.
–Necesitas un acompañante, tía –dijo Nick, agarrándola de la mano.
–Oh, no seas tonto –dijo Ginny, dándole un manotazo–. Soy demasiado vieja para bailar.
Joe se acercó a Demi. Definitivamente ella era la chica con la que iba a bailar esa noche. La tomó en sus brazos con facilidad y comenzó a moverse al ritmo de la música, siguiendo la cadencia con sutileza y apartándose de los otros.
–Hace mucho que no hacemos esto –murmuró, sintiéndola contra el cuerpo.
–Y la última vez no terminó muy bien –dijo ella, siguiendo el ritmo y dejándose llevar por él.
–Podría haber terminado mejor –dijo él, dándole la razón. Podría haber terminado con ella en la cama. Podría haber sido así.
De pronto se apartó un poco y contempló su bello rostro. ¿Por qué no había terminado así?
–Ginny me ha dicho que era la mejor amiga de tu abuela, desde la infancia. Joe asintió.
–Mi abuela era la hija del encargado de mantenimiento.
–Ginny me dijo que tu abuela Sadie creció, se casó y murió aquí. Todo en esta isla. Joe soltó una carcajada al oír tan desacertada descripción de la vida de su abuela.
–Bueno, de vez en cuando sí que la dejaban salir.
–Eso sí que son raíces.
–Supongo que sí.
–Y las tuyas son todavía más profundas.
–Supongo –le dijo él en un tono distraído. Sentir el tacto de su cuerpo era mucho más interesante que hablar de su propia familia en ese momento.
La canción terminó y enseguida empezó a sonar It could happen to you.
Ginny no estaba dispuesta a dejar que su plan romántico fracasara.
–Estaba pensando… –le dijo él de repente.
–Sh –dijo ella, interrumpiéndole.
–¿Qué?
–No hables, por favor.
–¿Qué?... ¿Por qué no? –preguntó, sintiendo curiosidad.
–Estoy fingiendo que eres otra persona –le dijo ella en un susurro.
–Oh –dijo él con sutileza, ignorando el filo de sus palabras.
Cada vez se acercaba más, cerrando los ojos, dejándose llevar…
–Yo también estoy fingiendo que soy otra persona –suspiró–. Sólo un minuto,Joe,  sólo durante esta canción. Quiero olvidarme del mundo y creer que éste es el único sitio para mí.
Joe sintió que se le encogía el corazón. La apretó contra su pecho y le dio un beso en la frente.
«Éste es el único sitio en el mundo para ti…», pensó en silencio.

"Darling enemy" Niley♥cap.22


Miley no recordaba haberse sentido jamás tan a gusto en Gray Stag. Selena y la señora Jonas la colmaban de atenciones y le hacían compañía en sus largas horas de reposo, mientras que la señora Peake, que ya se había reincorporado a las tareas de la casa, revoloteaba todo el día a su alrededor como una bondadosa hada madrina, intentando abrirle el apetito con nutritivas sopas y deliciosos postres.
—Pero si estoy mucho mejor... —protestó al cabo de dos días Miley, que ansiaba poder levantarse y andar un poco.
Pero la señora Peake se negó en redondo.
—¿Después de haber sufrido una contusión y aún convaleciente? —le espetó, mirándola por encima de su nariz aguileña—. Ni hablar. Si se levanta de esa cama, señorita Miley, ¡la traeré de vuelta yo misma!
Y ése había sido el punto final de la discusión, porque Miley no dudaba que la señora Peake era muy capaz de cumplir su amenaza. Selena y ella prorrumpieron en risitas cuando se hubo marchado a la cocina.
—¿A que no sabes que le ha dicho Nick a Taylor esta mañana? —inquirió Selena mostrándose muy misteriosa.
Miley meneó la cabeza.
— ¡Le ha dicho que cuenta con su aprobación para casarse conmigo! ¡Y hasta se ha ofrecido a darnos unas tierras en el valle!
—Es un detalle por su parte —le dijo Miley con una sonrisa.
—¿Un detalle? —replicó Selena—. ¡Es un verdadero milagro! Taylor no podía dar crédito a sus oídos, y yo todavía tengo la sensación de estar soñando.
—Me alegro por vosotros.
Selena se levantó de la silla de mimbre junto a la cama en la que había estado sentada.
—Bueno, tengo que dejarte, porque le he prometido a mamá que la acompañaría a comprar unas cosas, pero estaremos de vuelta enseguida. Si necesitas algo, dale una voz a la señora Peake, ¿de acuerdo?
—De acuerdo -murmuró Miley—. Selena... — llamó a su amiga cuando se dirigía a la puerta. La otra joven se detuvo y se volvió a mirarla.—Gracias por todo lo que estáis haciendo por mí —balbució Miley—. Sois tan amables que yo... — pero no pudo acabar la frase, porque se le hizo un nudo en la garganta de la emoción.
—Eres parte de la familia —le dijo Selena con sencillez, y le sonrió—. Nos vemos luego.
En los días que Miley pasó convaleciente en el rancho, Nick iba a la casa tan a menudo como se lo permitían sus tareas, y se mostró tan amable y afectuoso con ella, que la joven no podía dejar de preguntarse si lo habrían cambiado por otro. Parecía tan distinto... A pesar de su inicial recelo por cómo se había comportado con ella, poco a poco fue confiando de nuevo en él, y una relación completamente distinta empezó a forjarse entre ellos. Cuando se sentaba a hacerle compañía, Nick le contaba sus planes para Gray Stag, le relataba las pequeñas anécdotas del rancho con un sentido del humor que Miley nunca hubiera imaginado... pero no la tocaba. Era como si quisiera ir construyendo una sólida amistad entre ellos antes de intentar ir más allá con ella.
La señora Jonas, Selena y él conseguían casi siempre hacerla sonreír y mantener sus pensamientos alejados del futuro, pero una tarde, Nick la pilló con una expresión claramente preocupada mientras miraba por la ventana.
—Primero ponte bien; luego tendrás tiempo de rumiar tus problemas todo lo que quieras —la reprendió dándole un pellizco en la punta de la nariz—. Por cierto, espero que tengas hambre. He traído unas fresas recién recolectadas de nuestro huerto, y le he pedido a la señora Peake que te prepare un buen tazón de ellas con nata.
—Hace una semana me habría negado a ese capricho —suspiró ella—, pero supongo que ahora ya no importa mucho que engorde un poco.
Nick se sentó a su lado y se inclinó para apartar un mechón de su rostro. Hacía dos días que Miley ya no llevaba la gasa de la mejilla, y el propio Nick le cambiaba las vendas de la pierna y le aplicaba el antiséptico cada noche, sin confiarle la tarea a nadie más.
Los ojos de Miley descendieron hasta los finos labios de Nick, y se quedó mirándolos con una intensidad de la que ni siquiera era consciente. Sencillamente no podía evitarlo. Hacía tanto tiempo desde la última vez que se habían besado, que la había estrechado entre sus brazos...
—¿Quieres que te bese? —le preguntó Nick en un tono quedo. Inclinó la cabeza hacia ella—. Vamos, dilo, no te contengas.
El labio inferior de Miley tembló ligeramente, recordando aquel día de Semana Santa, en los establos, el modo diabólico en que la había tentado, humillándola, para luego apartarse.
—No pienso suplicar —le dijo.
En un primer momento, Nick frunció el entrecejo sin comprender, y luego esbozó una sonrisa.
—Manda el orgullo a paseo, Miley —le susurró. Se inclinó un poco más y posó sus labios sobre los de ella, acariciándolos, separándolos con pericia.
—¿Qué importa quién empiece si los dos lo deseamos? —le dijo apartándose un instante mientras sus dedos se enredaban en el cabello de Miley.
Él se colocó a horcajadas sobre ella y se inclinó de modo que Miley pudiera sentir los fuertes latidos de su corazón contra su pecho.
—Nick... —gimió ella subiendo las manos y despeinándole el rubio cabello. Cerró los ojos y se arqueó, apretándose contra su cuerpo. Aquello era el paraíso... el paraíso...
Nick tomó sus manos y las colocó abiertas contra la pechera de su camisa de algodón.
— Acaríciame, Miley —le susurró—, frota tus manos por mi pecho.
Ella pasó las palmas por la tela despacio mientras Nick la besaba, y pronto él empezó a excitarse.
—Miley... —jadeó.
Se incorporó un poco, desabrochándose impaciente la camisa, y volvió a tomar las manos de ella, poniéndolas contra su tórax sudoroso y desnudo.
— Sigue, Miley, sigue...
Ella se quedó mirándolo fascinada, sintiendo que el deseo se encendía dentro de ella, como una llama, y se deleitó con la sensación nueva para ella de enredar sus dedos en el abundante vello claro de su tórax. Tenía un aspecto tan masculino y sensual así, medio desnudo, con el cabello revuelto, los labios ligeramente hinchados, los ojos entornados con un ardor indisimulado en ellos...
Los labios de Nick volvieron a descender sobre los suyos, separándolos con una pasión casi salvaje mientras tomaba lo que necesitaba de ella. Miley notó el contacto aterciopelado de su lengua explorando cada rincón del interior de su boca, invadiéndola, y le clavó las uñas en el pecho antes de rodearle el cuello con los brazos para aferrarse a él, y arqueándose de nuevo hacia sus cálidas manos, esas manos que sabían dónde y cómo tocarla para volverla loca. Un gemido ahogado escapó de entre sus labios, y Nick se apartó un poco, preocupado.
—¿Te estoy haciendo daño? —le dijo, tratando de ir más despacio.
—Oh, no... —le contestó ella, estremeciéndose de placer con sus expertas caricias.
Los pulgares de Nick trazaron círculos en torno a sus pezones, y ella contuvo el aliento extasiada.
—Ya no me tienes miedo, ¿verdad? —le preguntó él.
Teddi sacudió la cabeza lentamente, observándolo con el corazón en los ojos.
Nick la acarició con más sensualidad, y Miley se arqueó hacia él como un gato mimoso. Sus labios atraparon otra vez los de ella, y le desabrochó el camisón hasta la cintura, devorando con sus manos cada centímetro de piel que quedaba al descubierto.
Después, se inclinó despacio, depositando su peso sobre ella, y Miley pudo sentir cada línea de su masculino contorno. Parecía que su cuerpo se hubiera hecho uno con el de él, que estuvieran disolviéndose el uno en el otro, que las suaves curvas de ella encajaran perfectamente, como las piezas de un puzzle, con los duros ángulos de la anatomía de él. Se aferró a Nick sin temor alguno, deseándolo hasta tal extremo, que era una verdadera tortura estar tan cerca de él, y a la vez sentir que no era suficiente.


El final se esta acercando :(... pero subire otra nove Niley ♥ subire el argumento y si puedo el primer capi Besos!!!!

lunes, 30 de enero de 2012

LEGALLY MARRIED "JEMI" cap.12



Mientras el camarero retiraba los últimos platos, Miley y Nick aparecieron de nuevo.
Ella se sentó junto a Joe y puso el maletín entre ambos. Nick, por el contrario, tomó asiento enfrente de Demi.  Su cara era un libro abierto.
–Te robaron el maletín –dijo Miley, yendo al grano–. Te robaron el maletín.
Demi ya se imaginaba lo que había ocurrido. Se volvió hacia Joe y lo fulminó con la mirada, exigiendo una explicación.
–Estaba en mi maletero –dijo él en defensa propia–. Mi maletero. Además, son mis diseños.
–Los diseños son míos –le dijo ella con firmeza.
–Pero yo te pago para que los hagas.
–Eso no te da derecho a robárselos –añadió Miley en un tono imperativo.
–Yo no discutiría con ella –murmuró Nick en un tono serio.
Miley le lanzó una mirada de advertencia, pero Joe no se dejó amedrentar.
–Me recuerdas a mi profesora de matemáticas –le dijo en un tono sarcástico.
–Pues parece que no aprendiste nada con ella –dijo la abogada.
–¡Me robaste el maletín! –exclamó Demi, reclamando la atención de todos–. ¿Todo esto de la cena era una estratagema? –sacudió la cabeza, contestándose ella misma–. Claro que sí. Eres un ser despreciable, Joe Jonas.
Si no le hubiera dicho a Miley que me habías invitado a este sitio… Y si ella no fuera tan suspicaz…
Harta de aquel pulso verbal, Demi decidió capitular.
–Muy bien. Adelante –dijo, señalando el maletín–. De todos modos no hay nada que puedas hacer para cambiarlos. Si no te gustan, ya puedes empezar a quejarte. Me trae sin cuidado.
Joe no perdió ni un segundo. Agarró el maletín, lo abrió rápidamente y extendió los diseños sobre la mesa.
–¿Es que has perdido el juicio? –exclamó de repente. Sus ojos relampagueaban.
En su despacho, el lunes por la mañana, Joe tuvo que hacer un gran esfuerzo para desterrar de su mente las fantasías con Demi. Estaba enojado con ella por aquellos extravagantes diseños, y ésa tenía que ser su prioridad, por su propio bien y por el bien de la empresa.
–…Diez millones de dólares –le estaba diciendo Esmond Carson desde el otro lado del escritorio.
Al oír la cifra, Joe volvió a la realidad.
–¿Qué? –preguntó.
Esmond buscó algo en el enorme archivador que tenía sobre el regazo. El hombre, cada vez más canoso, ya rondaba los sesenta y cinco años. Había sido el abogado y consejero legal de su abuela durante más de treinta años.
–Rentas, comidas, salarios de profesores, transportes… Todos los costes han sido inflados en los informes. La fundación tiene un saco enorme de facturas atrasadas. La cuenta bancaria está en números rojos. Así es como me di cuenta.
Joe no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo se habían descontrolado tanto las cosas?
–¿Quién ha hecho esto?
–Por lo que sabemos, fue un hombre llamado Lawrence Wellington. Era el gestor regional en la ciudad. Y desapareció al día siguiente de la muerte de Sadie.
–¿Has llamado a la policía?
–Podríamos dar parte –Esmond cerró el archivador. Su expresión era impasible, tranquila.
–Por supuesto que vamos a informar de esto –Joe puso la mano sobre el teléfono.
Un malhechor le había robado el dinero de su abuela; o peor aún, había robado dinero de la fundación benéfica que ella había creado para ayudar a niños desfavorecidos.
–Puede que no sea una buena idea.
Joe se detuvo y levantó las cejas; ya tenía los dedos sobre los botones.
–Eso generaría mucha publicidad.
–¿Y?
–Podría ser un circo mediático. La fundación benéfica, el nombre de tu abuela… Lo arrastrarían todo por el fango. Los benefactores se pondrán nerviosos, los beneficios podrían caer; podrían cancelar algunos proyectos…
Nadie quiere que su nombre se vea relacionado con el de un criminal, por muy noble que sea la iniciativa de la organización benéfica.
–¿Crees que resultaría así? –preguntó Joe, sopesando las distintas posibilidades. Esmond podía tener razón.
–Conozco una empresa muy buena de detectives privados –dijo Esmond–. Con un cheque puedo sacar a la empresa de este aprieto. ¿Puedes asumir el coste?
«Menuda pregunta…», se dijo Joe a sí mismo.
Al igual que cualquier otra empresa de transportes del mundo, Jonas había visto menguar su capital líquido durante los últimos años. Tenía barcos parados en el puerto, y otros en dique seco, deteriorándose y acumulando enormes
facturas en reparaciones. Los clientes retrasaban continuamente los pagos porque tampoco disponían de capital efectivo y los bancos apenas daban créditos.
Y Demi… Diseñando el Taj Mahal en vez de un edificio de oficinas funcional y práctico.
–Claro –le dijo a Esmond–. Te daré un cheque.
Puso en contacto a Esmond con su director financiero y le pidió a Amy que llamara a Demi.
Mientras esperaba por ella, le dio la vuelta a la silla giratoria y contempló el paisaje urbano a través de la enorme ventana. No podía dejar que el legado de su
abuela se derrumbara en un abrir y cerrar de ojos.
Unos minutos después oyó como se abría la puerta. Tenía que ser Demi.
Amy hubiera anunciado a cualquier otra persona.
–Cierra la puerta, por favor –le dijo sin darse la vuelta.
–Muy bien –dijo ella, yendo hacia el escritorio.
Él se volvió lentamente, se puso en pie y rodeó el escritorio.
–Cierra, por favor –repitió él con contundencia.
–Joe, tenem…
Él pasó por su lado rápidamente y la cerró él mismo.
–Preferiría que no… –la voz de Demi se apagó.
Él se había dado la vuelta bruscamente y parecía atravesarla con la mirada.
La blusa que llevaba insinuaba unos pechos suaves y firmes, y tenía los botones del escote desabrochados, enseñando una pizca de piel color marfil y aterciopelada. Joe sintió un nudo en el estómago que se apretaba cada vez más, así que se alejó un poco de ella, dando unos pasos hacia el escritorio.
–Preferiría… –dijo ella, yendo hacia la puerta.
Él la agarró del brazo.
Ella miró el lugar donde la sujetaba con fuerza.
–¿Qué haces? ¿Es que vas a pegarme? –le dijo, molesta.
Eso ni siquiera se acercaba a lo que en realidad quería hacer con ella. La noche del viernes se había ido a casa con los músculos rígidos como piedras.
Había pasado casi toda la noche dando vueltas en la cama, sintiendo una extraña mezcla de rabia y excitación, y cuando por fin se había quedado dormido, allí estaba ella, en sus sueños, sensual y seductora, llamándolo y alejándose al
mismo tiempo.
–¿Te estoy asustando? –dijo, mirándola fijamente.
–No.
–¿Te molesta?
–Sí.
–Pues es tu problema –le espetó con indiferencia.
–Claro que es mi problema –ella apretó los dientes.
–Tú también me has hecho enojar.
–Pobrecito –dijo ella con sorna.
–¿Te estás burlando de mí?
–Yo soy la que manda aquí –le dijo ella, cruzando los brazos y descubriendo así una sección más generosa de su escote.
Él soltó una carcajada de sorpresa y trató de disimular la excitación que se apoderaba de él.
–Sé que yo llevo la voz cantante aquí y no hay nada que puedas hacer para obligarme a…
Él dio un paso adelante. La paciencia estaba a punto de agotársele y ella tenía que entrar en razón, de una forma u otra.
Las pupilas de Miley se dilataron y sus labios se entreabrieron.
–¿Obligarte a qué?
–Joe –dijo ella en un tono de advertencia, aunque sus ojos delataran la confusión y el temor que sentía en realidad.
–¿Obligarte a qué? –repitió él.
Ella no contestó, pero sí se humedeció los labios con la punta de la lengua.
Joe tragó en seco y dio otro paso adelante hacia ella, mirándole los labios.
Accidentalmente le rozó el muslo al acercarse.
Los labios de ella se suavizaron y su respiración se volvió más profunda.
Él inhaló su fragancia, exótica e irresistible, y entonces le acarició la mejilla con los nudillos.
Ella no lo hizo detenerse, sino que cerró los ojos y se frotó contra su mano.
Y entonces Joe ya no pudo aguantar más el aluvión de deseo. Ladeó la cabeza y, sin pensarlo siquiera, rozó sus labios contra los de ella; suaves, flexibles, calientes
Jemi beso <3 - arte Jemi fan
y deliciosos. Una explosión de sensaciones lo sacudió por dentro. De repente volvía a estar en el yate. La brisa marina los acariciaba y el cielo estrellado era el único testigo de su pasión. La rodeó con ambos brazos y ella hizo lo mismo; la piel enrojecida con el rubor de la lujuria. Ella encajaba en él a la perfección, acurrucándose contra él en todos los rincones de su cuerpo.
Joe la hizo moverse hacia atrás y la acorraló contra la pared del despacho.
Bajó las manos y la agarró del trasero, palpando sin pudor la firmeza de su carne, resistiendo la tentación de frotarse contra ella.
Ella encendía un fuego en el que nunca antes se había quemado. Le tocó el cabello, enredando los dedos en las finas hebras aterciopeladas, y entonces le sujetó el rostro con ambas manos, colmándola de besos al mismo tiempo, en el cuello, a lo largo de los hombros, en el borde de la blusa, el escote… Ella entreabrió aún más los labios, buscó su lengua húmeda y apretó los pechos contra su fornido pectoral, asegurándose de que él pudiera sentirlo. Y entonces se puso de puntillas y le devolvió el beso con la misma pasión, deslizando las manos por debajo de su chaqueta. Joe podía sentir aquellas manos pequeñas, calientes y vibrantes, a través del tejido de la camisa. Quería arrancársela a jirones del cuerpo, desnudarla y terminar aquello que siempre empezaban, pero que no terminaban nunca.
De repente se oyó el timbre de un teléfono. A través de la puerta llegaban ruidos provenientes de la oficina externa; la voz de Amy, alguien respondía…
Joe volvió a la realidad de inmediato, consciente del lugar en el que se encontraban. Haciendo un gran esfuerzo, se obligó a parar de inmediato. Sujetó la cabeza de Demi contra su propio hombro y respiró profundamente. Toda la ira que había sentido por ella un rato antes se había desvanecido.
–Lo hemos vuelto a hacer –dijo casi sin aliento.
Ella se puso tensa y trató de apartarse de inmediato.
–Es por esto que no quería cerrar la puerta.
Él la soltó, fingiendo que no era lo más difícil que había hecho jamás.
–¿No confías en ti misma? –le preguntó en un tono sarcástico. No podía dejarla ver lo mucho que le hacía perder el control.
–No confío en ti –le dijo ella por enésima vez.
Joe no pudo sino reconocer que aquello era justo. Ni siquiera él podía confiar en sí mismo.
–¿Por qué querías verme? –dijo ella, alisándose la blusa y peinándose con los dedos.
Joe le dio la espalda. Mirarla sólo le traería más problemas.
–¿Podemos sentarnos? –señaló dos sillas cercanas a los ventanales.
Sin decir ni una palabra ella tomó asiento y miró por la ventana, cruzando
las manos sobre el regazo. Las hormonas de Joe seguían en plena efervescencia, así que tuvo que respirar hondo varias veces antes de sentarse frente a ella.
–Acabo de hablar con el abogado de mi abuela –le explicó, sin mirarla a la cara. Tenía que convencerla para que desistiera de una vez de sus planes de
reforma. El tema era más importante que nunca y no podía permitirse otro intento fallido.
Demi se volvió hacia él y arrugó los labios.
–¿Qué quieres decir?
–Quiero decir lo que acabo de decir –Joe se rindió y la miró por fin.
–¿Qué ha ocurrido? –ella se inclinó adelante en la silla–. ¿Me han sacado del testamento? ¿Has encontrado algún vacío legal o subterfugio? ¿Me estás echando? –se puso en pie de un salto–. Si me estás echando, deberías haberlo
dicho antes de… –gesticuló con las manos–. Antes de…
–No te estoy despidiendo. Y ahora, ¿quieres volver a sentarte, por favor? – Joe se levantó.
–¿Qué está pasando? –Demi lo miró con escepticismo.
–Siéntate y te lo diré –él señaló la silla y esperó.
Ella lo fulminó con una negra mirada, pero finalmente volvió a su silla.
–Ha surgido un problema con la fundación benéfica de mi abuela.
Demi guardó silencio. Sus rasgos no revelaban emoción alguna.
–Un antiguo empleado ha desfalcado grandes sumas de dinero de la cuenta de la fundación.
Hizo una pausa para ver si ella reaccionaba, pero no fue así.
–Por tanto, voy a tener que transferir dinero de Jonas Transportation a la fundación. Si no lo hago, algunos de sus proyectos tendrán que ser cancelados; proyectos como las tutorías de refuerzo extraescolar, y también los comedores de beneficencia.
–¿Necesitas que firme algo?
Él sacudió la cabeza.
–¿Entonces de qué se trata?
–Jonas Transportation dispone en estos momentos de muy poco líquido y las cosas seguirán así por lo menos durante un año –Joe se preparó mentalmente–. A lo mejor tenemos que considerar seriamente un recorte de presupuesto para el proyecto de reforma del edificio.
–Oh, no, no puedes hacer eso –ella se cruzó de brazos.
–Déjame…
–Estás tratando de jugar con mis sentimientos.
–No estoy tratando de jugar con nada.
–Lo haces para pillarme desprevenida.
–Te estoy ofreciendo sinceridad y cordura –le dijo, y era cierto. Le estaba ofreciendo la cruda realidad.
–Hace un momento nos estábamos besando y ahora… –chasqueó los dedos
en el aire–. Me pides que haga esa clase de concesiones.
–Una cosa no tiene nada que ver con la otra –Joe sintió el latigazo de la rabia.
–Bueno, esta vez no funcionará, señor Joseph Jonas –le dijo, dando un golpe de melena–. ¿Un desfalco en las cuentas de la fundación de tu querida abuela? ¿Crees que me voy a creer eso?
–¿Crees que miento?
–Sí.
–Te enseñaré los extractos bancarios, los movimientos…
–Puedes enseñarme todo lo que quieras, Joe. Cualquier quinceañero con un portátil podría falsificar extractos financieros.
–¿Dudas de la integridad de mis contables?
–No. Dudo de tu integridad –le dijo ella, poniéndose en pie de nuevo. Lista para la batalla, levantó la barbilla.
Él volvió a levantarse con ella.
–Has probado la evasión, la coacción, las amenazas, el robo, la seducción…
¿Y ahora tratas de manipularme emocionalmente? –le preguntó ella, tocándose
los pendientes de oro que llevaba puestos.
Él apretó la mandíbula y se mordió la lengua.
–Por Dios, Joe. La pobre abuela, la fundación benéfica, unos pobres niños hambrientos… ¿Hasta dónde eres capaz de llegar? Me sorprende que no hayas añadido algún cachorro maltratado a la lista –se tocó el pecho con la punta del
dedo índice–. Voy a hacer la renovación y la voy a hacer a mi manera. Y, a cambio, tú consigues media empresa y unos papeles de divorcio. Es una ganga, así que deberías dejar de intentar cambiar los términos del acuerdo.
Furioso hasta la médula, Joe volvió a tragarse las palabras. Sabía que cualquier cosa que dijera no haría sino empeorar las cosas. Necesitaba un plan de emergencias, pero desafortunadamente ya se le habían acabado todos.
Demi se puso erguida y dio media vuelta. Un segundo después se oyó un portazo.
Joe aflojó los puños, cerró los ojos un instante y se dejó caer en el asiento.
Demi Lovato era imposible de convencer. Sospechaba de todo, estaba decidida y, además… era tan increíblemente sexy.
Estaba a punto de echar abajo un legado de más de trescientos años y no tenía ni idea de cómo detenerla.
–Demi me va a arruinar, y no hay nada que pueda hacer para detenerla – dijo, tomándose un buen trago de whisky.
–¿Y qué necesitas que haga exactamente? –le preguntó Nick, poniéndose serio de nuevo.
–Necesito que entre en razón.
–Joe, en serio. Deja de regodearte en tu propia miseria.
Joe respiró hondo.
–Muy bien. De acuerdo. Necesito que recorte el gasto del diseño, que me dé algo de una calidad razonable; un edificio de oficinas convencional. Nada de columnas de mármol, ni fuentes, ni palmeras, ni arcos de madera noble y, sobre todo, nada de acuarios gigantescos de agua salada.
Nick pensó en ello un instante.
–¿Y qué pasa con Sadie?
–¿Qué pasa con ella? –preguntó Joe, sin entender.
–Sadie le dejó la empresa a Demi.
–¿Y?
–Y Demi tendría que ser muy cruel como para no solidarizarse con los deseos de Sadie.
Nick levantó su copa para brindar. Los cubitos de hielo repiquetearon contra el cristal.
–Eso es exactamente lo que deberías hacer.
–¿Pero qué deseos, Nick? ¿Dónde están esos deseos? Mi abuela no dejó ningún deseo manifiesto.
–¿Crees que ella querría un edificio vanguardista y visionario?
–Claro que no.
Nick esbozó una sonrisa conspiratoria y se terminó la copa de un trago.
–Entonces enséñale lo que tu abuela querría. Enséñale quién era Sadie.
Joe levantó las palmas de las manos y sacudió la cabeza sin entender nada.
–Llévala a la isla –dijo Nick.

Bueno hasta aqui el maraton espero os haya gustado se lo decico a agus_destinyhope Gracias por tu comentarios... Saludos y Besoss!!!