domingo, 22 de enero de 2012

LEGALLY MARRIED "JEMI" cap.3

Joe se subió al flamante deportivo que esperaba junto a la acera y dio otro
portazo.
–¿Firmó? –le preguntó Nick Miller desde el lado del conductor al tiempo que
ponía la primera marcha.
Joe se abrochó el cinturón.
–No.
Él siempre había estado orgulloso de su talento para la negociación, pero
había algo en Demi que lo hacía perder el equilibrio. Aquel encuentro había sido
un completo fracaso.
No recordaba que fuera tan testaruda, pero, a decir verdad, apenas la conocía. Habían coincidido algunas veces antes de la fiesta, pero nunca habían
cruzado más que un puñado de palabras inconsecuentes. No sabía mucho de ella, pero sí recordaba que era lista, diligente, divertida y… hermosa. No podía negar
su belleza. Aquel día, vestida con un traje exquisito, había sido la mujer más
radiante en aquella sala de fiestas de Las Vegas.
Incluso ese mismo día, con unos viejos vaqueros y una camiseta raída,
seguía siendo impresionante. Joe había dado el «sí, quiero» ante Elvis sin pestañear siquiera, y estaba más que seguro de que, en aquel momento, sentía lo
que decía.
–¿Le ofreciste el dinero? –le preguntó Nick.
–Claro que le ofrecí el dinero.
–¿Y no funcionó?
–Va a llamar a su abogado –dijo Joe, haciendo una mueca y mascullando
un juramento. De alguna manera, había jugado mal sus cartas. Había estropeado
la única oportunidad que tenía de acabar con todo aquello sin hacer ruido.
Nick puso el intermitente, miró por el espejo retrovisor hacia la concurrida
calle, y pasó de refilón entre dos coches.
–Entonces, básicamente, estás en un lío muy gordo.
–Gracias por un análisis tan constructivo –dijo Joe con un sarcasmo
mordaz.
Jonas Transportation podía correr peligro y no era momento para bromas.
–¿Para qué están los amigos?
–Para invitar a una cerveza.
–Hoy tengo que volar –dijo Nick–. Y sospecho que necesitas todas tus
facultades a pleno rendimiento.
Joe apoyó el codo sobre el reposabrazos al tiempo que el coche se abría
camino entre el tráfico denso. Su mente no dejaba de repasar el encuentro con
Demi una y otra vez. ¿En qué momento lo había estropeado todo?
–A lo mejor debería haberle ofrecido más –dijo, pensando en voz alta–.
¿Cinco millones? La gente normal aceptaría cinco millones, ¿no?
–A lo mejor tienes que decirle la verdad –sugirió Nick.
–¿Estás loco?
–Técnicamente, no.
–¿Decirle que ha heredado todo el patrimonio de mi abuela?
¿Servirle el pastel en bandeja de plata? ¿Y también su propia ruina?
–Es que es así. Ha heredado todo el patrimonio de tu abuela.
Joe sintió que le hervía la sangre. Estaba viviendo una pesadilla, y Nick no estaba siendo precisamente de mucha ayuda.
–Me traen sin cuidado los papeles de la Electric Chapel of Love –dijo Joe,
casi con un gruñido–. Demi Lovato no es mi esposa. No tiene derecho a la mitad
de Jonas Transportation, y tendrán que matarme antes que…
–Puede que su abogado no esté de acuerdo contigo.
–Si su abogado tiene un par de neuronas en la cabeza, le aconsejará que
agarré los dos millones y que desaparezca cuanto antes.
Estaban casados. Sí. No podía sino reconocer el estúpido error que había
cometido. Sin embargo, su abuela no podía haber tenido eso en cuenta el redactar su testamento. La ley podía decir una cosa, pero la realidad era muy distinta. Su abuela jamás hubiera querido que una extraña heredara todo su
patrimonio.
No sabía si Nueva York era un Estado donde se aplicaba la ley de los bienes
comunes, pero, aunque lo fuera, Demi y él nunca habían convivido. Nunca habían mantenido relaciones sexuales. De hecho, ni siquiera habían sido conscientes de que estaban casados. La idea de que una simple empleada de tres
al cuarto fuera a quedarse con la mitad de su empresa era descabellada.
–¿Has pensado en conseguir una anulación? –preguntó Nick.
Joe asintió. Había hablado con sus abogados, pero las noticias no habían
sido muy alentadoras.
–No nos acostamos juntos –le dijo a Nick–. Pero ella podría mentir y decir
que sí lo hicimos.
–¿Crees que mentiría?
–¿Y yo qué sé? Pensaba que iba a aceptar los dos millones –Joe miró a su alrededor. Se estaban acercando a un acceso a Central Park–. ¿Estamos cerca de
McDougal’s?
–No voy a dejar que te emborraches a las tres de la tarde –Nick sacudió la cabeza y giró a la izquierda con brusquedad.
El deportivo se aferró al pavimento y pasó zumbando por delante de un taxi,
casi rozándolo.
–¿Ahora tengo niñera?
–Necesitas un plan, no una copa.
Se detuvieron ante un semáforo en rojo en la siguiente intersección. Dos taxistas tocaban el claxon sin cesar y discutían con gestos acalorados. Un enjambre humano cruzaba el paso peatonal bajo la fina llovizna que caía sin
parar.
–Cree que yo la despedí.
–¿Y lo hiciste?
–No –dijo Joe con contundencia.
Nick lo miró de reojo con gesto de escepticismo.
–¿Se lo inventó o es que hiciste algo que la hizo pensar que la echabas de la
empresa?
–De acuerdo –dijo Joe, cambiando de posición en el asiento–. Rescindí el contrato con Hutton Quinn para renovar el edificio de oficinas. El proyecto no se
acercaba en lo más mínimo a lo que yo buscaba.
–Y entonces la echaron –dijo Nick, asintiendo con la cabeza.
Joe levantó las palmas de las manos en un gesto defensivo.
–La elección del personal es cosa de ellos, no mía.
El proyecto de renovación de Demi era exótico y ostentoso; un diseño excéntrico, plagado de estridencias modernistas. Aquello no casaba en absoluto
con la imagen corporativa de la empresa. Jonas Transportation llevaba más de cien años siendo uno de los emblemas corporativos de la ciudad de Nueva York.
Sus clientes, personas serias y trabajadoras, confiaban en ellos de forma incondicional, y esperaban solidez y estabilidad a cambio de su confianza.
–¿Entonces por qué te sientes culpable? –preguntó Nick al tiempo que entraban en un aparcamiento subterráneo cercano a Saint Street.
–No me siento culpable.
Sólo eran negocios, ni más ni menos. La culpa no formaba parte de la ecuación.
No tenía que dar su brazo a torcer porque una vez hubiera bailado con ella,
o porque la hubiera tenido en sus brazos y la hubiera besado… o porque durante
una fracción de segundo hubiera llegado a preguntarse si había alcanzado el
cielo… Las decisiones basadas en un impulso sexual siempre llevaban a un
hombre al fracaso profesional y económico.
Nick soltó una exclamación de incredulidad al tiempo que llegaban a la cabina del empleado del aparcamiento. Se detuvo y puso punto muerto.
–¿Qué? –dijo Joe, desafiante.
Nick le señaló con el dedo antes de hablar.
–Ya conozco muy bien esa expresión. Cuando teníamos quince años robamos una botella de vino de la bodega de mi padre, y también me acuerdo muy bien del día en que te «liaste» con  Chelsea Kane .
El empleado abrió la puerta del conductor y Nick dejó caer las llaves sobre su mano.
Joe también bajó del coche.
–No estoy en deuda con Demi Lovato y desde luego nunca… –cerró la boca
antes de hablar más de la cuenta y rodeó el reluciente capó del deportivo. La belleza de Demi Lovato no tenían cabida en aquella conversación, así que no
había por qué sacarla a colación.
–A lo mejor ése es tu problema –dijo Nick.
Joe soltó una exclamación sin palabras.
–Te casaste con ella –añadió su amigo, sólo para mortificarlo. Era evidente
que Nick estaba disfrutando mucho con todo aquello–. Debió de gustarte,
aunque sea un poco –dijo al tiempo que cruzaban el aparcamiento–. Tú mismo me
has dicho que no te acostaste con ella. A lo mejor lo que sientes no es rabia, sino
otra cosa… –dijo en un tono claramente insinuante.
–Tienes razón, no es rabia. Es pura furia –le espetó Joe, cada vez más molesto–. Y en cuanto a lo que estás insinuando… Créeme. Sé muy bien cuál es la
diferencia.
Lo único que deseaba de Demi Lovato era librarse de ella de una vez y por todas; cualquier otro interés estaba fuera de toda discusión.
–Dices que sientes furia, pero, ¿contra quién? ¿Contra ella o contra ti?
–Contra ella –dijo Joe–. Yo soy el que está intentando resolver las cosas. Si
firmara los malditos papeles, o si mi abuela no hubiera…
–No me digas que la vas a tomar con tu pobre abuela ahora…
Joe no estaba enojado con su abuela Sadie, pero tampoco era capaz de
entender su comportamiento. ¿Por qué había puesto en peligro la fortuna de la
familia?
–No, pero… ¿En qué estaba pensando en ese momento?
Nick se subió a la acera.
–A lo mejor quería que tu pobre esposa fuera capaz de mantener cierto
equilibrio de poder.
De repente una idea inquietante se abrió camino entre los pensamientos de
Joe.
–¿Mi abuela habló contigo acerca del testamento?
–No. Porque era una mujer cabal e inteligente.
Joe no podía discrepar en ese sentido. Sadie Jonas había sido una mujer
inteligente, organizada y muy capaz. Sin embargo, esas cualidades no explicaban
en absoluto semejante decisión. Sus padres habían muerto en un accidente marítimo cuando él tenía veinte años, y desde entonces su abuela había sido su única familia. Habían estado muy unidos durante los últimos catorce años, pero su extraordinaria fortaleza se había desvanecido durante su último año de vida.
Había fallecido tan sólo un mes antes, a la edad de noventa y un años.
Se dirigieron al ascensor y Nick insertó la tarjeta corporativa que daba
acceso al helipuerto situado en la azotea del rascacielos.
–Probablemente quería poner las cosas en su sitio –dijo Nick con una sonrisa, apoyándose en la pared al tiempo que el ascensor se ponía en marcha–.
Con todo ese dinero en juego, por lo menos tendrás una mínima oportunidad de
lograr que una mujer decente se case contigo.
–Me halaga ver cuánto confías en mí –dijo Joe con ironía.
–Sólo digo que…
–¿Que soy un perdedor?
El ascensor aceleró, rumbo a la última planta.
–Hay ciertos rasgos de tu personalidad que asustan a las mujeres.
–¿Como qué?
–Eres un tipo malhumorado, testarudo y demasiado exigente. Te apetece un whisky a las tres de la tarde y tu trasero ya no es el de antes.
–Mi trasero no es asunto tuyo.
Joe ya iba para treinta y cinco años, pero iba al gimnasio cuatro veces a la
semana y todavía podía correr más de 15 kilómetros en una hora.
–¿Y tú qué? –le dijo a Nick, desafiante.
–¿Qué pasa conmigo?
–Tenemos la misma edad, así que tu trasero corre tanto peligro como el mío. Sin embargo, no veo que tengas ninguna prisa por sentar la cabeza.
–Soy piloto –dijo Nick, sonriendo de nuevo–. Los pilotos son sexys. Aunque
seamos viejos y tengamos canas, siempre conseguimos a las chicas.
–Oye, yo soy millonario –dijo Joe.
–¿Y yo no?
El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, dándoles acceso al pequeño
vestíbulo previo al helipuerto. Uno de los helicópteros negros y amarillos de Astral
Air los esperaba en la pista. Tras formarse como piloto, Nick había creado Astral Air como filial dependiente de la empresa de su familia, y la había convertido en
una de las aerolíneas más importantes de los Estados Unidos.
Nick saludó con un gesto a un técnico uniformado y entonces subió al
aparato. Joe hizo lo mismo.
–¿Quieres que te deje en el despacho? –le preguntó, comprobando una serie
de interruptores y poniéndose los auriculares.
–¿Qué planes tienes? –preguntó Joe, que no tenía ninguna prisa por quedarse solo con sus miserias. Tenía mucho en qué pensar, pero primero quería consultarlo con la almohada, empezar de nuevo, olvidar la desagradable escena con Demi…
–Me voy a la isla –dijo Nick–. Mi tía Ginny lleva tiempo pidiéndome que me pase, así que voy a verla.
–¿Te importa si voy contigo?
Nick lo miró de reojo, sorprendido.
La mejor forma de describir a la tía Ginny era decir que era una excéntrica.
La memoria ya le empezaba a fallar y, por alguna razón, pensaba que Joe era un patán. También le gustaba torturar al violín Stradivarius de la familia y solía leer sus propios poemas en voz alta.
–Tiene dos pekineses nuevos –le advirtió Nick.
Pero a Joe no le importaba. La isla siempre había sido su refugio y en ese momento necesitaba despejarse un poco antes de trazar el «Plan B».
–Espero que tu padre todavía tenga ese Glenlivet de treinta años.
–Dalo por hecho –dijo Joe, arrancando el aparato.
En unos segundos, las aspas del helicóptero comenzaron a girar y lo elevaron en el aire.

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