La tomó por la
barbilla, haciéndole alzar el rostro justo en el ángulo que quería, y Miley observó fascinada como los labios masculinos se entreabrían al acercarse a los
suyos. Esperó ansiosa, muriendo por dentro, mientras los segundos parecían
estirarse, tensándose como la cuerda de un violín.
Cuando de pronto, se abrió la puerta, y para Miley fue como si le hubiesen dado un latigazo. Nick levantó la cabeza al instante,
apartándose de ella con los ojos ensombrecidos por la frustración, y se volvió
para ver que se trataba de su hermana, que le llevaba una bandeja con unos
sandwiches y café.
Miley tuvo que morderse el labio para no gritar.
Hasta ese punto había deseado aquel beso. Sin embargo, llevaba años ocultando
sus verdaderos sentimientos, y cuando Selena dejó la bandeja sobre la mesa, no
fue capaz de adivinar el torbellino de emociones que la agitaba por dentro.
—Pensé que tendrías hambre —le dijo a su taciturno
hermano con una sonrisa.
Para entonces, Nick también había recuperado la compostura.
—Dios, lonchas de lacón de verdad... —murmuró él en
un cómico tono de incredulidad, levantando el pan de uno de los sandwiches.
—Mamá se pasa cortándolas finas, ¿verdad? — dijo
Selena, riéndose—. Pues mañana habrá que comprar más lacón, porque esto era todo
lo que nos quedaba. Miley usó el resto en el estofado de la cena.
Nick lanzó una mirada suspicaz a la amiga de su
hermana, que de pronto había enrojecido.
—¿Estofado de lacón? —murmuró.
Miley alzó la barbilla desafiante.
—Es uno de mis platos preferidos —se defendió.
Una de las comisuras de los labios de Nick se curvó
hacia arriba.
—¿De veras?
Miley lo miró irritada. Lo había hecho por él, pero
no lo admitiría aunque la torturaran.
— Si ya no me necesitas, creo que me iré a la cama
—le dijo, levantándose y ahogando un bostezo fingido.
Nick sólo vaciló un instante, leyendo con precisión
la aprehensión en los grandes ojos de la joven.
—Gracias, eso es todo... por esta noche —añadió.
Y Miley supo que no estaba hablando de listas de
reses.
—¿Vienes, Selena? —llamó a su amiga, mientras se
dirigía a la puerta.
—Sí, me caigo de sueño. Oye, ahora que me acuerdo.
Taylor y yo vamos a Calgary mañana por la mañana. ¿Te apetecería...?
—Va a venir a Banff conmigo —la interrumpió Nick.
Nick alzó la vista hacia el rostro del ranchero
totalmente anonadada.
—Tengo que tratar un asunto de negocios con un
hombre allí mañana —continuó Nick, mirando a su hermana—, y se me ha ocurrido
que a Miley le gustaría ver el Parque Natural, ya que ninguno de nosotros la ha
llevado allí en todas las veces que ha venido de vacaciones —añadió.
El tono de su voz era despreocupado, pero había una
orden en sus ojos cuando se volvió hacia Miley. No aceptaría un no por
respuesta.
—Es... es verdad —se oyó decir ella a sí misma—. Me
lo ha propuesto hace un rato.
Era como si le hubieran hecho un regalo inesperado.
—¿No la empujarás montaña abajo ni nada parecido,
verdad? —picó Selena a su hermano, enarcando las cejas.
Nick se echó a reír.
—No, no la empujaré montaña abajo, ¿satisfecha?
—Bueno, no te extrañará que lo pregunte —contestó su
hermana divertida, yendo hasta la puerta, junto a su amiga—. Hace sólo unos
días no querías ni que viniera aquí —le recordó.
Él admiró la esbelta figura de Miley, dejando que
sus ojos se detuvieran en las mejillas sonrosadas y los brillantes ojos.
—Eso fue hace unos días —murmuró.
—Es el exceso de trabajo, que le está afectando —le
aseguró Miley a su perpleja amiga.
Selena se rió, y las dos jóvenes salieron del
estudio, cerrando la puerta tras de sí.
—¿Nick... llevándote a Banff? —le dijo Selena entre
risas a su amiga cuando estuvieron en el piso de arriba—. Cielos, al final va a
ser verdad que existen los milagros.
—Yo no estoy menos sorprendida que tú —le confesó
Miley, deteniéndose frente a la puerta de su dormitorio—, y no tengo ni idea de
qué pueda tener en mente. A lo mejor quiere que estemos a solas para ensañarse
a gusto conmigo y que no haya nadie que pueda salvarme —farfulló con una mueca.
—A lo mejor está empezando a ablandarse —sugirió Selena.
—Seguro, cuando nieve en el infierno.
—Bueno, no sé, a mí no me ha parecido que sonara
sarcástico ni nada de eso —apuntó selena.
Miley sonrió con tristeza.
—Eso es porque no lo has oído antes de entrar.
Estaba metiéndose conmigo por un desfile que vio en la tele y en el que yo
salía.
—Hmm... eso sí que es interesante —murmuró su amiga
divertida—, porque cuando lo estábamos viendo, no despegó un segundo los ojos
de la pantalla. Mi madre y yo estábamos hablando, comentando este diseño y
aquel, pero él no abrió la boca en todo el tiempo.
—Probablemente estaría muy ocupado pensando las
cosas desagradables que me diría la próxima vez que me viera —respondió Miley,
sonrojándose.
—Pues no es la impresión que me dio a mí —murmuró
Selena pensativa, recordando la expresión absorta que su hermano había tenido en
aquella ocasión.
—¿Ah, no? ¿Y qué impresión te dio? —inquirió Miley,
como si no le interesara.
Selena alzó la vista curiosa hacia los ojos de su
amiga.
—Pues yo diría... no sé, parecía estar devorándote
con los ojos —dijo con malicia.
Miley se giró para abrir la puerta antes de que
Selena pudiera ver lo encendidas que estaban sus mejillas.
—Debiste imaginarlo —murmuró.
—Tal vez —admitió Selena—. Ojalá os llevaseis mejor
—suspiró—. No comprendo por qué te tiene tanta manía, la verdad. No es así con
nadie más.
—A lo mejor le recuerdo a alguna mujer que lo hizo
sufrir.
Selena sacudió la cabeza.
—Tampoco hay tantas mujeres en su pasado —le
confió—, y menos aún en su presente. De hecho, no ha salido con nadie desde
Semana Santa —añadió divertida con una sonrisa—. Me pregunto por qué será...
— ¡Buenas noches! —dijo Miley de corrido, metiéndose
a toda prisa en su habitación.
Fuera, en el pasillo, Selena tuvo que taparse la boca
para ahogar unas risitas.
Aquella noche, Miley apenas pudo dormir por la
excitación, y a la mañana siguiente se levantó con los ojos llenos de sueños y
esperanzas. Estaba tan emocionada que tenía la sensación de que, si quisiera,
podría volar: ¡un día entero en compañía de Nick!
Después de asistir a la iglesia y de que Nick cerrara el negocio con el comprador de las reses, volvieron a Gray Stag y
salieron hacia Banff en el imponente Ferrari negro del ranchero. Miley iba
feliz, observando los bosques de enormes pinos que se erguían a ambos lados de
la serpenteante carretera, en las laderas de las Montañas Rocosas.
—Todo esto es precioso —murmuró embelesada—, y el
aire parece tan limpio —añadió con la mirada perdida en el cielo azul.
Nick se rió suavemente.
—Gracias a nuestro gobierno «provincial» —respondió
irónico. Era cierto que algunos norteamericanos se burlaban de las estrictas
medidas ecológicas adoptadas por Canadá—. Tenemos unas normas medioambientales
básicas que todas las empresas que operan aquí tienen que respetar para que el
agua y el aire se mantengan limpios.
—No presumas tanto —le dijo ella—. En Georgia
también tenemos un buen plan de protección medioambiental, no te creas.
Nick le dirigió una breve mirada.
—Siempre olvido que eres de Georgia —murmuró él—.
Tiendo a asociarte con Nueva York, a pesar de ese acento sureño.
—¿Por qué, porque soy modelo? —inquirió ella,
poniéndose a la defensiva—. No es más que un trabajo, Nick.
—No, un trabajo es algo que uno hace por necesidad
—replicó él con aspereza sin mirarla—. Tú te dedicas a la moda porque te gusta
el glamour que rodea a ese mundillo.
¡Qué equivocado estaba!, pensó Teddi desolada.
Trabajaba como modelo porque era la única profesión con la que podía ganar el
dinero suficiente como para mantenerse por sí misma y poder estudiar, ya que
Dilly se había negado a prestarle ninguna ayudada económica desde... desde
aquel horrible incidente que la joven prefería no recordar. Pero, por supuesto,
Nick no lo sabía, y probablemente no la creería si se lo dijera.
—Y ya que estamos te daré un consejo —continuó él,
sin darse cuenta del daño que le estaba haciendo—: la diversión y el glamour no
durarán siempre, y los hombres no suelen casarse con sus «amiguitas», las
chicas jóvenes y guapas como tú con las que salen por ahí a divertirse.
— ¡Oye, espera un momento! —exclamó ella, girándose
hacia él en el asiento y lanzándole una mirada furibunda—. No soy la «amiguita»
de ningún hombre ni lo seré nunca.
—¿Acaso aspiras a echarle el lazo a alguno? —
inquirió él, casi con desprecio—. En fin, supongo que si encuentras a uno lo bastante
tonto lo convencerás y caerá en tus redes.
Los ojos de Miley llameaban, y sus mejillas estaban
rojas de indignación. ¿Por qué, por qué había sido tan estúpida como para
pensar que aquella vez las cosas iban a ser distintas?
—Juzgar a la gente es muy fácil —le dijo—, sobre
todo cuando, como haces tú, te basas en pruebas circunstanciales para emitir
tus juicios. ¡Lo que no alcanzo a imaginar es de dónde te sacas que el mundo de
la moda es una especie de red de prostitución!
—El mundo es un pañuelo, cariño —le contestó él
burlón—: ya te dije que tenemos un conocido común, y sabe mucho de tu vida
nocturna.
Miley dejó escapar una risa incrédula.
—¿Mi vida nocturna? —explotó—. ¡Por favor!,
¡Mientras estoy en la universidad trabajo por la noche en una cafetería y tengo
que estudiar; y cuando estoy en Nueva York, que es cuando hago trabajos como
modelo, y regreso al apartamento después de un día posando o después de
participar en un desfile, lo último de lo que tengo ganas es de salir por ahí!
Lo que hago es meter los pies en agua con sal y descansar para el día
siguiente. Únicamente salgo cuando llega el fin de semana.
—Lo que tú digas —contestó él ásperamente.
—¿Y quién es exactamente tu misterioso informador?
—le preguntó Miley sin rodeos.
—Te lo presentaré un día de estos.
—Me muero por saber quién es —respondió ella
sarcástica.
Se cruzó de brazos y giró el rostro hacia la
ventanilla, enfurruñada. ¡Y pensar que había tenido tantas esperanzas de
solucionar ese día el conflicto que había entre ellos! Cuando le había pedido,
o mejor, anunciado, que iban a ir a Banff, no había imaginado que tuviese en
mente iniciar una nueva trifulca.
Descendieron hacia el valle, atravesaron un paso a
nivel, y finalmente entraron en Banff. La pequeña ciudad de Banff era un lugar
encantador, y un auténtico paraíso para los turistas, pues había montones de
tiendas y restaurantes de todo tipo.
Pero lo más asombroso era el enclave natural en el
que se encontraba, rodeada por los altísimos y escarpados picos de las Rocosas,
gigantescos centinelas de piedra cuya sombra majestuosa se proyectaba sobre el
verde valle por el que discurría el río Bow, como una serpiente de cristal.
—Qué maravilla... —musitó Miley sin poder
reprimirse, olvidando su enfado por un momento.
— Sí que lo es —asintió Nick—. Yo llevo media vida
viviendo al pie de estas montañas, pero su belleza sigue cortándome la
respiración.
—¿Dónde vamos? —inquirió Miley, al ver que
zigzagueaban por las calles de Banff sin detenerse.
— He pensado que te gustaría ver a la «vieja dama de
las montañas» —dijo mientras cruzaban el puente sobre el río.
—¿La que?
—Es como llaman por aquí al hotel Banff Springs —le
respondió el ranchero—. El edificio original se construyó en 1888, y tiene una
arquitectura verdaderamente única.
Segundos después aparecía ante su vista el enorme
hotel en la distancia.
— ¡Oh, es precioso! —exclamó ella entusiasmada,
fascinada por su forma, que le recordaba a un castillo con sus torres.
—Pues deberías verlo de noche —le contestó él con
una sonrisa—, con todas las ventanas encendidas. Es todo un espectáculo —detuvo
el coche en el aparcamiento y apagó el motor.
Entraron en el hotel, y Miley admiró maravillada los
suelos y paredes de piedra, así como las puertas de bronce, y lo siguió hasta
uno de los comedores que llamaban La Alhambra, donde almorzaron. Miley volvía a
sentir que flotaba cuando salieron del edificio. Nick se había comportado con
educación, incluso con cortesía, ni siquiera había vuelto a meterse con ella.
—¿Dónde vamos ahora? —inquirió cuando ya estaban
fuera.
—Donde tú me digas —respondió él—. ¿Te gustaría dar
una vuelta por las tiendas?
—Pero si es domingo —replicó Miley.
—Aquí muchas tiendas abren en domingo: viven del
turismo —repuso él—. ¿Y bien?
—En ese caso, me encantaría —confesó ella.
—Lo imaginaba —farfulló él malicioso mientras
echaban a andar—. Las compras son el pasatiempo favorito de las mujeres.
—Machista —le espetó ella, sacándole la lengua—.
Seguro que tú preferirías estar con una escopeta al hombro, cazando pobres
alces —lo picó.
Nick se echó a reír.
—Bueno, cuando es temporada de caza, sí — asintió—.
Y también me gusta esquiar. ¿Sabes esquiar? —inquirió volviendo el rostro hacia
ella.
—La verdad es que no.
—Pues si vienes en navidades, te enseñaré. A eso...
y a otras cosas —añadió observándola de reojo con una mirada que decía más que
mil palabras.
Miley apartó la vista.
—¿Como qué?, Según tú, ya no me queda nada por
aprender en ese sentido.
Nick la observó en silencio antes de responder.
— «Nada» es una palabra demasiado tajante — murmuró—,
y quizá me convendría averiguar cuánta experiencia tienes exactamente —añadió
en un tono sensual.
Miley tragó saliva, reprimiendo el deseo de salir
huyendo de él.
— Qué bonita es aquella casa, ¿verdad? — comentó por
cambiar de tema.
Él se rió entre dientes.
— Sí, sí que lo es —asintió—. Cuando te hayas
cansado de ver tiendas subiremos con el coche al lago Louise.
Juntos recorrieron comercio tras comercio de
artesanía india, tallas esquimales... A Miley le fascinó sobre todo una tienda
de pieles, y una confitería de dulces tradicionales. Nick le compró un pequeño
tótem de madera tallada, y ella lo llevó el resto del camino apretado contra su
pecho, diciéndose que sería un recuerdo que guardaría toda su vida como un
tesoro.
Cuando se dieron cuenta habían pasado dos horas, así
que, tras tomar un refresco, regresaron donde habían dejado el coche y subieron
hasta el lago. Una vez allí, Nick volvió a aparcar el coche y se bajaron.
Mily lo siguió por la orilla del lago, escuchando
el suave oleaje del agua, producido por el viento, y el rumor que éste
provocaba al agitar las copas de los árboles. Se detuvieron a contemplar el
idílico paisaje, y la joven cerró los ojos, e inspiró profundamente,
disfrutando de la brisa en su cara.
— ¿Soñando despierta? —inquirió la profunda voz del
ranchero.
Ella abrió los ojos y sonrió.
—Algo así —admitió.
—¿No estarías imaginándote una sesión fotográfica en
este lugar para una revista de moda? —la picó Nick.
Miley exhaló un pesado suspiro y se agachó para
arrancar una brizna de hierba que retorció entre sus dedos.
—En realidad estaba pensando en los pueblos indios
que habitaron estas tierras, y en los colonos europeos que vinieron después
—dijo dolida—, en la historia que hay en este lugar —le dirigió una mirada
acusadora—. De vez en cuando pienso en otras cosas aparte de en ropa cara y en
cámaras. Esa parte de mi vida existe sólo en Nueva York. En el campus no soy
más que una estudiante con un trabajo de media jornada en una cafetería, como
tantas otras Aquí, ahora, soy simplemente yo misma.
—¿De veras? —inquirió Nick quedamente, en un tono
acariciador, que hizo que ella se estremeciera.
De pronto se dio cuenta de que él llevaba un rato
mirándola abstraído, y que probablemente no había escuchado una palabra de lo
que le había dicho. Los ojos grises descendieron hasta el cuello en uve de la
camisola de tirantes que llevaba puesta. Los tirantes eran tan finos que Miley había decidido no ponerse sostén, pero en ese momento se arrepintió, al ver la
mirada curiosa de Nick sobre la fina tela.
—Esta dichosa prenda ha estado atormentándome el día
entero —susurró él, dando un paso hacia ella—. ¿Llevas algo debajo?
— ¡Nick! —exclamó ella con el corazón desbocado y
sin aliento.
—Todas las mujeres hacéis lo mismo —farfulló,
tomándola por los hombros y atrayéndola hacia sí— Os, ponéis ropa que puede
volver loco a un hombre, y luego os sorprendéis cuando él se fija.
—Yo no... yo no me he puesto esto para volverte loco
—protestó ella.
—¿Ah, no? —murmuró Nick.
Una de sus grandes manos descendió hasta el hueco de
la espalda de la joven, haciendo que se acercase más, mientras que la otra se
deslizaba por debajo de uno de los tirantes para acariciar la desnuda piel del
hombro, de la clavícula...
—Tu piel parece de terciopelo —susurró.
La mano descendió aún más, y Miley aspiró hacia
dentro cuando se aproximó a uno de sus pequeños senos.
—Nick... —musitó ella su nombre, sin saber si estaba
haciéndole una súplica o protestando.
—Me moría por hacer esto —murmuró el ranchero,
bajando la vista y levantando la camisola por el dobladillo para dejar al
descubierto los blancos senos con los pezones endurecidos.
Miley escuchó cómo un gemido de excitación
abandonaba su garganta, y en ese instante supo que estaba perdida, que podía
hacer con ella lo que quisiera, que se entregaría sin reservas.
Sus ojos se encontraron, y ella entreabrió los
labios, dejando escapar un suspiro tembloroso, y las manos de Ncik comenzaron a
recorrer la circunferencia de sus senos, haciendo magia, mientras seguían
mirándose, como hipnotizados.
Miley sentía que el corazón iba a salírsele por la
garganta, y los dedos de Nick dibujaban interminables arabescos en su piel,
haciéndola sentir...
............................................................................................................... capitulo laargoooo espero os guste
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