GENIAL,
mamá!, ¡Este sitio es perfecto para un picnic! —se oyó gritar a una niña. En su
entusiasmo, Miley y Nick no habían oído llegar a un coche que se había detenido
allí cerca, y al girar la cabeza, Nick vio que de él estaba bajando una pareja
con sus críos.
Miley había dado un respingo sobresaltada al oír la
voz de la niña, y Nick se había apresurado a dejar caer de nuevo la camisola
para cubrir sus senos, y la abrazó contra sí. Por suerte su ancha espalda la
ocultaba de los recién llegados, pero Miley estaba temblando, mientras contenía
lágrimas de frustración por que de nuevo hubieran sido interrumpidos. La
respiración de Nick parecía tan entrecortada como la de ella.
— Shhh... tranquila... —le susurró mientras besaba
su cabello—. Tranquila, abrázate a mí, eso es...
Miley se aferró a la pechera de su camisa, detestando
su propia debilidad, y que él fuera capaz de ver hasta qué punto lo deseaba. Nikc le acarició el cabello.
—No te avergüences, Miley —le dijo—. Yo lo deseaba
tanto como tú.
El matrimonio pasó cerca de ellos, les dieron las
buenas tardes, y se alejaron hacia el otro extremo del lago, seguidos de sus
chiquillos.
—Ya se han ido —le dijo Nick a Miley, que no había
querido apartar el rostro de su pecho, para que no pudieran ver sus lágrimas.
La joven tragó saliva y levantó la cabeza.
—¿Podríamos irnos ya? —le pidió, rehuyendo la mirada
divertida del ranchero.
—Claro. Vamos, se me ha ocurrido una idea —le dijo,
pasándole un brazo por los hombros mientras regresaban al lugar donde habían
dejado el coche—, te llevaré a una cafetería donde preparan unas fondues riquísimas.
Te va a encantar, ya verás.
—Pero, ¿y ese hombre al que tenías que ver por
asuntos de negocios? —le recordó.
Nick se quedó mirándola un instante con las cejas
fruncidas, como si no supiera de qué estaba hablando.
—Oh, sí, ya —murmuró—. Quedaré con él otro día. De
todos modos ya se nos ha hecho demasiado tarde para eso.
Durante el trayecto en coche, Nick estuvo muy
callado, y Miley se preguntó si se habría molestado porque no había podido ver
a aquel hombre. Al fin y al cabo, no había sido culpa suya. La idea de que ella
lo acompañara había sido de él.
Por fortuna, cuando estuvieron sentados en la
cafetería, con sendos cafés y una fondue de chocolate fundido con frutas
cortadas para mojar en él, Nick pareció distenderse un poco y comenzaron a charlar.
Miley mojó un trozo de fresa, y casi lo perdió en la
cazuelita. Cuando al fin consiguió recuperarlo, se dio cuenta que Nick estaba
observándola con una sonrisa divertida en los labios.
—Ten cuidado —la previno—, la tradición aquí es que
si una mujer deja caer un trozo en la fondue, tendrá que conceder un beso a
cada uno de los hombres que hay en la mesa.
Las mejillas de Miley se tiñeron de un ligero rubor.
—¿Y si es un hombre al que se le cae? —inquirió.
— Si es un hombre, le toca invitar a una ronda —
contestó Nick.
Se quedó mirando largo rato sus rojos labios.
—Parece que es nuestro destino ser interrumpidos
—comentó en un susurro.
En su aturullamiento, a Miley se le volvió a caer
otro trozo de fruta en el chocolate, y se sonrojó aún más.
— Si fuera mal pensado —murmuró él, rescatando con
su tenedor el trozo de fruta y ofreciéndoselo—, diría que lo has hecho a
propósito.
Ella se inclinó hacia delante y abrió la boca para
tomar el bocado. Tuvo que lamerse los labios con la lengua para limpiar el
chocolate que había quedado en ellos, y Nick la observó con una intensidad que
la hizo apartar la vista.
—No me extrañaría que lo pensases —murmuró
entristecida, mientras tomaba un sorbo de café —. Hace mucho que no me hago
ilusiones sobre lo que pienses de mí.
Nick enarcó una ceja.
—¿Y qué crees exactamente que pienso de ti? —
inquirió.
—Que soy una mujerzuela ávida de dinero — contestó
Teddi sin mirarlo.
Él acarició pensativo el asa de su taza.
—¿Y por qué no has intentado convencerme de lo
contrario? Hasta la fecha no has puesto demasiado empeño en ello.
—¿Para qué iba a molestarme siquiera en intentarlo?
—le espetó ella—. No creerías nada de lo que pudiera decir en mi defensa. Nunca
lo has hecho. Me has odiado desde el día en que nos conocimos, hace cinco años.
Las comisuras de los finos labios de Nick se
arquearon levemente en una sonrisa socarrona.
—No exactamente.
Miley lo ignoró.
—No querías ni que fuera al rancho a ver a Selena. De
hecho, si rechacé sus últimas invitaciones fue porque tú no me hacías sentir
precisamente bien recibida.
—¿De verdad no has venido en las últimas ocasiones
por ese motivo... por qué pensabas que yo tenía algo contra ti?
—¿Qué otra razón podría haber para que no quisiera
venir a pasar unos días con mi mejor amiga? — le contestó Miley, incómoda.
—No sé... ¿qué otra razón podría haber? —la remedó
Nick, entornando los ojos.
Ella carraspeó.
—¿No deberíamos volver ya al rancho? —se apresuró a
decir.
Nick buscó sus ojos, y se miró en ellos largo rato.
—Antes, junto al lago, creí que ibas a desmayarte
cuando empecé a tocarte —murmuró—. ¿Por qué me tienes miedo, Miley?
—No te tengo miedo —le contestó ella con firmeza,
apartando el rostro—. Es que me... me pillaste desprevenida, eso es todo.
— Sí, ya me di cuenta —farfulló él, decidiendo que
sería mejor no insistir más en el asunto, pero observándola de un modo
suspicaz.
Durante el camino de vuelta, Miley ni siquiera
intentó sacarle conversación. Estaba demasiado agitada por sus insinuaciones, y
por el recuerdo de lo que había ocurrido en el lago, así que trató de
concentrarse en la suave música que estaban poniendo en la radio para relajar
sus nervios.
Ya estaban sólo a unos kilómetros de Gray Stag
cuando empezaron a caer gotas. Nick se desvió hacia el arcén para ponerle la
capota al coche. El cielo se había oscurecido por completo.
Se metió en el vehículo de nuevo, y se quedaron los
dos en silencio, observando cómo la manta de agua se hacía más densa.
El sonido de las gotas al caer sobre el capó era
extrañamente reconfortante, pensó Miley.
Nick apoyó el brazo en el respaldo del asiento de la
joven, y sus ojos recorrieron los suaves contornos de su cuerpo.
—¿No estás asustada? —inquirió—. Pensé que te daban
miedo las tormentas.
—Sí, pero sólo cuando hay rayos y truenos — contestó
ella.
—Recuerdo una noche en que hubo muchos — murmuró
él—. Tú tendrías dieciséis o diecisiete años, y te escuché llorar por la
tormenta cuando estaba cambiándome.
Miley no se atrevió a alzar la vista.
—Cuando se abrió la puerta de mi dormitorio y
apareciste tú, no sé de qué tenía más miedo: si de los rayos y los truenos, o
de ti.
Nick esbozó una leve sonrisa.
—Me di cuenta de ello. Y tuviste suerte de que así
fuera —añadió, y la sonrisa se borró de sus labios. Sus ojos entornados
descendieron hasta la camisola de la joven—. Lo más difícil que he hecho en
toda mi vida fue tener que obligarme a salir de allí.
Miley giró el rostro hacia la ventana, roja como una
amapola.
—Aunque han pasado varios años, en muchos aspectos
aún me pareces aquella adolescente —murmuró él—, y físicamente te has
desarrollado, claro, pero ya entonces eras perfecta, tan perfecta como ahora,
con esa piel blanca y suave...
Miley se quedó sin aliento al recordar cómo la había
estado mirando junto al lago, al levantarle la camisola.
—Nick, por favor, no —le rogó.
—¿Quieres dejar de hacerte la remilgada? —gruñó él.
De repente, sus fuertes manos la asieron por los
hombros, atrayéndola hacia él. Miley creyó que el corazón iba a salírsele del
pecho y, aturdida, se encontró mirándose en sus ojos llameantes.
—Nadie nos va a interrumpir ahora —murmuró Nick con
voz ronca, apretándola contra sí—. ¡Oh, Dios, te deseo tanto como un
adolescente...!
Sus labios tomaron violentamente los de Miley,
forzándola a abrirlos, y ella gimió, asustada. La tenía firmemente asida, y
estaba demasiado excitado como para atender a razones. No podía despegar su
boca de la de él, ni liberarse.
Era como si aquella noche se estuviera repitiendo,
se dijo horrorizada, aquella noche cuando tenía catorce años, y uno de los
múltiples amantes de su tía había intentado aprovecharse de ella. Recordó con
repugnancia los húmedos labios del tipo insistentes sobre los suyos, la osadía
y brusquedad de sus manos, tocándola en lugares donde no había permitido que
ninguno de los chicos con los que había salido la tocasen. Entonces también se
había sentido impotente, aterrada y asqueada.
Si su tía no hubiese llegado de pronto, si aquel
bastardo no hubiese oído la llave en la cerradura, habría sido aún peor. Se
había quitado de encima de ella como un resorte, retándola a contárselo a su
tía, y Miley había corrido a su habitación, con las ropas desgarradas y el
cuerpo magullado y dolorido, y había llorado hasta dormirse maldiciendo a aquel
canalla, a todos los hombres, por las bestias en que se convertían cuando se
despertaban sus apetitos sexuales.
Y ahora estaba volviendo a suceder... Nick estaba
haciéndole daño, intentando forzarla...
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Por hoy hasta aqui esta nove en esta semana subo mas
ME ENCANTARON TODOS LOS CAPIS!!!! ESTUVIERON INCREIBLES!!!! SEGUILAA QUE LAS NOVES CADA VEZ SE PONEN MAS INTERESANTES SOBRE TODO ESTA , BESOS Y ESPERO EL PROXIMO PRONTO
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