domingo, 30 de septiembre de 2012

Summer Hot ARGUMENTO





Miley, una mujer de poco más de treinta años, con un hijo adolescente y una vida cómoda en Madrid, se ve «obligada» a pasar las vacaciones de verano en el pueblo de su exmarido. Y no es que le haga mucha gracia…
Un día, perdida en la sierra, encuentra una rústica cabaña de madera en un claro del bosque. Junto a ella hay un pequeño cercado con dos caballos; incapaz de resistir la curiosidad, se acerca para recrearse en sus movimientos sin saber que ella misma está siendo observada.
A partir de ese momento todo su mundo dará un giro radical. Todo en lo que cree cambiará a manos de un desconocido que no permite que le vea la cara mientras le ordena, susurrante, que haga lo que jamás se atrevió a hacer.
¿Lo hará? ¿Se dejará llevar por las palabras encendidas, las caricias ocultas y la pasión prohibida de un hombre al que ni siquiera puede ver el rostro?



Hola Niñas no me puedo recistir a empezar esta nove 
es una nove algo subida de tono(osea perve muy hot como lo dice el titulo) espero que les guste comenten y si tengo mas de 3 coments subo el primer capi esta noche que regrese y si no despues sera =D ..
PD. ande decir como tiene noves y casi no sube pero hare todo lo posible por subirles mas seguido ;)

The Far Future cap.3




Tomar un avión hubiera sido mucho más rápido. La hora de vuelo entre San Francisco y Orange County, incluso con toda la espera en los aeropuertos, la hubiera llevado junto a su abuela mucho antes. Pero iba a necesitar el coche cuando llegara a Balboa. El sur de California no estaba hecho para aquellos que dependían del transporte público. Su abuela le había dicho que no la operaban
hasta el día siguiente por la mañana, así que llegaría con tiempo, aunque hubiera tenido que salir después del trabajo. Además, no era cuestión de vida o muerte.
Todavía no. Demi respiró hondo y se concentró en la carretera. Su abuela no se estaba muriendo. Se había caído. Se había roto la cadera. Mucha gente se rompía la cadera y se recuperaba. Pero la mayoría no tenía ochenta y cinco años.
–La abuela está muy joven para tener ochenta y cinco –dijo en alto, como si decirlo así lo convirtiera en realidad.
No podía soportar la idea de perder a su abuela. Normalmente, nunca pensaba en esas cosas. Su abuela siempre parecía igual que siempre, ni más vieja ni más joven que veintiún años antes, cuando había vivido con ella. Margaret Newell siempre había sido una mujer fuerte y saludable. No le había quedado más remedio que serlo para poder ocuparse de una huérfana cascarrabias de siete
años de edad. Y seguía siendo fuerte. Solo se había roto la cadera.
–Estará bien –se dijo Demi en alto de nuevo–. Muy bien.
Pero aunque lo dijera así, temía que las cosas hubieran empezado a
cambiar. El tiempo iba en su contra. Y algún día, estuviera lista o no, se le acabaría. No obstante, lo mejor era no pensar mucho en ello. No quería pensar en ello. De repente oyó un ruido extraño proveniente del motor de su Chevy de quince años. Normalmente no dependía del coche como primera opción. En San Francisco no le hacía falta. Siempre tomaba el autobús o Wilmer, su prometido, la llevaba adonde necesitaba ir. Tenía pensado cambiarle las ruedas antes de bajar a ver a su abuela en Semana Santa, pero todavía faltaba un mes para las vacaciones, así que no las tenía todavía. Además, esperaba que Wilmer la acompañara. Así podría posponer el cambio un poco más. Sin embargo, sabía que debía haberlas cambiado la semana anterior. Debería haber sido más previsora.
Demi golpeó el volante con ambas manos.
–No te mueras –dijo, aunque solo pudieran oírla Huxtable y Bascombe, sus dos gatos, que dormían en el asiento de atrás–. Estarás bien –siguió hablando como si su abuela estuviera con ella, escuchando. Puso todo el entusiasmo posible en sus palabras, pero los gatos siguieron ignorándola–. No va a pasar nada, abuela –añadió con firmeza, pero la voz le falló y entonces supo que no era
capaz de convencer a nadie.
Pero siguió practicando durante todo el camino, hasta llegar al sur de California. Si sonaba convincente, ambas terminarían creyéndoselo. Ese era el truco.
«Puedes hacerlo», le había dicho su abuela muchos años antes.
«Si suenas convincente…».
Y Demi sabía que era verdad. Recordaba aquellos primeros meses después de la muerte de sus padres, con la abuela y con Walter. Aquella niña furiosa con el mundo… Odiaba a toda la gente y estaba segura de que jamás volvería a ser feliz.
La abuela había estado a su lado todo el tiempo. Se había esforzado por hacerle ver el lado bueno a las cosas.
–¿Qué lado bueno? –le decía ella.
–Tienes unos abuelos que te quieren más que a nada en el mundo –le había dicho su abuela, totalmente convencida.
Demi no estaba tan segura por aquel entonces. Podía ser verdad, pero aquello no parecía mucho comparado con lo que había perdido al morir sus padres. No obstante, también sabía que su abuela tenía que estar muy triste también. Si ella había perdido a sus padres, su abuela había perdido a su única hija y a su yerno. Además, de repente se había tenido que ver las caras con una niña respondona y rebelde. La abuela solía estrecharla entre sus brazos y entonces le decía…
«Vamos a cantar».
–¿Cantar? –repetía Demi.
La abuela asentía, sonriendo, y se secaba las lágrimas.
–Hay mucho que aprender de las comedias musicales.
Demi no sabía lo que era una comedia musical. Se sentaba, enfurruñada y tensa, pero la abuela insistía. No tenía una buena voz, pero sí tenía todo el entusiasmo del mundo. Cantaba Whistle a Happy Tune, y después cantaba Put on a Happy Face. Sonreía y le daba un beso en la nariz. Y entonces cantaba Belly Up to the Bar, Boys. Todo era tan absurdo que no podía evitar reírse, por muy
enfadada que estuviera. Y la abuela la abrazaba con más fuerza, y entonces ella se echaba a llorar, riendo al mismo tiempo. Demi todavía podía sentir el calor de sus brazos… Cómo hubiera deseado tenerla a su lado en ese momento, abrazarse a ella…
–Todo estará bien –le había dicho a su abuela por teléfono esa tarde, intentando no llorar–. No solo vamos a cantar, sino también a bailar –le había dicho–. Estarás bailando enseguida.
Podía imaginársela bailando… Sonrió y se enjugó las lágrimas que no había derramado.
La abuela tenía razón. Había que sonar convincente. Y funcionaba. Demi sabía que era así. Por lo menos en esos casos, cuando el resultado dependía de ella misma. Si las canciones no habían funcionado algunas veces, solo ella había sido la culpable, porque se había atrevido a creer en algo que no podía controlar.
Canturreando Whistle a Happy Tune había hecho muchos amigos en su nuevo colegio y en su tropa de Girl Scouts. «Climb every mountain» la había ayudado a superar sus problemas con las clases de natación y con la clase de discurso oral de octavo curso. Put on a Happy Face le había arrancado una sonrisa en los peores momentos de miseria adolescente. Y si Some Enchanted Evening le había fallado, no era culpa de la canción. Había sido culpa del hombre. Ella había amado. Pero su amor no había sido correspondido, así que había aprendido la lección. Sin embargo, todo había quedado atrás por fin. Tenía a Wilmer, que realmente quería casarse con ella, que sonreía con indulgencia, sacudía la cabeza y le decía cosas bonitas… Wilmer trabajaba en un banco; era un banquero muy  serio. Era un hombre en quien se podía confiar, alguien de quien podía depender, el hombre ideal con el que empezar una familia. Y eso era lo que más deseaba ella. Una familia… Estiró los hombros para desentumecerlos un poco. Bascombe maulló y asomó la cabeza entre los dos asientos delanteros. Se preguntaba si sabía que volvían a casa. Había nacido en la isla de Balboa y había pasado sus dos primeros años allí. Por fin estaban al sur de Los Ángeles, dirigiéndose hacia Newport y la playa. Ya eran más de la una de la madrugada y estaba cansada.
Solo había parado en King City para repostar. Bostezó con tanta fuerza que la mandíbula le hizo un ruido extraño.
–Ya casi hemos llegado –le dijo a Baz.
Pero en cuanto dijo las palabras, el estómago se le agarrotó. Un aluvión de recuerdos caía sobre ella. En otra época había soñado con formar una familia y hacer un hogar de la casa de su abuela… Sueños locos. Ya no iba a poder hacerlo. Ya no.
–No sigas por ese camino –se dijo a sí misma.
Porque cada vez que lo hacía, pensaba en Joe Jonas. Se enfadaba,
empezaba a atormentarse… Y no quería dar media vuelta. Durante más de dos años no había hecho más que eso, mantenerse lejos de él. Pero esa vez no podía huir, porque la abuela la necesitaba. Tenía que tragarse el orgullo y comportarse como la mujer adulta que era. Ya era hora de olvidar a aquella chiquilla alocada que tenía la cabeza en las nubes, o en las letras de las canciones que solo le
habían causado dolor. Decidida, subió el volumen de la radio y sintonizó una emisora de heavy metal. Baz protestó.
–Lo siento –lo necesitaba desesperadamente, para no oír sus propios pensamientos.
Normalmente, cuando iba a visitar a su abuela, procuraba llegar cuando él no estuviera en la casa, o mejor aún, cuando no estaba en el país. Pero esa vez no iba a tener tanta suerte. Cuando la abuela la había llamado le había dicho que Yiannis la había llevado al hospital. Se había portado muy bien con ella, como siempre… Solo tenía palabras bonitas para él.
«Ha sido muy amable conmigo… Se está ocupando de todo hasta que llegues…», le había dicho. No había llegado a decirle a qué se refería con «todo», no obstante.
«Pero sé que le ayudarás cuando llegues», había añadido su abuela con  confianza.
Esas palabras le habían puesto los pelos de punta. ¿Ayudar a Joe? Era muy poco probable. Lo que hubiera que hacer lo haría ella. Llegaría, se ocuparía de todo y ya no tendría que volver a verle. Ese era el mejor plan para ella, y para él. No la querría cerca, haciéndose ideas raras como la última vez. Demi sintió un
escozor en las mejillas.
–Le dije que le ayudarías –le había dicho la abuela con firmeza al ver que ella no contestaba.
Pero Demi no iba a decirle lo que estaba pensando. No era la clase de cosa que se le decía a una anciana de ochenta y cinco años a la que estaban a punto de operar.
–¿Es que no podía quedarse hasta que te instalaras en el hospital? –le preguntó.
A Joe no le iba mucho el compromiso. Ni siquiera para dos horas
solamente.
–Acaba de llegar de Malasia. Está exhausto. Necesita descansar.
La abuela siempre pensaba lo mejor de él.
Demi soltó el aliento con fuerza. Sabía que Joe trabajaba, pero también sabía que jugaba… mucho. Normalmente siempre que le veía estaba «jugando», ligando con mujeres, adulándolas, poniéndoles crema solar en la espalda, besándolas, haciendo que se enamoraran de él. Y después iba a por la siguiente. Agarró con más fuerza el volante. «Pobre Joe…», pensó, molesta. Sí. Tenía que estar exhausto. Pero, si estaba en la cama en ese momento, casi seguro que no estaba durmiendo.
Cuando por fin llegó a la isla, las calles estaban desiertas. Incluso los bares estaban cerrados. Normalmente le llevaba un buen rato abrirse camino por las concurridas calles de Balboa para llegar a la casa de su abuela, pero ese día no.
En cuestión de minutos ya tenía el coche aparcado. Todas las luces de la casa de Joe estaban apagadas, pero por detrás, justo encima del garaje, había una luz encendida en el salón de la abuela. Por lo visto, el señor Savas la había dejado encendida para ella. Abrió la puerta del coche… Todo estaba tan silencioso que podía oír el ruido de las olas rompiendo contra la orilla. Bajó, estiró un poco sus
doloridos músculos y respiró el aire húmedo y salado. Moviendo un poco sus agarrotados hombros, abrió la puerta de atrás y sacó a los dos gatos. Pasando de largo por delante de la casa de Joe, atravesó el jardín y se dirigió hacia las escaleras que llevaban al apartamento del garaje. Abrió la puerta de la abuela y metió a los gatos dentro. Después fue a por el equipaje. Mientras lo subía por las escaleras, trató de imaginarse cómo iba su abuela a subirlas de nuevo alguna vez.
Otra cosa en la que no quería pensar… Finalmente llegó al pequeño porche, abrió la puerta de par en par y metió las maletas dentro. Los gatos fueron hacia ella y se le enredaron entre los tobillos, maullando y ronroneando.
–Comida –dijo ella, captando el mensaje. Sacó una lata y un cuenco de una de las maletas y les preparó un aperitivo.
Mientras los animales comían, llenó el pequeño contenedor de basura que la abuela guardaba para los gatitos. Cuando terminó, Hux y Baz habían vuelto, pidiendo más comida.
–Mañana –les dijo con firmeza–. Ahora id a dormir un poquito.
Los mininos ronronearon un poco más, pero ella los ignoró por completo. Estaba demasiado cansada para pensar. Tenía un pitido en la cabeza, los ojos inflamados. Por lo menos esa noche, con la abuela en el hospital, no tendría que dormir en el sofá. Fue al cuarto de baño y se quitó la ropa, quedándose en camiseta y braguitas. Se lavó los dientes, se miró en el espejo… Tenía los ojos inyectados en sangre. Y entonces, bostezando, incapaz de mantener los ojos
abiertos por más tiempo, abrió la puerta del dormitorio, encendió la luz…
Y se paró en seco.
Joe… y el bebé… estaban dormidos en la cama de la abuela.


The Far Future cap.2





Escribió una nota a toda prisa y la dejó sobre la mesa de la cocina. Agarró al bebé y regresó al garaje. Al ver a Maggie, Harry empezó a botar contra la cadera de Joe, sonrió y chocó las palmas de las manos. La anciana le devolvió el saludo con una sonrisa.
–Eres un hombre como pocos –le dijo a Joe al tiempo que este ponía al niño en la sillita y trataba de averiguar cómo ponerle el cinturón de seguridad. El hospital más cercano estaba a unos pocos kilómetros más adelante, cerca de la costa. Él nunca había estado, pero Maggie lo conocía bien.
–Allí murió Walter.
–Tú no te vas a morir –le dijo Joe con firmeza.
–Hoy no –Maggie se rio.
–No hasta dentro de mucho tiempo –dijo Joe, pensando que no lo iba a permitir.
No dijo nada más. Subió al coche y la llevó al hospital lo más rápido
posible. Cuando llegaron, se dirigió hacia la zona de urgencias y fue a buscar una silla de ruedas. Una enfermera y un camillero le ayudaron de inmediato.
Acomodaron a Maggie en la silla y entraron en el edificio con ella.
–Puede hacer el papeleo después de aparcar –le dijo la enfermera.
–No voy… –empezó a decir, pero la enfermera y el camillero ya habían desaparecido, dejándole solo. Con Harry. El niño estaba dando botes en su sillita y haciendo ruidos de alegría. Cuando Joe se agachó a su lado, incluso sonrió.
–Vamos –le dijo, intentando devolverle la sonrisa–. Vamos a aparcar – añadió, subiendo al vehículo.
Unos minutos más tarde, entró en urgencias con el bebé en brazos, pero Maggie no estaba por ninguna parte.
–La han llevado a rayos X –le dijo la señorita del mostrador de admisión–. Pero qué ricura –añadió, mirando a Harry–. ¿Cuánto tiempo tiene?
–No lo sé.
La empleada alzó las cejas, sorprendida.
–No es mi hijo.
–Ah, bueno. Qué pena –le dijo.
Joe no era de la misma opinión, pero no se molestó en decirlo.
–Volverán pronto. Ella ha hecho todo el papeleo, así que ya está –le dijo la recepcionista–. Puede esperar aquí –señaló una sala de espera que estaba bastante concurrida. Alguien estaba tosiendo y otra persona estaba sangrando–. O en la habitación.
Harry se estaba alborotando. Encerrarle en un sitio no era buena idea.
–Iremos a dar un paseo –le dio su número de teléfono–. Llámeme cuando salga, por favor.
Mientras tanto, aprovecharía para hacer unas cuantas llamadas. Había estado fuera del país, buscando proveedores de madera. Se había mantenido al día con el correo electrónico, pero tenía más de doce llamadas que devolver.
Empezó a escuchar los mensajes e hizo las llamadas una por una, mientras dejaba jugar a Harry en la hierba. Iba por la quinta llamada cuando le llamó la recepcionista.
–La señora Newell acaba de salir de rayos.
Joe tomó a Harry en brazos y volvió a la sala de urgencias.
–Habitación tres –le dijo la empleada.
Le dio las gracias y se dirigió hacia allí rápidamente. La estancia era igual que cualquier otra habitación del área de urgencias. Había un montón de máquinas que hacían ruidos alrededor de la cama sobre la que descansaba Maggie.
–Vuelvo enseguida –le dijo una enfermera, dándole una palmadita en el hombro–. Tengo que preparar unas cosas.
–Gracias –le dijo Maggie.
La anciana estaba muy cambiada. No se parecía en nada a la Maggie de siempre, llena de energía, dinámica, coqueta. La Maggie que tenía delante llevaba una bata de hospital.
Yiannis levantó las cejas. Maggie hizo una mueca. Estaba pálida y parecía muy cansada. Al ver a Joe, con Harry sobre los hombros, logró sonreír.
–¿Te duele? –le preguntó, intentando devolverle la sonrisa.
–Un poco –dijo ella.
–Te curarán –le aseguró Joe–. Te pondrás bien enseguida. Pronto
estarás lista para correr esa maratón de la que siempre hablas.
–Eso me dicen. Bueno, no lo de la maratón, sino lo otro –añadió. Pero no sonaba muy contenta al respecto.
Joe esbozó una sonrisa de oreja a oreja, esperando animarla un poco.
–Bueno, entonces medio maratón. Te pondrás bien.
–También me dijeron eso.
No era propio de Maggie no ver el lado positivo de las cosas. 
Joe la miró atentamente.
–Bueno, entonces…
–Se ha roto.
Joe parpadeó.
–¿Qué se ha roto?
–Mi cadera –le dijo la anciana, resignada–. Me van a operar.
–¿Operar?
Harry le dio un golpecito en la oreja. La enfermera volvió en ese momento.
–Todo está listo –le dijo a Maggie–. Tienen una habitación para usted en el pabellón de cirugía. Vamos a cambiarla ahora mismo. He hablado con la enfermera del doctor Singh. La operará mañana a las nueve.
Mientras hablaba, empezó a desconectar a Maggie de los monitores. Solo dejó la vía que estaba conectada al dorso de su mano. Cuando hubo terminado, se asomó por la puerta y llamó a uno de los celadores para que fueran a ayudarla.
Y entonces se volvió hacia Joe.
–Lo siento, pero me temo que no puede venir con ella. Desde que tuvimos el brote de gripe el pasado invierno, no se permiten niños de menos de catorce años en el pabellón.
–No es mío.
–Pero está con usted.
–Pero…
–Si puede dárselo a alguien… –sugirió la enfermera.
Joe sacudió la cabeza.
La enfermera se encogió de hombros y le ofreció una sonrisa.
–Lo siento. Son las reglas. Váyase a casa. Llámela dentro de media hora. Para entonces ya la habremos acomodado. O ella le puede llamar a usted. No se preocupe. Cuidaremos bien de ella.
–Sí, pero…
En ese momento entró el celador y la enfermera le dejó con la palabra en la boca. Desapareció y le dejó con Harry en los brazos, observando al celador mientras metía la ropa de Maggie en una bolsa para después meterla en la parte de debajo de la camilla. En cuestión de segundos, se la llevaría pasillo abajo y le dejaría allí, solo, con Harry, de nuevo.
–¿Maggie? –dijo, dándose cuenta de repente.
–Lo sé –dijo la anciana con tristeza–. ¿Qué vamos a hacer?
–Creo que tú no vas a hacer nada –dijo Joe con contundencia.
–Debía haberme dado cuenta –Maggie le miró con ojos culpables.
–No hubieras tenido forma de saberlo –le aseguró Joe–. No te
preocupes. Todo irá bien –podía ocuparse del niño durante un par de horas.
Maggie no parecía tan segura.
–¿Listos? –le preguntó el celador a Maggie, enganchando la vía móvil a la camilla con ruedas y empujándola hacia la puerta.
–¿Puedes arreglártelas hasta esta noche? –preguntó Maggie por encima del hombro.
–¿Esta noche?
¿Misty no volvía hasta por la noche? Joe trató de no sonar molesto,
pero lo estaba. No por Maggie, sino porque era típico de Misty abusar así de la gente. Siempre hacía algo y luego esperaba que el mundo, y Maggie en concreto, le siguiera el ritmo. Pero esa vez se había pasado de la raya. Se había ido y había dejado a su bebé con una anciana de ochenta y cinco años. Probablemente ni se
le había ocurrido pensar en la posibilidad de que a Maggie pudiera pasarle algo.
Joe corrió detrás de la camilla.
–No te preocupes –le dijo a Maggie, alcanzándola. Harry rebotaba contra sus hombros, agarrándose de su pelo–. Por ti, cariño, me las apañaré –le ofreció su mejor sonrisa y le guiñó un ojo–. De verdad. Estaré bien. Pero… Mejor será que me des su número de móvil por si acaso.
Por lo menos tenía que llamarla y contarle lo de Maggie.
–Me puso su número en el cuenco con forma de gallo que está en la cocina –le dijo Maggie cuando se detuvieron junto al ascensor.
El celador apretó un botón.
–Ya no puede pasar de aquí –le dijo a Joe cuando la puerta se abrió.
–No te preocupes –le dijo Yiannis a Maggie. Le apretó la mano un
momento–. Nos apañaremos bien, ¿verdad, Harry? –le tiró del pie al pequeño.
Harry se rio.
–¿A qué hora vuelve ella?
–… quince.
–¿A las siete y quince? –Joe no la había oído bien.
–El quince –Maggie sacudió la cabeza.
–¿Qué? –Joe se le quedó mirando, perplejo.
–De marzo –dijo Maggie, suspirando.
Las puertas del ascensor empezaron a cerrarse. Joe metió el pie entre ellas.
–¡Faltan dos semanas!
–Espera haber podido resolverlo todo para entonces y cuando él vuelva se van a casar. En realidad, creo que espera casarse allí –Maggie logró parecer esperanzada ante esa posibilidad.
–¿Dónde?
–En Alemania.
Esa vez, cuando Harry le dio un golpecito en la oreja, ni se enteró.
–¿Alemania?
–Por favor, baje la voz –le dijo el celador.
–No me digas que Misty está en Alemania.
Maggie se encogió de hombros.
–Sí. Bueno, primero se fue a Londres, pero después fue Alemania, sí. Devin tiene un permiso de dos semanas.
–¿Y no quería ver a su hijo?
–Eh, creo que no sabe nada de lo de Harry.
–¡Por Dios!
–¡Señor!
–Lo siento mucho, cariño –le dijo Maggie, disculpándose.
Joe respiró hondo.
–No tiene importancia –le dijo, mintiendo, porque al fin y al cabo no era culpa de Maggie–. La llamaré. Haré que vuelva.
–No es necesario. Ya me he ocupado de eso.
–No vas a estar solo –añadió, sonriendo–. Demi está en camino.
Joe puso los ojos en blanco. Justo cuando creía que las cosas ya no
podían empeorar más… Abrió la boca para protestar justo en el momento en que las puertas del ascensor empezaron a cerrarse de nuevo.
–Estará encantada de verte –le prometió Maggie justo antes de que se cerraran del todo.
¿Encantada de verle? Probablemente sería lo contrario. Demetria Lovato era al mujer más sexy que jamás había conocido. Era la nieta de verdad de Maggie, la nieta responsable… Y no podía verlo ni en pintura.


White Lies cap.23








Miley estaba parada ante la ventana de su despacho. No podía dejar de revivir las imágenes de lo sucedido la noche anterior y esa mañana. Aunque Nick le había hecho el amor con una intensidad y una pasión increíbles, cuando la había llevado de vuelta a su casa por la mañana, se había comportado como si estuviera arrepentido. ¿Por qué? ¿Temería que ella pudiera pensar que había algo más, sólo porque habían dormido juntos? Si ése era el caso, entonces Nick no sabía lo mucho que se equivocaba. Ella sabía muy bien que no podía esperar nada más. Había aprendido la lección hacía años.
Nick había insistido en llevarla en coche a la oficina, después de haberla llevado a casa para que se vistiera. Pero no había comentado nada sobre lo que había sucedido la noche anterior. En vez de eso, había mantenido el centro de la conversación en Liam y en todas las cosas que iba a investigar y le había dicho que iría en persona a Houston si era necesario.
Nick seguía mostrando una actitud protectora, pero Miley percibió cómo él levantaba sus defensas contra ella y le ocultaba sus sentimientos. En más de una ocasión, cuando Nick la había sostenido entre sus brazos la noche anterior y esa mañana, ella había tenido la tentación de preguntarle por qué se había portado así hacía siete años. Sin embargo, había decidido que era mejor dejar el tema. Lo que había pasado ya no podría repetirse, pues ella sabía que no debía entregarle su corazón.
Además, Miley tenía problemas más graves de los que ocuparse. Debía centrar sus preocupaciones en Liam Whitman y su paradero. Era lo único que debía importarle.
Sólo de pensar que Liam estaba libre, se le puso la piel de gallina. Pero se negaba a vivir presa del miedo. Estaba convencida de que había sido él quien le había dejado esa nota en el parabrisas y quien le había rajado las ruedas. Eran el tipo de cosas que haría Liam. En más de una ocasión, él le había dicho que se ocupaba de lo que le pertenecía. Ella no había relacionado las dos cosas antes porque había estado segura de que Liam había estado en prisión. Pero el día anterior había descubierto que no era el caso.
Miley levantó la vista y miró el reloj que había en la pared. Nick había dicho que volvería al centro para acompañarla a la cafetería para comer y que no saliera sin él. Ella pensaba hacer lo que le había dicho, sin discutir.
Entonces, sonó el teléfono de su mesa y fue a responder, esperando que fuera Nick.
–¿Hola?
La persona al otro lado de la línea no dijo nada.
–¿Hola? –repitió ella. Sintió escalofríos.
Al fin, la otra persona colgó. Miley intentó convencerse de que era alguien que se había equivocado de número. Pero, en el fondo, sabía que no era cierto.
Nick apretó las manos sobre el volante mientras daba la vuelta a la esquina para llegar a Helping Hands. Estaba nervioso por la noticia que iba a tener que darle a Miley.
Había hecho una llamada al departamento de policía de Houston en cuanto había dejado a Miley en el trabajo. Le habían dicho que Lucas estaba fuera de la ciudad, haciendo una investigación, así que había hablado con Manny, otro detective que conocía. En menos de una hora, Manny había averiguado lo que él le había pedido.
Manny había confirmado que Whitman había sido puesto en libertad bajo palabra de no salir de Houston. Sin embargo, según Manny, había desaparecido y no se encontraba en su dirección actual. Su casero había dicho que llevaba semanas sin verlo. Como a Whitman le quedaba una semana más antes de que pudieran acusarlo de violar la libertad condicional, por el momento no había roto ninguna ley… a menos que pudiera demostrarse que se había marchado de Houston. Nick no tenía ninguna duda de que Whitman había estado en Somerset y, sin duda, seguía allí. Como Somerset era una ciudad tan pequeña, a Liam Whitman no le habría resultado difícil descubrir dónde trabajaba Miley, además de dónde vivía.
Al pensar que ella podía estar de nuevo a merced de Whitman, tembló de furia.
Entonces, centró sus pensamientos en lo que había sucedido la noche anterior y esa mañana. Mientras habían hecho el amor, él había intentado controlar sus sentimientos, pero no había sido capaz. Nunca se había sentido tan unido a una mujer. Era como si los últimos siete años nunca hubieran existido entre ellos.
La noche anterior y esa mañana encajaban en sus planes a la perfección, reconoció Nick. Había planeado volver a llevarla a su casa y contarle la inmensa riqueza que había acumulado a lo largo de los años, que era miembro del Club de Ganaderos y que no sólo conocía a Kevin Novak, sino que era uno de sus mejores amigos. Había querido lastimarla con ello.
Sin embargo, que Whitman estuviera en libertad hacía imposible cumplir sus planes, al menos eso se dijo Nick. Si aquel tipo suponía una amenaza para Miley, ella iba a tener que pasar un tiempo en su casa. Quizá a Miley no le gustase la idea, pero él estaba decidido a protegerla costara lo que costara.
Miley había rezado porque los últimos siete años en prisión hubieran cambiado a Liam y éste hubiera dejado de preocuparse por ella. Era descorazonador saber que se había equivocado y que lo más probable era que fuera él quien estaba acosándola.
Le contó a Nick lo de la llamada de teléfono que había recibido esa mañana y él también pensó que se trataba de Liam.
–Vamos, vayamos a comer.
Durante la comida, Nick recibió una llamada. Después de terminar de hablar por teléfono, Miley adivinó, por la mirada de él, que no iba a gustarle lo que estaba a punto de escuchar.
Nick le confirmó sus temores.
–Antes de ir al centro de acogida me pasé por la comisaría de policía para alertarles de que Liam Whitman podía estar en la zona. Les ofrecí una descripción del aspecto que tenía la última vez que lo vi, pensando que no habría cambiado mucho en estos años. Pero, aunque haya cambiado, Somerset es una ciudad pequeña y todo el mundo repara en los forasteros.
Nick paró de hablar, pero Miley intuyó que había algo más.
–¿Y?
–Y creen que lo han visto. Un par de policías que estaban patrullando la zona cerca del centro de acogida sospecharon de un hombre que coincidía con la descripción de Whitman. Cuando intentaron acercarse, salió corriendo.
Miley se quedó en silencio un momento.
–Me niego a dejar que Liam me aterrorice de nuevo, Nick. Aunque la última vez no sirvió de nada, voy a pedir otra orden de alejamiento.
–Es buena idea. Si lo arrestan por cualquier razón aquí en Somerset, la libertad condicional le será revocada de forma automática.
Tras una pausa, Nick añadió:
–Aunque sé que te niegas a dejar que Liam te asuste, espero que sigas quedándote en mi casa hasta que este problema se haya resuelto. No tardará mucho en descubrir dónde vives, si es que no lo sabe ya. Tengas alarma o no, si entra en tu casa de nuevo no sabemos lo que puede hacer. Si, a pesar de saber que iría a la cárcel de nuevo y que tendría que cumplir el resto de la sentencia, sigue insistiendo, eso sólo significa que no le importa. Y las personas a las que no les importa nada son capaces de hacer cualquier cosa para vengarse de quien creen que les ha traicionado.
Miley  sabía que lo que decía Nick era verdad. Liam la había apuntado con una pistola a la cabeza, dispuesto a matarla y a suicidarse después. Ella no quería volver a casa de Nick, pero no tenía elección. Incluso después de lo que habían compartido la noche anterior y esa mañana, era obvio que seguía habiendo tensión entre ellos. Y era evidente que Nick no quería bajar la guardia.
–¿Miley? –llamó él, esperando una respuesta.
Ella lo miró a los ojos y percibió el calor de su mirada. Nick quería protegerla. Y la deseaba. Ella sabía que, por mucho que él ocultara sus sentimientos, no podía esconder que le alegraba volver a tenerla en su cama. Y ella se alegraba también, admitió. Lo que compartían no había sido bueno sin más, sino excelente. Y la atracción que sentían el uno por el otro casi podía palparse, a pesar de que ella hubiera preferido ignorarla.
–De acuerdo, me mudaré a tu casa a partir de hoy si crees que es lo mejor –respondió.



White Lies cap.22






Miley estaba ardiendo.
Y, cuando Nick la dejó sobre la cama y se acostó con ella, sintió que toda la pasión que había estado conteniendo durante tantos años se desbordaba. Todo su cuerpo vibraba, deseando satisfacer tanta excitación.
La cabeza comenzó a darle vueltas cuando Nick empezó a quitarle la ropa, lanzando cada prenda por los aires. Luego, él se levantó y, a toda velocidad, se quitó los pantalones y se puso un preservativo que había sacado del cajón de la mesilla de noche. Momentos después, cuando Miley estaba tumbada boca arriba en la cama, Nick se colocó sobre ella.
A Miley le temblaron los muslos, movidos por un deseo que no había sentido desde hacía años. Nick observó su cuerpo con detenimiento. Miley sintió que le ardía en todas partes donde él posaba los ojos, sobre todo en su parte más íntima, donde Nick se detuvo más tiempo. Por la mirada de él, adivinó lo que estaba pensando y, cuando Nick le levantó las caderas, haciendo que lo rodeara por los hombros con las piernas, gritó de placer antes de que él la besara.
Miley gritó de nuevo cuando sus labios tocaron su parte más íntima. Nick introdujo la lengua dentro, moviéndola con destreza. Ella se derritió hasta la médula mientras una oleada de placer y excitación le recorría todo el cuerpo.
Nick hizo que separara más las piernas mientras seguía infligiéndole un tormento delicioso con la boca. Con lo que le estaba haciendo, Miley se sintió despojada de todo pensamiento racional, mientras sus sentidos se llenaban de placer. Se sintió como si fuera a romperse en mil pedazos y se aferró a los fuertes brazos de él, intentando hacerle saber que estaba a punto de estallar.
Como si estuviera decidido a hacerla llegar aún más alto, Nick continuó con su dulce tormento, apretándole los muslos mientras su lengua la penetraba con más profundidad. Cuando tocó su punto más sensible, ella explotó y gritó el nombre de él mientras un torbellino de sensaciones la recorría.
Sólo entonces Nick se apartó y se montó sobre ella y, antes de que Miley pudiera recuperar el aliento, la penetró con una honda arremetida y se metió uno de sus pezones en la boca, chupándolo con intensidad.
Sus cuerpos se habían acoplado con tal perfección que a Miley se le saltaron las lágrimas. Lo agarró de la cabeza para apretarlo contra su pecho y lo rodeó con las piernas para que no saliera nunca. Pero, con su cuerpo, Nick le hizo saber que no tenía intenciones de irse a ninguna parte.
Nick empezó a moverse, entrando y saliendo. Una y otra vez. Con más fuerza y más profundidad. Más deprisa. Ella sintió la potencia de su erección dentro del cuerpo, llevándola de nuevo cerca del clímax y haciéndola gemir de placer.
Y, cuando Nick cambió de pecho y comenzó a chuparle el otro pezón, los gemidos de Miley se convirtieron en gritos. Sintió que todos los músculos del cuerpo se le tensaban y una oleada de placer inmenso la envolvió. El cuerpo se le puso rígido y se arqueó de forma involuntaria cuando él la agarró con fuerza de las caderas. Entonces, ella supo que lo que se estaba fundiendo en una unidad no eran sus cuerpos nada más, sino también sus almas.
En ese momento, todo lo demás dejó de existir para Miley, excepto el hombre que seguía entrando y saliendo de ella y gritando su nombre al mismo tiempo. Era el mismo hombre que le había demostrado, por primera vez, lo hermosa que podía ser la unión de un hombre y una mujer. Y el mismo hombre que, minutos después, se dejó caer sobre la cama a su lado y la sostuvo entre sus brazos, sujetándola como si no quisiera dejarla marchar jamás.
Miley se despertó con la luz del sol en la cara y un cuerpo fuerte pegado al suyo. Se apartó un poco y observó al hombre que dormía a su lado. Nick tenía su musculosa pierna sobre las de ella y con los brazos, a pesar de estar dormido, seguía abrazándola.
Los recuerdos de la noche anterior la invadieron. Había sido la primera vez que había hecho el amor en siete años y había sido tan hermoso o más como lo recordaba. Con el mismo hombre. La misma pasión. El mismo amor.
Miley cerró los ojos pensando que, en realidad, debería sentirse mal consigo misma por seguir amándolo y por ser tan débil como para haber sucumbido a la tentación de irse a la cama con Nick, sobre todo después de cómo él había fanfarroneado con su amigo sobre su primera noche juntos. Sin embargo, no fue capaz de sentir remordimientos, pues todo su cuerpo se sentía rejuvenecido, como si hubiera sido despertado de un largo letargo mediante el más puro de los placeres. La vez anterior que había hecho el amor con Nick había apreciado el hecho de ser mujer y, tras la noche que acababan de pasar juntos, se sentía más mujer que nunca.
De todas maneras… el recuerdo del dolor y la humillación no se había desvanecido por completo. ¿Cómo era posible que un hombre tan amable la deshonrara hablando de sus intimidades de la forma en que lo había hecho? Entonces, hacía siete años, ella había estado enamorada de la cabeza a los pies y, cuando habían dormido juntos, ese amor se había vuelto abrumador.
Nick no había pronunciado nunca la palabra «amor» pero ella había estado segura de los sentimientos que él había mostrado a través de sus acciones. Sin embargo, enseguida había descubierto que sus suposiciones habían sido erróneas. Y no pretendía cometer la misma equivocación dos veces. Lo único que compartía con Nick era una fuerte atracción sexual, se dijo, intentando convencerse. Nunca más volvería a dar por hecho nada sobre su relación. La aceptaría como algo sólo sexual.
Nick se movió en la cama y Miley ladeó la cabeza para mirarlo. Antes de que ella pudiera decir nada, él se incorporó y la besó con tanta ternura que la hizo gemir. No era difícil adivinar lo que iban a hacer de nuevo, en esa ocasión bajo la luz de la mañana.
Cuando Nick colocó su cuerpo sobre el de ella, Miley le rodeó el cuello con los brazos y se devoraron en un largo beso.


White Lies cap.21


Miley se enamoró de la casa de Nick en cuanto entró en ella. Aunque fuera estaba demasiado oscuro, pudo ver que se trataba de una impresionante casa de rancho, de dos pisos. Cuando entró en el salón, la invadió una gran sensación de comodidad. Sabía que era raro sentirse así pero no podía evitarlo. Durante el camino, Nick había hecho que ella se sintiera segura, asegurándole que averiguaría todo lo necesario sobre el paradero de Liam y que, hasta que lo hiciera, podía quedarse con él.
Miley miró a su alrededor y se preguntó si Nick habría contratado a un diseñador de interiores para decorar su casa. Todos los colores combinaban a la perfección y los muebles complementaban muy bien la decoración. Había una gran chimenea de ladrillo, que ocupaba una pared entera, y las cristaleras del salón prometían una excelente iluminación durante las horas del día.
Para separar la entrada de las habitaciones interiores había una pared de cristal entre la puerta principal y el salón. Los muebles del salón eran de cuero oscuro y de buena calidad y parecían muy cómodos.
–Tienes una casa muy bonita, Nick–dijo ella cuando Nick la siguió dentro, llevando su bolsa de viaje.
–Gracias. Entra y deja que te acomode en el cuarto de invitados. Es más de medianoche y debes de estar cansada.
Miley estaba muy cansada y deseando dormir. O, al menos, intentarlo. Entonces, pensó que Nick también debía de estar cansado. Se había pasado todo el día en la refinería y en el centro de acogida.
Momentos después, tras seguirlo escaleras arriba, Miley entró en el cuarto de invitados. Miró a su alrededor encantada. Era una habitación muy espaciosa, con vigas de madera en el techo y decoración al estilo tradicional. Tenía una cama enorme, con una colcha de colores hecha a mano que combinaba con las cortinas.
–Es evidente que te va bien con tu empresa de seguridad.
Cuando Nick no respondió, Miley lo miró y se dio cuenta de que la expresión de él se había vuelto tensa. ¿Qué habría dicho para irritarlo?
–¿Nick?
–Sí, me va bien –replicó él al fin en tono cortante–. Hay un baño de invitados allí con una bañera jacuzzi –indicó, señalando al otro lado de la habitación–. Mi cuarto está al final del pasillo, por si necesitas algo. Buenas noches.
Miley mantuvo la compostura mientras observaba cómo Nick se iba, cerrando la puerta tras él. De nuevo, se preguntó qué habría dicho para que él se sintiera molesto. ¿Por qué le habría irritado que mencionara su éxito empresarial?
Miley se acercó a la cama y decidió que, cuando viera a Nick por la mañana, se lo preguntaría.
Nick estaba tumbado en la cama con los ojos abiertos de par en par, mirando al techo. Después de haber dejado a Miley, había hecho una ronda por la casa para asegurarse de que todo estuviera cerrado con llave antes de irse a dormir. Y había seguido rumiando el
comentario que ella había hecho, que le había recordado que lo único que a Miley le importaba en un hombre era su riqueza.
Se frotó la cara, sin querer pensar mal pero ¿qué otra cosa podía hacer? Después de haber averiguado que era un hombre rico, ¿cambiaría la actitud de Miley hacia él?
Nick la había llevado a su casa para protegerla, pero eso no significaba que la perdonara por el daño que le había causado en el pasado. No estaba seguro de poder hacerlo, pensó, apretando los puños.
Entonces, escuchó un sonido y miró el reloj despertador que tenía en la mesilla. Eran casi las dos de la mañana. Como la alarma de su puntero sistema de seguridad no había sonado para señalar la presencia de un intruso, adivinó que Miley debía de estar despierta, rondando por la casa. Era evidente que ella tampoco podía dormir.
Saltó de la cama y se puso unos vaqueros. Salió de su dormitorio y, de inmediato, vio una luz encendida en el piso inferior.
Cuando llegó al salón, no vio a Miley por ninguna parte. Abrió con suavidad la puerta de la cocina y se la encontró sentada a la mesa, de espaldas a él, bebiendo lo que parecía una taza de té. Estaba vestida con una bata de seda, anudada a la cintura. Y, aunque él tuvo la sensación de que se esforzaba por no hacerlo, adivinó por cómo le temblaban los hombros que estaba llorando. No podía soportar ver llorar a una mujer y menos aún si se trataba de Miley.
Entró en la cocina, sin poder evitar sentir el corazón encogido. Al escucharlo, Miley volvió la cabeza y sus miradas se encontraron. Pero ella no fue lo bastante rápida como para limpiarse las lágrimas. Sin preguntarle por qué lloraba, él extendió los brazos.
–Ven aquí, Miley.
Ella lo miró durante un momento y Nick no estuvo seguro de qué iba a hacer. Entonces, Miley se levantó y caminó hasta él. Él la rodeó con sus brazos y ella hundió la cabeza en su pecho.
–Shh. Todo está bien, preciosa. Todo va a salir bien.
Miley negó con la cabeza y se frotó los ojos, echando la cabeza hacia atrás para mirarlo.
–No. Te he molestado y no sé por qué.
En ese momento, Nick se sintió como un imbécil y deseó que hubiera una manera de borrar su comportamiento de hacía unas horas. Así que se quedó allí parado, abrazándola, recordando los tiempos en que la abrazaba del mismo modo durante unos minutos, antes de besarla.
En ese momento, Nick supo que su deseo por ella era tan fuerte como en el pasado e, incapaz de luchar contra sus sentimientos, la miró a la cara antes de recorrerle los labios con la punta de la lengua.
Nick la oyó contener el aliento e intentó ignorarlo. Se acercó más, incapaz de controlar su erección, que presionó contra el cuerpo de ella, excitándose con una intensidad que no había sentido en muchos años. Tras acariciarle los labios con la lengua, se los chupó un poco. Entonces, sintió los pezones de ella, erectos contra su pecho desnudo, como dos capullos de rosa.
Nick le soltó el labio y, en un instante, empezó a devorarla, saboreándola, disfrutando de cómo ella se estremecía entre sus brazos, no de miedo sino de placer. Había pensado en esa parte de su relación muchas veces, cuando los dos se besaban y parecían entrar en otro nivel de realidad. Recordó la noche en que sus besos los habían llevado a perder el control y habían hecho el amor. Continuó besándola con intensidad, deseando perderse en ese beso, igual que había sucedido aquella noche hacía años. Quiso perderse dentro de ella. Nunca jamás se había sentido tan conectado con ninguna mujer.
–Nick.
El sonido de su nombre en los labios de ella hizo que se estremeciera de excitación. Miley había hablado sin aliento, con una voz apenas audible y llena de sensualidad, haciendo que a él le subiera la temperatura casi a punto de ebullición.
Nick acercó las caderas y los muslos a los de Miley. Sintió que cada célula de su cuerpo se llenaba de vida y excitación ante la presencia de ella. Al fin, su mente entró en sincronía con el resto de su cuerpo. La deseaba. Necesitaba poseerla.
Sus deseos y sus necesidades estaban fuera de control y no sabía cuánto tiempo podría esperar para satisfacerlos. Pensando aquello, Nick se apartó, separando sus bocas, la miró a los ojos y supo que ella percibía el deseo que él no podía ocultar. Todo su cuerpo se moría por tener sexo con ella y por compartir una cercanía física que no había vuelto a experimentar desde la última vez que los dos habían dormido juntos.
Mientras sus miradas seguían entrelazadas, ella le acarició la mejilla y aquella caricia hizo que Nick se estremeciera. Exhaló el aire que había estado conteniendo y soltó la cintura de ella para agarrarla del trasero, apretándola contra su cuerpo.
Nick sintió cómo su erección vibraba contra el vientre de ella. Percibió su aroma mientras la sangre se le incendiaba aún más. Entonces, supo que no podía controlar sus impulsos por más tiempo. En ese momento, Miley hizo algo que él no había esperado, un movimiento que no fue capaz de combatir.
Summer alargó la mano y le bajó la cremallera del pantalón. Introdujo la mano por la abertura, como si necesitara tocar y acariciar su erección, para volver a familiarizarse con su dureza y su tamaño. Ella no dejó de mirarlo a los ojos y él se sintió todavía más excitado con sus pequeñas caricias. Cuanto más lo tocaba, más vibraba su cuerpo y más aumentaba su erección.
Pasaron unos minutos en que Darius siguió allí de pie, mirándola mientras ella lo llevaba hacia el clímax con la mano. Observó su rostro, percibió su intensa mirada, su deseo de acariciarlo de ese modo. El brillo femenino de sus ojos lo excitaba sin remedio. Entonces, otra vez tomándolo por sorpresa, Summer se acercó, se puso de puntillas y deslizó la lengua alrededor de sus labios. Le acarició la boca con la punta de la lengua mientras que, con los dedos, acariciaba su erección.
Nick gimió de placer y supo que, si no la detenía en ese momento, llegaría al orgasmo en sus manos, cuando prefería hacerlo dentro de su cuerpo.
Por eso, a continuación, fue él quien dio un paso inesperado. Con suavidad, apartó la mano de ella y la tomó en sus brazos. Se inclinó y la besó con voracidad, haciéndola gemir.
Cuando al fin sus labios se separaron, Nick tomó aliento y supo que necesitaba sumergirse dentro de su cuerpo antes de llegar al orgasmo. Le miró los labios hinchados mientras la sostenía en sus brazos.
–¿Sabes lo que me estás pidiendo? –preguntó él, queriendo asegurarse de que deseaban lo mismo.
Miley le sostuvo la mirada.
–Sí, lo sé.
–¿Estás segura de que es lo que quieres? –volvió a preguntar. Quería estar seguro del todo.
Miley le recorrió el pecho desnudo con la punta de la lengua. Los músculos del estómago de él se tensaron y supo que, sin necesidad de palabras, le había respondido.
Sin decir nada más, Nick la llevó a su dormitorio.



miércoles, 26 de septiembre de 2012

Irresistibly Charming cap.1






Nick Jonas nunca mezclaba el placer con los negocios.
Ya había escarmentado. Conocía las consecuencias y complicaciones de mezclar el placer con los negocios.
De joven, cuando todavía no estaba en el mundo de los negocios, no había tenido necesidad de resistirse al sexo débil. Cuando se había sentido atraído por una chica, se había dejado llevar por sus hormonas y siempre había tenido mucho éxito. La Madre naturaleza había sido muy generosa con él, al dotarlo con un
cuerpo atlético y de hombros anchos, que las mujeres adoraban y con el que se había convertido en uno de los porteros mejor pagados del mundo. Desde los veintitrés hasta los veintinueve años, mientras había jugado en varios clubes europeos, había tenido más novias de las que nunca había imaginado.
Después de que una lesión lo obligara a retirarse a la edad de treinta años, había montado su propia empresa de gestión deportiva en Sídney. Por desgracia, no había desarrollado la buena costumbre de controlarse o de ignorar sus deseos sexuales. Así que cuando una de sus clientas, buena deportista además de muy atractiva, empezó a flirtear con Nick, le había sido inevitable acostarse con ella.
Teniendo en cuenta que ella tenía casi treinta años y que estaba completamente dedicada a su carrera deportiva, Nick nunca imaginó que querría otra cosa que no fuera una aventura de una noche.
Fue en la segunda cita cuando Nick se dio cuenta de que había cometido un gran error. La mujer había empezado a enviarle mensajes de texto a su teléfono móvil, diciéndole lo mucho que había disfrutado de sus habilidades amatorias y cuánto deseaba convertirse en su esposa. Al intentar poner fin a aquel asunto, ella había reaccionado haciendo todo lo posible para destruir su empresa.
Había facilitado información confidencial a los periódicos y había intentado ensuciar su buen nombre.
Por desgracia, para entonces había borrado todos los mensajes y, al final, era su palabra contra la suya.
Por suerte, él había ganado el juicio, pero había sido difícil. Nick se
estremecía cada vez que recordaba lo cerca que había estado de perder todo por lo que había luchado. Su empresa se había visto afectada por un tiempo, a pesar de su norma de no mezclar el placer con los negocios.
Ya solo tenía citas con mujeres maduras y sensibles que no tenían nada que ver con su empresa de gestión deportiva Win-Win. Guardaba la distancia con las clientas y las empleadas. Su novia en aquel momento era una ejecutiva de una empresa de relaciones públicas cuyos servicios nunca contrataba. Era una rubia de treinta y cinco años, divorciada y muy ambiciosa.
Por suerte, no tenía ningún interés en casarse, al igual que él.Tampoco estaba enamorada.
Sencillamente estaba ahí y cumplía las necesidades de Nick. Era atractiva, inteligente y sexy. En los últimos años Nick había descubierto que las mujeres entregadas a sus carreras solían ser muy apasionadas en la cama y no ponían ningún reparo cuando llegaba el momento de separarse.
Cada pocos meses, Nick necesitaba seguir con su vida. De vez en cuando, alguna relación duraba algo más, pero no era lo habitual. Nick siempre actuaba rápido si pensaba que podía verse afectado por un problema. Había alcanzado una edad, casi treinta y ocho años, en la que la mayoría de los hombres había dejado atrás su soltería. Casi todos sus amigos estaban casados, incluso los que
siempre se habían negado a casarse y tener hijos.
Nick comprendía por qué los miembros del sexo opuesto lo veían como un candidato a marido. Nunca hablaba de su pasado, ni contaba que había decidido hacía mucho tiempo que nunca se casaría ni sería padre. Y no había cambiado de opinión al respecto.
Unos golpes en la puerta lo sacaron de sus pensamientos y miró el reloj.
Eran exactamente las tres. Irritado, Nick pensó que era tan puntual como siempre. Lo cierto era que le gustaba la puntualidad.
No le gustaba perder el tiempo esperando a alguien, sobre todo cuando tenía una reunión. Así que, ¿por qué no le parecía bien que llegara todos los viernes a las tres de la tarde?
–Pasa, Miley.
Al cruzar la habitación en dirección a la silla que siempre ocupaba en su reunión semanal, Nick la miró de arriba a abajo y se preguntó por qué se hacía eso.
¿Pensaba que era así como debía vestir una abogada?
Era evidente que podía ser una mujer muy atractiva si quisiera. Tenía buen tipo y un rostro interesante, de mejillas marcadas y extraños ojos de color azul. Su mirada resultaba tan fría como el Ártico, sobre todo cuando se fijaba en él.
Esta vez, Nick la miró con cierta lástima, en vez de con la fría indiferencia con la que solía hacerlo. Eso hizo que ella se detuviera por un segundo para mirarlo.
–¿Qué? –dijo él.
–Nada –contestó ella y sacudió la cabeza–. Lo siento.
Pongámonos a trabajar, ¿de acuerdo?
Se sentó, cruzó las piernas y se inclinó hacia delante para recoger el
primero de los contratos que estaba al borde de la mesa a la espera de su aprobación.
Se trataba de una interesante póliza de seguro que él mismo había
negociado para un joven jugador de tenis con el que Win-Win había firmado el mes anterior.
Una parte importante del trabajo de Joe era la negociación de todo tipo de contratos, que luego eran revisados por una de las mejores mentes jurídicas de Sídney, la de Miley.
No era empleada de Win-Win. Joe no necesitaba un abogado en plantilla.
Joe trabajaba para Harvey, Michaels y asociados, una firma de abogados americana, con oficinas en Sídney, y que estaba instalada en el mismo edificio que la empresa de Nick.
Al principio, le habían enviado un joven abogado, un profesional inteligente, pero muy mal conductor. Había chocado su coche contra un árbol. Cuando la firma de abogados sugirió que una mujer lo sustituyera, a Nick no le había gustado la idea puesto que tenía treinta años y estaba soltera. Pero en cuanto la había conocido, se había dado cuenta de que no había posibilidades de enamorarse de ella.
Seguía sin ser un problema en ese aspecto. Podía ser una mujer muy
irritante en algunas ocasiones. Nick no estaba acostumbrado a que los miembros del sexo contrario lo trataran con tanta indiferencia. Le molestaba a su ego masculino. A veces su falta de interés parecía rozar la aversión. A veces, se le pasaba por la cabeza que quizá no le interesaban los hombres, pero no tenía pruebas de ello. Más bien parecía que alguna mala experiencia, había hecho que
odiara a los hombres. O eso, o que ningún hombre había sido capaz de atravesar su capa exterior.
Dos semanas atrás, en un día en el que se había mostrado especialmente distante, había sentido el impulso de tomarla entre sus brazos y besarla para comprobar si era capaz de provocarle alguna reacción.
Por supuesto que se había contenido. Nick sabía que si hacía eso se
metería en problemas. Además, ya controlaba su testosterona, al menos, en teoría. Una sonrisa traviesa asomó a sus labios al recordar lo que le había hecho en su cabeza y lo ávidamente que había respondido.
–¿Qué es tan divertido?
Ante aquella regunta, Nick apartó sus pensamientos. Miley no solía darse cuenta de las cosas cuando estaba leyendo un contrato. No solía levantar la cabeza hasta que terminaba. Todo parecía indicar que apenas había leído los dos primeros folios de un documento de cinco.
–No tiene nada que ver contigo, Miley –mintió–. Estoy deseando que llegue el fin de semana. Voy a salir a navegar mañana con unos amigos.
Era cierto. Delta pasaría el fin de semana en Melbourne, participando en una conferencia.
El suspiro de Miley también lo sorprendió.
–¡Qué afortunado! –exclamó.
Parecía sentir envidia.
–¿Quieres venir?
La invitación salió de su boca sin poder evitarlo.
Ella parpadeó sorprendida, antes de volver los ojos al contrato.
–Lo siento –dijo bruscamente–. Este fin de semana estoy ocupada.
Había tenido suerte. ¿Qué le había llevado a invitarla? aun así, su ego se sentía afectado al no haberle dicho un no rotundo. Quizá no fuera tan indiferente a sus encantos como parecía.
Nick sabía que gustaba a las mujeres, como todo hombre alto, guapo y con éxito. No le gustaba la falsa modestia.
Dejó que siguiera leyendo el contrato sin interrumpirla, pero su cabeza seguía activa, al igual que su mirada.
Tenía unas piernas preciosas. Le gustaban las mujeres con las pantorrillas torneadas, los tobillos finos y los pies pequeños. Los pies de Miley eran bastante pequeños para su altura. Era una lástima que llevara unos zapatos tan feos.
Su pelo también era muy bonito, oscuro, largo y brillante. Seguro que sería fabuloso esparcido sobre una almohada…
Vaya, otra vez lo estaba haciendo, otra vez estaba teniendo fantasías con ella. Tenía que parar aquello.

aqi esta nove Niley espero que les guste!! las qiero!!♥

The Far Future cap.1




¿Joe? 
La voz provenía de muy lejos… desde algún sitio cercano a la boca… De repente Joe se dio cuenta de que estaba sujetando el auricular del teléfono al revés. Rodó sobre sí mismo, se puso boca arriba y trató de ponerlo derecho como pudo.
–¿Joe? ¿Estás ahí?
Oía mejor la voz, pero seguía con los ojos cerrados. Los tenía pegajosos y tenía el cuerpo agarrotado.
–Sí. Estoy aquí –su propia voz sonaba adormilada, ronca… No era de extrañar, sobre todo porque se sentía como si acabara de acostarse.
–Oh, cariño. Te he despertado. Eso me temía.
En ese momento reconoció esa voz triste. Era Maggie, su antigua casera.
Le había comprado aquella vieja casa de playa casi tres años antes y ella había terminado viviendo en el apartamento que estaba encima del garaje. Maggie era una mujer independiente; sabía apañárselas bien sola… Si le llamaba a esas horas, fueran las que fueran, debía de ser algo importante.
–¿Qué sucede? ¿Qué pasa?
Normalmente no tenía tanto problema con el jetlag, pero le había llevado más de treinta horas regresar de Malasia y la cabeza le palpitaba de dolor. Apretó los párpados y volvió a abrir los ojos.
Había luz, pero no era intensa… Por suerte… A través de las cortinas a medio abrir podía ver la suave neblina de la mañana. La costa de California siempre estaba sumergida en esa blanca nebulosa hasta que el calor de la mañana la disipaba. Miró el reloj. Ni siquiera eran las siete de la mañana.
–No pasa nada. Bueno, no pasa nada con el apartamento –dijo Maggie, en un tono vacilante–. Tengo que pedirte un favor –añadió, con reticencia.
–Lo que quieras –le dijo él, apoyándose contra el cabecero de la cama.
«La dueña quiere vivir en la casa como inquilina, en el apartamento del garaje… Es la única condición que pone.», le había dicho el agente inmobiliario, cuando había hecho la oferta por su casa de la isla de Balboa.
Joe no había tenido problema en aceptar el trato. Al fin y al cabo, tener como inquilina a una anciana de ochenta y cinco años era una opción mucho más tranquila y menos problemática que los jóvenes alborotadores que normalmente terminaban en Balboa, seducidos por el estilo de vida relajado del sur de California.
–Hágale un contrato por seis meses –le había aconsejado el agente
inmobiliario.
Pero Joe le había ofrecido la posibilidad de quedarse en la casa
principal. Él podía seguir viviendo en el apartamento del garaje sin problemas…
Sin embargo, ella se negó. Le dijo que necesitaba el ejercicio, que subir y bajar escaleras la ayudaría a mantenerse en forma.
Llevaban tres años viviendo de esa manera, y el arreglo había funcionado muy bien. Joe tenía que viajar mucho para mantener el negocio de exportación e importación de maderas finas. Maggie, por el contrario, nunca iba a ninguna parte, así que podía vigilarle la casa cuando él no estaba.
Él, por su parte, le mandaba una postal cada vez que viajaba a un sitio nuevo, y la ayudaba a aumentar su colección de pañitos de cocina. Maggie le hacía galletas y le preparaba buenas cenas caseras cuando estaba en casa.
Joe estaba encantado con ella. Maggie era la inquilina perfecta.
Además, al tenerla en casa, no tenía mucho sitio para invitados extra, y eso siempre era una ventaja para un miembro de la familia Jonas, siempre en expansión continua. Joe quería mucho a su familia, pero tampoco le hacía mucha gracia la idea de tener que recibir y acoger a parientes inoportunos. Los Jonas eran una buena familia… pero era mejor mantenerlos a distancia, a ser posible con un continente de por medio.
Dos semanas antes, justo antes de irse al sur de Asia por negocios, había recibido una llamada de su prima Anastasia. La joven le había llamado para preguntarle si tenía «sitio para todos» esa primavera y, afortunadamente, había podido decirle que no.
Joe se puso en pie.
–Lo que quieras, corazón… –le dijo a Maggie–. Sobre todo si se trata de pañitos de cocina –añadió–. Te he comprado media docena.
–¡Dios mío! –la anciana se echó a reír–. Me mimas mucho.
–Es que te lo mereces. ¿Qué necesitas? –le preguntó, mirando por la
ventana de la parte de atrás.
Maggie suspiró.
–Me tropecé con una alfombrilla. Di un traspié y me caí. Me preguntaba si podrías llevarme al hospital.
–¿Al hospital? –Joe se sintió como si acabaran de darle un puñetazo–. ¿Te encuentras bien?
–Claro que sí –dijo Maggie rápidamente–. Es que la cadera me está
molestando un poco. He llamado. Me han dicho que deberían hacerme una radiografía.
–Ahora mismo voy para allá –le dijo, sacando su vieja sudadera de Yale del armario.
Se puso unos vaqueros y unas zapatillas y corrió hacia el apartamento del garaje.
Ella estaba sentada en el sofá. No tenía buena cara. Llevaba el cabello, blanco como la nieve, recogido en un moño en la nuca.
–Lo siento. No me gusta molestarte.
–No hay problema. ¿Puedes caminar? –se agachó a su lado.
–¡Bueno, no quiero que me lleves en brazos! –la anciana se puso en pie, haciendo una mueca de dolor.
–Puedo llevarte –dijo Joe.
–Tonterías –dijo ella.
Trató de dar un paso adelante y entonces gimió de dolor. Él la agarró justo a tiempo para evitar que cayera al suelo.
–Deberíamos llamar a una ambulancia –dijo Joe en un tono serio.
La tomó en brazos y bajó las escaleras que conducían al garaje. Dentro estaba su Porsche y el turismo que conducía Maggie. Joe se detuvo.
–Mejor será que lleves mi coche –le dijo ella, suspirando.
–¿Es que no quieres presentarte en el hospital en el Porsche? –Joe
sonrió.
–Me encantaría. Pero no tienes sitio para la sillita.
–¿Qué? –Joe no tenía ni idea de qué estaba hablando.
–Necesitamos la sillita. Tengo a Harry.
–¿Harry?
–El bebé de Misty. ¿No te acuerdas? Le conoces.
Sí que recordaba a Misty. Era la nieta de su segundo esposo, Walter, ya fallecido. No era de su sangre, pero para Maggie era parte de la familia… La chica era bastante alocada; una madre soltera un tanto rara y promiscua… Una pizpireta rubia de piel bronceada y ojos azules casi transparentes. Misty era preciosa, pero
irresponsable. Debía de tener unos veinte años, pero su edad mental era de unos siete. El mundo siempre giraba alrededor de Misty. Joe se había sorprendido mucho al enterarse de que tenía un hijo.
–¿Y quién va a criar a quién? –le había preguntado a Maggie.
–A lo mejor ese bebé consigue meterla en cintura un poco –le había dicho la anciana, poniendo los ojos en blanco.
Joe le había lanzado una mirada escéptica en esa ocasión. Aquello no era muy probable… Pero sí recordaba haberla visto con el bebé en brazos unos meses antes.
–¿Qué quieres decir? ¿Que tienes a Harry?
–Está durmiendo en la habitación –le dijo, tratando de tranquilizarle con la mirada.
–Me alegro de saberlo –dijo Joe, pasando por delante de su flamante Porsche, mirándolo con angustia–. ¿Dónde está Misty? ¿O es mejor que no pregunte? –añadió, ayudándola a subir al utilitario.
–Fue a hablar con Devin –dijo la anciana, aguantando el dolor mientras trataba de acomodarse en el asiento.
Era el padre del bebé. Yiannis recordaba bien el nombre. No le conocía, pero el muchacho tampoco debía de tener muy buen gusto con las mujeres. Al parecer, estaba en el ejército…
–Muy bien. Ya está –Maggie se estremeció un poco. Estaba poniéndose pálida.
–No vas a desmayarte –le dijo. No era una pregunta. Era una afirmación a medio camino entre una orden y una súplica. Ya empezaba a preocuparse.
–No me voy a desmayar –le aseguró Maggie–. Vuelve y ve a por Harry. Las llaves del coche están en el cuenco con forma de gallo que está en la estantería de la cocina.

Joe subió los peldaños de dos en dos, agarró las llaves a toda prisa y
entró en el dormitorio, donde Misty había preparado una especie de cuna para su bebé durmiente. Joe se figuró que debía darle algunos puntos por ello; una cunita y una sillita para el coche. Había dado por sentado que le había dejado al bebé sin pensar en nada más. A lo mejor Misty había empezado a crecer por fin…
El pequeño se estaba moviendo en la cuna. Joe se acercó… Movió su pequeña cabecita y miró alrededor. Joe no sabía cuántos años debía de tener… Menos de un año… Recordaba a Misty, gorda como una ballena y malhumorada… Debía de haber sido al comienzo del verano anterior, así que Harry tenía que haber nacido poco después.
–Eh, Harry, chiquitín… –dijo, mirando por el borde de la cuna.
Harry se incorporó y levantó la vista. Al ver que no era la persona a la que esperaba, su carita se puso triste de repente. Estaba a punto de echarse a llorar.
–No, no, nada de eso –dijo Yiannis con firmeza y lo tomó en brazos antes de que pudiera articular sonido alguno.
Harry le miró, sorprendido. Sus ojos azules parecían enormes, pero,
afortunadamente, no lloraba.
–Vamos a buscar a tu abuela –dijo Joe.
Apoyó al bebé sobre una cadera, cerró la puerta y bajó las escaleras a toda prisa. Harry no hizo ni un ruido… hasta que vio a Maggie. En ese momento dejó escapar una especie de sollozo y extendió los brazos hacia la anciana.
–Oh, cariño, no puedo sujetarte –Maggie parecía tan angustiada como el niño–. ¿Le cambiaste tan rápido?
–¿Qué? –Joe abrió la puerta de atrás y trató de descifrar el misterio de la sillita adaptada.
–Acaba de despertarse. Necesitará que le cambien el pañal.
–Tenemos que llevarte al hospital.
–Yo puedo esperar –le dijo Maggie, sonriendo.
Joe la fulminó con una mirada de desesperación. Cerró la puerta de
atrás y fue hacia la ventanilla del acompañante.
–Estás disfrutando, ¿no?
Maggie contuvo el aliento un momento.
–No estoy disfrutando con lo mucho que me duele la cadera.
Joe hizo una mueca, sintiéndose momentáneamente culpable. Lo que decía era cierto, pero…
–Bueno, entonces digamos que le estás sacando partido a la situación.
–Algo así –ella sonrió.
–¿Crees que no sé cambiar un pañal?
–Creo que puedes hacer cualquier cosa –dijo Maggie con entusiasmo. Esa era la respuesta correcta.
Pero también era cierto, y él podía demostrárselo.
–Vamos, Harry. Danos un momento –le dijo a Maggie y volvió al
apartamento.
No era que no supiera cambiar un pañal. Lo había hecho cientos de
veces… Quizá no tantas, pero en una familia tan grande como la suya, no había podido librarse de hacer de canguro de vez en cuando, por mucho que fuera el segundo más pequeño de los hermanos. Siempre había primos, sobrinos, sobrinas de los que ocuparse. Cambió a Harry rápidamente y volvió a vestirle. Al
parecer, cambiar a un bebé era como aprender a montar en bicicleta. Nunca se olvidaba. Además, Harry colaboró bastante. Solo trató de escapar dos veces, pero Joe tenía buenos reflejos.
–Ya está –le dijo al bebé–. Ahora vamos a llevar a tu abuela al hospital.



Aqui esta el primer capi de la nove Jemi comenten pronto subire mas!!!
las quiero!!!