domingo, 23 de septiembre de 2012

White Lies cap.19





Tres días después, Miley miró a Nick antes de mirar qué hora era. Eran poco más de las ocho de la noche. Ella se había ofrecido a quedarse como voluntaria para ayudar a responder la línea telefónica de atención a mujeres y se sorprendió mucho cuando Nick se ofreció a ayudarla.
Al principio, Miley no había estado segura de si las mujeres que llamaban querrían confiarle sus penas y angustias a un hombre pero, por lo poco que le escuchaba decir, supo que Nick estaba manejando las conversaciones muy bien. Tuvo que admitir que a Nick se le daba bien ayudar a todos los que llamaban, ya fueran hombres o mujeres.
–¿A qué hora te vas? –preguntó ella.
Desde la noche en que le habían rajado las ruedas, Nick se había molestado en volver de la refinería todos los días a mediodía para acompañarla a la cafetería caminando. Y, si ella se quedaba hasta tarde, también la esperaba. Entonces, no sólo la acompañaba al coche, sino que la seguía a casa en su propio coche para asegurarse de que llegara bien.
–Me iré cuando tú te vayas.
En cierto modo, su actitud protectora la irritaba. Miley no quería sentirse vulnerable ni dependiente.
–Ahora hay dos guardas de seguridad, así que no hay problema.
A Miley no le había sorprendido que, el día siguiente al incidente de las ruedas, hubiera dos guardas nocturnos. No tenía ninguna duda de que había sido Nick quien había intervenido para que así fuera, aunque no sabía con exactitud cómo lo había logrado.
–Planeo irme dentro de unos minutos.
Nick sonrió.
–Pues yo también.
Y eso hicieron. Después de contestar la última llamada, Miley recogió sus pertenencias y se dirigió a la puerta, acompañada de Nick. Él saludó con la cabeza a los guardas al pasar a su lado.
–Hace una noche bonita –dijo Nick.
Miley miró al cielo y vio que el firmamento nocturno estaba iluminado por la luna llena y las estrellas. Nick tenía razón. Era una noche bonita.
–Te seguiré a casa como siempre.
Miley lo miró.
–Es tu gasolina la que gastas.
Los dos siguieron caminando. Nick le abrió la puerta del coche y ella entró y se dio cuenta de que, de forma involuntaria, él le estaba mirando las piernas, que la falda había dejado un poco al descubierto al sentarse. Miley estuvo a punto de llamarle la atención pero decidió contenerse. Sería mejor ignorarlo.
Miley condujo hasta su casa y, cada vez que miraba por el espejo retrovisor, Nick estaba allí, conduciendo detrás de ella. Tuvo que admitir que, teniendo en cuenta lo que había pasado las últimas dos semanas, se sentía más segura sabiendo que él estaba cerca, igual que en los días y las noches que habían seguido al incidente de Liam.
Ella aparcó ante la entrada y le sorprendió ver que él aparcaba detrás y salía del coche. Las otras veces que la había seguido a su casa, Nick se había quedado en su coche mientras ella entraba y, luego, se había ido. Se preguntó por qué habría cambiado su rutina y no le gustó el modo en que su cuerpo se encendía mientras él se acercaba.
–Tienes un garaje de dos plazas. ¿Por qué no aparcas dentro? –preguntó Nick, poniéndose delante de ella.
–Está lleno de cajas. No he sacado todavía todo lo de la mudanza –explicó ella e hizo una pausa–. ¿Por qué te has bajado del coche?
Miley agradecía que la acompañara a casa, pero no tenía intenciones de invitarlo a pasar. Su casa era su espacio. Su espacio privado. Cuando se había mudado a Somerset, había dado con un vecindario que le gustaba mucho y con una casa perfecta. La había comprado, decidida a no dejar que los malos recuerdos entraran en su nueva vida. Y Nick era un recordatorio de su mala experiencia pasada.
–He oído que le decías a Marcy que tienes un grifo que gotea y que no te deja dormir. Pensé que podía arreglártelo.
–¿Ahora?
–No tengo otra cosa que hacer.
Miley suspiró. Quería darse una ducha e irse a la cama.
–Gracias por la oferta, pero pienso llamar a un fontanero esta semana.
–No hace falta. Sólo me llevará un momento. Luego, me iré.
Nick estaba parado en la penumbra y ella apenas pudo descifrar su expresión bajo la luna llena. Pero lo que sí vio fue al hombre que había sido su amigo y su amante. No sabía qué relación tenían en el presente, aunque era obvio que él parecía decidido a cuidarla.
Por su actitud, parecía que Nick estaba empeñado en arreglar el grifo. Como él se había ofrecido voluntario, también sería buena idea aprovechar la oportunidad, pensó ella.
–De acuerdo, entonces. Gracias.
–Ye he dicho más de una vez que no me des las gracias por hacer lo que hago por ti, Miley.
Miley tragó saliva. Sí, se lo había dicho más de una vez. La mayoría de las veces, cuando habían estado sentados en el sofá, abrazados mientras veían la televisión. Ella había disfrutado mucho aquellas noches hacía años, cuando los dos se acurrucaban para ver una película en su salón, compartiendo unas palomitas y charlando.
Otra cosa que Miley apreciaba en él era que nunca la había presionado para hacer el amor. La noche en que, al fin, habían dormido juntos, había sido porque los dos lo habían querido, no porque él hubiera insistido.
–Sí, sé que no necesitas que te dé las gracias, pero no quiero que pienses que no te lo agradezco –señaló ella.
–Bien. Espera a que saque la caja de herramientas del coche.
Miley esperó mientras él volvía a su coche. Momentos después, ella sacó las cartas del buzón y abrió la puerta, esperando no equivocarse al dejarle entrar.
Nick la siguió y cerró la puerta tras ellos. El sonido de la puerta hizo que  Miley reparara en que estaban solos por completo. Intentando controlar los nervios, dejó el correo sobre la mesa. Como pagaba casi todas las facturas por Internet, sabía que la mayor parte de las cartas serían publicidad.
–Bonita casa –comentó él, mirando alrededor.
Miley intentó ignorar lo bien que encajaba él en su salón. Como si fuera su lugar.
–Gracias.
Aquella casa era mucho más espaciosa que su antiguo apartamento de Houston y, como tenía un trabajo bien pagado, podía permitirse tener muebles caros.
–¿Qué baño tiene el grifo roto?
–El de mi dormitorio –respondió ella, dándose cuenta, demasiado tarde, de que él iba a entrar en su espacio más privado.
–¿Por dónde es?
–Al final del pasillo, a la derecha.
Cuando Nick desapareció detrás de la esquina, Miley respiró hondo y pensó que debía hacer algo en vez de quedarse allí parada mientras él arreglaba el grifo. Al menos, tenía que dar la sensación de estar ocupada. Por desgracia, no necesitaba regar ninguna planta, ni tenía platos por fregar en la cocina. Entonces, posó los ojos en las cartas que había dejado sobre la mesa y decidió que era tan buen momento como cualquiera para abrirlas.


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