lunes, 4 de febrero de 2013

Summer Hot cap.19


—¿Qué tal te la vida en la capital? —preguntó cuando se quedaron solos en la cocina.
—Bien. Ajetreada, como siempre —contestó ella sentándose en una silla.
—Me contó Frankie que cambiaste de trabajo al poco de separarte.
—Sí, me harté de vender enciclopedias por teléfono durante cinco horas diarias, así que busqué otra cosa —respondió cortante.
—Frankie me ha dicho que trabajas con películas...
—Más o menos, soy administrativo.
—Frankie dice que trabajas mucho...
—Frankie dice... ¿Qué es, un juego nuevo? —Miley comenzaba a irritarse por el interrogatorio.
—No. Sólo curiosidad.
—Trabajo de ocho de la mañana a cuatro de la tarde de lunes a viernes. Cuando vuelvo a casa comienzo con la rutina del día a día. ¿Satisface eso tu curiosidad, o quieres más datos?
—¿Tuviste problemas con mi hermano? —Nick preguntó exactamente lo que quería saber.
—¿Que si tuve problemas con Kevin? ¿En qué mundo vives? —inquirió enfadada, por lo estúpido de la pregunta.
—Me refiero después del divorcio. Si te pasaba la pensión de Frankie y todo eso...
—¿Eso no se lo has podido sacar a Frankie? —Nick en Jugar de responder, cogió la taza y dio un trago—. La pensión llegaba puntual el día uno de cada mes. El dinero nunca fue el problema.
Se miraron el uno al otro a gímelos. Nick desafiante, Miley indiferente.
—La primera vez que te vi me pareciste una niña de papá. Sólo pensabas en estar lo más guapa posible y bien. No dabas palo al agua.
—Tú a mí me pareciste un soso de cotones. Sólo pensando en estudiar y en tus tareas en el campo —atacó Miley.
—Los siguientes años cambiaron mi opinión sobre ti —afirmó Nick, obviando el comentario de Miley—. Eras tan dulce; tan cariñosa con Frankie... Tan ingenua…
—No era ingenua.
—¿No? —Nick arqueó una ceja, desafiante.
—Simplemente no quería conflictos.
—¿Por eso huiste? —la provocó.
—No huí.
—Desapareciste de la noche a la mañana y has tardado casi cinco años en regresar —apuntó, irritado—. ¿Por qué nos borraste de tu vida?
—Yo no hice eso —dijo Miley circunspecta—. Frankie siguió viniendo al pueblo.
—Pero tú no.
—No encontré motivos para venir.
—¿Tampoco para coger el teléfono? Te llamé miles de veces...
—No me apetecía hablar con nadie.
—¿Con nadie? ¿O sólo conmigo? —Miley se encogió de hombros—. Antes pasábamos horas hablando, riendo, discutiendo... Ahora ni siquiera puedo hablar contigo a solas.
—Estamos hablando, ¿no?
—Porque mi padre te ha tendido una trampa. Si no, hubieras roto sin problemas la promesa que me has hecho hace una hora en el cuarto de baño —Nick miró a Miley esperando una respuesta que no llegó—. Promesas; fáciles de hacer, fáciles de romper —comentó mirando al techo—. ¿Por qué? Dime qué daño te he hecho yo.
Miley no respondió, en su lugar desvió la mirada hacía la ventana. El sol lucía con fuerza más allá de las cortinas, las calles estaban vacías, la gente estaba encerrada en sus casas combatiendo el calor de la tarde con una buena siesta. Ella deseó poder hacer lo mismo.
—Has cambiado tanto… —suspiró Nick, derrotado al comprobar que no iba a encontrar respuestas.
—¿No era eso lo que querías? —preguntó Miley, fijando una mirada helada en él.
—Nunca quise que cambiaras —afirmó él pasándose las manos por la cabeza, alborotándose el pelo.
—¿No? Me dijiste que dejara de hacer el idiota, que abriera los ojos y mirara a mi alrededor. Que me enfadara. ¡Que odiara si era preciso! —Miley fue subiendo el tono de voz con cada palabra que pronunciaba.
—¡Pero no a mí! —exclamó Nick, levantándose bruscamente de la silla— ¡No fui yo quien te engañó! ¡Fue Kevin! —Nick golpeó la mesa con los puños—. No era a mí a quien tenías que odiar.
—Sólo seguí tu consejo —Miley apoyó los codos sobre la mesa y descansó la barbilla sobre sus manos en una postura aparentemente relajada—. Hice lo que querías. Dejé de ser dócil y mostrar siempre, una sonrisa resignada ante todo. Me enfadé.
—Te enfadaste con todos nosotros. ¡Y sólo uno lo merecía! —gritó Nick, dando una patada a la silla en la que segundos antes se había sentado—. Yo no hice nada para ganarme tu desprecio.
—¡Me obligaste a mirar! —exclamó Miley, levantándose airada y señalándole con el dedo—. Me llevaste allí y me obligaste a mirar...
—Quería que lo vieras con tus propios ojos, que no pudieras negar la evidencia —dijo él, apoyando las manos en el respaldo de la silla que había golpeado.
—Atente a las consecuencias —sentenció Miley, dando media vuelta y dirigiéndose hacia la puerta.
—¡Él se folló a otras y tú me castigaste a mí! —gritó Nick, dolido.
—¡Te jodes! —chilló Miley girando hacia él, escupiendo las palabras. Nick la miró totalmente pasmado, nunca la había oído hablar así—. ¿Cómo crees que me sentí? Volviste mi mundo del revés, lo pusiste todo patas arriba. ¡Dios! ¿No lo entiendes? Me sentí humillada, necesitaba largarme lo más lejos posible y no volver nunca más.
—¡Sólo quería que vieras la verdad!
—¿Y no pensaste ni por un segundo que a lo mejor yo no quería verla?
—¿Qué? —Por la mente de Nick pasaron en un segundo mil recuerdos... Indirectas ignoradas, comentarios que Miley pasaba por alto, advertencias que su padre la lanzaba y ella no escuchaba... ¿Podía ser negación en vez de ingenuidad?
—¿Crees que no lo intuía? ¿Qué era tan idiota? —La pregunta retórica de María dio voz a sus sospechas.
—Entonces, ¡por el amor de Dios! ¿Por qué no hacías nada? ¿Por qué callabas y aceptabas?
—¡Porque yo también era culpable! Estaba conforme con mi vida, tenía amigos, familia... y a Kevin. Puede que no fuera un marido ejemplar ni un padre entregado, pero era un buen hombre. Convivíamos cómodamente en nuestra vida de mentira, compartíamos amigos y aficiones. Puede que llegara tarde demasiadas noches, pero siempre teníamos la excusa
del trabajo. Él mentía y yo me convencía de que le creía porque no había pruebas que me dijeran lo contrario. Frankie tenía un padre y yo un marido —Nick la miraba confundido—. ¿No lo enriendes, verdad? Creé mi vida en torno a él. Los matrimonios con los que salíamos eran sus amigos, el barrio en el que vivíamos era el suyo... Cuando me quedé embarazada abandoné todo por él. Dejé mi vida atrás y viví la suya. Estructuré mis días en torno a él y, de repente,  Kevin dejó de formar parte de la vida que había creado por y para él.
—Él no te quería —aseveró Nick, agarrándose a lo que verdaderamente importaba.
—Ni yo a él —confesó Miley—. ¿Y qué? Sabía a lo que atenerme.
—¡Tu vida era una mentira! —exclamó Nick, dando un piso atrás, jamás hubiera esperado esa respuesta de ella.
—Era la única que tenía —dijo herida—. Toda mi vida la he pasado dependiendo de alguien, de mis padres, de Kevin... Y cuando tú me obligaste a mirar, perdí toda oportunidad de seguir con mi rutina perfectamente estructurada. Me sentí tan humillada, tan perdida. Si no lo hubiera visto... si sólo me lo hubieras contado— podría haber hecho la vista gorda. Podría haberle creído de nuevo cuando juró que era la primera vez y no volvería a pasar. Pero no fue así. Les vi y esa imagen se quedó grabada en mi mente para siempre, haciéndome incapaz de perdonar u olvidar; incluso de volver a confiar en alguien. Cuando volví a Madrid todo lo que habíamos compartido se volvió contra mí. Nuestros amigos me miraban con lástima, la casa me traía recuerdos... Tuve que dejarlo todo atrás y crearme una vida propia.
—Nunca quise que sufrieras. Si Kevin hubiera sido otra clase de hombre —Nick negó aturdido—. Mereces tener a alguien que te quiera por encima de todas las cosas.
—Puedo merecer muchas cosas, pero ahora estoy sola.
—Me tienes a mí—declaró.
—¿A ti? ¿Y quién eres tú?
—Soy tu amigo...
—No, Nick. Eres mi cuñado, el hermano de mi marido.
—¿Adonde quieres llegar?
—¿No te has dado cuenta todavía? Me he creado una vida propia, he cambiado y me gusto como soy ahora. No quiero que nada me recuerde que una vez necesité a Kevin, que dependí de él. —Se dio la vuelta dándole la espalda y habló en voz baja—. Tú eres un recordatorio constante de mi fracaso —afirmó marchándose de la cocina.
Nick permaneció inmóvil, incapaz de ir tras ella, aterrado por la afirmación que acababa de escuchar. Oyó sus pasos atravesando el comedor, la puerta de su cuarto al abrirse, el golpe seco que dio al cerrarse. Parpadeó, tenía la boca seca, las manos cerradas en puños. Se obligó a abrirlas, a poner un pie delante del otro y dirigirse a las escaleras. Tenía trabajo que hacer. Y mientras lo hacía, recapacitaría sobre la conversación. Nada estaba perdido, sólo hacía falta revisar atentamente la situación y dirigirla hacia donde él quería.
En la cabaña obligaría a Miley a olvidarse de sus temores y recelos con caricias escondidas. Le demostraría que eran perfectos el uno para el otro, que él era lo que ella necesitaba. Sólo rogaba que cuando Miley descubriera quién era realmente él, no lo odiara.





Chicas aki esta!!!!!
la continuo solo por qe ustedes me lo pidieron!
:*

capis dedicados a Mayi♥, Pau y Sasha qe me pidieron qe no la cancelara 
las quiero chicas gracias por sus coments

mañana si puedo subo capis de las demas noves las amo♥♥

Summer Hot cap.18


Al entrar en la cocina vio a su suegro con un plato en la mano e inclinado sobre la tortilla de patatas.
—Hola.
Paul se incorporó de golpe con gesto culpable y tapó la tortilla con el plato que sujetaba entre los dedos.
—Sólo estaba oliéndola. No la he tocado —aseguró con la sonrisa de un niño que no ha roto un plato en su vida. Miley no pudo evitar reírse.
—Eso espero, porque sino... —amenazó sonriendo—. Por cierto, ¿dónde está Frankie?
—Se ha quedado abajo clasificando las brevas —ante el gesto interrogante de Miley, Paul se encogió hombros—. Creo que quiere demostrarle a Nick que es el más currante de todos nosotros.
—Le ha tenido que fastidiar bastante no acompañarle hoy.
—Sí. Le ha sentado fatal. Pero Nick también se ha enfadado mucho cuando se ha enterado de lo que pasó anoche. —Paul se sentó en una silla y se sirvió un vaso de vino—. Por un momento pensé que mi hijo iba a romperse los dientes de tanto como los apretaba. Aunque no lo creas, no le gusta que nadie te juzgue o insinúe nada sobre ti, aunque sea tu propio hijo —aseveró mirándola sin parpadear.
—Y yo se lo agradezco profundamente —acertó a decir Miley ante la mirada severa de su suegro. Este asintió complacido y una sonrisa se destacó en su cara morena y cuarteada por el sol
—Esta mañana he hablado mucho con Frankie, creo que he descubierto el motivo por el que ayer estaba tan... nervioso. Le pasó algo que lo dejó bastante confundido —afirmó sonriendo.
—Déjate de misterios y cuéntanoslo —exigió Caleb entrando en la cocina.
—Ya veré —respondió Paul enarcando las cejas varías veces.
—Papá, ¿te he dicho alguna vez que eres un viejo chismoso? —preguntó su hijo revolviéndole el pelo cariñosamente.
—No me despeines, jovenzuelo insolente.
—No tienes pelo que despeinarte —afirmó Nick guiñándole un ojo a Miley—. A todo esto, te has dejado una bolsa con ropa sucia en el cuarto de baño.
—Ahora mismo voy a por ella —Ay Dios, sí que la había visto.
—No te preocupes, ya lo he metido todo en la lavadora.
También he encontrado doblada sobre el bidé ropa limpia, imagino que será tuya. La he dejado en la habitación de Frankie.
—Gracias, eres muy amable —dijo Miley en un tan formal, que hasta Paul la miró extrañado.
—Por cierto, me debes una ducha de agua fría.
—¿Cómo? —preguntó Miley.
—Mis sentidos se han exaltado cuando he revisado la ropa para ver a quien pertenecía —comentó como quien no quiere la cosa.
—¿Qué? —María sintió el calor ascender por su cuello hasta las mejillas.
—Ese tanga blanco de encaje es una provocación para la vista —le susurró al oído.
—No habrás sido capaz de mirar mi ropa —dijo Miley boquiabierta.
—Incluso te he imaginado con ella —afirmó él guiñándola un ojo.
Miley se quedó sin palabras con las que contestarle. ¿Qué demonios le había pasado a Nick? Mejor dicho, ¿quién era ese tipo que tenía enfrente y dónde estaba su cuñado?
Paul miro a su hijo y a su nuera y sonrió. Cuando subió a la cocina, hacía ya un buen rato, se había percatado de que ni Miley ni Nick estaban allí. Cuando la sintió bajar corriendo por las escaleras, simplemente se había quedado donde estaba sin hacerse notar. No sabía qué había pasado entre ellos dos cuando se habían encontrado arriba, pero fuera lo que fuera, le gustaba el cambio. Llevaba años esperando a que su hijo reaccionara y parecía que ya había llegado el momento.
Miley, incómoda con el silencio, se asomó a la escalera y llamó a Frankie para comer. El muchacho subió raudo y veloz, pero no se sentó a la mesa como su madre esperaba, sino que se dirigió a Nick.
—Tío, he estado clasificando las brevas para ir adelantando trabajo —dijo orgulloso—. Y, no es por nada, pero te has dejado el coche aparcado sobre la acera —comentó metiendo las manos en los bolsillos.
—Mierda, lo había olvidado por completo —dijo dirigiéndose hacia las escaleras. Frankie se interpuso en su camino y se balanceó sobre los talones—. ¿Quieres aparcarlo en el Corralillo de los Leones? —le preguntó Nick alzando una ceja—. Las llaves están puestas.
—¡Ahora mismo! —exclamó el joven, dando media vuelta y bajando por las escaleras.
—¡Frankie! —Lo llamó Nick—. Si haces un solo arañazo al coche, aunque sea un raspón diminuto, pagarás tú la reparación. ¿Entendido?
—¡Señor. Sí, Señor! —gritó Frankie, burlón, desde el piso de abajo.
—¡Hablo en serio!
—No lo verás, quédate tranquilo. —Les llegó lejana voz de Frankie.
—¡No sabe conducir! —chilló su madre al percatarse de que realmente su hijo de catorce años iba a conducir un 4x4.
—Sí que sabe —afirmó Paul desde su silla.
—¿Desde cuándo?
—Desde el año pasado —respondió Nick acercándose a ella.
—¡Pero si es sólo un crío! ¿Quién le ha enseñado? —preguntó Miley mirando a Nick—. No. No respondas. ¡Eres un irresponsable! ¿Cómo has podido enseñar a un niño a conducir? Le puede pasar cualquier cosa, puede chocar contra algo —dijo cada vez más nerviosa.
—No le va a pasar nada —aseveró Nick, sujetándola por un codo y llevándola hacia la ventana—. El Corralillo está justo enfrente de casa, no hay ni diez metros.
—Pero... Es sólo un niño.
—No pasa nada —aseveró descorriendo la cortina justo en el momento en que su enorme y embarrado 4x4 se introducía muy lentamente por el callejón frente a la casa—. Tienes que dejarle asumir responsabilidades. Lo necesita.
Miley observó el coche y luego miró al hombre que, sin ningún disimulo, la había abrazado al acercarla a la ventana. No sabía si matarlo por dejar a Frankie conducir su coche o torturarlo por enseñarle a conducir.
Cuando Frankie subió a la cocina, su madre estaba terminando de poner la comida sobre la mesa mientras sus ojos lanzaban flechas envenenadas en dirección a su rio y a su abuelo. Frankie, como el joven consciente del peligro que era, optó por subir las escaleras y lavarse las manos en el baño lentamente, muy lentamente, esperando con esto que su madre acabara su repertorio de miradas asesinas contra los adultos de la cocina y él salir de rositas.
Cuando entró de nuevo en la cocina, el pollo asado estaba sobre la mesa; el aroma que se desprendía de él lo hizo babear. ¡Hacía horas que tenía hambre! Se sentó a la mesa y esperó impaciente a que su madre trinchara el pollo y le sirviera la ración más grande y jugosa.
—Frankie... —dijo su madre tranquilamente a la vez que hincaba el tenedor en la pechuga del ave—. Qué sea la última vez que conduces sin pedirme permiso antes —exigió clavando con fuerza un enorme, afilado y puntiagudo cuchillo en el pobre animal, muerto y asado—. De hecho... —Con un giro de la mano, el cuchillo cortó la comida como si fuera mantequilla, arrancando de golpe muslo y contramuslo—. No volverás a conducir. —Con el doble de saña, repitió la operación en el lado contrario, arrancando de cuajo las mismas piezas—. Nunca.
—Pero, mamá...
—Jamás. —Clavó el cuchillo en la pechuga con tanta fuerza que éste atravesó piel, carne y hueso y chirrió contra el plato. Los tres hombres se apartaron sobresaltados.
—Mujer, no pasa nada porque el muchacho...
—No —interrumpió Miley a su suegro. El cuchillo se alzó en dirección al ala izquierda del pollo—. Hasta que cumpla dieciocho años y tenga carnet, no volverá a tocar un volante —sentenció bajando el cuchillo y separando de un tajo limpio el ala—. ¿Ha quedado claro? —preguntó masacrando el poco pollo que quedaba intacto.
—Pero, mamá...
—Frankie —interrumpió Nick—, ésta será tu primera lección de supervivencia: Jamás discutas con una mujer que tiene un cuchillo afilado en las manos —aseveró mirándolo muy serio—. Siempre saldrás perdiendo.
—No volveré a conducir hasta que sea mayor de edad —acató Frankie.
—Bien. Dame tu plato —pidió Miley a su suegro.
—La segunda lección de supervivencia es: Si te mantienes calladito, pillas la mejor tajada —comentó Paul cuando tuvo sobre su plato un cuarto de pollo y una alita, unos gajos de manzana asada y un par de patatas de guarnición, todo ello regado con abundante salsa.
Frankie recibió una ración similar a la de su abuelo, y Nick la pechuga. Miley cogió para sí el caparazón. Luego destapó la tortilla de patatas y la partió en cuadra di tos sin levantarla vista del plato. La muy asquerosa se veía cada vez más tostada, como si se hubiera
quemado mis todavía con el calor de la cocina. En cuanto terminó de cortarla, dos tenedores irrumpieron sobre ella. Uno de ellos pescó el trozo más grande. Miley no lo dudó un segundo, ése era su hijo. El otro pinchó un trozo del centro y lo giró un par de veces, como si el comensal estuviera examinando cada milímetro quemado. Ese seguro que era el petardo de su cuñado, dispuesto a ponerla en evidencia.
—Tenías razón, Frankie —afirmó Nick, un segundo después, pinchando otro trozo—, está realmente exquisita.
Miley suspiró, era una mentira piadosa, pero mejor eso que una verdad cruel.
Tres cuartos de hora después, su suegro se levantó pan hacer su famoso café de puchero. Sobre los platos no quedaban ni los restos. La tortilla había sido lo primero en volar, lo que hacía pensar a Miley que no estaba tan mala como había previsto en un principio. Además de para llenar el estómago, la comida había servido como clase preparatoria para lo que la esperaba las próximas semanas: tres hombres insaciables. Tomó nota mental de preparar el triple de comida que hasta entonces, Nick comía por dos.
Comenzó a lavar los platos, Frankie se colocó a su lado para ir secándolos. Nick estaba pasando la bayeta húmeda sobre el hule de la mesa y Paul miraba fijamente el puchero del café.
—Mamá, ¿vas a ir ésta tarde a algún sitio? —preguntó Andrés. Nick levantó la mirada y la fijó en Miley.
—No lo sé —respondió ella, sonrojándose. Ninguno de ellos sabía exactamente qué hacía cuando salía, pero aun así, ella sí lo sabía y con sólo recordarlo notaba que sus pezones se tensaban. ¡Y el vestido era muy fino!
Nick miró disimuladamente a su cuñada y sonrió. Dos pequeños puntitos se alzaron contra la tela del vestido. Dos pequeños guijarros rosas y dulces, con aroma a cítricos y sabor a ambrosía. Una imagen se coló en su mente: Miley con la piel húmeda, totalmente desnuda, con uno de sus pies sobre el inodoro y las manos moviéndose entre sus muslos. Imaginó sus dedos finos y delicados acariciando la piel suave y lisa que él había depilado la noche anterior. Con un movimiento brusco soltó la bayeta sobre la mesa y se sentó en la silla cruzando una rodilla sobre la otra. Tenía una erección de caballo delante de su sobrino y de su padre.
—Había pensado que podíamos ir a tomar una leche helada a La Soledad todos juntos cuando volvamos de la cooperativa —comentó, mirando suplicante a su madre.
—Eh... claro, pero, ¿y tus amigos? —preguntó Miley, confusa. Frankie salía todos los días como una tromba a las siete de la tarde para encontrarse con su pandilla en la Corredera.
—Paso de ellos —aseveró enfurruñado—. Son unos idiotas.
—¿Qué ha pasado? —inquirió ella preocupada. Nick apoyó las manos en la mesa y miró fijamente a su sobrino, dispuesto a matar a quien fuera que le hubiera hecho daño.
—Eh... Bueno, nada —farfulló el joven.
—No ha pasado nada —interrumpió el abuelo, separando el puchero del fuego—. El muchacho y yo hemos estado hablando esta mañana y nos ha parecido que sería divertido pasar juntos la tarde —afirmó haciendo un gesto a su hijo y a su nuera, indicándoles que luego se lo contaría.
—En ese caso, por mí perfecto —aceptó Miley.
—Genial. Voy abajo a seguir con las brevas —dijo Frankie, desapareciendo por la puerta; odiaba el aroma del de puchero. Era demasiado fuerte para su exquisito olfato.
—¿Qué ha pasado, papá? —preguntó Nick.
—Chist, las paredes tienen oídos —susurró Paul en dirección a las escaleras—. Una chica y el pilón.
Nick miró a su padre asombrado y luego rompió a reír a carcajadas.
—¿Ya? —preguntó entre risas, ante el asombro de Miley—. No te preocupes, papá, hablaré con él cuando vayamos a la cooperativa.
—Mejor, cuando he intentado explicarle me ha dicho que soy un viejo carcamal que no sabe cómo va el tema —gruñó Paul echando el negro y espeso café en tres tazas—. Voy abajo con él. No os matéis en mi ausencia —advirtió.
—No te vayas —solicitó Miley asustada. En ese momento no le apetecía tener la conversación con Nick. En ese momento ni en ninguno.
—Vamos arrasados con las brevas. Prefiero ir adelantando trabajo —afirmó Abel cogiendo su taza y dirigiéndose a las escaleras.
—Ah, —Se calmó Miley—. Entonces, ¿tú también vas tomar el café abajo? —preguntó a Nick.
—No. A mí me gusta tomar el café relajado mientras charlo tranquilamente con mi cuñada —dijo Nick, repantigándose en la silla.

Summer Hot cap.17




—¡Fuera! —chilló tapándose apresuradamente con una toalla rasa.
—¿Qué estabas haciendo? —preguntó alucinado. No podía estar haciendo lo que parecía. Su pene se alzó entusiasmado sólo de pensarlo.
—¡Y a ti qué coño te importa! —exclamó ella con la can tan roja como un tomate. De todas las personas del mundo, tenía que ser justo su cuñado quien la hubiera pillado en esa postura. ¡Joder! No estaba haciendo lo que parecía: se estaba dando crema hidratante en el pubis, ni más ni menos—. ¡¿No sabes que es de buena educación llamar antes de entrar?!
—Si no quieres que te interrumpan, te aconsejo que eches el cerrojo —comentó él.
—¡No soy capaz de echar el puñetero cerrojo! ¡Está duro como una piedra! —Se quejó Miley—. Y ahora, ¿qué te parece si te das la vuelta y te largas?
—¿Está duro?—No es el único, pensó Nick a la vez que entraba en el cuarto de baño.
—¿Qué haces?
—Echarle un vistazo.
Miley dio un paso atrás cuando Nick llenó con su presencia el pequeño habitáculo. Observó estupefacta cada uno de los músculos que se tensaron en su sudorosa y mugrienta espalda cuando cerró la puerta y la empujó con fuerza para, a continuación y sin dejar de presionar, de un golpe seco cerrar el pasador. ¿Cómo era posible que tuviera una espalda tan hermosa y ella no se hubiera fijado nunca? Porque siempre iba con camisa, se respondió a sí misma.
—No le pasa nada —dijo Nick sin volverse—. Sólo hay que empujar un poco la puerta.
—Perfecto. Ahora ya lo sé. Muchas gracias y hasta luego —dijo Miley agarrando con fuerza la diminuta toalla con la que se cubría.
—No.
—¿No? No, ¿qué?
—No me voy —contestó girándose y quedando frente a ella.
—Genial, simplemente genial —afirmó Miley, cogiendo la ropa limpia que cuidadosamente había dejado sobre el bidé—. Entras sin avisar, me fastidias el baño y en vez de disculparte y largarte, ¡me echas! —Recogió la bolsa de plástico que contenía su ropa sucia del suelo—. Eres la educación personificada —aseveró irguiéndose frente a él—. No me dejas pasar. Aparta.
Nick la miró a los ojos, sonrió y se quitó de en medio. Miley bufó indignada y aferró el cerrojo con la mano que le quedaba libre. No logró descorrerlo. Soltó la ropa y volvió a intentarlo, esta vez con las dos manos.
—¡Mierda! —Se quejó cuando se hizo evidente que no tenía fuerzas para abrirlo. A su cuñado le había resultado sencillo, pero ella era, simplemente, incapaz—. Si no es mucha molestia, ¿te importaría volver a descorrer el cerrojo? —solicitó irónica, sin molestarse en volverse hacia él.
—No.
—¡No! —Se giró enfadada—. ¡¿Por qué no?!
—Tenemos que hablar —dijo Nick a modo de explicación.
—¿Aquí? —preguntó Miley, estupefacta al ver que Nick se estaba quitando los calcetines sentado sobre la taza del inodoro—. ¿Ahora?
—Sí.
—Pero, ¿tú eres tonto o te lo haces?
Nick no respondió, se limitó a levantarse y comenzar a aflojarse el cinturón.
—Pero ¿se puede saber qué haces? —preguntó Miley, más indignada que confusa.
—Tengo calor.
—¡Toma, y yo! Y aun así no me estoy desnudando.
—Ya estás desnuda —comentó Nick mirándola lentamente de arriba a abajo.
—Nick —dijo Miley tan calmada como le fue posible—, déjate de estupideses y abre la puerta.
—No. Tenemos que hablar.
—¿No puede ser en otro momento y lugar más... adecuados?
—No. Me evitas continuamente. Cada vez que intente hablar contigo, sales corriendo.
—Yo nunca salgo corriendo; encuentro cosas más interesantes que hacer —comentó Miley apoyándose en la puerta, cruzando los brazos a la altura del pecho y un tobillo sobre el otro.
Nick la miró hambriento. Estaba seguro de que ella no tenía ni idea, pero en esa postura sus pechos quedaban enmarcados y alzados por sus brazos; la toalla rosa que antes apenas le tapaba, se había subido hasta el principio de sus muslos y, por si fuera poco, al cruzar las piernas se había abierto, mostrando en su piel dorada una huella pálida que no era otra cosa que la marca del biquini en la cadera. Tragó saliva a la vez que, sin ser consciente de ello, se desabrochaba el primer botón del pantalón. El calor del cuarto de baño había aumentado de repente varios grados, tornándose abrasador.
Miley observó embelesada como una gota de sudor descendía por la nuez de Adán de su cuñado hasta quedar alojada en el hueco de su clavícula, dejando a su paso una línea blanca sobre su piel polvorienta. Se fijó sin poder evitarlo en su bíceps ondulante cuando éste se cruzó sobre su estómago y su mano cayó sobre la cinturilla de los vaqueros. Se quedó casi hipnotizada cuando retiró los dedos y pudo ver una sombra de vello oscuro y rizado asomar por la bragueta entreabierta. Salió del trance al percatarse de que la
bragueta no se abría sólo por la falta del botón, sino que más bien era debido a cierta protuberancia que se tensaba contra ella.
—¡Te has empalmado! —exclamó alucinada con voz ronca. Ella misma se notaba demasiado acalorada.
—Sí —contestó él mirando con el ceño fruncido el bulto prominente de su pene erecto.
—¿Para esto me has dejado aquí encerrada? ¿De esto es de lo qué querías hablar? —Se calló de golpe, indignada consigo misma por sonar tan... mojigata. Parecía una virgen de telenovela.
—No. Esto —dijo señalando el bulto de su pantalón—, es un efecto colateral. Podría decirse que mis sentidos se han exaltado al verte medio desnuda.
—¡No estoy medio desnuda! —contestó ella, justo antes de bajar la mirada y ver que sí lo estaba. Dio un gritito demasiado cursi para su gusto y se recolocó la toalla todo lo que pudo para quedar más tapada.
—Si te molesta, tiene fácil solución —aseveró Nick con una sonrisa diabólica en los labios.
—¿Cuál? —preguntó Miley, pegándose más a la puerta. No le gustaba la sonrisa de Nick, pero menos todavía le gustaban las sensaciones que se estaban despertando en su cuerpo. ¿En qué clase de zorra se había convertido? Una cosa era montárselo con un desconocido y otra muy distinta desear a su ¡cuñado!
Sin dudar un segundo, Nick se metió en la ducha y abrió el grifo del agua fría. Miley jadeó cuando todos los músculos del cuerpo del hombre se tensaron, sabía por propia experiencia que el agua en el pueblo estaba helada. Ya fuera de fuentes, ríos, arroyos o de la misma ducha, salía a una temperatura tan gélida que era difícil resistirla; al menos ella.
El hombre cerró los ojos y alzó la cabeza para que el helado líquido le golpeara en el pecho y resbalara hasta la ingle. Sus abdominales ondularon cuando el agua los tocó y el bulto de su pantalón se redujo poco a poco.
—¿Contenta? —preguntó guiñándole un ojo.
—Deja de hacer payasadas —respondió Miley alucinada. ¿Su cuñado le había guiñado un ojo? No. Había parpadeado por culpa del agua. Seguro.
—Mujeres. Nunca estáis satisfechas —suspiro, compungido.
Miley abrió los ojos de par en par. ¿Nick acababa de hacer una broma?
—Déjate de chorradas y abre la puerta. Por favor.
—No. Tenemos que hablar —respondió él de nuevo, serio.
—Vale, ¿de qué quieres hablar? i
—¿Por qué me odias? —preguntó, directo al grano.
—No te odio —respondió Miley, alucinada.
—Pues lo disimulas muy bien. Hace cinco años que me evitas —afirmó, saliendo de la ducha con un escalofrío. Desde luego, el calor se había evaporado.
—Hace cinco años que no piso el pueblo. No te evito a ti. Simplemente no vengo.
—Ahora estás aquí —contestó él alzando una ceja.
—Y estamos hablando, ¿o no?
—Porque te tengo encerrada.
—Efectivamente. No creo que la mejor manera de tener una conversación sea secuestrarme.
—No estás secuestrada, sino retenida —comentó él sonriendo y apoyando las manos en las caderas.
Miley lo miró desafiante, cruzó los brazos bajo su pecho e inspiró y exhaló con fuerza en un intento de mostrar su irritación sin usar palabras.
—Si sigues así, esto no va a funcionar.
—¿Así, cómo?—preguntó ella, chasqueando la lengua.
—Exaltando mis sentidos.
—¿Cómo? —Miley desvió la mirada hacia su ingle y vio que la ducha de agua fría había dejado de hacer efecto— ¡Eres imposible! —exclamó casi sonriendo.
—¡No es culpa mía! —Al ver que Miley se disponía a recriminarle su actitud, optó por no permitirla hablar—. Me niego a darme más duchas heladas, sus efectos pueden ser perniciosos para mí salud. Antes he sentido como los huevos se me encogían y la polla mermaba hasta parecer la de un niño de pecho —contestó Nick haciendo que temblaba y agarrándose la ingle como si lo hubieran herido de muerte.
—Idiota —articuló Miley entre risas.
—¿Te he dicho alguna vez que cuando te ríes eres aun más hermosa? —susurró Caleb, extendiendo la mano y acariciándole la mejilla con los dedos.
Miley dio un respingo al oír su susurro y entornó los ojos como si recordara algo.
Nick apretó los dientes y se regaño a sí mismo por ser tan idiota de dejarse llevar cuando no debía. No todavía.
—Hagamos un trato —propuso—. Yo abro la puerta ahora y tú hablas conmigo, a solas, después de comer.
—Trato hecho.
Nick alzó los brazos y los colocó a ambos lados de la cara de su cuñada.
Miley no intentó apartarse.
Él bajó la cabeza hasta quedar a escasos centímetros de sus labios y se perdió en sus ojos.
Miley creyó leer en ellos anhelo y deseo, mezclados con un poco de tristeza y una pizca de esperanza. Se lamió los labios, nerviosa; se acababa de dar cuenta de que deseaba besarle. Él se acercó hasta tocar la comisura de su boca con su aliento.
—No olvides tu promesa.
Se separó de ella lentamente, sin dejar de mirarla.
Miley oyó el sonido rasgado del cerrojo al abrirse.
Él asintió con la cabeza, se dio media vuelta y se metió en la ducha. Y sin comprobar si Miley se había ido o no, se bajó los pantalones y abrió de nuevo el grifo del agua fría.
Miley se quedó obnubilada ante la panorámica de sus nalgas blancas y duras en contraste con la piel morena de sus piernas. «Toma el sol en pantalones cortos», acertó a pensar al ver que la piel blanca acaba a medio muslo. Acto seguido sacudió la cabeza, regañándose mentalmente por tan obvio pensamiento, y salió corriendo como alma que lleva el diablo hacia las escaleras. No paró su carrera hasta estar segura en la intimidad de su cuarto.
No sabía qué era exactamente lo que había pasado en el cuarto de baño, pero estaba segura de que no era nada buena Ella tenía que llevarse mal con su cuñado. Era necesario para su salud mental.
Lo había conocido la primera vez que visitó el pueblo con su por entonces novio, ahora difunto exmarido, y le había chocado mucho la diferencia entre ambos hermanos. Nick era responsable y serio, mientras que Kevin era todo diversión y locura. Ese verano lo había tomado por un tipo soso y aburrido, más interesado en sus estudios y las tierras que en pasárselo bien. Ella tenía dieciocho años y Kevin casi veintidós. No le entraba en la cabeza que su hermano, dos años menor, fuera tan reservado y circunspecto.
El siguiente año, cuando regresaron al pueblo, Frankie tenía tres meses, ella había madurado varios años de golpe y porrazo y Kevin se había quedado estancado en sus juergas infantiles. Pasó el verano entre biberones, pañales y llantos, mientras su marido salía todas y cada una de las noches; al fin y al cabo, era tontería que se quedaran los dos para cuidar al bebé cuando ella lo hacía genial y él llevaba meses sin ver a su «gente». Ese verano se encontró sola, abandonada. Quizá llevara todo el año así, pero en Madrid, en compañía de su familia y amigos, no se sentía de ese modo. Aunque Kevin no estuviera en casa, ella se sentía arropada. Su madre la había acompañado a cada eco grafía y consulta ginecológica, sus amigas habían estado con ella en todo momento, no sentía la soledad rodeándola; sólo la necesidad de estar con su marido, siempre ausente. Pero en el pueblo no tenía a nadie excepto un marido invisible. Si no hubiera sido por Paul y Nick, ese verano habría sido el peor de su vida. Tanto su suegro como su cuñado se volcaron con ella cuando las ausencias de Kevin se hicieron cada vez más seguidas. No era raro ver al abuelo paseando orgulloso a su nieto, o al tío cambiando los pañales del bebé y dándole biberones cuando ella estaba rota por el cansancio y la impotencia de verse sola con un niño recién nacido al que, a veces, tenía dudas de cómo cuidar, de cómo hacer para que dejara de llorar.
Cada año veraneaban en el pueblo y cada año se repetían las mismas escenas del primero. Miley se aisló, no se encontraba a gusto con los amigos de su marido y asimiló que si alguien fallaba, era ella. Si su marido y sus amigos disfrutaban cuando ella se aburría como una ostra, no era culpa de él, sino suya por no saber adaptarse. Optó por volcarse en las únicas personas con las que se sentía querida: su suegro y su cuñado. Nick se convirtió en el héroe de Frankie, en su mejor amigo, en su ejemplo a seguir. Llevaba al niño de acá para allá sin quejarse jamás, sin poner un mal gesto; le enseñaba todo lo que sabía, hablaba con él como si la conversación chapurreada del niño fuera el discurso del más prestigioso orador. Todo lo contrario que Kevin, y Miley empezó a desear que su marido se pareciera más a su cuñado. Que fuera un hombre con el que su familia pudiera contar en todo momento, que jugara con su hijo ignorando a sus amigotes, que la escuchara como si lo que Miley dijera fuera más importante que su propia vida. Que fuera tan responsable y cariñoso como lo era Nick...

El tiempo pasó inclemente e inmutable hasta que, cinco años atrás, su propia estupidez e ingenuidad le golpearon de lleno en la cara arrasando cualquier sentimiento que pudiera tener hacia el pueblo y su gente. La decepción que la anegaba el día que hizo las maletas y regresó con su hijo a Madrid, se transformó rápidamente en la rabia necesaria para seguir viviendo. Juró que no volvería y así había sido. Hasta que su hijo le pidió que le acompañara ese verano.
Ahora, después de dos semanas allí, comenzaba a pensar que se había equivocado. Había volcado toda su rabia contra el pueblo, olvidando los buenos ratos pasados antaño y a la familia cariñosa que la había protegido del olvido de su marido. También se estaba dando cuenta de que la gente del pueblo no era como había pensado durante todos esos años. Poco a poco había ido conociendo a las personas a las que antes sólo saludaba de refilón en las escasas ocasiones en que paseaba con su ex, y que resultaron ser mucho más amables y divertidos que los estúpidos amigos de Kevin. Hombres y mujeres que disfrutaban de una conversación amigable y que tenían ese sentido del humor, lleno de chanzas y pullas cariñosas propias del pueblo que ella no había sino empezado a saborear.
Miley cerró la puerta de su habitación, se quitó la toalla mojada y se tumbó en la cama. Necesitaba recapacitar.
En tan sólo quince días había olvidado su promesa de odio eterno hacia el pueblo y sus habitantes. Había disfrutado cada vez que se había encontrado con cualquiera de ellos en la cola de la panadería, dando un paseo por la Soledad, o simplemente sentada en el poyo de la entrada de la cuando su suegro se empeñaba en que le acompañase un rato y los paseantes se detenían para charlar con ellos.
Se sentía cómoda con la gente del pueblo. Con todos menos con uno.
Su relación con su cuñado siempre había estado llena de discusiones amistosas y divertidas. Siempre se había sentido bien con él; de hecho, casi desde el principio se había sentido demasiado cercana a él, demasiado a gusto con él. Incluso había empezado a asustarse cuando estaban juntos como cuñados, como amigos, porque había empezado a pensar en él de una manera en la que no debía pensar. Y justo entonces fue cuando estalló toda la mierda.
Había sido fácil maldecirlo, matar al mensajero. Mucho más fácil que enfrentarse a una realidad que hacía años debería haber visto y solucionado.
—Ya es hora de dejar atrás el pasado —aseveró para sí misma.
Se levantó de la cama, dispuesta a vestirse y afrontar el resto del día como una mujer adulta en vez de como una niña malhumorada y rencorosa. Buscó la ropa que tan cuidadosamente había seleccionado y, en ese momento, se dio cuenta de que se la había dejado olvidada arriba, en el cuarto de baño junto con la bolsa con la ropa sucia. Sintió cómo la cara se le ponía roja como un tomate.
—No seas tonta —se reprendió a sí misma—. Nick no va a mirar nada, seguramente ni se dará cuenta de que he dejado ahí la ropa.
Con ese pensamiento en mente, se decidió por un sencillo vestido de algodón blanco sin mangas que le llegaba por debajo de las rodillas. Se hizo una cola de caballo y salió de la habitación, decidida a disfrutar de la estupenda comida que había preparado.


sábado, 2 de febrero de 2013

Irresistiblemente con Encanto cap.25




–¡No! –exclamó Demi por enésima vez.
Miley contuvo un suspiro. Solo Dios sabría cómo habría reaccionado Demi si le hubiera contado toda la verdad acerca de su aventura con Nick. Había considerado la posibilidad de mentir a su amiga nada más llamarla aquella mañana, a los cinco minutos de llegar al trabajo. Pero al final había decidido contarle una versión sesgada de la verdad para mantener su orgullo, a la vez que para satisfacer la curiosidad de Demi.
Así que le había confesado que se había acostado con Nick una vez más al volver a Sídney, y que había sido idea suya que se fuera a su casa en vez de invitarle a pasar la noche. Pero cuando le había contado su negativa a convertirse en su novia de verdad prefiriendo mantener una breve aventura sexual, la reacción de su amiga había sido negativa.
–¿Y crees sinceramente que puedes mantener una aventura estrictamente sexual? –preguntó Demi ya más calmada–. Esas cosas no van contigo, Miley.
Miley no quería que su amiga culpara a Nick.
–No olvides Demi que he consentido esto. Quiero tener sexo con Nick tanto como él lo quiere tener conmigo.
–Debe de ser muy bueno en la cama para tenerte en este estado. Nunca antes te había importado tanto el sexo, ni siquiera cuando estabas locamente enamorada.
Claro que él tiene mucha experiencia.
–Sí –convino Miley, preguntándose si Demi estaría celosa.
Su amiga siempre estaba diciendo que la vida sexual se acababa cuando llegaban los hijos.
Demi suspiró.
–¿Sabes una cosa? Te envidio –dijo confirmando lo que Miley había
supuesto.
–No tanto como yo te envidio a ti. Daría lo que fuera por tener un marido cariñoso como Joe y unos hijos tan buenos. Tienes una familia estupenda, Demi.
–Cierto. Es solo que… Bueno, da igual. No me hagas mucho caso, tengo el síndrome premenstrual, ya sabes cómo me pongo.
–Sí –dijo Miley frunciendo el ceño al caer en la cuenta de que todavía no tenía síntomas.
Asustada, revisó mentalmente las fechas y llegó a la misma conclusión. La regla tenía que venirle el miércoles. Quizá cuando se tenía una vida sexual tan fantástica, el síndrome premenstrual desaparecía.
Quizá su cuerpo estaba más relajado. El estrés podía provocar cosas
terribles en la salud, al menos eso era lo que había leído.
–Lo que tienes que hacer –le dijo a Demi– es practicar más sexo.
–¿Y cuándo saco tiempo para el sexo? Esos preciosos hijos míos me dejan agotada.
–Saca tiempo, Demi. Cuidaré a tus hijos el próximo fin de semana para que puedas irte con Joe.
–¿De veras lo harías?
–Ya los he cuidado otras veces.
–Pero no durante todo un fin de semana. Me parece una buena idea y te lo agradezco, pero no este fin de semana. Voy a tener la regla.
–Yo también –dijo Miley–. Bueno, tengo que colgar, Demi. Tengo trabajo que hacer.
No era del todo cierto, pero tenía que dar con una buena razón que
justificara que no iba a seguir siendo la abogada de Nick. Iba a ser lo primero que le preguntara esa noche cuando se vieran.





Hello Girls!!!

como estan?
espero genial!!
lo se lo se he estado ausente :C
pero aki estoy para traerles estos capis
y saludarlas y saber como eestan por qe las reeeeextraño
tratare de subir mas seguido
seguire con la nove kenielle y talvez pronto suba alguna Jemi y la nueva nove niley qe tiene solo dos capis jajajaja
y una preguntita :
¿alguien lee Summer Hot?  por qe he pensado cancelarla se me hace como qe nadie la lee jajaja
bueno niñas bellas las amo pronto subire mas 



las amodoroooo ♥♥♥



chaiiitooo!!!

Irresistibly Charming cap.24




Miley se quedó dormida después del largo maratón sexual en el que
habían hecho el amor una y otra vez, en todas las posiciones que Nick conocía, incluyendo contra la pared y bajo la ducha.
Por su parte, a pesar de que se sentía cansado, Ryan no pudo dormirse. Su mente no le dejaba descansar, dando vueltas al comentario de Miley de que el pasado influía en el presente de una persona.
Como ya le había dicho a Miley, eso lo sabía. Sabía muy bien por qué evitaba el amor y el matrimonio, por qué había evitado una relación sentimental con el sexo contrario.
Siempre había creído que nada haría cambiar aquello, que no existía mujer capaz de derribar la barrera que había levantado en su corazón el día en que había llegado a casa del colegio y se había encontrado a su madre muerta y a su padre sollozando en un rincón, diciendo que no había pretendido hacerlo.
Habían pasado exactamente veinticinco años desde entonces. En todo ese tiempo, ninguna mujer le había llegado al corazón y mucho menos al alma.
Hasta ahora…
¿Sería amor lo que estaba sintiendo? no dejaba de dar vueltas a aquella pregunta mientras observada a Miley dormir.
No estaba seguro, puesto que no sabía lo que era el amor verdadero. Lo que sí sabía era que el sexo con Miley era muy diferente a todo lo que había conocido antes. No parecía saciarse. Normalmente su deseo disminuía después de un par de veces. Pero eso no le pasaba con Miley. Estaba deseando volver a sentir aquella sensación tan especial que experimentaba cada vez que la penetraba y que crecía en intensidad, culminando en sacudidas de éxtasis. Nunca antes había sentido nada así. ¿Llegaría a estar satisfecho alguna vez? 
«Esto no puede ser amor», decidió y fijó la mirada en sus nalgas.
El amor verdadero debía de ser menos sexual.
Aquello tenía que ser atracción sexual, quizá algo más obsesiva de lo habitual. Con el tiempo, aquel deseo se desvanecería.
Pero todavía no, se dijo estirando el brazo para acariciarla.
Miley se despertó con la deliciosa sensación de las caricias de Nick en su espalda. Estaba tumbada boca bajo, en la cama, con los brazos hacia arriba y las manos bajo la almohada.
–Umm –murmuró adormilada.
Enseguida se espabiló al sentir que su mano abandonaba su espalda y empezaba a prestar atención a una zona más íntima. Estaba muy excitada. No tenía sentido sentirse avergonzada. Nick no tenía ninguna vergüenza en lo que a sexo se refería. Para él, todo era natural y sexy, cada parte del cuerpo de una mujer estaba ahí para su placer y el de ella.
Después de un rato, Miley no quiso seguir allí tumbada mientras él la acariciaba. Quería hacerle cosas a él para variar. Dejó escapar un gemido y se incorporó repentinamente. Se apartó el pelo de los ojos, se sentó y lo miró. 
–Puedes hacer eso más tarde –dijo respirando entrecortadamente–. Es mi turno ahora.
–¿Tu turno para qué? –preguntó él arqueando las cejas.
–¿Quieres dejar de hablar? –dijo y al empujarlo para hacerle caer sobre su espalda, se dio cuenta de lo excitado que estaba. ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?
Después de todo, habían hecho el amor varias veces antes de caer
rendida, incluyendo una vez en la ducha.
–Lo suficiente.
–Es evidente –dijo sin poder evitar acariciarlo.
Él respiró hondo y contuvo el aire sin dejar de mirarla. Era lo único que hasta entonces Miley no había hecho. Hasta el momento, era él el que le había estado haciendo cosas a ella.
–¿Te gusta que las mujeres te hagan felaciones? –le preguntó excitada.
–Sí, si a ellas les gusta. Me dijiste que a ti no te gustaba…
–Cierto, pero eso era antes y esto es ahora. Creo que contigo me gusta.
Nick jadeó al verla agachar la cabeza y volvió a hacerlo al sentir sus labios alrededor de él. No solo le gustaba, pensó Laura mientras se metía su pene en la boca. Le encantaba. Le gustaba la sensación, no de poder, sino de saber que él lo estaba disfrutando. Le había dado mucho placer y ahora era su turno de devolvérselo. Por los gemidos que soltaba, debía de ser un placer muy intenso. Le daba igual si se corría en su boca. Quería que se corriera, que dejara de controlarse y se dejara llevar. Decidida, mantuvo el ritmo y subió y bajó la cabeza al compás del bombeo de la sangre en su cabeza.
Cuando creía que estaba a punto de correrse, Nick tiró de ella y la hizo colocarse sobre sus caderas.
–Quiero que te corras conmigo. Toma, ponme esto –dijo dándole un
preservativo– . Deprisa –añadió al verla dudar.
Le costó ponérselo, pero lo consiguió. Nada más sentirlo dentro, sus
músculos internos se contrajeron como si estuviera aprisionándolo.
–¡Qué tortura!
–¿Te estoy haciendo daño?
Era la primera vez en su vida que estaba encima. Ni Mario ni Brad eran de la clase de hombres que permitirían a una mujer tomar las riendas durante el sexo.
–Lo siento. Es que hace mucho tiempo que no lo he hecho de esta manera.
–¿Nunca antes habías estado encima?
–No, nunca. Lo siento.
–No tienes por qué disculparte.
–Pero te estoy haciendo daño.
–La línea que separa el placer del dolor es muy fina, Miley. Te prometo que lo que siento es más placer que dolor. Mira, se hace así –dijo tomándola de las nalgas con sus fuertes manos y moviéndola.
Ella jadeó. Era una sensación celestial. Enseguida no necesitó de su ayuda y empezó a moverse cada vez más rápido. Nick levantó las caderas, hundiéndose más en ella. Miley empezó a gemir y se inclinó hacia delante, dejando que sus pechos saltaran libremente. El placer se incrementó con cada cambio de ángulo. Cada embestida era como si una corriente eléctrica recorriera
su cuerpo. Su orgasmo fue tan intenso que no pudo evitar gritar. Nick también gritó, su cuerpo sacudiéndose con los espasmos. Miley se dejó caer sobre él y apoyó la cabeza sobre su corazón desbocado.
Fue entonces cuando ella empezó a llorar. Su cuerpo se estaba rindiendo a una tormenta de sentimientos que todavía no lograba entender.
–Tranquila, cariño, no tienes por qué llorar.
–Lo sé. Me estoy poniendo… tonta.
–De tonta nada –murmuró Nick–. Es solo que estás cansada. Es hora de que descanses y de que yo me vaya.
–¡Pero prometiste quedarte toda la noche!
–He cambiado de opinión.
–No quiero que te vayas.
–No te preocupes. Volveré –dijo haciéndola a un lado de la cama antes de levantarse.
Miley se contuvo para no aferrarse a él e impedir que se fuera.
–¿Cuándo? ¿Mañana por la noche?
Él suspiró.
– Sé que no debería, pero sí, prometo volver mañana por la noche. A menos que hayas cambiado de opinión en lo de ser mi novia de verdad –añadió, mirándola por encima del hombro–. Si es así, te recogeré en tu oficina, te llevaré a cenar y a tomar algo y luego nos iremos a mi casa para disfrutar de una agradable velada.
Su oferta resultaba tentadora, así que ¿por qué no aceptarla?
Las razones por las que se había negado en un principio, seguían ahí: no la amaba. Nunca la amaría. Al darse cuenta de eso, su decisión de mantener su aventura con Nick lo más breve posible, se afianzó. Se estaba enamorando de él y eso la preocupaba. Sería muy fácil sucumbir a sus emociones y aceptar lo que él
quería.
«No lo hagas, Miley. Sé fuerte», le decía una voz en su interior.
–No he cambiado de opinión –dijo con más firmeza que la que sentía.
–De acuerdo –dijo él y recogió su ropa– . Pero no pienses que acabarás saliéndote con la tuya, Miley. No me gusta este acuerdo. No me gusta en absoluto.
–¿De verdad? Pensé que era lo que te gustaba, mucha diversión y ninguna responsabilidad.
Le dirigió una mirada capaz de congelar el mercurio.
Miley se habría asustado si hubiera durado, pero enseguida vio aparecer en el rostro de Nick una sonrisa irónica.
–Creo que habrías sido una gran abogada criminalista. Estás perdiendo el tiempo dedicándote al derecho empresarial. Lo que me recuerda que debes decir en tu trabajo que ya no soy tu cliente y que me manden a otro abogado.
–¿Y qué excusa quieres que ponga? –dijo sintiendo un nudo en el
estómago.
Su sonrisa se volvió cruel.
–Ese es tu problema, Miley.


Irresistibly Charming cap.23




La aparición de Rambo caminando por el pasillo hacia ella fue una
agradable distracción.
–Hola, bonito. ¿Me has echado de menos?
El gato maulló y luego se frotó contra los tobillos de Nick. Cuando Nick lo tomó en brazos, Rambo empezó a ronronear.
–Le gustas –dijo Miley, tratando de no sentirse celosa.
–Es un gato muy bonito, a pesar de tener tan solo un año. Y su pelo es muy suave.
–Está muy mimado.
–Supongo.
–¿Duerme en tu cama contigo?
–No, por la noche le gusta pasear. He intentado encerrarlo, pero entonces se pasa la noche mirando por la ventaba y maullando. Es mejor dejar que haga lo que quiera.
–Un gato muy listo. Te tiene bien entrenada.
–Le quiero mucho –dijo poniéndose a la defensiva–.
Cuando quieres a tu mascota, no soportas verla sufrir.
–Por eso la valla de tres mil dólares –dijo Nick.
–¡Me hubiera gastado diez mil! ahora, si no te importa, tengo que darle de comer o luego no habrá quién lo soporte. Y eso no nos gustaría, ¿verdad que no? –comentó mirando al animal.
–Me alegra ver que algunas cosas no cambian.
Toma –dijo Nick dándole el gato–. Todo tuyo. Por cierto, después de que le des de comer, ¿hay alguna posibilidad de poder tomar un café? ayer me enseñaste la cocina.
Miley no podía creer que tan solo hubiera pasado un día. Habían cambiado muchas cosas. La Miley del día anterior, con su timidez, se habría preocupado mucho de hacia dónde estaba yendo su aventura con Nick. La Miley de esa mañana seguía algo preocupada.
Pero la Miley que acababa de tener un fantástico y salvaje encuentro sexual contra la pared veía las cosas de un modo diferente. Ya no iba a preocuparse de enamorarse de Nick y volver a acabar con el corazón roto. Estaba decidida a disfrutar del momento. El futuro a largo plazo podía esperar. El único futuro que le preocupaba era el inmediato, es decir, aquella misma noche.
Sus latidos se aceleraron al caer en la cuenta de que pronto volvería a estar en la cama con Nick. De vuelta en sus brazos, disfrutando del placer más increíble.
Estaba deseando volver a estar desnuda a su lado, a sentir sus caricias por todas partes. Su cabeza empezó a dar vueltas a la idea de volver a acariciar su pene. Y no por una estúpida idea de amor sacrificado. Quería sentir toda la fuerza que le había descrito la noche anterior y hacerle perder el control.
Un maullido de Rambo la sacó de sus pensamientos.
–No lo entenderías, Rambo –murmuró–. A ti te esterilizaron. Venga, come. Luego, quiero que seas un buen chico y no me molestes el resto de la noche.
–Espero que no estéis hablando de mí –dijo Nick al entrar en la cocina, mirándola con sus divertidos ojos–. Porque no pretendo ser bueno. Y pienso molestarte, pero todavía no he tomado café. Te aconsejo que tú también lo tomes. No quiero que te quedes dormida. Por cierto –añadió mirando a su alrededor–. Me gusta tu cocina. Es agradable la madera.
–Es roble –dijo Miley tirando una lata vacía a la basura–. Roble de verdad.
–Es clásica –dijo sentándose en uno de los taburetes que había junto a la barra del desayuno–. Como tú.
Miley no supo qué decir ante aquel cumplido.
–Gracias –contestó y se dio la vuelta para preparar el café–. Me temo que solo tengo instantáneo.
–No importa. Lo quiero solo.
–No sé cómo te gusta sin leche y azúcar.
–Aprendí a que me gustara así cuando no tenía ni leche ni azúcar.
Ella le miró frunciendo el ceño.
–¿De veras fuiste tan pobre?
–No tienes ni idea.
–No, supongo que no. Puede que no fuera feliz de adolescente, pero nunca fuimos pobres. Desde luego que nunca pasé hambre. Debió de ser terrible. Nick se encogió de hombros, como si ya nunca pensara en ello.
–Me hizo valorar las cosas una vez pude empezar a permitírmelas. Y eso me hizo trabajar mucho para poder tenerlas. Pero ya está bien de hablar. Nunca me ha gustado hablar demasiado. Es una pérdida de tiempo.
–Pero gracias al pasado hoy eres como eres –dijo Miley, sintiendo
curiosidad por saber más de él.
El día anterior había contado algunos detalles de su vida a su familia.
Incluso su abuela se había dado cuenta de que su infancia no había sido fácil.
–Sí, ahora lo sé, Miley –replicó un poco impaciente–. Pero no me gustan los análisis de ninguna clase. Creo que no hace bien a nadie el anclarse en el pasado. Solo sirve para revivir antiguos problemas. Es mejor dejar las cosas a un lado y seguir hacia adelante.
Miley estuvo a punto de decirle que eso era más fácil decirlo que hacerlo, pero decidió no hacerlo. No quería decir o hacer algo que pudiera estropear el resto de la velada.
–Hablando de seguir hacia delante –dijo él– . Ven conmigo. La cama nos espera.