lunes, 4 de febrero de 2013

Summer Hot cap.18


Al entrar en la cocina vio a su suegro con un plato en la mano e inclinado sobre la tortilla de patatas.
—Hola.
Paul se incorporó de golpe con gesto culpable y tapó la tortilla con el plato que sujetaba entre los dedos.
—Sólo estaba oliéndola. No la he tocado —aseguró con la sonrisa de un niño que no ha roto un plato en su vida. Miley no pudo evitar reírse.
—Eso espero, porque sino... —amenazó sonriendo—. Por cierto, ¿dónde está Frankie?
—Se ha quedado abajo clasificando las brevas —ante el gesto interrogante de Miley, Paul se encogió hombros—. Creo que quiere demostrarle a Nick que es el más currante de todos nosotros.
—Le ha tenido que fastidiar bastante no acompañarle hoy.
—Sí. Le ha sentado fatal. Pero Nick también se ha enfadado mucho cuando se ha enterado de lo que pasó anoche. —Paul se sentó en una silla y se sirvió un vaso de vino—. Por un momento pensé que mi hijo iba a romperse los dientes de tanto como los apretaba. Aunque no lo creas, no le gusta que nadie te juzgue o insinúe nada sobre ti, aunque sea tu propio hijo —aseveró mirándola sin parpadear.
—Y yo se lo agradezco profundamente —acertó a decir Miley ante la mirada severa de su suegro. Este asintió complacido y una sonrisa se destacó en su cara morena y cuarteada por el sol
—Esta mañana he hablado mucho con Frankie, creo que he descubierto el motivo por el que ayer estaba tan... nervioso. Le pasó algo que lo dejó bastante confundido —afirmó sonriendo.
—Déjate de misterios y cuéntanoslo —exigió Caleb entrando en la cocina.
—Ya veré —respondió Paul enarcando las cejas varías veces.
—Papá, ¿te he dicho alguna vez que eres un viejo chismoso? —preguntó su hijo revolviéndole el pelo cariñosamente.
—No me despeines, jovenzuelo insolente.
—No tienes pelo que despeinarte —afirmó Nick guiñándole un ojo a Miley—. A todo esto, te has dejado una bolsa con ropa sucia en el cuarto de baño.
—Ahora mismo voy a por ella —Ay Dios, sí que la había visto.
—No te preocupes, ya lo he metido todo en la lavadora.
También he encontrado doblada sobre el bidé ropa limpia, imagino que será tuya. La he dejado en la habitación de Frankie.
—Gracias, eres muy amable —dijo Miley en un tan formal, que hasta Paul la miró extrañado.
—Por cierto, me debes una ducha de agua fría.
—¿Cómo? —preguntó Miley.
—Mis sentidos se han exaltado cuando he revisado la ropa para ver a quien pertenecía —comentó como quien no quiere la cosa.
—¿Qué? —María sintió el calor ascender por su cuello hasta las mejillas.
—Ese tanga blanco de encaje es una provocación para la vista —le susurró al oído.
—No habrás sido capaz de mirar mi ropa —dijo Miley boquiabierta.
—Incluso te he imaginado con ella —afirmó él guiñándola un ojo.
Miley se quedó sin palabras con las que contestarle. ¿Qué demonios le había pasado a Nick? Mejor dicho, ¿quién era ese tipo que tenía enfrente y dónde estaba su cuñado?
Paul miro a su hijo y a su nuera y sonrió. Cuando subió a la cocina, hacía ya un buen rato, se había percatado de que ni Miley ni Nick estaban allí. Cuando la sintió bajar corriendo por las escaleras, simplemente se había quedado donde estaba sin hacerse notar. No sabía qué había pasado entre ellos dos cuando se habían encontrado arriba, pero fuera lo que fuera, le gustaba el cambio. Llevaba años esperando a que su hijo reaccionara y parecía que ya había llegado el momento.
Miley, incómoda con el silencio, se asomó a la escalera y llamó a Frankie para comer. El muchacho subió raudo y veloz, pero no se sentó a la mesa como su madre esperaba, sino que se dirigió a Nick.
—Tío, he estado clasificando las brevas para ir adelantando trabajo —dijo orgulloso—. Y, no es por nada, pero te has dejado el coche aparcado sobre la acera —comentó metiendo las manos en los bolsillos.
—Mierda, lo había olvidado por completo —dijo dirigiéndose hacia las escaleras. Frankie se interpuso en su camino y se balanceó sobre los talones—. ¿Quieres aparcarlo en el Corralillo de los Leones? —le preguntó Nick alzando una ceja—. Las llaves están puestas.
—¡Ahora mismo! —exclamó el joven, dando media vuelta y bajando por las escaleras.
—¡Frankie! —Lo llamó Nick—. Si haces un solo arañazo al coche, aunque sea un raspón diminuto, pagarás tú la reparación. ¿Entendido?
—¡Señor. Sí, Señor! —gritó Frankie, burlón, desde el piso de abajo.
—¡Hablo en serio!
—No lo verás, quédate tranquilo. —Les llegó lejana voz de Frankie.
—¡No sabe conducir! —chilló su madre al percatarse de que realmente su hijo de catorce años iba a conducir un 4x4.
—Sí que sabe —afirmó Paul desde su silla.
—¿Desde cuándo?
—Desde el año pasado —respondió Nick acercándose a ella.
—¡Pero si es sólo un crío! ¿Quién le ha enseñado? —preguntó Miley mirando a Nick—. No. No respondas. ¡Eres un irresponsable! ¿Cómo has podido enseñar a un niño a conducir? Le puede pasar cualquier cosa, puede chocar contra algo —dijo cada vez más nerviosa.
—No le va a pasar nada —aseveró Nick, sujetándola por un codo y llevándola hacia la ventana—. El Corralillo está justo enfrente de casa, no hay ni diez metros.
—Pero... Es sólo un niño.
—No pasa nada —aseveró descorriendo la cortina justo en el momento en que su enorme y embarrado 4x4 se introducía muy lentamente por el callejón frente a la casa—. Tienes que dejarle asumir responsabilidades. Lo necesita.
Miley observó el coche y luego miró al hombre que, sin ningún disimulo, la había abrazado al acercarla a la ventana. No sabía si matarlo por dejar a Frankie conducir su coche o torturarlo por enseñarle a conducir.
Cuando Frankie subió a la cocina, su madre estaba terminando de poner la comida sobre la mesa mientras sus ojos lanzaban flechas envenenadas en dirección a su rio y a su abuelo. Frankie, como el joven consciente del peligro que era, optó por subir las escaleras y lavarse las manos en el baño lentamente, muy lentamente, esperando con esto que su madre acabara su repertorio de miradas asesinas contra los adultos de la cocina y él salir de rositas.
Cuando entró de nuevo en la cocina, el pollo asado estaba sobre la mesa; el aroma que se desprendía de él lo hizo babear. ¡Hacía horas que tenía hambre! Se sentó a la mesa y esperó impaciente a que su madre trinchara el pollo y le sirviera la ración más grande y jugosa.
—Frankie... —dijo su madre tranquilamente a la vez que hincaba el tenedor en la pechuga del ave—. Qué sea la última vez que conduces sin pedirme permiso antes —exigió clavando con fuerza un enorme, afilado y puntiagudo cuchillo en el pobre animal, muerto y asado—. De hecho... —Con un giro de la mano, el cuchillo cortó la comida como si fuera mantequilla, arrancando de golpe muslo y contramuslo—. No volverás a conducir. —Con el doble de saña, repitió la operación en el lado contrario, arrancando de cuajo las mismas piezas—. Nunca.
—Pero, mamá...
—Jamás. —Clavó el cuchillo en la pechuga con tanta fuerza que éste atravesó piel, carne y hueso y chirrió contra el plato. Los tres hombres se apartaron sobresaltados.
—Mujer, no pasa nada porque el muchacho...
—No —interrumpió Miley a su suegro. El cuchillo se alzó en dirección al ala izquierda del pollo—. Hasta que cumpla dieciocho años y tenga carnet, no volverá a tocar un volante —sentenció bajando el cuchillo y separando de un tajo limpio el ala—. ¿Ha quedado claro? —preguntó masacrando el poco pollo que quedaba intacto.
—Pero, mamá...
—Frankie —interrumpió Nick—, ésta será tu primera lección de supervivencia: Jamás discutas con una mujer que tiene un cuchillo afilado en las manos —aseveró mirándolo muy serio—. Siempre saldrás perdiendo.
—No volveré a conducir hasta que sea mayor de edad —acató Frankie.
—Bien. Dame tu plato —pidió Miley a su suegro.
—La segunda lección de supervivencia es: Si te mantienes calladito, pillas la mejor tajada —comentó Paul cuando tuvo sobre su plato un cuarto de pollo y una alita, unos gajos de manzana asada y un par de patatas de guarnición, todo ello regado con abundante salsa.
Frankie recibió una ración similar a la de su abuelo, y Nick la pechuga. Miley cogió para sí el caparazón. Luego destapó la tortilla de patatas y la partió en cuadra di tos sin levantarla vista del plato. La muy asquerosa se veía cada vez más tostada, como si se hubiera
quemado mis todavía con el calor de la cocina. En cuanto terminó de cortarla, dos tenedores irrumpieron sobre ella. Uno de ellos pescó el trozo más grande. Miley no lo dudó un segundo, ése era su hijo. El otro pinchó un trozo del centro y lo giró un par de veces, como si el comensal estuviera examinando cada milímetro quemado. Ese seguro que era el petardo de su cuñado, dispuesto a ponerla en evidencia.
—Tenías razón, Frankie —afirmó Nick, un segundo después, pinchando otro trozo—, está realmente exquisita.
Miley suspiró, era una mentira piadosa, pero mejor eso que una verdad cruel.
Tres cuartos de hora después, su suegro se levantó pan hacer su famoso café de puchero. Sobre los platos no quedaban ni los restos. La tortilla había sido lo primero en volar, lo que hacía pensar a Miley que no estaba tan mala como había previsto en un principio. Además de para llenar el estómago, la comida había servido como clase preparatoria para lo que la esperaba las próximas semanas: tres hombres insaciables. Tomó nota mental de preparar el triple de comida que hasta entonces, Nick comía por dos.
Comenzó a lavar los platos, Frankie se colocó a su lado para ir secándolos. Nick estaba pasando la bayeta húmeda sobre el hule de la mesa y Paul miraba fijamente el puchero del café.
—Mamá, ¿vas a ir ésta tarde a algún sitio? —preguntó Andrés. Nick levantó la mirada y la fijó en Miley.
—No lo sé —respondió ella, sonrojándose. Ninguno de ellos sabía exactamente qué hacía cuando salía, pero aun así, ella sí lo sabía y con sólo recordarlo notaba que sus pezones se tensaban. ¡Y el vestido era muy fino!
Nick miró disimuladamente a su cuñada y sonrió. Dos pequeños puntitos se alzaron contra la tela del vestido. Dos pequeños guijarros rosas y dulces, con aroma a cítricos y sabor a ambrosía. Una imagen se coló en su mente: Miley con la piel húmeda, totalmente desnuda, con uno de sus pies sobre el inodoro y las manos moviéndose entre sus muslos. Imaginó sus dedos finos y delicados acariciando la piel suave y lisa que él había depilado la noche anterior. Con un movimiento brusco soltó la bayeta sobre la mesa y se sentó en la silla cruzando una rodilla sobre la otra. Tenía una erección de caballo delante de su sobrino y de su padre.
—Había pensado que podíamos ir a tomar una leche helada a La Soledad todos juntos cuando volvamos de la cooperativa —comentó, mirando suplicante a su madre.
—Eh... claro, pero, ¿y tus amigos? —preguntó Miley, confusa. Frankie salía todos los días como una tromba a las siete de la tarde para encontrarse con su pandilla en la Corredera.
—Paso de ellos —aseveró enfurruñado—. Son unos idiotas.
—¿Qué ha pasado? —inquirió ella preocupada. Nick apoyó las manos en la mesa y miró fijamente a su sobrino, dispuesto a matar a quien fuera que le hubiera hecho daño.
—Eh... Bueno, nada —farfulló el joven.
—No ha pasado nada —interrumpió el abuelo, separando el puchero del fuego—. El muchacho y yo hemos estado hablando esta mañana y nos ha parecido que sería divertido pasar juntos la tarde —afirmó haciendo un gesto a su hijo y a su nuera, indicándoles que luego se lo contaría.
—En ese caso, por mí perfecto —aceptó Miley.
—Genial. Voy abajo a seguir con las brevas —dijo Frankie, desapareciendo por la puerta; odiaba el aroma del de puchero. Era demasiado fuerte para su exquisito olfato.
—¿Qué ha pasado, papá? —preguntó Nick.
—Chist, las paredes tienen oídos —susurró Paul en dirección a las escaleras—. Una chica y el pilón.
Nick miró a su padre asombrado y luego rompió a reír a carcajadas.
—¿Ya? —preguntó entre risas, ante el asombro de Miley—. No te preocupes, papá, hablaré con él cuando vayamos a la cooperativa.
—Mejor, cuando he intentado explicarle me ha dicho que soy un viejo carcamal que no sabe cómo va el tema —gruñó Paul echando el negro y espeso café en tres tazas—. Voy abajo con él. No os matéis en mi ausencia —advirtió.
—No te vayas —solicitó Miley asustada. En ese momento no le apetecía tener la conversación con Nick. En ese momento ni en ninguno.
—Vamos arrasados con las brevas. Prefiero ir adelantando trabajo —afirmó Abel cogiendo su taza y dirigiéndose a las escaleras.
—Ah, —Se calmó Miley—. Entonces, ¿tú también vas tomar el café abajo? —preguntó a Nick.
—No. A mí me gusta tomar el café relajado mientras charlo tranquilamente con mi cuñada —dijo Nick, repantigándose en la silla.

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