sábado, 2 de febrero de 2013

Irresistibly Charming cap.24




Miley se quedó dormida después del largo maratón sexual en el que
habían hecho el amor una y otra vez, en todas las posiciones que Nick conocía, incluyendo contra la pared y bajo la ducha.
Por su parte, a pesar de que se sentía cansado, Ryan no pudo dormirse. Su mente no le dejaba descansar, dando vueltas al comentario de Miley de que el pasado influía en el presente de una persona.
Como ya le había dicho a Miley, eso lo sabía. Sabía muy bien por qué evitaba el amor y el matrimonio, por qué había evitado una relación sentimental con el sexo contrario.
Siempre había creído que nada haría cambiar aquello, que no existía mujer capaz de derribar la barrera que había levantado en su corazón el día en que había llegado a casa del colegio y se había encontrado a su madre muerta y a su padre sollozando en un rincón, diciendo que no había pretendido hacerlo.
Habían pasado exactamente veinticinco años desde entonces. En todo ese tiempo, ninguna mujer le había llegado al corazón y mucho menos al alma.
Hasta ahora…
¿Sería amor lo que estaba sintiendo? no dejaba de dar vueltas a aquella pregunta mientras observada a Miley dormir.
No estaba seguro, puesto que no sabía lo que era el amor verdadero. Lo que sí sabía era que el sexo con Miley era muy diferente a todo lo que había conocido antes. No parecía saciarse. Normalmente su deseo disminuía después de un par de veces. Pero eso no le pasaba con Miley. Estaba deseando volver a sentir aquella sensación tan especial que experimentaba cada vez que la penetraba y que crecía en intensidad, culminando en sacudidas de éxtasis. Nunca antes había sentido nada así. ¿Llegaría a estar satisfecho alguna vez? 
«Esto no puede ser amor», decidió y fijó la mirada en sus nalgas.
El amor verdadero debía de ser menos sexual.
Aquello tenía que ser atracción sexual, quizá algo más obsesiva de lo habitual. Con el tiempo, aquel deseo se desvanecería.
Pero todavía no, se dijo estirando el brazo para acariciarla.
Miley se despertó con la deliciosa sensación de las caricias de Nick en su espalda. Estaba tumbada boca bajo, en la cama, con los brazos hacia arriba y las manos bajo la almohada.
–Umm –murmuró adormilada.
Enseguida se espabiló al sentir que su mano abandonaba su espalda y empezaba a prestar atención a una zona más íntima. Estaba muy excitada. No tenía sentido sentirse avergonzada. Nick no tenía ninguna vergüenza en lo que a sexo se refería. Para él, todo era natural y sexy, cada parte del cuerpo de una mujer estaba ahí para su placer y el de ella.
Después de un rato, Miley no quiso seguir allí tumbada mientras él la acariciaba. Quería hacerle cosas a él para variar. Dejó escapar un gemido y se incorporó repentinamente. Se apartó el pelo de los ojos, se sentó y lo miró. 
–Puedes hacer eso más tarde –dijo respirando entrecortadamente–. Es mi turno ahora.
–¿Tu turno para qué? –preguntó él arqueando las cejas.
–¿Quieres dejar de hablar? –dijo y al empujarlo para hacerle caer sobre su espalda, se dio cuenta de lo excitado que estaba. ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?
Después de todo, habían hecho el amor varias veces antes de caer
rendida, incluyendo una vez en la ducha.
–Lo suficiente.
–Es evidente –dijo sin poder evitar acariciarlo.
Él respiró hondo y contuvo el aire sin dejar de mirarla. Era lo único que hasta entonces Miley no había hecho. Hasta el momento, era él el que le había estado haciendo cosas a ella.
–¿Te gusta que las mujeres te hagan felaciones? –le preguntó excitada.
–Sí, si a ellas les gusta. Me dijiste que a ti no te gustaba…
–Cierto, pero eso era antes y esto es ahora. Creo que contigo me gusta.
Nick jadeó al verla agachar la cabeza y volvió a hacerlo al sentir sus labios alrededor de él. No solo le gustaba, pensó Laura mientras se metía su pene en la boca. Le encantaba. Le gustaba la sensación, no de poder, sino de saber que él lo estaba disfrutando. Le había dado mucho placer y ahora era su turno de devolvérselo. Por los gemidos que soltaba, debía de ser un placer muy intenso. Le daba igual si se corría en su boca. Quería que se corriera, que dejara de controlarse y se dejara llevar. Decidida, mantuvo el ritmo y subió y bajó la cabeza al compás del bombeo de la sangre en su cabeza.
Cuando creía que estaba a punto de correrse, Nick tiró de ella y la hizo colocarse sobre sus caderas.
–Quiero que te corras conmigo. Toma, ponme esto –dijo dándole un
preservativo– . Deprisa –añadió al verla dudar.
Le costó ponérselo, pero lo consiguió. Nada más sentirlo dentro, sus
músculos internos se contrajeron como si estuviera aprisionándolo.
–¡Qué tortura!
–¿Te estoy haciendo daño?
Era la primera vez en su vida que estaba encima. Ni Mario ni Brad eran de la clase de hombres que permitirían a una mujer tomar las riendas durante el sexo.
–Lo siento. Es que hace mucho tiempo que no lo he hecho de esta manera.
–¿Nunca antes habías estado encima?
–No, nunca. Lo siento.
–No tienes por qué disculparte.
–Pero te estoy haciendo daño.
–La línea que separa el placer del dolor es muy fina, Miley. Te prometo que lo que siento es más placer que dolor. Mira, se hace así –dijo tomándola de las nalgas con sus fuertes manos y moviéndola.
Ella jadeó. Era una sensación celestial. Enseguida no necesitó de su ayuda y empezó a moverse cada vez más rápido. Nick levantó las caderas, hundiéndose más en ella. Miley empezó a gemir y se inclinó hacia delante, dejando que sus pechos saltaran libremente. El placer se incrementó con cada cambio de ángulo. Cada embestida era como si una corriente eléctrica recorriera
su cuerpo. Su orgasmo fue tan intenso que no pudo evitar gritar. Nick también gritó, su cuerpo sacudiéndose con los espasmos. Miley se dejó caer sobre él y apoyó la cabeza sobre su corazón desbocado.
Fue entonces cuando ella empezó a llorar. Su cuerpo se estaba rindiendo a una tormenta de sentimientos que todavía no lograba entender.
–Tranquila, cariño, no tienes por qué llorar.
–Lo sé. Me estoy poniendo… tonta.
–De tonta nada –murmuró Nick–. Es solo que estás cansada. Es hora de que descanses y de que yo me vaya.
–¡Pero prometiste quedarte toda la noche!
–He cambiado de opinión.
–No quiero que te vayas.
–No te preocupes. Volveré –dijo haciéndola a un lado de la cama antes de levantarse.
Miley se contuvo para no aferrarse a él e impedir que se fuera.
–¿Cuándo? ¿Mañana por la noche?
Él suspiró.
– Sé que no debería, pero sí, prometo volver mañana por la noche. A menos que hayas cambiado de opinión en lo de ser mi novia de verdad –añadió, mirándola por encima del hombro–. Si es así, te recogeré en tu oficina, te llevaré a cenar y a tomar algo y luego nos iremos a mi casa para disfrutar de una agradable velada.
Su oferta resultaba tentadora, así que ¿por qué no aceptarla?
Las razones por las que se había negado en un principio, seguían ahí: no la amaba. Nunca la amaría. Al darse cuenta de eso, su decisión de mantener su aventura con Nick lo más breve posible, se afianzó. Se estaba enamorando de él y eso la preocupaba. Sería muy fácil sucumbir a sus emociones y aceptar lo que él
quería.
«No lo hagas, Miley. Sé fuerte», le decía una voz en su interior.
–No he cambiado de opinión –dijo con más firmeza que la que sentía.
–De acuerdo –dijo él y recogió su ropa– . Pero no pienses que acabarás saliéndote con la tuya, Miley. No me gusta este acuerdo. No me gusta en absoluto.
–¿De verdad? Pensé que era lo que te gustaba, mucha diversión y ninguna responsabilidad.
Le dirigió una mirada capaz de congelar el mercurio.
Miley se habría asustado si hubiera durado, pero enseguida vio aparecer en el rostro de Nick una sonrisa irónica.
–Creo que habrías sido una gran abogada criminalista. Estás perdiendo el tiempo dedicándote al derecho empresarial. Lo que me recuerda que debes decir en tu trabajo que ya no soy tu cliente y que me manden a otro abogado.
–¿Y qué excusa quieres que ponga? –dijo sintiendo un nudo en el
estómago.
Su sonrisa se volvió cruel.
–Ese es tu problema, Miley.


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