domingo, 30 de septiembre de 2012

The Far Future cap.3




Tomar un avión hubiera sido mucho más rápido. La hora de vuelo entre San Francisco y Orange County, incluso con toda la espera en los aeropuertos, la hubiera llevado junto a su abuela mucho antes. Pero iba a necesitar el coche cuando llegara a Balboa. El sur de California no estaba hecho para aquellos que dependían del transporte público. Su abuela le había dicho que no la operaban
hasta el día siguiente por la mañana, así que llegaría con tiempo, aunque hubiera tenido que salir después del trabajo. Además, no era cuestión de vida o muerte.
Todavía no. Demi respiró hondo y se concentró en la carretera. Su abuela no se estaba muriendo. Se había caído. Se había roto la cadera. Mucha gente se rompía la cadera y se recuperaba. Pero la mayoría no tenía ochenta y cinco años.
–La abuela está muy joven para tener ochenta y cinco –dijo en alto, como si decirlo así lo convirtiera en realidad.
No podía soportar la idea de perder a su abuela. Normalmente, nunca pensaba en esas cosas. Su abuela siempre parecía igual que siempre, ni más vieja ni más joven que veintiún años antes, cuando había vivido con ella. Margaret Newell siempre había sido una mujer fuerte y saludable. No le había quedado más remedio que serlo para poder ocuparse de una huérfana cascarrabias de siete
años de edad. Y seguía siendo fuerte. Solo se había roto la cadera.
–Estará bien –se dijo Demi en alto de nuevo–. Muy bien.
Pero aunque lo dijera así, temía que las cosas hubieran empezado a
cambiar. El tiempo iba en su contra. Y algún día, estuviera lista o no, se le acabaría. No obstante, lo mejor era no pensar mucho en ello. No quería pensar en ello. De repente oyó un ruido extraño proveniente del motor de su Chevy de quince años. Normalmente no dependía del coche como primera opción. En San Francisco no le hacía falta. Siempre tomaba el autobús o Wilmer, su prometido, la llevaba adonde necesitaba ir. Tenía pensado cambiarle las ruedas antes de bajar a ver a su abuela en Semana Santa, pero todavía faltaba un mes para las vacaciones, así que no las tenía todavía. Además, esperaba que Wilmer la acompañara. Así podría posponer el cambio un poco más. Sin embargo, sabía que debía haberlas cambiado la semana anterior. Debería haber sido más previsora.
Demi golpeó el volante con ambas manos.
–No te mueras –dijo, aunque solo pudieran oírla Huxtable y Bascombe, sus dos gatos, que dormían en el asiento de atrás–. Estarás bien –siguió hablando como si su abuela estuviera con ella, escuchando. Puso todo el entusiasmo posible en sus palabras, pero los gatos siguieron ignorándola–. No va a pasar nada, abuela –añadió con firmeza, pero la voz le falló y entonces supo que no era
capaz de convencer a nadie.
Pero siguió practicando durante todo el camino, hasta llegar al sur de California. Si sonaba convincente, ambas terminarían creyéndoselo. Ese era el truco.
«Puedes hacerlo», le había dicho su abuela muchos años antes.
«Si suenas convincente…».
Y Demi sabía que era verdad. Recordaba aquellos primeros meses después de la muerte de sus padres, con la abuela y con Walter. Aquella niña furiosa con el mundo… Odiaba a toda la gente y estaba segura de que jamás volvería a ser feliz.
La abuela había estado a su lado todo el tiempo. Se había esforzado por hacerle ver el lado bueno a las cosas.
–¿Qué lado bueno? –le decía ella.
–Tienes unos abuelos que te quieren más que a nada en el mundo –le había dicho su abuela, totalmente convencida.
Demi no estaba tan segura por aquel entonces. Podía ser verdad, pero aquello no parecía mucho comparado con lo que había perdido al morir sus padres. No obstante, también sabía que su abuela tenía que estar muy triste también. Si ella había perdido a sus padres, su abuela había perdido a su única hija y a su yerno. Además, de repente se había tenido que ver las caras con una niña respondona y rebelde. La abuela solía estrecharla entre sus brazos y entonces le decía…
«Vamos a cantar».
–¿Cantar? –repetía Demi.
La abuela asentía, sonriendo, y se secaba las lágrimas.
–Hay mucho que aprender de las comedias musicales.
Demi no sabía lo que era una comedia musical. Se sentaba, enfurruñada y tensa, pero la abuela insistía. No tenía una buena voz, pero sí tenía todo el entusiasmo del mundo. Cantaba Whistle a Happy Tune, y después cantaba Put on a Happy Face. Sonreía y le daba un beso en la nariz. Y entonces cantaba Belly Up to the Bar, Boys. Todo era tan absurdo que no podía evitar reírse, por muy
enfadada que estuviera. Y la abuela la abrazaba con más fuerza, y entonces ella se echaba a llorar, riendo al mismo tiempo. Demi todavía podía sentir el calor de sus brazos… Cómo hubiera deseado tenerla a su lado en ese momento, abrazarse a ella…
–Todo estará bien –le había dicho a su abuela por teléfono esa tarde, intentando no llorar–. No solo vamos a cantar, sino también a bailar –le había dicho–. Estarás bailando enseguida.
Podía imaginársela bailando… Sonrió y se enjugó las lágrimas que no había derramado.
La abuela tenía razón. Había que sonar convincente. Y funcionaba. Demi sabía que era así. Por lo menos en esos casos, cuando el resultado dependía de ella misma. Si las canciones no habían funcionado algunas veces, solo ella había sido la culpable, porque se había atrevido a creer en algo que no podía controlar.
Canturreando Whistle a Happy Tune había hecho muchos amigos en su nuevo colegio y en su tropa de Girl Scouts. «Climb every mountain» la había ayudado a superar sus problemas con las clases de natación y con la clase de discurso oral de octavo curso. Put on a Happy Face le había arrancado una sonrisa en los peores momentos de miseria adolescente. Y si Some Enchanted Evening le había fallado, no era culpa de la canción. Había sido culpa del hombre. Ella había amado. Pero su amor no había sido correspondido, así que había aprendido la lección. Sin embargo, todo había quedado atrás por fin. Tenía a Wilmer, que realmente quería casarse con ella, que sonreía con indulgencia, sacudía la cabeza y le decía cosas bonitas… Wilmer trabajaba en un banco; era un banquero muy  serio. Era un hombre en quien se podía confiar, alguien de quien podía depender, el hombre ideal con el que empezar una familia. Y eso era lo que más deseaba ella. Una familia… Estiró los hombros para desentumecerlos un poco. Bascombe maulló y asomó la cabeza entre los dos asientos delanteros. Se preguntaba si sabía que volvían a casa. Había nacido en la isla de Balboa y había pasado sus dos primeros años allí. Por fin estaban al sur de Los Ángeles, dirigiéndose hacia Newport y la playa. Ya eran más de la una de la madrugada y estaba cansada.
Solo había parado en King City para repostar. Bostezó con tanta fuerza que la mandíbula le hizo un ruido extraño.
–Ya casi hemos llegado –le dijo a Baz.
Pero en cuanto dijo las palabras, el estómago se le agarrotó. Un aluvión de recuerdos caía sobre ella. En otra época había soñado con formar una familia y hacer un hogar de la casa de su abuela… Sueños locos. Ya no iba a poder hacerlo. Ya no.
–No sigas por ese camino –se dijo a sí misma.
Porque cada vez que lo hacía, pensaba en Joe Jonas. Se enfadaba,
empezaba a atormentarse… Y no quería dar media vuelta. Durante más de dos años no había hecho más que eso, mantenerse lejos de él. Pero esa vez no podía huir, porque la abuela la necesitaba. Tenía que tragarse el orgullo y comportarse como la mujer adulta que era. Ya era hora de olvidar a aquella chiquilla alocada que tenía la cabeza en las nubes, o en las letras de las canciones que solo le
habían causado dolor. Decidida, subió el volumen de la radio y sintonizó una emisora de heavy metal. Baz protestó.
–Lo siento –lo necesitaba desesperadamente, para no oír sus propios pensamientos.
Normalmente, cuando iba a visitar a su abuela, procuraba llegar cuando él no estuviera en la casa, o mejor aún, cuando no estaba en el país. Pero esa vez no iba a tener tanta suerte. Cuando la abuela la había llamado le había dicho que Yiannis la había llevado al hospital. Se había portado muy bien con ella, como siempre… Solo tenía palabras bonitas para él.
«Ha sido muy amable conmigo… Se está ocupando de todo hasta que llegues…», le había dicho. No había llegado a decirle a qué se refería con «todo», no obstante.
«Pero sé que le ayudarás cuando llegues», había añadido su abuela con  confianza.
Esas palabras le habían puesto los pelos de punta. ¿Ayudar a Joe? Era muy poco probable. Lo que hubiera que hacer lo haría ella. Llegaría, se ocuparía de todo y ya no tendría que volver a verle. Ese era el mejor plan para ella, y para él. No la querría cerca, haciéndose ideas raras como la última vez. Demi sintió un
escozor en las mejillas.
–Le dije que le ayudarías –le había dicho la abuela con firmeza al ver que ella no contestaba.
Pero Demi no iba a decirle lo que estaba pensando. No era la clase de cosa que se le decía a una anciana de ochenta y cinco años a la que estaban a punto de operar.
–¿Es que no podía quedarse hasta que te instalaras en el hospital? –le preguntó.
A Joe no le iba mucho el compromiso. Ni siquiera para dos horas
solamente.
–Acaba de llegar de Malasia. Está exhausto. Necesita descansar.
La abuela siempre pensaba lo mejor de él.
Demi soltó el aliento con fuerza. Sabía que Joe trabajaba, pero también sabía que jugaba… mucho. Normalmente siempre que le veía estaba «jugando», ligando con mujeres, adulándolas, poniéndoles crema solar en la espalda, besándolas, haciendo que se enamoraran de él. Y después iba a por la siguiente. Agarró con más fuerza el volante. «Pobre Joe…», pensó, molesta. Sí. Tenía que estar exhausto. Pero, si estaba en la cama en ese momento, casi seguro que no estaba durmiendo.
Cuando por fin llegó a la isla, las calles estaban desiertas. Incluso los bares estaban cerrados. Normalmente le llevaba un buen rato abrirse camino por las concurridas calles de Balboa para llegar a la casa de su abuela, pero ese día no.
En cuestión de minutos ya tenía el coche aparcado. Todas las luces de la casa de Joe estaban apagadas, pero por detrás, justo encima del garaje, había una luz encendida en el salón de la abuela. Por lo visto, el señor Savas la había dejado encendida para ella. Abrió la puerta del coche… Todo estaba tan silencioso que podía oír el ruido de las olas rompiendo contra la orilla. Bajó, estiró un poco sus
doloridos músculos y respiró el aire húmedo y salado. Moviendo un poco sus agarrotados hombros, abrió la puerta de atrás y sacó a los dos gatos. Pasando de largo por delante de la casa de Joe, atravesó el jardín y se dirigió hacia las escaleras que llevaban al apartamento del garaje. Abrió la puerta de la abuela y metió a los gatos dentro. Después fue a por el equipaje. Mientras lo subía por las escaleras, trató de imaginarse cómo iba su abuela a subirlas de nuevo alguna vez.
Otra cosa en la que no quería pensar… Finalmente llegó al pequeño porche, abrió la puerta de par en par y metió las maletas dentro. Los gatos fueron hacia ella y se le enredaron entre los tobillos, maullando y ronroneando.
–Comida –dijo ella, captando el mensaje. Sacó una lata y un cuenco de una de las maletas y les preparó un aperitivo.
Mientras los animales comían, llenó el pequeño contenedor de basura que la abuela guardaba para los gatitos. Cuando terminó, Hux y Baz habían vuelto, pidiendo más comida.
–Mañana –les dijo con firmeza–. Ahora id a dormir un poquito.
Los mininos ronronearon un poco más, pero ella los ignoró por completo. Estaba demasiado cansada para pensar. Tenía un pitido en la cabeza, los ojos inflamados. Por lo menos esa noche, con la abuela en el hospital, no tendría que dormir en el sofá. Fue al cuarto de baño y se quitó la ropa, quedándose en camiseta y braguitas. Se lavó los dientes, se miró en el espejo… Tenía los ojos inyectados en sangre. Y entonces, bostezando, incapaz de mantener los ojos
abiertos por más tiempo, abrió la puerta del dormitorio, encendió la luz…
Y se paró en seco.
Joe… y el bebé… estaban dormidos en la cama de la abuela.


4 comentarios:

  1. wow por que la dejas ahiii
    me encantoooo
    quiero saber que pasaaaa....

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  2. wow ya se va encontrar Joe y Demi que dirá Joe cuando la vea sigueeeeeeeeeeeeeeeeeeeeela

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  3. aaaaaaaaaaaaaaaa como la djas ahi siguelaaaaaaaaaaaa

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  4. ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh
    haahahaa
    apenas voy por aquíiiiiiiii
    mueroo
    muero
    hahah
    nonono no muero
    sigo leyendo
    me tengo que poner al dia

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