domingo, 2 de septiembre de 2012

The Ex-Boyfriend Of His Sister cap.21




Poco después se levantaron y entraron al baño, donde se lavaron el uno al otro con el agua ya fría.
Terminaron otra vez en el dormitorio de Demi, y esta vez, Joe la colocó sobre él, diciéndole que sabía que iba a gustarle.
Y así fue. Se colocó sobre él con cuidado, pero enseguida comenzó a moverse sobre él, y así continuaron durante un buen rato.
Demi saboreaba cada instante, cada roce, cada olor, cada sonido. Al mismo tiempo que lo disfrutaba con su cuerpo, lo almacenaba en su corazón. La tormenta seguía afuera y en la otra habitación, dormía una niña perdida. Pero allí, en su dormitorio, había un placer sin fin, un arrebato interminable que seguía y seguía...
Al final, Demi sintió que el éxtasis se acercaba, partiendo del centro de sí misma y extendiéndose hacia la noche. En ese momento gritó, aferrándose a él. Joe gimió en respuesta y siguió moviéndose dentro de ella hasta que su clímax llegó.
Después, Demi cayó sobre su pecho con un suspiro y Joe la rodeó con sus brazos.
El sueño les sobrevino mientras Joe le acariciaba lentamente la espalda.
A la mañana siguiente seguía nevando. La línea telefónica y la electricidad seguían cortadas. La niña estaba inquieta y parecía incómoda, sin duda por la comida que estaba tomando. Por turnos la tuvieron en brazos para calmarla.
A las dos de la tarde, acabaron con el último pañal. A partir de ese momento tuvieron que utilizar las toallas que Demi había reunido y los dos preciosos imperdibles que había encontrado en el costurero.
Joe estaba compartiendo con ella la tarea de los pañales, lo que Demi le agradecía, sobre todo porque también lavaba su ración de pañales, un trabajo largo y desagradable que tenían que hacer a mano, utilizando el agua que calentaban en la chimenea. Además, los improvisados pañales no se ajustaban demasiado bien, pero Joe inventó una especie de braga de plástico para colocar encima del pañal, que redujo al máximo los escapes.
En la planta de arriba colgaron una cuerda para tender, que llenaron con pañales, sábanas, toallas e incluso los pantalones de Joe, que resultaron empapados cuando tenía en brazos a la niña después de haberle quitado un pañal sucio y antes de volver a ponerle el limpio.
Cada vez que la nieve dejaba de caer y que la niña se quedaba dormida, salían con palas para intentar despejar la salida de la casa, pero la tormenta de la primera noche había servido de colchón a la nieve siguiente, lo que había el trabajo lento y penoso. Bajo la nieve fresca, las otras capas estaban heladas. Iban a necesitar un día de trabajo sin nieve para poder despejar la salida.
Pero su aislamiento no era todo duro. Ni mucho menos.
Encontraron tiempo para jugar al Scrabble; Demi era la mejor a la hora de encontrar palabras extrañas y de colocarlas en el mejor sitio, pero Joe era el mejor haciendo trampas. Después de que Demi le hubiera ganado al Scrabble, eligieron libros de la biblioteca de Demi y se fueron a la cama para leer, tumbados el uno al lado del otro, compartiendo un silencio satisfecho a la luz de la lámpara de queroseno.
Y entre silencio y silencio, le parecía a Demi que hablaban sin fin, sobre todo y sobre nada. El único tema que evitaban, como si existiera un acuerdo tácito de no hablar de ello, era el futuro.
Y a medida que pasaba el tiempo, parecía que la niña iba aclimatándose, igual que ellos. Al tercer día, sábado, parecía perfectamente acostumbrada a la leche rebajada y al puré de frutas.
El mundo que habían creado para los tres se transformó en un lugar idílico, mágico, sin pasado ni futuro. Demi, durante los días que duró la tormenta, tuvo la sensación de que sólo existía el presente. Cuidar del bebé, cuidar de ellos... y hacer el amor.
Aunque Joe y ella atendían a la niña, despejaban la salida de la casa, jugaban al Scrabble, leían y charlaban todo el tiempo, Demi tenía la sensación de que lo que más hacían era hacer el amor.
A Joe le encantaba hacerlo, y a ella había llegado a gustarle tanto como a él.
Descubrió que Joe podía ser muy imaginativo. Una vez hicieron el amor en la mecedora de su abuela, Joe sentado en ella y Demi sobre su regazo, y le hizo un comentario que tanto la hizo reír que se despertó la niña.
El sábado, durante una de sus poco efectivas expediciones afuera para intentar despejar la salida, Joe se acercó a ella por la espalda y le metió un puñado de nieve dentro de los pantalones. Demi lanzó un grito, tiró la pala y cogió un puñado de nieve.
Joe la miró con los ojos brillándole.
-No te atreverás.
Ella avanzó.
-Tú te has atrevido.
-Eso es distinto.
-De eso nada.
Rápida como un rayo, tiró de la cinturilla de sus pantalones y le metió la nieve dentro, pero desgraciadamente los vaqueros le quedaban ajustados y la mano con el guante se le quedó atascada dentro.
Joe se echó a reír, y la tiró al suelo.
-Ya te tengo -dijo, con voz de villano de melodrama.
Ella intentó quitárselo de encima.
-Bájate, Joe.
Entonces fingió sentirse herido.
-Di que no pretendías decir eso.
-Joe, que hace mucho frío aquí fuera.
-Pues déjame calentarte.
Demi consiguió sacar la mano de sus pantalones, pero el guante se le quedó dentro.
-Ah, no -le dijo, al mirarlo a los ojos y adivinar lo que estaba pensando-. Aquí en medio, no.
Joe decidió usar la poesía... y bajarle la cremallera de los pantalones.
-La nieve será nuestro lecho.
-¿Y por qué no puede ser la cama nuestro lecho?
Anda, por favor.
-Me encanta cuando me lo ruegas.
Joe se quitó el guante de los pantalones y lo tiró a un lado, y con los dientes se quitó el suyo y deslizó la mano por debajo de toda la ropa y del sujetador para acariciarle un pecho.
Demi se estremeció primero... y después suspiró. Joe se echó a reír y guió la mano de Demi sobre sus pantalones.
Sentirlo así, contra la palma de su mano, excitado por completo bajo la mancha de humedad que había dejado la nieve, le hizo olvidar que estaba helada y que la nieve estaba empezando a caer de nuevo.
-Demi... -gimió él contra sus labios.
Entre los dos, se bajaron lo suficiente la ropa como para poder unirse, y cuando Demi le vio sacar un preservativo del bolsillo, intentó mirarle muy seria.
-Lo habías planeado. Joe se lo colocó.
-Sí. Soy culpable. Castígame.
Pero lo único que pudo hacer fue gemir y suspirar cuando volvió a penetrarla.
-Dilo otra vez -murmuró él.
Y así lo hizo, varias veces además. Era tan maravilloso tenerlo dentro de ella... Joe comenzó a moverse, y ella con él, allí, en la cama de nieve, a las puertas de su casa.
Cuando el clímax llegó, Demi abrió los ojos. El cielo era un torbellino blanco, y los copos de nieve le caían en la cara, primero secos, luego fríos y húmedos cuando el calor de su cuerpo los derretía. Entonces gritó, apretándose aún más contra él, y Joe siguió moviéndose sobre ella, cada vez más fuerte, hasta que su propio éxtasis llegó.
Varios minutos más tarde, se levantaron, dejaron las palas en el porche y entraron en la casa. La niña se había despertado y movía los brazos hacia el techo, riendo y palmoteando. La luz seguía cortada y cuando Joe intentó utilizar el teléfono, tal y como venían haciendo cada cierto tiempo, lo encontró sin línea, tal y como llevaba desde el jueves por la tarde.
Prepararon la cena y después le dieron de comer a la niña. Luego vino el tiempo de hacer la colada, y cuando la niña volvió a dormirse, leyeron un rato y volvieron a hacer el amor.
A las tres de la mañana, la niña volvió a despertarse. Los dos se levantaron juntos, la cambiaron y le dieron de comer.
-Escucha -susurró Joe cuando la niña volvía a quedarse dormida en sus brazos.
-¿Qué?
-No hay ruido fuera -dijo, y dejó a la niña en la cuna.
Se vistieron rápidamente y salieron de nuevo al camino, dónde otros seis centímetros de nueve habían caído desde aquella misma tarde. En lo alto, las estrellas eran como minúsculos puntitos de hielo, lejos en la oscuridad del cielo.
-Ha aclarado -dijo Demi-. Puede que sea éste.
-¿El qué?
Su voz sonó áspera.
-El día que salgamos.
Joe tiró de ella y la abrazó, y sin decir nada, la besó en los labios con tal dulzura que Demi sintió una tremenda tristeza cuando el beso terminó.
-Joe... -susurró, rodeándole con los brazos el el cuello.
-¿Qué?
-Hazlo otra vez.
-Encantado.
Y volvió a besarla una vez más, antes de volver a entrar en la casa y hacer de nuevo el amor con un hambre fiera y devastadora que la dejó, al final, marcada por él, suya de una forma que ella ni siquiera había sospechado que existiese.



1 comentario:

  1. woooo pero son ninfomanos o que onda jajjaja mentira sme encantan estos pervertidos jaja

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