domingo, 23 de septiembre de 2012

Miley's Little Secret cap.30





Cuando Nick y Jerry volvieron de Disneylandia una semana y un
día después de que Miley se marchara a San Antonio, se encontraron con que el pueblo era un hervidero de comentarios.
Al fin se había corrido la voz de que Nick Miller era el padre del hijo de Miley Ray Cyrus y en Prime Cut, la peluquería de Demi, no se hablaba de otra cosa.
Emmie Lusk estaba sorprendida.
—Por eso se llevó al niño al rancho…
Betty Stoops chasqueó la lengua.
—Tantos años y no lo sabíamos —comentó con desaprobación.
Emmie movió la cabeza.
—Y ahora creo que ella ha vuelto a San Antonio y ha dejado al niño con Nick —suspiró—. Ese Nick es guapísimo, lo admito. ¿Pero que sabe él de cuidar niños?
—Bueno —le recordó Betty—. El chico es su hijo…
Hubo murmullos de asentimiento.
Donetta Brewer, sentada en la silla de Demi, miró a ésta por el
espejo; pero la esposa de Joe se limitó a sonreír y no dijo nada.
—Volverá —decretó Donetta—. Miley volverá. Y si no, al tiempo.
Nick quería que Miley volviera.
La quería con él, a su lado, en el día a día. Quería que llevara su anillo y quería darle su apellido.
La quería en su cama todas las noches, quería el sabor de su boca y
los grititos de placer que emitía cuando le hacía el amor. Quería mirar a través de la mesa y encontrarse con sus ojos azules y su boca sonriente.
Y quería también su firmeza con Jerry. En cuanto se quedó a solas
con él, se le hizo evidente que alguien tenía que negarle algo de vez en cuando y ahora eso le tocaba a él. Y procuraba negarle al menos tantas cosas como le daba.
Jerry parecía tomárselo bien. En cierto sentido, parecía más feliz y
relajado ahora que comprendía que su padre era el jefe.
Aun así, había sido más divertido inundarlo de regalos, prometerle la luna y ver cómo se iluminaban sus ojos cuando lo veía llegar a casa del trabajo con un juguete caro.
Oh, sí. Nick echaba mucho de menos a Miley.
Pero para hacer que volviera con él tenía que perdonarla. Y no lo
conseguía.
Un par de veces había pensado en llamarla y fingirlo; decirle que la
quería y que la había perdonado.
Pero habría sido mentira y ella habría acabado por descubrirlo. No
había perdonado los años que le había privado de su hijo y no creía que los perdonara nunca. Siempre que miraba a Jerry, sentía un vacío por los años perdidos, los años que él no había estado a su lado… por culpa de ella.
La quería, sí. Eso no podía evitarlo. Pero había mucha rabia en su
modo de amarla y mucha amargura en su anhelo por ella.
La semana transcurría lentamente.Tish cuidaba de Jerry de lunes a
viernes. Era amable con Nick, lo invitaba a entrar y le ofrecía café o un refresco, pero él siempre rehusaba con educación.
Lo peor eran las noches. Cuando Jerry se acostaba, Nick se
quedaba solo y entonces la echaba de menos y deseaba llamarla y exigirle que volviera con él.
El viernes por la noche tomó un whisky con su hermano en el estudio de éste, lo cual resultó ser un gran error.
—Pensaba que querías casarte con esa mujer —dijo Joe en cuanto
terminó de servir la bebida—. ¿Qué salió mal?
Para entonces, Nick se sentía lo bastante desgraciado para
contárselo todo a su hermano… que no podía perdonarla por lo que había hecho, que le había propuesto matrimonio y ella lo había rechazado, que ella tenía la ridícula idea de que no podrían ser felices hasta que él superara su resentimiento hacia ella.
—Mira atrás, hermanito —le dijo Joe cuando terminó —. Cuando te fuiste de este pueblo estabas deseando largarte. ¿Y ahora dices que te hubieras quedado por Miley… si te hubiera dicho la verdad? De acuerdo, puede que sí. Y en dos meses habrías sido desgraciado. Estabas decidido a largarte y ver el mundo fuera de Texas. Y no habrías tardado en sentirte furioso con ella por retenerte aquí.
Nick intentó hacer vez la luz a su hermano.
—No se trata tanto de que no me lo dijera al principio, pero cuando
tuvo a mi hijo y no hizo ningún esfuerzo por…
Joe no le dejó terminar.
—Está bien. Supón que ella se hubiera esforzado más por localizarte. ¿Qué habría pasado?
Nick se enderezó en su sillón.
—Habría vuelto a casa.
—¿Sí? Sí, claro que sí; sé que habrías vuelto y habrías cumplido con tu deber aunque entonces no estuvieras preparado para una esposa joven y montañas de pañales. ¿Cuánto tiempo crees que habría durado ese matrimonio?
—Yo habría…
Joe volvió a interrumpirlo.
—No, hermanito. Las cosas son como son. Y si miras al pasado con
sinceridad, verás que te habrías enfurecido de igual modo con ella por cargarte con una familia para la que no estabas preparado.
—¡Maldita sea! Yo…
—No he terminado. ¿Se puede saber qué te pasa?
—Eso era entonces y lo que tiene que preocuparte es el ahora —Joe movió la cabeza—. Yo pensaba que eras más listo; pensaba que sabías que un hombre no debe nunca decir no al amor de la mujer idónea. ¿Quieres un consejo?
Nick dejó su vaso en la mesa y se levantó.
—No.
—Pues te lo voy a dar igual.
—Buenas noches, Joe.
—Vete a San Antonio —le gritó éste cuando ya salía por la puerta—. Dile a esa mujer que la quieres y suplícale que vuelva contigo.
¿Y él había intentado hablar con Joe? Nick no volvería a cometer
ese error en el futuro inmediato.
Pero no podía olvidar las cosas que le había dicho su hermano. ¿Y si tenía razón? ¿Y si en todo aquello había bastante más de lo que él veía?
Cuando se marchó del pueblo para ver mundo, sentía cierta tristeza
por haber perdido a la mujer que deseaba, pero también huía de su
mezquino abuelo y del pueblo que lo llamaba bastardo a sus espaldas.
El sábado después de comer fue a su estudio y siguió pensando en lo que le había dicho su hermano.
Llevaba unos veinte minutos mirando sin ver la pantalla del
ordenador cuando Jerry apareció en la puerta con el casco de la bici en la mano.
—Voy a salir un rato a montar en bici, papá.
Nick asintió con la cabeza.
—Que te diviertas.
—Lo intentaré.
Jerry se marchó y Nick siguió pensando en las palabras de su
hermano. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, recordando el pasado, cuando sonó el teléfono.
—¿Diga?
—¡Oh, Dios mío! —dijo una voz de mujer que no reconoció—. ¡Oh, señor Miller…!
—¿Quién habla?
—Aileen Martino.
—Lo siento. El nombre no me suena.
—Vivo en el pueblo, pero eso no importa. Señor Miller, estoy en la
carretera estatal, donde empieza el camino que va a su casa. Su hijo está aquí conmigo. He pedido una ambulancia.
Nick sintió que el suelo se hundía bajo sus pies.
—Una ambulancia… —repitió como un estúpido.
—Sí. Oh, lo siento mucho, señor Miller. Ha habido un accidente.

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