Escribió una nota a toda prisa y la dejó sobre la mesa de la cocina. Agarró al bebé y regresó al garaje. Al ver a Maggie, Harry empezó a botar contra la cadera de Joe, sonrió y chocó las palmas de las manos. La anciana le devolvió el saludo con una sonrisa.
–Eres un hombre como pocos –le dijo a Joe al tiempo que este ponía al niño en la sillita y trataba de averiguar cómo ponerle el cinturón de seguridad. El hospital más cercano estaba a unos pocos kilómetros más adelante, cerca de la costa. Él nunca había estado, pero Maggie lo conocía bien.
–Allí murió Walter.
–Tú no te vas a morir –le dijo Joe con firmeza.
–Hoy no –Maggie se rio.
–No hasta dentro de mucho tiempo –dijo Joe, pensando que no lo iba a permitir.
No dijo nada más. Subió al coche y la llevó al hospital lo más rápido
posible. Cuando llegaron, se dirigió hacia la zona de urgencias y fue a buscar una silla de ruedas. Una enfermera y un camillero le ayudaron de inmediato.
Acomodaron a Maggie en la silla y entraron en el edificio con ella.
–Puede hacer el papeleo después de aparcar –le dijo la enfermera.
–No voy… –empezó a decir, pero la enfermera y el camillero ya habían desaparecido, dejándole solo. Con Harry. El niño estaba dando botes en su sillita y haciendo ruidos de alegría. Cuando Joe se agachó a su lado, incluso sonrió.
–Vamos –le dijo, intentando devolverle la sonrisa–. Vamos a aparcar – añadió, subiendo al vehículo.
Unos minutos más tarde, entró en urgencias con el bebé en brazos, pero Maggie no estaba por ninguna parte.
–La han llevado a rayos X –le dijo la señorita del mostrador de admisión–. Pero qué ricura –añadió, mirando a Harry–. ¿Cuánto tiempo tiene?
–No lo sé.
La empleada alzó las cejas, sorprendida.
–No es mi hijo.
–Ah, bueno. Qué pena –le dijo.
Joe no era de la misma opinión, pero no se molestó en decirlo.
–Volverán pronto. Ella ha hecho todo el papeleo, así que ya está –le dijo la recepcionista–. Puede esperar aquí –señaló una sala de espera que estaba bastante concurrida. Alguien estaba tosiendo y otra persona estaba sangrando–. O en la habitación.
Harry se estaba alborotando. Encerrarle en un sitio no era buena idea.
–Iremos a dar un paseo –le dio su número de teléfono–. Llámeme cuando salga, por favor.
Mientras tanto, aprovecharía para hacer unas cuantas llamadas. Había estado fuera del país, buscando proveedores de madera. Se había mantenido al día con el correo electrónico, pero tenía más de doce llamadas que devolver.
Empezó a escuchar los mensajes e hizo las llamadas una por una, mientras dejaba jugar a Harry en la hierba. Iba por la quinta llamada cuando le llamó la recepcionista.
–La señora Newell acaba de salir de rayos.
Joe tomó a Harry en brazos y volvió a la sala de urgencias.
–Habitación tres –le dijo la empleada.
Le dio las gracias y se dirigió hacia allí rápidamente. La estancia era igual que cualquier otra habitación del área de urgencias. Había un montón de máquinas que hacían ruidos alrededor de la cama sobre la que descansaba Maggie.
–Vuelvo enseguida –le dijo una enfermera, dándole una palmadita en el hombro–. Tengo que preparar unas cosas.
–Gracias –le dijo Maggie.
La anciana estaba muy cambiada. No se parecía en nada a la Maggie de siempre, llena de energía, dinámica, coqueta. La Maggie que tenía delante llevaba una bata de hospital.
Yiannis levantó las cejas. Maggie hizo una mueca. Estaba pálida y parecía muy cansada. Al ver a Joe, con Harry sobre los hombros, logró sonreír.
–¿Te duele? –le preguntó, intentando devolverle la sonrisa.
–Un poco –dijo ella.
–Te curarán –le aseguró Joe–. Te pondrás bien enseguida. Pronto
estarás lista para correr esa maratón de la que siempre hablas.
–Eso me dicen. Bueno, no lo de la maratón, sino lo otro –añadió. Pero no sonaba muy contenta al respecto.
Joe esbozó una sonrisa de oreja a oreja, esperando animarla un poco.
–Bueno, entonces medio maratón. Te pondrás bien.
–También me dijeron eso.
No era propio de Maggie no ver el lado positivo de las cosas.
Joe la miró atentamente.
–Bueno, entonces…
–Se ha roto.
Joe parpadeó.
–¿Qué se ha roto?
–Mi cadera –le dijo la anciana, resignada–. Me van a operar.
–¿Operar?
Harry le dio un golpecito en la oreja. La enfermera volvió en ese momento.
–Todo está listo –le dijo a Maggie–. Tienen una habitación para usted en el pabellón de cirugía. Vamos a cambiarla ahora mismo. He hablado con la enfermera del doctor Singh. La operará mañana a las nueve.
Mientras hablaba, empezó a desconectar a Maggie de los monitores. Solo dejó la vía que estaba conectada al dorso de su mano. Cuando hubo terminado, se asomó por la puerta y llamó a uno de los celadores para que fueran a ayudarla.
Y entonces se volvió hacia Joe.
–Lo siento, pero me temo que no puede venir con ella. Desde que tuvimos el brote de gripe el pasado invierno, no se permiten niños de menos de catorce años en el pabellón.
–No es mío.
–Pero está con usted.
–Pero…
–Si puede dárselo a alguien… –sugirió la enfermera.
Joe sacudió la cabeza.
La enfermera se encogió de hombros y le ofreció una sonrisa.
–Lo siento. Son las reglas. Váyase a casa. Llámela dentro de media hora. Para entonces ya la habremos acomodado. O ella le puede llamar a usted. No se preocupe. Cuidaremos bien de ella.
–Sí, pero…
En ese momento entró el celador y la enfermera le dejó con la palabra en la boca. Desapareció y le dejó con Harry en los brazos, observando al celador mientras metía la ropa de Maggie en una bolsa para después meterla en la parte de debajo de la camilla. En cuestión de segundos, se la llevaría pasillo abajo y le dejaría allí, solo, con Harry, de nuevo.
–¿Maggie? –dijo, dándose cuenta de repente.
–Lo sé –dijo la anciana con tristeza–. ¿Qué vamos a hacer?
–Creo que tú no vas a hacer nada –dijo Joe con contundencia.
–Debía haberme dado cuenta –Maggie le miró con ojos culpables.
–No hubieras tenido forma de saberlo –le aseguró Joe–. No te
preocupes. Todo irá bien –podía ocuparse del niño durante un par de horas.
Maggie no parecía tan segura.
–¿Listos? –le preguntó el celador a Maggie, enganchando la vía móvil a la camilla con ruedas y empujándola hacia la puerta.
–¿Puedes arreglártelas hasta esta noche? –preguntó Maggie por encima del hombro.
–¿Esta noche?
¿Misty no volvía hasta por la noche? Joe trató de no sonar molesto,
pero lo estaba. No por Maggie, sino porque era típico de Misty abusar así de la gente. Siempre hacía algo y luego esperaba que el mundo, y Maggie en concreto, le siguiera el ritmo. Pero esa vez se había pasado de la raya. Se había ido y había dejado a su bebé con una anciana de ochenta y cinco años. Probablemente ni se
le había ocurrido pensar en la posibilidad de que a Maggie pudiera pasarle algo.
Joe corrió detrás de la camilla.
–No te preocupes –le dijo a Maggie, alcanzándola. Harry rebotaba contra sus hombros, agarrándose de su pelo–. Por ti, cariño, me las apañaré –le ofreció su mejor sonrisa y le guiñó un ojo–. De verdad. Estaré bien. Pero… Mejor será que me des su número de móvil por si acaso.
Por lo menos tenía que llamarla y contarle lo de Maggie.
–Me puso su número en el cuenco con forma de gallo que está en la cocina –le dijo Maggie cuando se detuvieron junto al ascensor.
El celador apretó un botón.
–Ya no puede pasar de aquí –le dijo a Joe cuando la puerta se abrió.
–No te preocupes –le dijo Yiannis a Maggie. Le apretó la mano un
momento–. Nos apañaremos bien, ¿verdad, Harry? –le tiró del pie al pequeño.
Harry se rio.
–¿A qué hora vuelve ella?
–… quince.
–¿A las siete y quince? –Joe no la había oído bien.
–El quince –Maggie sacudió la cabeza.
–¿Qué? –Joe se le quedó mirando, perplejo.
–De marzo –dijo Maggie, suspirando.
Las puertas del ascensor empezaron a cerrarse. Joe metió el pie entre ellas.
–¡Faltan dos semanas!
–Espera haber podido resolverlo todo para entonces y cuando él vuelva se van a casar. En realidad, creo que espera casarse allí –Maggie logró parecer esperanzada ante esa posibilidad.
–¿Dónde?
–En Alemania.
Esa vez, cuando Harry le dio un golpecito en la oreja, ni se enteró.
–¿Alemania?
–Por favor, baje la voz –le dijo el celador.
–No me digas que Misty está en Alemania.
Maggie se encogió de hombros.
–Sí. Bueno, primero se fue a Londres, pero después fue Alemania, sí. Devin tiene un permiso de dos semanas.
–¿Y no quería ver a su hijo?
–Eh, creo que no sabe nada de lo de Harry.
–¡Por Dios!
–¡Señor!
–Lo siento mucho, cariño –le dijo Maggie, disculpándose.
Joe respiró hondo.
–No tiene importancia –le dijo, mintiendo, porque al fin y al cabo no era culpa de Maggie–. La llamaré. Haré que vuelva.
–No es necesario. Ya me he ocupado de eso.
–No vas a estar solo –añadió, sonriendo–. Demi está en camino.
Joe puso los ojos en blanco. Justo cuando creía que las cosas ya no
podían empeorar más… Abrió la boca para protestar justo en el momento en que las puertas del ascensor empezaron a cerrarse de nuevo.
–Estará encantada de verte –le prometió Maggie justo antes de que se cerraran del todo.
¿Encantada de verle? Probablemente sería lo contrario. Demetria Lovato era al mujer más sexy que jamás había conocido. Era la nieta de verdad de Maggie, la nieta responsable… Y no podía verlo ni en pintura.
me encanta ademas es obvio que demi es sexy osea jajaja XD
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