Ya en el
suntuoso restaurante Boondocks, Demi y Joe se sentaron en una mesa circular
junto a Kevin Lambert y a su esposa Danielle.
De camino a la
parada del autobús, Demi había aprovechado para llamar a Miley. Menos mal que
había tenido suficiente sentido común como para no besar a Joe Jonas en mitad
del pasillo. Pero había estado tan cerca, tan cerca…
Era una tonta
sin remedio. Desesperada, había buscado algo de cordura en los sabios consejos
de su amiga, y ésta, como siempre, la había hecho bajar de la
nube a golpe de
palabra.
–¿No nos
conocemos? –le preguntó Kevin a Demi al tiempo que le estrechaba la mano.
–Nos conocimos
una vez –le dijo ella–. Hace tres años, en la conferencia del gremio de
arquitectos. Yo fui una de los cientos de personas que asistieron al evento.
–Entonces debió
de ser allí. Recuerdo muy bien los rostros –Kevin sonrió.
Demi sólo
esperaba que no recordara también su vergonzoso despido de Hutton Quinn.
–¿Alguien más
está interesado en el Esme Cabernet del 97? –preguntó Danielle, leyendo la
carta de vinos.
Demi se sintió
aliviada al ver que cambiaban de tema.
–Es uno de sus
favoritos –le explicó Kevin, mirando a su esposa y sonriendo con benevolencia–.
Estoy seguro de que no os decepcionará.
Joe miró a Demi,
esperando ver su reacción. Ella asintió con
ecuanimidad,
orgullosa de mantener a raya sus desbocadas emociones. Sólo se trataba de una
cena de negocios; nada más.
–Me encantaría
probarlo –le dijo a Danielle.
Mientras Kevin
pedía el vino, Demi reparó en una pareja que en ese momento entraba en el
restaurante. Se dirigían hacia la escalera de caracol y, a pesar de la
distancia, eran inconfundibles. Nick y Miley. Se incorporó un poco
para verlos
mejor mientras subían las escaleras. ¿Qué podían estar haciendo allí?
Miley estaba
roja como un tomate, furiosa.
–¿Qué…? –antes
de decir una palabrota Demi cerró la boca.
Confuso, Demi se
volvió hacia ella y entonces siguió la dirección de su mirada.
Miley y Nick
habían llegado a lo alto de las escaleras e iban directos hacia su mesa. Al
verlos acercarse con tanta decisión, se puso en pie de un tirón.
La cara de Miley
no pasaba desapercibida.
El camarero se
marchó con el pedido al tiempo que Miley y Nick se detenían ante ellos. Al ver
a Kevin y a Danielle, el rostro de Miley se suavizó de inmediato.
–Siento mucho
interrumpir –dijo, sonriéndole a Demi y mostrando con toda intención el maletín
que llevaba en las manos. Era de color burdeos. El suyo.
¿Qué estaba
haciendo Demi con su maletín en mitad del restaurante?
–Sólo queríamos
pasar a saludaros –dijo Miley, prosiguiendo en un tono forzadamente jovial–. Me
encontré con Nick en el aparcamiento.
Demi vio que Joe
se ponía tenso como una cuerda. Nick se había ruborizado.
¿Nick? ¿El
aparcamiento? ¿Su maletín?
–Vamos a pedir
una mesa –anunció Miley, dándole a Demi un ligero apretón en el hombro–. Que
disfruten de la cena. Quizá podamos hablar más tarde, ¿verdad? –agarró a Nick del
brazo con fuerza.
Demi no pudo
evitarlo. Se volvió hacia Joe y le miró boquiabierta. Su maletín estaba en el
maletero del coche. ¿Cómo es que había terminado en manos de Miley? ¿Y qué
tenía que ver Nick con todo aquello? El rostro de Joe
permaneció
impasible.
–Hablamos luego –dijo
él, mirando a Nick.
Miley se dirigió
a Kevin y a Danielle.
–Siento mucho
haberles interrumpido. Disfruten de la velada –dijo. Le lanzó una mirada
funesta a Demi y se llevó a Nick de allí.
Demi quiso ir
tras ellos, pero antes de que pudiera levantarse de la silla, sintió la mano de
Joe en el muslo, agarrándola con fuerza y manteniéndola en el sitio.
Un cosquilleo
eléctrico la recorrió por dentro.
–Ése era Nick
Miller –dijo Joe, dirigiéndose a Kevin y a Danielle–. De Astral Air.
Demi bajó la
mano con disimulo y trató de soltarse, pero él era más fuerte.
–Conozco a su
padre –dijo Kevin.
Si había notado
algo raro, su expresión no lo delataba. Era demasiado profesional para eso.
–Nick y yo
crecimos juntos –dijo Joe, llenando el silencio mientras Demi trataba de
soltarse.
–Ah, aquí está
el vino –anunció Danielle al ver regresar el camarero.
En cuanto Kevin
y Danielle se distrajeron un instante observando cómo
descorchaban la
botella, Joe se inclinó hacia Demi.
–Quédate quieta –le
susurró al oído.
–¿Qué has hecho?
–Ya hablaremos
luego.
–Más te vale.
–Deja de
moverte.
–Suéltame –dijo
ella con contundencia y disimulo.
–No hasta que me
prometas que te estarás quieta.
–La primera vez
que probamos este vino fue en Marsella –dijo Kevin, levantando su copa para
brindar.
Demi retomó el
hilo de la conversación de inmediato. Sin embargo, era difícil no mover las
piernas bajo el firme agarre de Joe. Su mano era caliente y seca, algo dura e
imposible de ignorar. Ese día no llevaba medias y el tacto de su
mano sobre la
piel desnuda se hacía deliciosamente insoportable. Su dedo meñique casi le
llegaba a la entrepierna y una nueva sensación la sacudía de pies
a cabeza.
Kevin asintió
con la cabeza, demostrando su satisfacción con el vino, y el
camarero les
llenó las copas.
–Ha sido un
placer conocerte, Demi –dijo Kevin, levantando su copa–. Y enhorabuena por tu
contrato con Jonas Transportation. Es un edificio importante.
–Somos muy
afortunados de tenerla –dijo Joe con educación.
Demi les dio las
gracias a los dos y chocó su copa contra la de todos, evitando en todo momento
el contacto visual con Joe. Bebió un sorbo de vino y se dejó envolver por el
exquisito sabor del caldo. Estaba delicioso y además la
ayudaba a
relajarse un poco en una situación tan tensa.
Otro camarero les
llevó las cartas de comidas y las repartió por toda la mesa. Joe agarró la suya
con una mano, sin soltar a Demi ni un momento. Ella, por su parte, abrió la
carta y trató de concentrarse en los diferentes manjares
descritos en él,
pero era inútil. Las letras se hacían borrosas una y otra vez. ¿Él había movido
la mano? ¿La había subido un poco más?
Poco a poco, muy
lentamente, las puntas de sus dedos trepaban a lo largo del muslo de Demi,
adentrándose cada vez más entre sus piernas. Ella contrajo los músculos de
forma automática. Tenía la piel ardiendo y su respiración se hacía cada vez más
entrecortada.
–¿Empezamos con
la crema de calabaza? –le preguntó él de repente, casi susurrándoselo al oído
en un tono casual.
Ella abrió la
boca, pero no fue capaz de articular palabra. Sus manos agarraban con fuerza la
carta forrada en cuero.
–¿La ensalada de
rúcula?
Demi no daba
crédito. ¿Cómo podía estar allí sentado y fingir que no pasaba nada?
–Creo que tomaré
el atún –dijo Danielle.
Tanto ella como
su marido miraron a Demi con una expresión interrogante.
Joe deslizó la
mano aún más arriba, y ella estuvo a punto de gemir.
–¿Demi? –le
dijo.
–Rúcula –atinó a
decir ella finalmente.
–El risotto está
delicioso –dijo Danielle, intentando ayudarla a decidirse.
Demi trató de
sonreír, pero el gesto no le quedó muy natural. En realidad estaba apretando
los dientes para aguantar la ofensiva sexual de Joe.
Balanceando la
pesada carta contra la mesa, la sujetó con una sola mano y bajó la otra hasta
ponerla sobre la de él.
–Para –le
susurró con disimulo–. Por favor –añadió, desesperada.
Él se detuvo,
pero entonces volvió la mano y agarró la de ella para acariciarle la palma.
Una nueva ola de
deseo recorrió a Demi por dentro. Podía apartarse de él en cualquier momento,
pero no quería. Quería disfrutar de esa sensación, sentir la descarga de
adrenalina que la tenía en un puño…
–El salmón –dijo
Joe con decisión, cerrando la carta y dejándola a un lado.
–La salsa de
eneldo es excelente –dijo Danielle, hablando por encima del borde de la carta.
–Por qué no
engorda sigue siendo un misterio para mí –dijo Kevin, acariciándola.
–Es que tengo un
buen metabolismo –dijo ella, defendiéndose.
–¿Y tú qué
quieres? –Joe se volvió hacia Demi, sin dejar de obrar su magia con las manos.
El doble sentido
reverberó en el aire.
Ella lo miró a
los ojos, sabiendo que era imposible ocultar el deseo.
–Risotto –consiguió
decir.
–¿Y de postre? –le
apretó más el muslo.
–Lo decidiré
luego.
Él esbozó una
lenta sonrisa de satisfacción. Sus ojos emitían destellos de victoria.
Y justo cuando Demi
estaba a punto de sucumbir sin remedio al hechizo de sus caricias, oyó la voz
de Miley, desde algún remoto rincón de su mente.
«¿No crees que
existe una posibilidad remota de que haya sido una
maniobra de
distracción?...».
Lo estaba
haciendo de nuevo. Y ella le estaba dejando, por voluntad propia.
En ese momento
la ola de humillación la golpeó como un jarro de agua fría y la lujuria se
convirtió en rabia.
–No quiero
postre –le dijo con firmeza, agarrándole la mano y quitándosela
de encima con un
movimiento rápido.
–Crème brûlée –dijo Daniel–. Eso es
lo que quiero.
Joe miró a Demi
un instante, y entonces decidió dejarlo por el momento.
Esa vez no iba a
funcionar. Por suerte, Danielle comenzó a hablar sobre un viaje a Grecia que
había hecho recientemente. Demi se dedicó a escucharla y trató de
responder a sus
preguntas con gracia e inteligencia.
Los platos se
sucedieron uno tras otro hasta llegar al postre, pero Joe no volvió a tocarla.
Cuando Danielle
y Kevin se marcharon por fin, su irritación se había convertido en auténtica
furia.
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