lunes, 30 de enero de 2012

LEGALLY MARRIED "JEMI" cap.10


Nick demostró su inconformidad apartándose del escritorio de Joe.
–No voy a robarte secretos corporativos.
Joe soltó el aliento bruscamente.
–Son mis secretos corporativos. No me los estás robando, porque son los míos –dijo Joe, en un tono de frustración.
–Ése es el estilo de los Jonas –dijo Nick con desprecio–. No el de los Miller.
–¿Por qué no te bajas de ese pedestal de una vez? Te doy las llaves de mi coche –ignorando las protestas de Nick, Joe empezó a trazar un plan.
–Para que pueda entrar en él –dispuesto a seguir dando guerra, Nick se cruzó de brazos.
–Para que puedas desbloquear el cierre. No tienes que entrar.
–¿Y robar el portátil de Demi?
–Su maletín, mejor –sugirió Joe–. Sospecho que el portátil tendrá una contraseña, así que fotocopia los diseños, los vuelves a poner en su sitio, y cierras el coche.
–Eso es robar, Joe. Es así de simple.
–Es hacer unas cuantas fotocopias, Nick. Incluso el pit bull de su abogada…
–Miley.
Joe tamborileó con los dedos sobre el escritorio.
–Incluso Miley  tendría que admitir que la propiedad intelectual generada por Demi mientras esté en la nómina de Harper pertenece a la empresa. Y la empresa es mía.
–Y de ella.
–¿De qué lado estás tú? –exasperado, Joe levantó los brazos.
–Esto no está bien.
Joe fulminó a su amigo con la mirada y trató de buscar un argumento para convencerle. Si los genes menos honrados de la familia Miller hubieran sobrevivido a través de las generaciones…
–Necesito saber si va a arruinarme la empresa –le dijo a Nick–. Los dos sabemos que sólo busca venganza. Piénsalo, Nick. Si sólo tuviera miedo de una diferencia de opiniones respecto a los diseños, me restregaría los bocetos en la
cara. Se trae algo entre manos.
Nick le observó en silencio durante unos segundos.
–¿Qué se trae entre manos? –preguntó finalmente.
En ese momento Joe supo que lo había convencido…
Sabiendo que su amigo estaba de su parte, Joe terminó el trabajo de la tarde con más diligencia que nunca. Salió del despacho y se dirigió al tercer piso.
No estaba precisamente orgulloso del plan que había fraguado, pero no veía ninguna otra manera de conseguir la información. Y la situación se hacía cada vez
más crítica. Lo de buscarle trabajo a Demi no estaba resultando tan fácil como había pensado en un primer momento y la posibilidad de tener que aceptar su plan de reforma era cada vez más real. Sin embargo, no podía dejarse deslumbrar por el diseño extravagante y vanguardista que sin duda debía de estar preparando.
Llegó a su despacho justo cuando ella se marchaba. Tenía el portátil y el bolso en la mano, y estaba cerrando la oficina con llave.
–¿Tienes planes para la cena? –le preguntó él sin más preámbulo.
–¿Por qué? –le preguntó en un tono de sospecha.
–Voy a asistir a un evento de negocios –dijo él.
–¿En tu yate?
Él trató de descifrar su expresión. ¿Por qué se ponía nerviosa? Habían prometido mantener una relación estrictamente profesional, pero quizá ella se
estuviera arrepintiendo… Igual que él.
–En Boondocks –le dijo–. Pensé que te gustaría conocer a Kevin Lambert.
Los ojos de Demi se abrieron de puro asombro. Por fin había logrado captar su atención.
Kevin Lambert era el presidente del Gremio de Arquitectos de Nueva York.
Joe había hecho los deberes. Le había procurado un contacto tan importante que no podía negarse a cenar con él.
–¿Vas a conocer a Kevin Lambert? –le preguntó con cautela.
–En la cena. A él y a su mujer.
–¿Y estás dispuesto a llevarme contigo? –le preguntó ella, en un tono escéptico.
–Si no quieres… –Joe se encogió de hombros.
–No. Sí que quiero –dijo ella, frunciendo el ceño–. Sólo trato de ver qué sacas tú con todo esto.
–Lo que yo saco de todo esto es cumplir con las condiciones que me has impuesto para que por fin me devuelvas mi empresa –le dijo, y era verdad. No era toda la verdad, pero por lo menos había algo de cierto en ello–. Tú quieres
desarrollar tu carrera en esta ciudad, así que no te viene mal conocer a Kevin.
–¿Sin compromisos? –ella ladeó la cabeza y lo miró de una forma sexy.
–¿A qué clase de compromisos de refieres? –le preguntó, dando un paso adelante, bajando el tono de voz hasta un susurro, mirándole los labios…
–Me lo prometiste –le recordó ella, al verse atrapada.
–Y tú.
–Pero yo no estoy haciendo nada.
–Yo tampoco –dijo él–. Tu imaginación te está jugando malas pasadas.
–Me estás mirando –le dijo ella en un tono acusador.
–Y tú me estás devolviendo la mirada.
–Joe.
–Demi.
Aquél fue un paso en falso, un movimiento estúpido que no encajaba en su magnífico plan para la noche. Sin embargo, no pudo evitarlo. Se acercó a ella y le rozó los nudillos con los suyos propios. Sólo fue un leve roce, pero el contacto
generó una descarga que lo atravesó por dentro como un rayo. Ella también lo había sentido. Era evidente.
–Esto no es una cita –dijo ella, con las mejillas encendidas y las pupilas dilatadas.
–¿Es que no confías en ti misma?
–No confío en ti.
–Muy lista –dijo él, admirando su inteligencia una vez más.
–¿Estás intentando que diga que no? –le preguntó ella.
–Sinceramente no sé lo que estoy intentando hacer –la confesión escapó de sus labios en un abrir y cerrar de ojos. Decir que sus sentimientos por Demi eran
complicados no se acercaba ni remotamente a la verdad. Deseaba besarla desesperadamente, sentir su cuerpo… Sabía que si se le presentaba la oportunidad, sería capaz de desnudarla sin pensárselo dos veces y le haría el amor hasta el amanecer. Pero no podía arriesgarse. No podía servirle su propia empresa en bandeja de plata. De vuelta a la cruda realidad, retrocedió unos pasos.
–¿Kevin Lambert? –repitió ella, para confirmar.
Él asintió con la cabeza. El plan había funcionado.
De repente la expresión de Demi se suavizó, haciéndolo sentir culpable.
–¿Sabes? O eres mejor persona de lo que yo pensaba o más malvado de lo que mi mente atina a comprender.
–Soy mejor persona de lo que tú pensabas –dijo Joe, mintiendo.
–¿Puedes recogerme en casa?
–No hay tiempo. Tendremos que salir de aquí –le dijo. Sabía que si la dejaba ir a casa entonces dejaría allí el maletín, así que prosiguió con la función de teatro y miró el reloj con impaciencia.
Demi vaciló un momento.
–Puedo recogerte en la parada del autobús de nuevo –dijo él, sabiendo que así eliminaría una de sus preocupaciones.
–¿Cinco minutos? –entonces fue ella quien miró el reloj.
Él asintió con la cabeza y la vio alejarse rumbo al ascensor. Tampoco podía arriesgarse a que volviera a dejar el maletín en el despacho.

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