Nick demostró su
inconformidad apartándose del escritorio de Joe.
–No voy a
robarte secretos corporativos.
Joe soltó el
aliento bruscamente.
–Son mis
secretos corporativos. No me los estás robando, porque son los míos –dijo Joe,
en un tono de frustración.
–Ése es el
estilo de los Jonas –dijo Nick con desprecio–. No el de los Miller.
–¿Por qué no te
bajas de ese pedestal de una vez? Te doy las llaves de mi coche –ignorando las
protestas de Nick, Joe empezó a trazar un plan.
–Para que pueda
entrar en él –dispuesto a seguir dando guerra, Nick se cruzó de brazos.
–Para que puedas
desbloquear el cierre. No tienes que entrar.
–¿Y robar el
portátil de Demi?
–Su maletín,
mejor –sugirió Joe–. Sospecho que el portátil tendrá una contraseña, así que
fotocopia los diseños, los vuelves a poner en su sitio, y cierras el coche.
–Eso es robar, Joe.
Es así de simple.
–Es hacer unas
cuantas fotocopias, Nick. Incluso el pit
bull de su abogada…
–Miley.
Joe tamborileó
con los dedos sobre el escritorio.
–Incluso Miley tendría que admitir que la propiedad
intelectual generada por Demi mientras esté en la nómina de Harper pertenece a
la empresa. Y la empresa es mía.
–Y de ella.
–¿De qué lado
estás tú? –exasperado, Joe levantó los brazos.
–Esto no está
bien.
Joe fulminó a su
amigo con la mirada y trató de buscar un argumento para convencerle. Si los
genes menos honrados de la familia Miller hubieran sobrevivido a través de las
generaciones…
–Necesito saber
si va a arruinarme la empresa –le dijo a Nick–. Los dos sabemos que sólo busca
venganza. Piénsalo, Nick. Si sólo tuviera miedo de una diferencia de opiniones
respecto a los diseños, me restregaría los bocetos en la
cara. Se trae
algo entre manos.
Nick le observó
en silencio durante unos segundos.
–¿Qué se trae
entre manos? –preguntó finalmente.
En ese momento
Joe supo que lo había convencido…
Sabiendo que su
amigo estaba de su parte, Joe terminó el trabajo de la tarde con más diligencia
que nunca. Salió del despacho y se dirigió al tercer piso.
No estaba
precisamente orgulloso del plan que había fraguado, pero no veía ninguna otra
manera de conseguir la información. Y la situación se hacía cada vez
más crítica. Lo
de buscarle trabajo a Demi no estaba resultando tan fácil como había pensado en
un primer momento y la posibilidad de tener que aceptar su plan de reforma era
cada vez más real. Sin embargo, no podía dejarse deslumbrar por el diseño
extravagante y vanguardista que sin duda debía de estar preparando.
Llegó a su
despacho justo cuando ella se marchaba. Tenía el portátil y el bolso en la
mano, y estaba cerrando la oficina con llave.
–¿Tienes planes
para la cena? –le preguntó él sin más preámbulo.
–¿Por qué? –le
preguntó en un tono de sospecha.
–Voy a asistir a
un evento de negocios –dijo él.
–¿En tu yate?
Él trató de
descifrar su expresión. ¿Por qué se ponía nerviosa? Habían prometido mantener
una relación estrictamente profesional, pero quizá ella se
estuviera
arrepintiendo… Igual que él.
–En Boondocks –le
dijo–. Pensé que te gustaría conocer a Kevin Lambert.
Los ojos de Demi
se abrieron de puro asombro. Por fin había logrado captar su atención.
Kevin Lambert
era el presidente del Gremio de Arquitectos de Nueva York.
Joe había hecho
los deberes. Le había procurado un contacto tan importante que no podía negarse
a cenar con él.
–¿Vas a conocer
a Kevin Lambert? –le preguntó con cautela.
–En la cena. A
él y a su mujer.
–¿Y estás
dispuesto a llevarme contigo? –le preguntó ella, en un tono escéptico.
–Si no quieres… –Joe
se encogió de hombros.
–No. Sí que
quiero –dijo ella, frunciendo el ceño–. Sólo trato de ver qué sacas tú con todo
esto.
–Lo que yo saco
de todo esto es cumplir con las condiciones que me has impuesto para que por
fin me devuelvas mi empresa –le dijo, y era verdad. No era toda la verdad, pero
por lo menos había algo de cierto en ello–. Tú quieres
desarrollar tu
carrera en esta ciudad, así que no te viene mal conocer a Kevin.
–¿Sin
compromisos? –ella ladeó la cabeza y lo miró de una forma sexy.
–¿A qué clase de
compromisos de refieres? –le preguntó, dando un paso adelante, bajando el tono
de voz hasta un susurro, mirándole los labios…
–Me lo
prometiste –le recordó ella, al verse atrapada.
–Y tú.
–Pero yo no
estoy haciendo nada.
–Yo tampoco –dijo
él–. Tu imaginación te está jugando malas pasadas.
–Me estás
mirando –le dijo ella en un tono acusador.
–Y tú me estás
devolviendo la mirada.
–Joe.
–Demi.
Aquél fue un
paso en falso, un movimiento estúpido que no encajaba en su magnífico plan para
la noche. Sin embargo, no pudo evitarlo. Se acercó a ella y le rozó los
nudillos con los suyos propios. Sólo fue un leve roce, pero el contacto
generó una
descarga que lo atravesó por dentro como un rayo. Ella también lo había
sentido. Era evidente.
–Esto no es una
cita –dijo ella, con las mejillas encendidas y las pupilas dilatadas.
–¿Es que no
confías en ti misma?
–No confío en
ti.
–Muy lista –dijo
él, admirando su inteligencia una vez más.
–¿Estás
intentando que diga que no? –le preguntó ella.
–Sinceramente no
sé lo que estoy intentando hacer –la confesión escapó de sus labios en un abrir
y cerrar de ojos. Decir que sus sentimientos por Demi eran
complicados no
se acercaba ni remotamente a la verdad. Deseaba besarla desesperadamente,
sentir su cuerpo… Sabía que si se le presentaba la oportunidad, sería capaz de
desnudarla sin pensárselo dos veces y le haría el amor hasta el amanecer. Pero
no podía arriesgarse. No podía servirle su propia empresa en bandeja de plata.
De vuelta a la cruda realidad, retrocedió unos pasos.
–¿Kevin Lambert?
–repitió ella, para confirmar.
Él asintió con
la cabeza. El plan había funcionado.
De repente la
expresión de Demi se suavizó, haciéndolo sentir culpable.
–¿Sabes? O eres
mejor persona de lo que yo pensaba o más malvado de lo que mi mente atina a
comprender.
–Soy mejor
persona de lo que tú pensabas –dijo Joe, mintiendo.
–¿Puedes
recogerme en casa?
–No hay tiempo.
Tendremos que salir de aquí –le dijo. Sabía que si la dejaba ir a casa entonces
dejaría allí el maletín, así que prosiguió con la función de teatro y miró el
reloj con impaciencia.
Demi vaciló un
momento.
–Puedo recogerte
en la parada del autobús de nuevo –dijo él, sabiendo que así eliminaría una de
sus preocupaciones.
–¿Cinco minutos?
–entonces fue ella quien miró el reloj.
Él asintió con
la cabeza y la vio alejarse rumbo al ascensor. Tampoco podía arriesgarse a que
volviera a dejar el maletín en el despacho.
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