sábado, 31 de marzo de 2012

The Burning Passion JEMI cap. 25




Ya estaba acostumbrada al movimiento del helicóptero así que esa vez no estuvo tan preocupada como la primera. Acababan de dejar Nueva York detrás de ellos. Los coches de la autopista parecían juguetes.
Estaba sola con Joe en el helicóptero, pero esa vez no le iba explicando los alrededores como cuando llegaron a Nueva York. Se sentía orgullosa de su actitud de mujer de negocios y la distancia que había puesto con él.
¿Habría llegado ya a alguna decisión sobre si iba a recurrir o no a los servicios de Prêt a Party? Si era así, esperaba que la decisión fuera favorable, necesitaban ese contrato.
Había recibido por correo electrónico las copias de los cheques que había solicitado y habían confirmado lo que ya sospechaba. Todos los cheques mostraban, de acuerdo con los términos de las escrituras de la sociedad, dos firmas. La suya y la de Liam. Lo único que sabía es que ella no había firmado los cheques, lo que significaba que alguien había falsificado su firma, pero ¿quién? Sólo podía haber sido Liam. Miley era la única persona además de ella misma que tenía llaves del cajón donde guardaba los talonarios.
Incluso sin revisar a fondo los costes previstos para lo que quedaba de año, Demi sabía que, debido a la gran cantidad de dinero que había sacado Liam de la empresa, para cuando cerraran el ejercicio tendrían unas pérdidas de casi medio millón de libras.
Mileyy iba a tener que recurrir al fondo de su fideicomiso para cubrir la deuda. Llevaban en el negocio tres años y Demi se sentía orgullosa de haber manejado tan bien el tema financiero, que el banco nunca había tenido que ejecutar esa condición. Hasta ese momento.
Medio millón de libras. No tenía ni idea de cuánto dinero había en el fondo de Miley, pero sospechaba que Liam sí lo sabía. Y también sospechaba que había tomado a sangre fría la decisión de conseguir dinero para él a costa de la empresa, porque sabía que Nick nunca estaría de acuerdo en facilitarle mucho dinero.
Pero estar al tanto de lo que pasaba era una cosa y saber qué hacer era otra. Lo lógico era decirle a Miley lo que había descubierto, porque estaba segura de que en la carta blanca que Miley había dado a Liam para disponer de fondos de la empresa, no se incluía permiso para falsificar su firma para obtener todavía más dinero. Pero Liam era el marido de Miley. Y ésta podía sentirse humillada y herida si Demi le decía que su marido le había estado robando. Y ¿qué pasaba si no lo creía y Liam insistía en que no había falsificado la firma? ¿Era mejor ir a ver a Nick y alertarle sobre lo que estaba pasando? Demi se debatía entre su lealtad y su temor a Miley.
Clasificó mentalmente todos los problemas y decidió centrarse en asuntos más inmediatos. Había hablado pronto por la mañana con la organizadora de eventos en Nueva York y ésta le había asegurado que todo iba según lo planeado.
—Parecía que íbamos a tener un problema con el catering. La revista nos dijo que quería comida vegetariana y con colores a juego con los de su marca, pero luego
llamaron diciendo que un magnate del negocio editorial sólo comía caviar Beluga y tuvimos que conseguirlo —le había contado por teléfono.
A Demi le había resultado simpática. Todo el mundo sabía cómo ese editor en particular dictaba qué era in en los círculos neoyorquinos de la moda. Ya sólo tenerlo en el evento era un auténtico éxito. Por supuesto ella había estado de acuerdo con su colaboradora, era fundamental conseguir el caviar, incluso aunque supusiera romper el juego de colores.
—Serviremos cócteles de champán como recibimiento, melocotón y ruibarbo con pimienta. Hemos recurrido a un nuevo chef que mezcla sabores y texturas, es muy vanguardista. Virginia lo quiere todo muy exclusivo, pero de presentación sencilla. Por eso eligió los Hamptons para la presentación —había continuado.
Demi había escuchado comprensiva.
Sólo los más ricos de entre los ricos podían afrontar los gastos de vivir la vida «simple» al estilo de los Hamptons. Se había documentado sobre la zona y sabía que era un refugio para la gente de dinero de toda la vida, o lo había sido hasta que los medios de comunicación lo habían descubierto.
La reviste había insistido en que quería un evento con mucho estilo y del más alto nivel, y era por lo que Demi pensaba que les habían contratado.
Miley no era del tipo de quienes hacen ostentación de que su abuelo fuera un duque, pero ese hecho recordaba siempre que estaba muy bien relacionada.
—Hemos alquilado la cubertería de plata en Cristoffle y la vajilla es de Baccarat, pero todo muy sencillo, por supuesto.
—Por supuesto —había remarcado Demi rezando para que todo estuviera bien asegurado.
Siempre había pensado que sabía lo que era el lujo, pero estaba equivocada, tenía que admitirlo, como su visita a Barneys de esa mañana le había demostrado. La exclusiva tienda había superado cualquier cosa que hubiera visto antes y le había hecho preguntarse quién demonios podía permitirse comprar ahí.
Una elegante dependienta se había ofrecido a ayudarla y Demi había sufrido mientras le mostraban toda clase de carísimas prendas, antes de que pudiera huir alegando tener mucha prisa.
Cualquiera de los vestidos que le habían enseñado hubiera sido perfecto para el baile de cumpleaños en el castillo francés, pero uno había llamado especialmente su atención. Era de seda verde, hecho de capas a cual más fina que hacían que pareciera que flotara por el más mínimo movimiento del aire.
Demi no se atrevía a probárselo, pero la dependienta había insistido tanto, que al final había aceptado.
—Le queda perfecto —había dicho a Demi y ella había estado de acuerdo. Pero al final había negado con la cabeza y se lo había quitado.
El evento en los Hamptons tenía que empezar a las cuatro de la tarde y prolongarse hasta las ocho. Se había alquilado una casa privada para la ocasión, con
enormes jardines y su propia playa. Demi se había vestido, esperaba, de forma apropiada para la ocasión sin olvidar que era parte del equipo organizador contratado y que representaba a Miley.
Para poder hacerlo había tenido que ponerse uno de los vestidos que Joe había comprado. Un par de pantalones Chloe de lino blanco y una chaqueta de punto en azul marino y blanco. Llevaba además unos zapatos planos de color beige y, para poder llevar todo lo relacionado con el trabajo que tenía que hacer, se había comprado en Nueva York esa misma mañana un gran bolso de paja rojo oscuro, no de Barneys, donde había estado mirando la increíble colección de bolsos, sino de unos grandes almacenes.
Un par de brazaletes Perspex, unos pendientes de oro, y sus gafas de sol Oiver Peoples completaban su atuendo.
Tenía curiosidad por saber qué llevaría Joe. Había oído que existía de forma no oficial un uniforme informal para los visitantes de la isla, una variación de los tradicionales vaqueros rojos desteñidos que se habían convertido en la marca de los visitantes de los Hamptons, pero a Demi le había impresionado que él decidiera vestirse con la tradicional ropa italiana informal, casi como si quisiera remarcar su nacionalidad. Era una mezcla de blanco y beige en algodón y lino, y se las arreglaba para llevarlo sin parecer ni descuidado ni excesivamente arreglado, lo que era todo un logro.
Los bronceados pies desnudos dentro de unos zapatos abiertos eran un toque masculino que hizo que Demi reparara en lo atractivo que era, y se sintiera tentada de volverse a mirarlo.
La mayor parte del tiempo que pasaba con él, tenía que admitir lo mucho que la excitaba físicamente.
Incluso en ese momento, sentada en silencio a su lado, podía sentir la tortura de su propio deseo creciendo con cada latido de su cuerpo.
Si él se volviera en ese momento y le dijera que esa misma noche quería tomarla en brazos, llevarla a su cama y hacerle el amor hasta que amaneciera, ella no podría negarse de ninguna manera.
¿Y por qué habría de hacerlo? Podría pasar el resto de su vida sin encontrar un hombre que le hiciera sentir como aquél.
Y el sexo sin amor sería seguramente como... ¿como qué? ¿Como whisky sin agua? ¿Con una graduación y un sabor incrementados por el hecho de que no estaba mezclado? ¿Por qué no podía ser así el sexo? ¿Por qué no podía ser una experiencia pura, intensa, de una vez en la vida?
Lo que en realidad tenía que plantearse era cómo se sentiría dentro de unos años si no se acostaba con Joe: ¿orgullosa de sí misma o arrepentida? ¿Sentiría que había ganado o que había perdido? ¿Anhelaría volver a tener la oportunidad o...?
¿Qué estaba haciendo? ¿Convencerse de meterse en la cama con él? ¿No era ése el papel de Joe? Nada de él sugería que fuera la clase de hombre que no era capaz de pasar por encima de cualquier cosa para conseguir un objetivo, fuera un negocio o una mujer. Joe jugaba para ganar. Si realmente la quería, sería único para convencerla y meterla en su cama. Como si ella necesitara que la convenciera, admitió.
Pero ¿por qué lo deseaba tanto? Definitivamente no era por su dinero y tampoco porque lo amara. Amar a alguien suponía riesgo de ser herida.
Entonces ¿era por él mismo? La sensación de temblor dentro de su cuerpo le decía que estaba llegando a la verdad.
La creencia de tantos años de que a ella no le interesaba el sexo, se había dicho siempre que ella nunca adoptaría la misma actitud informal frente al sexo que otras mujeres que conocía y que consideraba repugnante, se la había llevado la corriente de su propio deseo.
Tenía una terrible urgencia por volverse hacia Joe y preguntarle si podían volver a Nueva York, a su apartamento, a su cama y poder así descubrir qué era mejor, su propia fantasía o el Joe real.


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