
Demi dedicó a Tiffany una sonrisa distraída mientras miraban la larga fila de limusinas esperando para dejar a los invitados de los D’Argent Demi llevaba el vestido negro que le había dado Tiffany y era plenamente consciente de lo sugerente que resultaba. Ni siquiera el body color carne que llevaba debajo podía contrarrestar el efecto de las capas de transparente tela negra flotando alrededor de su cuerpo, revelando en cada movimiento el sensual destello de su piel debajo de la seda.
Si hubiese tenido otra cosa que ponerse, se la habría puesto. Tiffany había intentado ser amable, sabía Demi, pero de ningún modo ese atuendo, con su escaso top y su falda pantalón en las caderas, podía usarse como una discreta ropa de trabajo. Pero no tenía otra ropa adecuada.
Según iba llegando la gente a la pasarela, la miraban, especialmente los hombres, algunos incluso con miradas abiertamente lascivas.
Dos fornidos gorilas uniformados revisaban las invitaciones antes de permitir traspasar la entrada de la cubierta donde camareros de uniforme esperaban a los invitados para ofrecerles un cóctel de champán de bienvenida. Las copas estaban colocadas en bandejas blancas y el cóctel era de color gris metálico.
—¿Qué demonios hay en las copas?—preguntó Demi en un susurro a su maître.
—Champán, licor y colorante —respondió secamente—. Mariella D’Argent insistió en que tenía que ser gris.
Antes de que los D’Argent regresaran, Demi había hecho una revisión completa de la zona de recepción del yate para asegurarse de que todo estaba como debía. En su fuero interno, pensaba que el suelo de cristal lleno de miles de lucecitas blancas era un poco hortera, pero no era nada comparado con lo que algunas personas habían pedido otras veces.
El violinista había empezado a tocar, los invitados a la cena habían vuelto y Mariella había ido a su camarote a ponerse el vestido especialmente encargado para la ocasión.
Llegó un pelotón de hombres viejos con jovencitas del brazo, todas llevaban diminutos vestidos sueltos, excesivamente adornados e iban subidas a tacones demasiado altos. Eran todas, evidentemente, rubias teñidas. Demi ahogó una sonrisa.
Fueron llegando más invitados y Demi reconoció entre ellos algunos famosos de primera línea, actrices, la hija de un mito del pop, un par de ex modelos, todas ellas acompañadas de hombres apuestos.
Pero Joe no había llegado, no, porque ella estaba mirando y no lo había visto.
—Será mejor que entre y esté cerca de Mariella por si me necesita—susurró Tiffany.
Moviendo la cabeza Demi continuó manteniendo la discreta vigilancia sobre los que llegaban.
—Nos vamos a quedar sin cócteles dentro de nada —le susurró el maître al oído.
Pasó más de una hora antes de que llegaran todos los invitados, para entonces Demi estaba abajo, en el salón principal, revisándolo todo y manteniéndose alejada de Mariella por si se daba cuenta de que llevaba un vestido que ella había tirado.
Las drogas circulaban abiertamente y las risas, en la medida en que hacían efecto, eran cada vez más fuertes.
Incluso alguno de los invitados había empezado a comportarse de modo atrevido. Un conocido magnate de la prensa había agarrado a una chica casi delante de Demi y se dedicaba a manosearla mientras ella lo animaba.
No era este un estilo de vida con el que se sintiera cómoda, reflexionó Demi con repulsión. No podía entender que nadie encontrara agradable algo que al final era tan destructivo. Las drogas eran anatema para ella. Sé le ensombrecían los ojos sólo de recordar el dolor que había visto que causaban.
Sintió que le tocaban el brazo, se dio la vuelta y se encontró con uno de los viejos comiéndosela con los ojos. Sabía que eran rusos por las conversaciones que había escuchado antes.
—Ven conmigo —ordenó borracho.
—Lo siento, no soy una invitada, estoy trabajando —dijo Demi con amabilidad, tratando de salir de la situación.
—Mejor, entonces trabaja para mí... en la cama —respondió grosero—. Te pagaré bien, ¿de acuerdo?
Demi sintió náuseas. ¿Era así como todos los hombres veían a las mujeres? ¿Como algo que se puede comprar? ¿Un recurso que pueden usar? ¿O era que ella atraía a los de esa clase por algo en especial?
«¡Basura!» Se encogió como si la hubieran acuchillado al oír de nuevo esa maldita palabra que le habían gritado tantas veces durante su infancia: «eres basura, ¿sabías? Ahí es donde te encontrarnos. Abandonada entre la porquería porque no te quería nadie y ahí es donde te teníamos que haber dejado».
De repente se dio cuenta de que estaba sintiendo el aliento caliente de un hombre en su piel.
Se volvió para exigir que la soltase y entonces se puso rígida: Joe estaba mirándola desde el otro extremo del salón.
Sabía lo que era, se recordó Joe mentalmente, entonces ¿por qué la visión de Demi permitiendo que otro hombre la tomara del brazo con tanta confianza le producía celos en vez de desprecio? Y ¿por qué demonios estaba cruzando entre la gente, casi a empujones, para llegar hasta donde estaba ella? Después de todo, ya había visto la conducta posesiva que ese hombre tenía con ella. Y lo que lo estaba guiando a través del salón no era solidaridad masculina o un deseo altruista de advertir a su última víctima de lo que era ella en realidad, ¿verdad?, se ridiculizó Joe a sí mismo. La verdad era que prefería no analizar el efecto que sobre él tenía verla en brazos de otro hombre.
En su lugar, decidió encauzar su rabia contra el gusto de su acompañante con la ropa porque obviamente el horrible vestido que llevaba se lo tenía que haber comprado él. Su gusto era casi tan horrible como el que Demi tenía con los hombres. Ambos se merecían el uno al otro, Demi se merecía cualquier cosa que pudiera conseguir vendiéndose a un hombre al que sólo le faltaba tener tatuado en la frente lo que era, Pero Demi no estaba allí para tener una relación con otro hombre y Joe intentaría recordarle que se suponía que él era su primer acompañante. ¿Cómo podía haberlo rechazado y dejar que ese don nadie sudoroso y con sobrepeso le pusiera sus grasientas manos encima? ¿Dónde estaba su orgullo? ¿No se le había ocurrido que era lo suficientemente inteligente como para ganarse la vida dignamente en lugar de degradarse ofreciéndose a cualquier hombre que pudiera pagar cuatro trapos de diseño?
—¡Oye, tú!
Demi miró al hombre que le había hablado con tanto desprecio mientras se le acercaba y entonces se dio cuenta que venía con el que la tenía agarrada del brazo.
—¿Cuánto quieres? —dijo abriendo su cartera y empezando a sacar dinero.
Otro hombre se había unido a los dos, más alto y delgado y con un inconfundible aire de autoridad sobre ellos. Les habló cortante y, para sorpresa de Demi, automáticamente la soltaron.
—Quiero pedirle disculpas por mis compatriotas, espero que no considere groseros a todos los rusos por esta conducta.
Era agradable y bastante guapo, reconoció Demi.
—Por supuesto que no —aseguró Demi.
—¿Está usted sola?
Alguien pasó empujando y él levantó un brazo para protegerla. Inesperadamente, Demi se sintió muy débil y vulnerable. No estaba acostumbrada a que los hombres se comportaran de forma protectora con ella.
—Soy de la organización de la fiesta —explicó.
—Ah, ¿es usted responsable de esta magnífica fiesta que estamos disfrutando?
Era halagador además de agradable, reconoció Demi.
—En parte —respondió.
—¿Y se aloja usted en el yate?
—No, estoy en... —Demi se detuvo al ver al maître y a Tiffany avanzar con dificultad hacia ella—. Por favor, perdóneme— se disculpó—, pero tengo que volver al trabajo.
—Mmm, he visto que Igor estaba flirteando contigo, a Mariella no le va a gustar —le advirtió Sarah cuando llegó hasta ella junto al maître—. Es el marido número cuatro en la lista, recuérdalo. Tirarías su trabajo por tierra porque ella no es la única mujer que está esperando acceso legal a sus millones. Dios, cómo odio todo esto —se quejó Sarah—. Muchas veces me pregunto por qué no presento mi dimisión y me voy a casa.
—¿Por qué no lo haces? —preguntó Demi.
—Sólo te diré que allí hay un hombre al que no puedo tener —dijo Tiffany desolada—. Necesito otra copa, vuelvo en un minuto...
Demi estaba de pie de espaldas a él viendo cómo Tiffany se marchaba de prisa, cuando Joe, finalmente, se las arregló para llegar hasta ella.
—¿Perdiste a tu nuevo admirador?
Demi se puso rígida y después se dio la vuelta intentando no mirarlo a la cara.
Antes de que pudiera defenderse, siguió salvajemente:
—¿En qué diablos estabas pensando para dejarle que te comprara eso? Pareces una fulana —dijo sin piedad—. ¿O ésa era la idea? Parecía como si estuviera haciendo un buen negocio vendiéndote a sus amigos.
—Eres despreciable —dijo Demi encendida—. Y para tu información...
—Joe, ¡querido! Estás aquí.
A pesar de que estaba encantada de que alguien le librase de Joe, Demi no se puso muy contenta al comprobar que era Mariella, menos aún al ver la forma en que estaba mirando el vestido.
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