Demi llamó a Miley y después a los organizadores que estaban trabajando con ellas. Todo parecía estar encarrilado, pensó mientras bostezaba.
La cama tenía un aspecto muy tentador y ella estaba cansada. Á lo mejor dormir una hora le hacía bien, sólo eran las cinco en Nueva York, quedaban más de tres horas para la cena.
Estaba demasiado cansada para ducharse, así que, después de quitarse los zapatos y apartar la colcha, se dejó caer encima de la cama. Se durmió en cuanto cerró los ojos.
Fue el ligero sonido de una puerta al cenarse lo que la despertó. Al principio tuvo que hacer un esfuerzo para recordar dónde estaba, reacia a salir de un sueño en el que se encontraba desnuda, acostada al lado de Joe mientras éste la acariciaba.
Al incorporarse y poner los pies en el suelo fue consciente de la palpitante mezcla de dolor y deseo que sentía en la parte baja de su cuerpo. Podía sentir a alguien moviéndose en el vestidor.
¿Joe? El corazón le golpeó contra el pecho mientras la excitación aguijoneaba y calentaba su cuerpo. Si era él, no iba a tener forma de rechazarlo, reconoció. Corrió hasta el vestidor y empujó la puerta.
Dolores estaba cerrando unos de los armarios. Se volvió y sonrió con calidez a Demi.
El profundo y sensual deseo con el que ya se estaba acostumbrando a vivir se volvió dolor furioso de angustiosa necesidad. ¿Cómo podían unas pocas horas en su compañía haber despertado en su cuerpo esa impaciencia sexual? Su cuerpo entero ardía en deseos de que lo tocara, lo poseyera. Se estaba consumiendo en una fiebre de excitación y deseo. En lo único en lo que podía pensar era en cuánto tiempo más tendría que esperar. La pregunta que llenaba sus pensamientos no era «y si...», sino «cuándo».
—He colgado toda su ropa para que no se arrugue. También la recogeré cuando se vaya mañana ¿Tiene algo para lavar?
¿Todo? ¿Qué todo? ¿De qué estaba hablando Dolores?
Había una maleta desconocida en el suelo del vestidor, una Louis Vuitton, se dio cuenta Demi. Y un neceser colocado a su lado. También había un montón de papeles de seda encima del bonito sofá y algosas cajas de zapatos a su lado.
—Dolores, creo que hay algún error —empezó a decir—. Esas maletas no son mías.
Dolores la miró confundida.
—Pero sí, lo son. Rafael las sacó él mismo del avión como le había mandado el señor Salvatore.
Un sentimiento de incredulidad mezclado con ira empezó a llenar la cabeza de Demi. Fue al armario más cercano y abrió una de las puertas.
Las ropas colgadas le eran totalmente desconocidas. Descolgó una de las faldas y miró la etiqueta con las manos temblorosas.
Era, desde luego, su talla y su color.
Volvió a colgar la falda y fue hasta el sofá, se arrodilló en el suelo y abrió una de las cajas de zapatos.
Las delicadas sandalias de tiras que había dentro también eran su número.
—¿Hay algún problema? —preguntó Dolores preocupada.
Demi volvió a dejar la sandalia donde estaba y se incorporó.
—No, Dolores, está todo bien—le dijo.
Recorrió lentamente toda la ropa que había colgada en los armarios. Ropa cara, elegante, de diseño, hecha con telas fabulosas y en sus colores favoritos: crema, marrón chocolate, negro. Acarició el borde del dobladillo de una chaqueta Chanel de tweed color crema pastel con minúsculos hilos de seda de colores brillantes. Había visto exactamente esa chaqueta en la tienda de Chanel de la calle Sloan y se había quedado muda transportada por su belleza. Iría perfectamente con los pantalones de satén que estaban colgados a su lado. Sabía exactamente cuánto había costado la chaqueta porque había estado lo bastante loca como para entrar en la tienda y preguntar. Más de lo que ella podía gastar en ropa en un año. Se apartó del armario y cerró la puerta con determinación.
¿Se creía que iba a permitirle hacer algo así después de todo lo que había dicho de ella? ¿Después de lo que había pensado de ella? Sí, había reconocido que estaba equivocado, se había disculpado, pero...
Dentro de su cabeza, procedente de otra época de su vida podía escuchar una voz estridente que insistía: «da las gracias a la señora por las bonitas ropas que te ha comprado, Demi. ¿Verdad que eres una chica con mucha suerte? Un vestido tan bonito. Seguro que será más agradecida cuando se dé cuenta de la suerte que tiene... ¿verdad, Demi?»
¿Agradecida? Se había jurado cuando cumplió dieciocho años que nunca, nunca jamás, tendría que volver a estar agradecida a la caridad de nadie. Que podría arreglárselas sola y eso era exactamente lo que había hecho hasta ese momento.
Se había pagado sus estudios en la universidad con trabajos mal pagados: camarera, limpiadora, auxiliar de una residencia de ancianos... Nunca había tocado la paga que le ingresaban en su cuenta del banco. Lo primero que había hecho cuando sus padres adoptivos le dieron la noticia deque estaban arruinados fue devolverles todo el dinero.
—Dolores, necesito hablar con Joe. ¿Puedes decirme dónde puedo encontrarlo?
—Está en su despacho, pero no te gusta que le molesten cuando está allí.
¡No le gustaba que le molestaran! Muy bien, pues iba a descubrir que a ella tampoco. Y lo que había hecho le había molestado, molestado y hecho enfurecerse.
Dolores no quería decirle dónde estaba el despacho, pero Demi y insistió. Llamó con fuerza a la puerta y después, sin esperar, giró el pomo y entró.
Hasta aqi esta nove --------------> siguiente
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