domingo, 25 de marzo de 2012

The Burning Passion JEMI cap. 22




—Ah, Rafael, aquí estás... Ésta es la señorita Demetria.
El joven mexicano obsequió a Demi con una amplia sonrisa.
—Demi, por favor —corrigió a Joe mientras estrechaba la mano de Rafael.
—Rafael y su esposa, Dolores, se ocupan de mi apartamento de Nueva York. ¿Cómo está Dolores?
—Está muy bien y me ha dicho que le diga que está haciendo una cena especial para ustedes esta noche. Es italiana. También me ha dicho que le diga que el orfanato va muy bien y que los niños creen que deberían llamarle Saint Salvatore.
«¿Saint Salvatore?», se preguntó Demi mirando la forma en que Joe fruncía el ceño.
—¿Quiere que pilote yo el helicóptero hasta el apartamento?—preguntó Rafael.
Joe sacudió la cabeza.
—No, lo llevaré yo.
¿Tenía Joe licencia de piloto? Demi intentó no parecer ni asustada ni impresionada mientras Rafael les urgía para que se subieran al coche, parecido a los de los campos de golf, que los esperaba para llevarlos.
Nunca había volado en helicóptero y tenía que reconocer que se sentía algo insegura ante la idea. Pero no pensaba decírselo a Joe.
—Iré a buscar el equipaje —anunció Rafael una vez que hubo ayudado a Demi a salir del vehículo.
—Mañana iremos en helicóptero a los Hamptons —dijo Joe mientras hacía pasar a Demi delante de él—. Será mucha más rápido y sencillo. Tendrás una vista impresionante de Nueva York si te sientas a mi lado. Técnicamente Rafael debería ocupar ese sitio porque es el copiloto, pero...
—Oh, entonces que se siente él —insistió Demi rápidamente.
—Pareces preocupada, ¿no confías en mí?
—Yo...
—Te puedo asegurar que tengo un enorme interés en seguir viviendo.
Joe tenía razón sobre la vista de Nueva Cork, reconoció Demi mientras contenía la respiración al pasar el aparato entre dos enormes rascacielos.
A través de los auriculares podía escuchar los comentarios de Joe sobre la ciudad, las rectas calles de la ciudad moderna y la curva de Broadway donde lo nuevo se unía a lo antiguo.
—Eso de ahí abajo es Wall Street —dijo Joe y ella miró sorprendida lo pequeño que parecía. Giró el helicóptero y dijo—. Sobrevolaremos Central Park muy pronto, mi apartamento está en el lado este.
Las calles a los lados del parque estaban formadas por edificios que parecían del siglo XIX. Demi contuvo las respiración cuando Joe enfiló hacia uno de ellos y no respiró hasta ver el helipuerto en el tejado.
—No dejarás el helicóptero aquí, ¿verdad? —preguntó Demi una vez en tierra.
Joe negó con la cabeza.
—No, Rafael lo llevará al aeropuerto y luego volverá en coche. Le diré que se lleve a Dolores con él y así podrán ir a ver a su familia a la vuelta.
Era claramente un empleado de confianza, reflexionó Demi mientras entraban a un rellano donde había un ascensor. Una vez dentro, Joe tecleó un código y las puertas se cerraron dejándolos a los dos en lo que, para Demi, era una burbuja demasiado íntima. Inmediatamente volvió a ella el pensamiento de que, si la tomaba entre sus brazos, no sería capaz de resistirse a nada.
—No me mires así —le advirtió Joe con dulzura, leyendo sus pensamientos—. No puedo, no aquí. Hay una cámara ahí arriba —dijo señalando al techo del ascensor.
El ascensor se detuvo silencioso y las puertas se abrieron a otro rellano. Era un frío espacio diáfano al que daba sólo una puerta, estaba pintado de un crema mate que realzaba los cuadros colgados en la pared.
—¿Lucien Freud? —preguntó Demi reconociendo inmediatamente el estilo.
—Sí. Su trabajo muestra un sentimiento crudo que me gusta.
Los desnudos eran convincentes, reconoció Carly.
La puerta que daba al rellano se abrió y Joe le cedió el paso.
Tenía una educación excelente y parecía más parte natural de él que algo aprendido cuidadosamente. Pero, por lo que sabía de su infancia, dudaba que ceder el paso a los demás fuera algo que hubiera aprendido en las calles de Nápoles.
Una mujer pequeña de pelo oscuro y ojos brillantes los esperaba de pie en el recibidor.
—Ah, Dolores. ¿Recibiste mi mensaje sobre la señorita Demetria?
—Sí. Ya he preparado la suite de invitados para ella. Espero que haya tenido un buen viaje, señorita Demetria.
—Sí, gracias. Y, por favor, llámeme Demi.
—Ve con Dolores, te enseñará tus habitaciones —dijo Joe y continuó—. ¿A qué hora está prevista la cena, Dolores?
—A la ocho y media, ¿está bien? Y Rafael dijo que querían desayunar temprano antes de salir para los Hamptons.
—Sí, está bien. Te advierto puede que la señorita Demetria no aguante hasta la cena de esta noche. Aquí son las tres de la tarde, pero para ella son las ocho de la noche.
—¡Oh, Dios mío! A lo mejor quiere algo de comer ahora —ofreció Dolores a Demi.
—No, estoy bien —aseguró Demi.
Quería contactar con la agencia de Nueva York que estaba organizando con ellas el evento de los Hamptons y esperaba sacar un rato para hacer algo de turismo. También planeaba preguntar a Dolores por algún sitio donde comprar algo de ropa que se ajustara a su presupuesto. Unos vaqueros valdrían, eran el uniforme universal, aceptado en cualquier sitio, pero no eran muy apropiados para el deslumbrante evento que tenía que supervisar. Y desgraciadamente la ropa usada de Mariella, de diseño o no, no era el tipo de ropa con el que ella se sentía cómoda.
—Ésta es su habitación. Tiene unas hermosas vistas al parque. Mírelas, por favor.
Obediente, Demi siguió a Dolores a través de la puerta que acababa de abrir.
La habitación era enorme. Las ventanas, como había dicho Dolores, daban al verde del parque.
—Aquí tiene una mesa y ahí puede enchufar el ordenador —informó Dolores.
Demi asintió con la cabeza.
—Y aquí está la televisión —dijo mientras corría lo que Demi había pensado que era un panel de la pared y apreció una gran pantalla plana, un DVD y varios libros detrás—. La televisión se puede sacar, así que puede verla desde la cama —dijo Dolores orgullosa mientras le mostraba las funciones extra—. El vestidor y el cuarto de baño están ahí. El señor Salvatore tiene siempre todo preparado por si viene y todo es nuevo. También en nuestras habitaciones.
El vestidor estaba flanqueado por armarios de puerta de espejo y tenía un pequeño sofá mientras que el cuarto de baño parecía casi un mini-spa. Carry no podía dejar de compararlo con su modesto aseo en el piso que compartía con Sel.
—Es maravilloso —dijo a Dolores con sinceridad.
—Sí, el señor Salvatore es un buen hombre. Muy amable, sobre todo con los niños. Cuando se enteró de que en nuestra ciudad de origen había un orfanato que no tenía dinero, fue a verlo y ¡después firmo un enorme cheque! —dijo Dolores sonriendo.


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