Joe estaba sentado detrás de una mesa en el otro extremo de la habitación. El sol de la tarde que entraba por los dos grandes ventanales que había detrás de él deslumbró a Demi.
—Dolores ha llenado los armarios de mi habitación con un montón de ropa que cree que es mía.
—Ah, sí. Gracias por recordármelo; casi se me olvidaba. He hablado con el encargado de Barneys y te he abierto una cuenta temporal. No he querido arriesgarme a comprarte yo algo. Mañana por la mañana te queda tiempo para ir, está detrás del Hotel Pierre...
—No —te detuvo Demi con acritud.
—¿No qué? —preguntó Joe empujando la silla y levantándose.
Demi tuvo que respirar para tranquilizarse. Cada movimiento del cuerpo de Joe le recordaba cómo se sentía, cuánto lo deseaba.
Joe se había cambiado de ropa y llevaba una camiseta y unos vaqueros. Algunos hombres podían llevar vaqueros y otros no, Joe era, defínitivamente, de los que sí.
—No, no me pondré nada que hayas pagado tú.
—¿Por qué no? Comes comida comprada con mi dinero, duermes en una cama que he pagado yo. ¿Por qué rechazas ponerte ropa que haya pagado yo?
—Sabes por qué. Me acusaste de tratar de obligarte a...
—Estaba equivocado y ya me he disculpado.
Su voz sonaba brusca y Demi podía notar que no le gustaba que le recordara que se había equivocado.
—Sí, lo sé —reconoció Demi reacia—. Pero...
—¿Pero qué? ¿No te gustan los colores que he elegido? ¿El estilo?
—¿Que has elegido tú? —respiró incrédula—. ¿Cómo has podido hacerlo? ¡No has podido tener tiempo!
—Saqué tiempo.
—¿Cómo? —retó Demi.
—He ido a Saint Tropez esta mañana, antes de que nos fuéramos.
Demi lo miró fijamente, ¿se estaba riendo de ella...?
—¿Como sabes mi talla?
—Soy un hombre—dijo secamente—. He tocado tu cuerpo, lo he abrazado. Tienes grandes senos, pero no eres ancha de pecho. Puedo abarcar tu cintura con mis manos, tus caderas se curvan como deben hacerlo las de una mujer, ¿sigo?
—No —respondió Demi con voz ahogada—. No quiero ponérmela —dijo en la siguiente respiración—. No aceptaré la caridad.
—¡Caridad! —Joe nuncio el ceño al advertir el tono de la voz de Demi y preguntándose por el sentido que la palabra «caridad» tendría para ella—. ¡No llevaré conmigo a una mujer que sólo lleve un par de vaqueros!
—Tú no me llevas contigo. Estoy aquí para trabajar.
—Puede ser, pero no es imposible que alguien que no conoce la situación nos fotografíe juntos.
—Eres un esnob—acusó Demi.
—No. ¡Soy realista! Creía que eras alguien profesional en lo que respecta a tu trabajo, pero veo que estaba equivocado.
—¿Qué quieres decir?
—Creo que es obvio. Si fueras una profesional, como yo creía, aceptarías la ropa en vez de comportarte como una virgen ultrajada. ¡Sobre todo porque los dos sabemos que no lo eres!
—¿Y ésa es la única razón por la que compraste la ropa?
—¿Qué otra razón podría haber? —la retó él.
—Ya me has dejado claro que crees que el sexo es algo que puedes comprar ——puntualizó Demi—. Pero a mí no se me puede comprar, Joe
Parecía muy enfadado, reconoció Demi. Seguro que estaba herido en su orgullo casi tanto como ella al abrir los armarios.
—Estás haciendo una montaña de un grano de arena. Simplemente te he proporcionado lo ropa que espero que lleve una mujer con la que voy a aparecer en público. Eso es todo. Si no te hubieran robado la maleta, no habría sido necesario. Si te hace sentirte mejor, considérala un préstamo para ponértela como uniforme. Y sobre lo de pagar por sexo... Creo que soy capaz de reconocer cuándo le intereso a una mujer, Demi.
No había nada que ella pudiera responder a algo así.
—Es casi la hora de cenar. Espero que tengas hambre, Dolores está muy orgullosa de cómo cocina —anunció Joe, cambiando de tema con frialdad.
Demi se miró los vaqueros.
—Realmente no tengo hambre.
No de comida, a lo mejor, pero de él... Eso era otra historia. Tenía hambre de él, de hecho, se moría de hambre por él, por su olor, su sabor. Podía sentir el anhelo de su cuerpo por esa hambre.
Una sensación de desolación y sufrimiento la llenaba. No quería sentirse así. Por ningún hombre y menos por uno como aquél.
Joe miró la cabeza baja de Demi. Parecía cansada, vulnerable y sintió una compasión no deseada, un deseo de protegerla.
Su único interés en ella, a parte de que la deseaba como un demonio, era por su función en Prêt a Party, se recordó a sí mismo con fuerza. Lo último que quería introducir en su vida eran enredos emocionales y complicaciones. Estaba preparado para aceptar que algún día querría tener un hijo, un heredero, pero cuando ese día llegara intentaría resolverlo sin tener que casarse con todos los riesgos económicos que acarreaba. En su lugar, pagaría a una mujer seleccionada cuidadosamente para que tuviera el niño y después renunciara a cualquier derecho sobre él. Con los avances de la medicina, ni siquiera tendría que conocerla.
—Si lo deseas, estoy seguro de que Dolores estará encantada de servirte la cena en tu habitación —dijo con brusquedad.
Demi cerró los ojos para que él no pudiera ver lo que estaba sintiendo.
Si la noche anterior no lo había detenido y esa noche estaban juntos, la comida sería en lo último en lo que pensaría ninguno de los dos. Todavía podía suceder. Todo lo que tenía que hacer era acercarse y tocarlo, dejarle saber todo lo que estaba sintiendo. Otras mujeres no tenían escrúpulos en mostrarle a un hombre que lo deseaban, ¿por qué ella sí?
Un escalofrío recorrió su espalda al ser consciente de que ya sabía la respuesta a su propia pregunta.
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