domingo, 11 de marzo de 2012

The Burning Passion JEMI cap. 11


Demi estaba acostumbrada a ir a hermosas y magníficas propiedades, pero Villa Mimosa era realmente impresionante. Su situación, aislada, en medio de la colina orientada al Mediterráneo, hacía que tuviera unas vistas maravillosas.
Desde el balcón de su dormitorio podía ver jardines inmaculados y más allá el mar infinito hasta el horizonte y, aunque hacía casi dos horas que habían llegado, seguía en el balcón admirando la vista.
La francesa de mediana edad que les había dado la bienvenida le había explicado que era la doncella, pero que no vivía allí. Joe le había dicho que prefería tener su propio personal.
—Mi personal sabe cómo me gusta que se hagan las cosas y también cómo aprecio mi privacidad. Tengo algunos asuntos que atender —le había dicho—: Así que ¿por qué no nos encontramos en la terraza sobre las seis? Mi idea es que podamos comer algo —añadió—. Puedo arreglarlo para encargar algo.
Demi había sentido cómo su corazón perdía un par de latidos ante las implicaciones potenciales de cenar a solas con él.
—Suena muy bien —había respondido.
Después, se había preocupado al ver el brillo en sus ojos por su respuesta ingenuamente entusiasta. A las seis, había dicho él. Eran las cinco, no tenía nada para cambiarse, pero se ducharía y se arreglaría un poco.
Media hora después, duchada y llevando todavía el albornoz que había encontrado en el baño, estaba cepillándose el pelo cuando llamaron a la puerta. Se abrió y entró Joe llevando dos copas.
—Te he traído un Bellini, espero que te guste.
—Oh, sí, me gusta.
Al contrario que ella, estaba completamente vestido con unos pantalones oscuros, una camisa de lino blanca y unas sandalias de cuero.
Se acercó hasta donde estaba ella sentada y dejó una de las copas encima de la mesa de cristal, después le tendió la otra.
—Pruébalo —urgió.
Beber de una copa que sostenía él le pareció una experiencia muy sensual y demasiado íntima. ¿Por qué no podía dejar de mirar los dedos largos y bronceados que rodeaban la copa? Intentó mirar a otro sitio, pero descubrió que lo único que encontraba era su cuerpo, sobre todo a la altura donde la línea de sus pantalones se rompía por un significativo bulto. Y, lo que era peor, no era capaz de dejar de mirarlo ostensiblemente.
—Es estupendo —aseguró deprisa mientras bebía un sorbo de la copa—. No me he dado cuenta de que era la hora. Mejor me doy prisa y me visto.
Joe se encogió de hombros.
—Estás bien así. Espero que te guste la langosta.
—Me encanta —dijo Demi sinceramente.
—Y también espero que el restaurante de comida para llevar que las trajo sea tan bueno como dicen. He pensado que comamos fuera, en la terraza.
Estaba esperando que fuera con él, pensó Demi. Un albornoz no habría sido su primera elección para una cena al aire libre, pero en esa ocasión parecía no haber alternativa.
—Te estoy realmente muy agradecida por ser tan amable con lo del dinero —le dijo.
—Bueno, puede que más tarde encuentres la manera de demostrármelo mejor, ¿mmm?
¿Por qué ni siquiera su propio cinismo era capaz de detenerlo?, se preguntó Joe. Había pasado las últimas tres horas sin pensar en otra cosa que no fuera satisfacer su deseo y eso había sido lo que, al final, lo había llevado a la habitación de Demi.
¿Estaba Joe diciendo lo que le parecía que había dicho?, se preguntó Demi aturdida, ¿o era que su imaginación estaba sin control?
Al menos Miley y Sel estarían contentas al enterarse de que había abandonado su condición de virgen. Abandonar... era una palabra tan emotiva, tan sensual. Imprudentemente estaba impaciente por abandonarse al placer físico de ser poseída por Joe.
—¿O prefieres que empecemos ahora?
Demi abrió los ojos a ver cómo se acercaba a unos centímetros de ella y tomaba su cabeza entre las manos.
Nunca la habían besado así. La boca de Joe se movía con fiereza y Demi respondió instintivamente acercándose más, apoyándose en él mientras su lengua profundizaba más en la suavidad de la boca tomando posesión de ella.
Empezó a levantar los brazos para abrazarlo, pero para su sorpresa, él la detuvo, sujetándola de los hombros y abandonando su boca para apartarse de ella.
Mientras lo miraba confundida, Joe desató el cinturón del albornoz y lo dejó caer por detrás de los hombros en un movimiento que dejó a Demi completamente desnuda. La mirada de Joe cayó sobre su cuerpo como la de un águila que avista una presa, acechó sobre los delgados hombros, bajó hasta los maduros y redondos senos, suaves y sensualmente prometedores, pálidos en contraste con la oscuras areolas que rodeaban los rosados pezones.
Las piernas eran como ya sabía que serían: increíblemente largas y bien formadas. El vello púbico era negro y rizado.
Una docena, no, un centenar de diferentes sensaciones y deseos lo golpearon, lo que al final se convirtió en una única necesidad, un deseo, el más antiguo y poderoso de todos los deseos.
Su mirada permanecía fija en ella como si su cuerpo fuera un poderoso imán visual del que no pudiera apartar la vista.
La deseaba. La deseaba ahí y en ese momento. La deseaba como no había deseado a ninguna mujer antes. Estaba tan excitado, que casi le dolía la piel.
Quería poseerla deprisa, salvajemente, zambullirse en su cuerpo caliente y llenarla, como si al hacerla suya, de alguna manera pudiera librase de su necesidad de ella.
Y al mismo tiempo que deseaba saborear la experiencia de poseerla deseaba retrasarlo un poco.
Demi se sentía como... como la hurí delante del sultán, consciente de su propia desnudez delante de él y excitada de modo extraño al sentirse observada por él de esa forma. ¿Porque sabía que la deseaba y que ese deseo le otorgaba poder sobre él? El significativo bulto de antes había aumentado de tamaño y ella quería acariciarlo. Demi se pasó la punta de la lengua por los labios.
Ningún hombre la había mirado nunca como Joe lo estaba haciendo. Con una llamarada de deseo tal, que podría haber jurado que sentía cómo el calor llegaba quemando hasta su piel.
Pero tampoco ningún hombre la había visto así antes, completamente desnuda, vulnerable, revelando todo lo que en ella había.
Los latidos de su corazón se aceleraron.
Joe levantó el Bellini y se lo ofreció. Desconcertada, tomó la copa.
—Tienes un bonito cuerpo —dijo sin emoción—. Estoy tentado de pedirte que sigas así para poder seguir teniendo el placer de admirarlo, pero no estoy seguro de poder controlarme.
Joe se agachó para recoger el albornoz y dárselo a ella.
Cuando Demi se inclinó para tomarlo de su mano, Joe bajó la cabeza y tomó uno de sus duros, pezones entre los labios. ¿Podían esas intensas sacudidas que sentía por dentro estar provocadas por los salvajes tirones que daba la boca en su pezón? Se oyó gemir y pensó que se iba a caer de la debilidad que sentía en las piernas. Y cuando la boca se detuvo, sufrió de deseo de que volviera a empezar, pensó mientras se ponía el albornoz de un modo tan poco ceremonioso y rápido como con el que él se lo había quitado.

Bueno chicas hasta aqi por hoy espero os haya gustado BEsos!!



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