domingo, 27 de mayo de 2012

The Man She Loves to Hate cap.9




Nick protestó y se tensó. Entonces, le agarró el cabello con una mano y la obligó a levantar la cabeza. —Si esto tiene que ver con la modestia... —comentó ella. Los dos se miraron. Miley vio que no había sorpresa en los ojos de Nick. Tan sólo reconocimiento.
—Sabía que eras tú —murmuró—. En el momento en el que me agarraste el brazo de ese modo, supe que eras tú.
—Sí, bueno. Pues que disfrutes.
Nick lanzó una maldición, una colorida invectiva que resumía su situación perfectamente y que también le recordó a ella lo que no tenía que hacer con ese
hombre. Nunca.
Nick le soltó el cabello y le apartó las manos de la bragueta del pantalón.
Trató de desabrochársela sin mucha suerte.
—Yo ya te los habría quitado —murmuró ella mirándolo desafiante mientras se ponía de pie. Le buscó los dedos y, entre los dos, desabrocharon el botón y bajaron la cremallera.
Nick no dejó de observarla en ningún momento.
—Apártate, castaña —susurró él.
Miley dio un paso atrás y levantó las manos en el aire, como si se estuviera rindiendo. Tenía las mejillas acaloradas aunque el resto de su cuerpo estuviera congelado.
—Tienes que comprobar que no tienes síntomas de congelación.
—Y tú también.
—Yo tengo bien las manos y puedo sentir los dedos de los pies —replicó ella. Se dio la vuelta y se dispuso a  calentárselos sobre los quemadores
encendidos y así darle a él un poco de intimidad—. Dentro de un minuto yo me quitaré los vaqueros. Debería haber un kit de hipotermia sobre la estantería que hay al lado de la puerta trasera. Mantas termales y todo lo demás.
Oyó que él se movía. Oyó que algo golpeaba la pared. Cuando se dio la vuelta, se encontró con Nick justo donde lo había dejado, pero sin los pantalones y apoyado contra la pared. Estaba muy pálido.
—Dame un minuto —murmuró él—. Yo...
Cerró los ojos.
—No, no. Vamos, Jonas. Abre los ojos —dijo ella. Se colocó delante de él para poder sujetarlo mejor—. Piensa en todas las libertades que yo me tomaría contigo si tú te desmayaras ahora mismo. Me iría de compras con tu tarjeta de crédito
platino en el momento en el que recuperara Internet.
—Pues cómprame unos pantalones secos.
—Te robaré el teléfono y tomaré fotos del nuevo dueño del imperio Jonas durmiendo sobre el suelo de la cocina y se las enviaré a todos los que tengas en tu agenda. Creerán que has estado bebiendo.
—No sería la primera vez.
—Tendría que terminar de desnudarte. Piensa en tu modestia.
—Piénsalo así, castaña —murmuró él—. Al menos si estoy inconsciente me comportaré bien.
Entonces, se desmayó.
Miley se derrumbó con él sobre el suelo, evitando que él se hiciera algunos hematomas y ganándose ella misma algunos. Se maldijo por haber hablado demasiado y por no haber generado suficiente calor. Resultaba difícil creer, dada la tensión sexual que había estallado entre ellos momentos antes, pero los hombres a punto de quedarse inconscientes no mentían. ¿Qué diablos había querido decir él con lo de comportarse? No se podía decir que a él le gustara cuando ella le tocaba... ¿O sí?
Se incorporó suavemente, con mucho cuidado. Tuvo mucho cuidado con la cabeza de Nick porque, por muy irritante que él fuera, no quería que se muriera.
¿Qué podía hacer por alguien que tenía hipotermia y un buen golpe en la cabeza? ¿Tenía comida y ropa seca a su disposición? ¿Debería dejar estar la herida que él tenía en la cabeza o comprobársela? Había hecho un curso de
primeros auxilios hacía bastante tiempo y recordaba muy poco de lo que se debía hacer. Jamás había tenido que poner en práctica sus conocimientos.
Apretó los dientes y se puso a quitarle los calcetines. A continuación, se dispuso a hacer lo mismo con los calzoncillos. Nick Jonas no iba a ponerse muy contento cuando recuperara el conocimiento. Si es que lo recuperaba.
—Confía en mí si te digo que resulta difícil impresionarme.
Deslizó los dedos por debajo de la cinturilla y se los sacó. Trató de no mirar mientras los deslizaba por unos muslos más propios de un esquiador que de un ejecutivo. Piernas fuertes. Poderosas.
Bien. Tal vez estaba un poco impresionada, pero aún no lo había observado en su totalidad ni tenía intención de hacerlo. Mirar significaba el primer paso en la resbaladiza senda del deseo y éste estaba fuera de cuestión en lo que se refería a aquel hombre en particular.
—¿Sabes lo que van a hacerme si te mueres? — musitó mientras iba a por las mantas térmicas. Aparte de las mantas, encontró también un saco de dormir 
—. Van a bajarme al infierno. Van a decir que deberíamos habernos quedado en el teleférico. Tal vez debería haber sido así, pero no lo hemos hecho, y eso fue tan
decisión tuya como mía, así que despierta, Nick. Voy a necesitar que, al menos, me quites parte de la culpa.
Hizo una cama al lado de Nick, una mezcla de mantas térmicas y mantas para el fuego, y colocó el edredón encima. Le quitó a Nick el abrigo de Hare porque el exterior aún estaba mojado. Él estaba completamente desnudo y, en aquella ocasión, no pudo evitar mirar mientras lo metía en la cama. Nick Jonas era una obra maestra. Hermoso por todas partes. Incluso estando frío.
El kit de hipotermia del quiosco tenía unas almohadillas de calor. Miley arrancó la capa que había entre ellos para provocar la reacción química. Luego las envolvió en trapos de cocina y se las colocó a Nick debajo de las axilas. Entonces, lo arropó bien con el saco de dormir y le puso otra manta térmica encima.
¿Qué más podía hacer?
—Esto es lo que vamos a hacer —musitó ella—. Voy a limpiarte la herida. Entonces, tú vas a entrar en calor, te vas a despertar y me vas a dar las gracias muy educadamente por mis esfuerzos. Ni casa ni diamantes. Me bastará con que me des las gracias. Entonces, cuando regresemos a Queenstown y todo el mundo te pregunte cómo ha sido estar en la ladera de la montaña conmigo, delante de
Dios, de tu familia, amigos y media ciudad, dirás que tal vez no haya sido muy cómodo estar en mi compañía, pero reconocerás que yo te he mantenido con vida y que, por eso, cuento con tu gratitud. ¿Te parece mucho pedir que, por una vez en tu vida y en la de tu hermana y la de tu madre, dejéis de odiarme por algo que jamás fue culpa mía?
—Miley —susurró Nick.
Ella se inclinó para escucharlo mejor. Vio que aún tenía los ojos cerrados, pero que, al menos, volvía a estar consciente.
—¿Qué? —preguntó—. ¿Ahora qué?
—Hablas demasiado




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