domingo, 20 de mayo de 2012

The Man She Loves to Hate cap.4






Pasaron otros cinco minutos. Otra ráfaga de viento azotó el teleférico, con mucha más fuerza que antes. Las manos del muchacho se agarraron con fuerza al pasamanos y miró al cable que los sostenía. La bufanda se le cayó del rostro y
dejó al descubierto una piel blanca como el marfil y una mandíbula que, con toda seguridad, jamás había visto una cuchilla. ¿Piel blanca como el marfil? ¿En un muchacho?
—¿Cuántos años tienes? —le preguntó antes de que pudiera contenerse—. ¿Catorce? ¿Quince?
—Más.
—¿Cuántos más?
—Bastantes más.
¿Bastantes más? ¿Qué clase de respuesta era ésa?
—Diecinueve —dijo el muchacho rápidamente, como si le hubiera leído el pensamiento a Nick.
—¿De verdad? —replicó. El muchacho se encogió de hombros.
Nick estaba empezando a pensar que había más abrigo, sombrero y bufanda que muchacho. De diecinueve nada. Miró de nuevo al muchacho como si estuviera buscando... ¿qué exactamente? ¿Respuestas? ¿Una razón para su
fascinación? Jamás se había sentido inclinado hacia los de su propio sexo y no tenía intención de empezar en aquel momento.
Fueron pasando los minutos, aunque no en silencio. El rugido del viento y la tensión del cable se encargaban de eso. Sin embargo, no se produjo más conversación. Y la radio que los comunicaba con el mundo exterior se mantuvo
sumida en un ominoso silencio.
Nick miró el reloj y luego miró al muchacho. Se preguntó por qué no se quitaba las gafas. Después de todo, no parecía probable que fueran a abandonar el teleférico en un futuro cercano.
—¿Vives en la ciudad? —le preguntó Nick.
El muchacho asintió.
—¿Vives solo? Es decir, ¿hay alguien que pueda darse cuenta de que no estás y dar la señal de alarma? —aclaró. No se trataba de una frase de las que se utilizaban para flirtear con una persona, pero, por si acaso, sintió la necesidad de aclararlo.
—Yo no contaría con eso. Mi... mi compañera de piso está fuera de la ciudad esta tarde y luego trabaja esta noche. Yo entro y salgo a mi aire.
Nick suspiró y se metió las manos en los bolsillos del abrigo. Y él que se había imaginado a la mamá del muchacho esperándole para cenar y preocupándose cuando no se presentara. Tal vez el muchacho tenía diecinueve
años después de todo.
—¿Y usted? —le preguntó el muchacho—. ¿Lo esperan en algún sitio?
—Sí.
—Entonces, ¿lo echarán de menos?
—Lo dudo —musitó. Si su madre y su hermana lo echaban de menos, seguramente lo que sentirían sería alivio—. Yo no contaría con que nadie se alarmara por mi ausencia. Digámoslo así.
Más silencio, interrumpido sólo por el rugido del viento contra el exterior del teleférico.
—Al menos, estamos a cubierto —añadió él. Una pena que estuvieran a cincuenta metros sobre el suelo, colgados de un cable y en medio de la ventisca —. ¿Qué hay en la caja? ¿Algo que podamos utilizar?
—¿A qué se refiere? —preguntó el muchacho. De repente, pareció asustado y alarmado.
—La caja —repitió él—. ¿Qué hay en la caja? ¿Algo que podamos utilizar?
—¿Cómo qué? —preguntó el muchacho. Su voz volvía a sonar ronca y ahogada. El rostro quedaba prácticamente escondido entre las gafas, la bufanda y el gorro.
—Comida o mantas —dijo Nick—. Si Dios fuera bueno, también habría whisky.
—No tengo whisky —musitó el muchacho—. Son sólo cosas mías. Principalmente tonterías. Hoy he terminado en la montaña.
—¿Media temporada?
El muchacho asintió.
—¿Te han despedido?
—No.
—¿Tienes un trabajo mejor?
—Sí.
—¿Cerca de aquí?
Era parte del trabajo de Nick ocuparse del funcionamiento de las pistas de esquí. Era la única parte del imperio empresarial sobre el que James había mantenido un férreo control y, por lo tanto, el único de sus negocios sobre el que
Nick no tenía mucha información. Si había problemas con los empleados de la montaña o si los trabajadores se marchaban a trabajar en otras pistas, él necesitaba saberlo.
—En Christchurch.
No había pistas de esquí en Christchurch.
—¿De qué es el trabajo?
—De esto no.
Es decir, el muchacho no era lo que él había pensado, un adicto al snowboard que iba de pista en pista en busca de nieve.
La conversación volvió a detenerse. El muchacho terminó por sentarse en la caja y se sacó el teléfono del bolsillo. A juzgar por el modo en el que frunció los labios, seguía sin cobertura. No había otra cosa que hacer más que esperar.
—¿Estás seguro de que en esa caja no hay nada que podamos utilizar? — volvió a preguntar Nick. Llevaban allí más de una hora y cada vez tenían más frío —. Incluso la basura puede tener utilidad.

—Esta basura no —replicó el muchacho—. Confíe en mí. No hay nada en esta caja que usted quiera ver.
—¿Crees que con esa frase vas a conseguir que yo sienta menos curiosidad por saber lo que hay en esa caja? —preguntó Nick—. Te aseguro que no es así.
El muchacho se encogió de hombros y se negó a responder. Nick lo estudió una vez más y se preguntó qué podría haber en aquella caja para que el muchacho se mostrara tan poco inclinado a abrirla en su presencia.
—Mira, muchacho. Supón que hay algo en esa caja que no debiera estar ahí.
Una barra de chocolate o cincuenta. Un ordenador que no usa nadie. Material de esquí que no te pertenece. ¿De verdad crees que, dadas las circunstancias, me va
a importar?
—¿Tan seguro está de que no le va a importar dado que, en teoría, yo le estaría robando a su familia? —replicó el muchacho. Se metió de nuevo el teléfono en el bolsillo—. De todos modos, no hay nada robado en la caja. Es sólo
basura.
—Si es sólo basura —murmuró Nick—, ¿por qué la proteges de ese modo?
Entonces —añadió, cuando vio que el chico se negaba a responder—, ¿sabes quién soy?
El muchacho asintió.
—¿Y debería yo saber quién eres tú?
—No.
—Porque me resultas familiar.
—No lo soy.
—Creciste en Queenstown, ¿verdad? —dijo Nick. El muchacho ni siquiera lo miró a los ojos y, por alguna razón, esto le escoció a Nick. ¿De verdad era el hecho de mirar a una persona a los ojos pedir demasiado?
—Usted no me conoce —afirmó el muchacho—. No necesita conocerme.
—Dado que estamos atrapados aquí, no estoy de acuerdo. ¿Te ha enseñado alguien a observar las buenas maneras? ¿Te han enseñado a presentarte?
—No.
—Pues ya va siendo hora de que aprendas. Mi nombre es Nick Jonas. Nick para la mayoría, aunque si lo prefieres puedes llamarme Jonas. Respondo a los dos nombres. Ahora te toca a ti.
—Josh —dijo el muchacho de mala gana.
—Es habitual proporcionar un apellido.
—De donde yo vengo, no.
—Está bien —repuso Nick. Al menos, le había sacado algo al joven Josh.
Debía hacer que el muchacho se relajara antes de buscar más información. En realidad, podía sacar el expediente del muchacho en cuanto salieran de aquel teleférico. En aquellos momentos, quería algo más que información. Quería ver los ojos del muchacho—. ¿Te vas a quitar en algún momento esas gafas, Josh?
—No estaba pensando hacerlo —le espetó el muchacho. La curva de sus labios hizo que Nick contuviera el aliento. El muchacho levantó la barbilla, pero no se quitó las gafas. La actitud del muchacho cambió ligeramente, atrayendo la
mirada de Nick y confundiéndolo aún más.
—Jonas, si quieres que me desnude, sólo tienes que decirlo —murmuró el muchacho—, aunque, si observamos las buenas maneras, tal vez deberías invitarme a una copa primero.

1 comentario:

  1. aaaaawwww me encanto aww estubo increible gracias mitchie♥ por las minimaratones de 3 me encantaron es como antes cuando subias asi los ameeeeeeeee♥♥♥♥ gracias por tu tiempo en nosotras de veras lo aprecio cuidate mcho te qiero♥ espero con ansias los siguientes sube pronto mas mas mas mmas espero mñn la continuacion de esta nove me muero de la curiosidad por saber k pasa como se lo toma nick :3 sigelaaaaaaaaaa plis mitchie gracias byee cdt tq♥

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