domingo, 20 de mayo de 2012

The Man She Loves to Hate cap.3




Nick se sacudió la nieve del abrigo y se pasó la mano por el cabello. No iba vestido para subir a la montaña. Bajo el pesado abrigo de lana, iba vestido para un entierro. La única concesión que le había hecho a la montaña había sido
cambiarse los zapatos de vestir por unas botas de nieve. No había sido suficiente para un tiempo tan malo.
Se fijó en el muchacho. Resultaba algo menudo para ser uno de los trabajadores de Hare. Él solía contratarlos más corpulentos. Dejando el cerebro al margen, la fuerza bruta era siempre muy necesaria en la montaña y todos los que
trabajaban allí lo sabían. 


El muchacho tenía los pies separados, las rodillas ligeramente dobladas. Por su aspecto, parecía uno de esos muchachos que practican el snowboard. Hardcore, a juzgar por las prendas tan poco conjuntadas.
Nada de prendas de marca. Aquel muchacho parecía más interesado en la emoción de subir una montaña y otra y otra más. No tenía nada que demostrar a nadie más que a sí mismo.


Nick lo envidiaba.


Lo que él tenía que hacer en los próximos seis meses era demostrar a los banqueros y a los accionistas que él era tan bueno como su padre en lo que se refería a la dirección de los negocios familiares. Como si no lo hubieran criado
desde la cuna para alcanzar aquella posición, aprendiendo desde abajo a las órdenes de su padre.
A James Jonas se le había comunicado que se estaba muriendo hacía dos años. Desde aquel momento, había empezado a traspasar los poderes de la dirección de Jonas a Nick. Le había enseñado con el ejemplo. Lo que hacer, lo que no hacer y cómo recuperarse. Había hecho que Nick lo admirara en muchos sentidos. Había conseguido que Nick se preocupara por el negocio que tenía bajo su control y por la gente que trabajaba para él.


James Jonas siempre había ido dos pasos por delante en cualquier cosa, excepto en lo que se refería a pensar que su esposa, tan de buena familia, y su bella y sensual amante pudieran coexistir pacíficamente en aquella ciudad.
En lo que se refería a eso, James Jonas había sido un estúpido. Nick comprendía perfectamente lo que su padre había visto en Rachel Cyrus. No había estado entonces tan ciego como lo estaba en aquellos momentos. Una sensualidad latente que afectaba con fuerza a un hombre. Un descarado conocimiento sobre cómo satisfacer esos deseos, un conocimiento del que la puritana y bien educada madre había carecido por completo.
Lo que James Jonas deseaba, lo poseía. Podría haberse salido con la suya si lo hubiera dejado tan sólo en eso. Si sólo lo hubiera hecho una vez. O dos. Sin embargo, lo había tenido que tener todo sin importarle el dolor que les
causaba a los que le rodeaban.


El teleférico comenzó a moverse suavemente mientras aún estaba bajo la protección de las paredes y del tejado de la terminal. Entonces, el viento comenzó a azotarla. La nieve empezó a cubrir las ventanas y el descenso se hizo mucho
más movido. Tanto Nick como el muchacho miraron automáticamente al cable para asegurarse de que todo estaba en orden.
El muchacho miró hacia el intercomunicador que había en la pared, como si estuviera valorando la necesidad de ponerse en contacto con Hare. Nick también lo miró.
—Según la predicción meteorológica, el frente aún está bastante alejado — dijo el muchacho por fin. Su voz apenas resultaba audible bajo la bufanda.
Nick asintió. Había visto cómo se acercaba la tormenta desde el mirador.
Decidió que, debido a su compostura y conversación, el muchacho debía ser algo mayor de lo que había pensado en un principio. No servía de nada tratar de juzgar
la edad del muchacho por el rostro, dado que lo único que se le veía era la boca.


Y menuda boca.


Nick apartó la mirada. Rápidamente.


¿Qué demonios le ocurría?
Otro golpe de viento sacudió el teleférico y lo hizo zarandearse de un lado a otro. Esto provocó que tanto él como el muchacho volvieran a levantar la mirada hacia el cable que los sujetaba. Una vez más, el muchacho miró hacia el interfono.
Una vez más, Nick estudió lo poco que podía ver del rostro del muchacho bajo el gorro, las gafas y la bufanda. Entonces, turbado, apartó la mirada.
El viento amainó un poco y el teleférico dejó de moverse de un lado a otro.
Parecía que ya no había nada de lo que preocuparse.
Ya sólo quedaban once minutos para que terminara el trayecto. Además, no servía de nada mirar por la ventana. La visibilidad era cero. Por lo tanto, para no mirar al muchacho, sólo podía mirar a la caja.
El muchacho parecía inquieto. Cuando se movió, Nick contuvo la necesidad de mirarlo y mantuvo los ojos pegados a la caja.
Diez minutos.
El teleférico comenzó a ascender suavemente a medida que se acercaba a la primera de las siete torres de conexión. Nick sintió que el cabello de la nuca se le erizaba. El muchacho lo estaba estudiando a él en aquellos momentos. Lo sentía.
Y la reacción de Nick fue de puro deseo. El corazón comenzó a latirle con fuerza. Seguramente Hare había disminuido la velocidad por el viento y por el hecho de que se estuvieran acercando a la torre. Sin embargo, el teleférico
comenzó a detenerse hasta que se quedó inmóvil, balanceándose en el viento.
Nick se agarró a la barra y se dirigió al interfono. Igual que el muchacho, si era verdad que trabajaba con Hare, había trabajado en los remontes de aquella montaña. Sabía lo que había que hacer.
—Hare, ¿estás ahí?
Hare no respondió y tampoco la operadora que, supuestamente, se ocupaba de dirigir la estación base. Mala señal. El muchacho no dijo nada. Se limitó a mirar
a Nick a través de aquellas malditas gafas de esquiar y a morderse el labio inferior. Nick tensó los suyos.
—Hare —repitió—, ¿me oyes?
Cuando siguió sin recibir respuesta, colocó de malos modos el interfono de nuevo en su lugar y se sacó el teléfono móvil del bolsillo del abrigo. No tenía cobertura. No era que lo hubiera esperado. Las ventiscas producían ese efecto.
Maldita sea.
El muchacho también se sacó el teléfono móvil del bolsillo y comenzó a apretar botones con la mano enguantada.
—Yo tampoco tengo cobertura —murmuró. —Volveré a llamar a Hare dentro de un minuto — dijo Nick.
Le dio diez. Diez minutos de tenso silencio, acompañados por una fascinación hacia aquel muchacho que Cole ni siquiera quería intentar definir.
—Alguien debería haberse puesto ya en contacto con nosotros.
Lo que el muchacho no había dicho era que el hecho de que Hare no siguiera el protocolo significaba con toda probabilidad que estaba teniendo problemas en la torre de control. Lo mismo se podía decir de la base. Debía de
haber alguien allí abajo, porque, si no, el teleférico no habría funcionado.
—El interfono funciona, por lo que probaré otros canales. Tal vez logre contactar con alguien.
No encontraron a nadie más.


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