martes, 21 de agosto de 2012

White Lies cap.11




Al día siguiente, Nick observaba la pantalla del ordenador que tenía delante e intentaba no pensar en la mujer que había en el despacho vecino. Miley había estado encerrada en su despacho durante toda la mañana y ya era casi mediodía. Apostaría lo que fuera a que no iba a hacer una pausa para comer.
Por una parte, Miley sabía que no era asunto suyo si ella comía o no pero, por otra parte, quería hacerlo asunto suyo. De todos modos, no perdería nada, pues no había podido concentrarse ni un momento en todo el día.
Antes de llegar al centro, se había pasado por la refinería para echar un vistazo al área dañada por el incendio, esperando encontrar alguna pista que se les hubiera escapado antes. Odiaba admitirlo, pero Joe tenía razón: todas las pruebas que había hasta el momento apuntaban hacia la culpabilidad de Montoya, sobre todo porque no tenía una coartada para esa noche y se le había visto en las cercanías de la refinería. Sin embargo, las pruebas no eran lo bastante contundentes. Si Montoya no era culpable, entonces había alguien que estaba sacando ventaja de las desavenencias entre los Brody y él.
Nick se puso en pie y miró el reloj, decidiendo que era hora de comer algo y satisfacer su deseo de volver a ver a Miley. Se había contenido para no ir a su despacho a saludarla cuando había llegado al centro. Pero no podía seguir conteniéndose.
Miley tenía la puerta del despacho cerrada, lo que significaba que estaba reunida con alguien o inmersa en el trabajo. Había mencionado que quería prepararse para la reunión que iba a tener al día siguiente con Kevin. Aun así, ella tenía que comer y a él le había gustado la cafetería donde habían comido el día anterior. La hamburguesa había estado deliciosa.
Nick se dirigió hacia la mesa de la secretaria.
–¿La señorita Martindale está reunida con alguien?
Marcy dejó de rebuscar en un montón de carpetas que tenía sobre el escritorio, levantó la vista y le sonrió.
–No, está revisando unos papeles. Si quieres hablar con ella, llama a su puerta sin más.
–Eso haré, gracias –repuso Nick y sonrió también.
Nick caminó hasta la puerta de Miley y titubeó antes de llamar. Se dijo que estaba siendo demasiado amable cuando ella, en realidad, no merecía su amabilidad.
–Adelante.
Nick abrió la puerta y entró en su despacho, cerrando la puerta tras él. Miley no levantó la mirada.
–¿Lista para comer? –preguntó él.
Miley levantó la vista del documento que había estado leyendo. Cuando sus miradas se encontraron, Nick se estremeció un poco. Y, por si fuera poco, sintió que su entrepierna se excitaba también. Se quedó allí parado, consciente del efecto que ella le producía e incapaz de hacer nada para evitarlo. Miley rompió el contacto visual y volvió a fijar la atención en lo que tenía entre las manos.
–Hoy no puedo.
«¿No puedes o no quieres?», pensó Nick.
–Sí puedes. Pensarás mejor con el estómago lleno.
Cuando Miley volvió a mirarlo sin decir nada, como si estuviera sopesando sus palabras, Nick añadió:
–Además, esa hamburguesa que me comí ayer estaba muy rica y…
–Y no te va sentar bien repetir hoy. Demasiada carne roja –lo interrumpió ella, dejando los papeles a un lado–. ¿Por qué no comes hoy una ensalada?
Nick rió.
–Eso es bueno para los conejos.
–Es saludable –dijo ella, poniendo los ojos en blanco–. De acuerdo, comeré contigo pero sólo si vamos a pie a la cafetería.
Nick cambió de cara, desvaneciéndose su sonrisa.
–¿A pie?
–Sí, a pie.
Nick se dio cuenta de que lo miraba con intensidad, como si esperara que él se echara atrás.
–De acuerdo. Iremos andando –respondió sin poder evitar sonreír.
–No esperabas que aceptara, ¿verdad?
Miley miró a Nick. Llevaban unos minutos andando en silencio y ella había estado pensando cómo era posible que estuvieran juntos por tercer día consecutivo. Él tenía razón. No había esperado que aceptara ir a pie a la cafetería. No porque creyera que él no estaba en forma para hacerlo, sino porque Nick no tenía guardadas unas zapatillas para caminar debajo de la mesa, como ella. Él llevaba botas de vaquero, además de pantalones vaqueros y una camisa de cambray. Y se había puesto el sombrero vaquero lo que, teniendo en cuenta el sol que hacía, había sido una buena idea. Nick tenía buen aspecto con su atuendo vaquero, demasiado bueno, pensó. En un par de ocasiones, cuando se habían cruzado con alguien por la calle y se habían tenido que acercar un poco para dejar paso, Nick la había rozado con su fuerte muslo, haciendo que ella se fijara en lo musculoso y fuerte que era.
–No, no lo esperaba –respondió al fin–. Pero tienes que admitir que hace un día precioso. Un día perfecto para caminar.
Miley no pudo evitar recordar la última vez que habían dado un paseo juntos, una tarde en que él se había pasado por su apartamento después de salir del trabajo. Habían paseado
por el parque del barrio y, en el camino de regreso, habían comprado unos helados de cucurucho. Aquél también había sido un día perfecto para pasear.
Miley respiró hondo, intentando borrar los recuerdos. Durante tres días, había permitido que Nick invadiera su espacio personal, lo que no la hacía demasiado feliz. Agradecía que la hubiera ayudado el día anterior pero, de alguna manera, necesitaba que él entendiera que comportarse con cordialidad no significaba que tuvieran que comer juntos a diario.
–¿Cómo está tu tía Dolly? –preguntó él.
Miley dio un traspié y Nick la sostuvo del codo, impidiendo que cayera. Ella dejó de caminar y lo miró. Nick estaba sólo a unos centímetros y sus ojos se encontraron. Él había conocido a su tía Dolly cuando ésta había ido a Houston para darle apoyo durante el juicio contra Liam. A su tía le había gustado Nick y ella quería pensar que había sido mutuo y que los sentimientos de él hacía Dolly habían sido genuinos y no fingidos… como los que había mostrado por ella.
–Miley, ¿qué pasa?
Ella tragó saliva e intentó contener las lágrimas que le asomaban a los ojos cada vez que recordaba la pérdida de su tía.
–Mi tía Dolly murió hace dos años.
Miley percibió sorpresa y tristeza en los ojos de él.
–Lo siento. ¿Qué sucedió? ¿Enfermó? –preguntó Nick y entrelazó sus dedos con los de ella.
Miley negó con la cabeza.
–No, de hecho había ido al médico el día anterior y me había llamado para contarme lo que le había dicho. El médico incluso había bromeado sobre su edad y le había dicho que lo más seguro era que llegara a los cien años porque estaba en muy buena forma –explicó Miley e hizo una pausa antes de continuar–. El día siguiente, salió del trabajo y de camino a casa se paró en un cajero automático. Apareció un tipo y le pidió todo el dinero. Ella vació su cuenta y le dio todo lo que tenía, pero él le disparó y la mató de todas maneras.
–Oh, Miley, lo siento mucho –dijo él, rodeándola con sus brazos.
Miley se dejó abrazar sin titubear, ignorando el hecho de que estaban en medio de la calle. Hacía dos años, no había tenido ningún hombro en el que llorar. Enterrar a su tía había sido lo más difícil que había tenido que hacer jamás. Menos de un año después de graduarse en la universidad, había perdido a la única persona con la que había podido contar siempre.
–Eso es, Miley, desahógate –le susurró Nick al oído–. Sácalo todo.
Ella sintió sus fuertes brazos apretándola contra su cuerpo.
No se dio cuenta de cuánto tiempo estuvo ahí, llorando en medio de la calle y dejándose consolar por el único hombre que había amado de veras. No estaba segura, sin embargo, de poder perdonarlo por haberle roto el corazón.
Recomponiéndose, Miley se zafó de su abrazo, rompiendo todo contacto físico con él.
–Lo siento –se disculpó ella.
–No te disculpes. ¿Estás bien?
–Sí, estoy bien –repuso ella y se metió las manos en los bolsillos de los pantalones, mirando al suelo–. Es que todavía me cuesta aceptarlo.
–Lo imagino y lo siento de todo corazón, Miley.
La sinceridad que impregnó sus palabras y la calidez de su voz conmovieron a Miley. Levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.
–Gracias.
–De nada.
Mientras seguían caminando hacia la cafetería, a Miley le daba vueltas la cabeza. Confundida, no sabía si podía confiar en el hombre que le había roto el corazón en el pasado y que, al mismo tiempo, parecía lleno de compasión por ella. ¿Debería dejarse llevar por la razón, por el corazón… o por los deseos de su cuerpo?, se preguntó. De pronto, se sintió como si tuviera de nuevo diecinueve años y no le gustó nada esa sensación. En absoluto.



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