miércoles, 15 de agosto de 2012

The Ex-Boyfriend Of His Sister cap.15 Happy Bday Joe♥






Una hora y media más tarde,  Demi llegó a casa cuando el viento empezaba ya a soplar con fuerza y la nieve empezaba a caer.
Alrededor de las tres, sonó el teléfono. Era Selena, que quería saber si estaba bien y que le dijo que había cerrado la tienda y estaba ya en casa preparada para resistir la tormenta.
-¿Estás bien? -le preguntó Selena.
Demi sintió una oleada de cariño por su hermana.
Aunque la llegada de Joe las hubiera distanciado, era bueno saber que alguien se preocupaba por ella.
-Sí, estoy bien. Tengo mucha leña, velas y queroseno. Podría pasar una semana sin salir de la casa.
-Espero que no sea necesario.
-Yo también.
Hubo un silencio, y la línea crepitó por la electricidad estática de la tormenta. De pronto, Selena empezó a hablar.
-Demi, yo...
Demi se dio cuenta de que estaba apretando con de masiada fuerza el auricular.
-¿Qué, Selena?
La línea volvió a crepitar y después Selena se echó a reír.
-Nada, nada. Ten cuidado, ¿vale? Y no te enfríes? 
Demi le prometió que así lo haría.
Media hora más tarde, la electricidad se cortó. La nieve caía con tal densidad que parecía que de pronto se hubiera hecho de noche, y el viento silbaba y gemía en el alero.
Demi tenía ya preparadas las velas y las lámparas de queroseno, y las encendió en la cocina y en el salón, y todo quedó iluminado por el resplandor dorado que sólo crea una llama.
Intentó no preocuparse por Joe. No tenía ni derecho ni razón para hacerlo. Tal y como él le había puntualizado, podía cuidar de sí mismo, y quizás, al empezar a caer la nieve, había reconsiderado su idea y se había quedado a pasar la noche en Reno.
Fuera como fuese, no iba a llamar a su casa para asegurarse de que hubiera llegado a casa sano y salvo. De ninguna manera.
Y sin embargo, cinco minutos después de jurar que no iba a hacerlo, se encontró marcando su número de teléfono.
El timbre sonó cuatro veces antes de que el contestador automático se conectase. La garganta se le quedó seca al imaginárselo al lado del teléfono, escuchando la llamada para evitar precisamente una eventualidad como aquella.
Pero el orgullo perdió la partida frente a su preocupación.
-Joe, soy Demi. La tormenta está siendo muy fuerte y estaba... preocupada por ti. Como has dicho que ibas a ir a Reno... Si estás ahí, ¿quieres coger el teléfono, por favor?
Esperó, pero no ocurrió nada, salvo el crepitar de la línea.
-Por favor, Joe -volvió a decir-, dime que estás bien. Coge el teléfono y dime que meta las narices en mis cosas y luego cuelgas, pero por favor, dime que estás bien.
Pero no contestó. Si es que estaba en casa, tenía un corazón de piedra.
Con las mejillas rojas como la grana, colgó el teléfono e intentó enfadarse con él por no contestar a su llamada, por quedarse escuchándola para hacerla sufrir, pero no lo consiguió. Sabía que enfadarse no sería mas que una forma de esconder su
preocupación, porque, a pesar de la frialdad con la que le había hablado en la tienda, no podía creer ni por un minuto que Joe tuviese el corazón de piedra.
Lo que quería decir que no estaba en casa. Debía andar por la carretera en medio de lo que parecía ser el peor temporal desde hacía años.
Demi entró del salón a la cocina y volvió después al salón, intentando convencerse de que no tenía por qué preocuparse, de que Dillon estaría bien, seguramente en Reno, en algún hotel. Simplementee tenía que dejar de pensar en ello, de preocuparse, porque no había nada que pudiera hacer.
Estaba mirando por la ventana del salón aquella cortina blanca, pensando que ni siquiera podía ver las dos piceas que crecían a escasos pasos del porche cuando por un instante creyó ver un fogonazo rojo.
Sin tan siquiera darse cuenta de que estaba conteniendo la respiración, pego la nariz al cristal. Sí. Allí estaba. Rojo. Metal rojo y brillante, semicubierto por la nieve, pero le había dado la impresión de que era un coche, un coche rojo que entraba por el camino de su casa.
Salió corriendo hacia la puerta de la cocina que daba paso a un pequeño porche y al camino, y la abrió de par en par, sin tener en cuenta ni el viento ni el remolino de nieve.
El Land Cruiser rojo estaba justo allí, aparcado junto a su porche. Era verdad. Joe se cambió de asiento y bajó la ventanilla del pasajero.
-Tenía demasiado miedo para seguir -dijo, gritando para competir con el viento-. Tenía miedo de no poder recorrer los cuatro kilómetros que faltan para mi casa. Y no sólo eso; es que...
El corazón de Demi latía desenfrenado. Hacía un frío tremendo y había salido sin abrigo, y no había razón por la que seguir allí en medio hablando del motivo por el que se había parado en su casa. La razón era obvia: era demasiado peligroso continuar.
-Has hecho lo mejor. Entra, date prisa.
Abrió la puerta y bajó del coche, y entonces, a pesar del viento y la nieve, los dos se quedaron inmóviles, mirándose el uno al otro, dándose cuenta de lo que acarrearía aquella parada: tendrían que pasar aquella noche juntos y solos en su cabaña, incluso era posible que más.
Demi estaba percibiendo su calor y su propio deseo por él, que había llegado a formar parte de ella de tal manera que casi no recordaba cómo había sido antes de sentirlo.
-Entra -dijo-, por favor.
Se sentía rara con él, e intentó esconderse tras la formalidad.
-Sí, pero primero yo...
Parecía no saber cómo continuar.
-¿Qué?
Miró primero hacia otro lado y después a sus ojos.
-Tengo algunas... cosas en la parte de atrás. Comida y eso. Se congelará si lo...
-Comprendo. Voy a coger la chaqueta y te ayudaré a meterlas.
Pero Joe la sujetó por un brazo.
-No. Espera.
Ella lo miró sorprendida.
-¿Qué pasa, Joe?
-Mierda... -masculló él entre dientes-. Espera aquí un momento -dijo, y se volvió hacia su coche. Al bajar del porche, desapareció de su vista tras la nieve, y al final volvió a aparecer con algo envuelto en una manta rosa.
Demi se dio cuenta de que era un bebé cuándo lo oyó llorar con todas sus fuerzas.

Joe se acercó a ella.
-Creo que es una niña, ya que todo es rosa.
De dentro de la manta color rosa llegó otro grito airado.
Demi se rodeó con los brazos.
-¿Qué está pasando, Joe?
-Bueno, yo... -la miró de tal forma que parecía no saber por dónde empezar. En sus brazos, el bebé inspiró aire y volvió a llorar a todo pulmón-. Eh, no hagas eso... -dijo, y la acunó con tanta fuerza que parecía sacudirla.
Demi extendió los brazos.
-Dámela.
Enormemente aliviado, Joe se la entregó. De entre la manta cayó un biberón, que recogió antes de que se estrellase contra el suelo.
-Ten. Voy a por la comida.
Cat cogió el biberón.
-Bien -contestó, y entró en la casa.
Fue directa a su dormitorio y puso a la niña sobre la cama. El braceo y el llanto creció de intensidad; estaba claro que quería seguir estando en los brazos.
Demi encendió rápidamente las dos velas que había colocado allí y la lámpara de queroseno que había junto a la cama. Cuando se volvió de nuevo hacia el bebé, la niña se había quitado con el pataleo la manta. Braceaba y pataleaba frenéticamente, vestida con pijamita rosa. Demi volvió a cogerla en brazos y la tapó de nuevo con la manta.
-Eh... tranquila, pequeñina -le susurró.
La niña se tranquilizó lo bastante como para abrir unos preciosos ojos azules y Demi le sonrió, recordando a sus dos hermanas pequeñas. Miley nació cuando ella tenía diez años y Dallas un año después. Demi había ayudado muchas veces a prepararles los biberones y a cambiarles los pañales. A veces también se había quedado con ellas por la noche para que su madre pudiera descansar.
El bebé volvió a echarse a llorar.
-¿Qué te pasa, eh? ¿Necesitas un cambio de pañal, quizás?
Como si hubiese comprendido la pregunta, su carita se coñtorsionó una vez más y lanzó otro quejido ahogado.
-De acuerdo. Necesitamos pañales limpios -en la - habitación de al lado, Joe acababa de entrar, seguramente cargado con las bolsas-. ¡Necesito la bolsa de los pañales! -le gritó.
Oyó el crujido de las bolsas de papel al dejarlas sobre la mesa e inmediatamente lo vio aparecer en la puerta de su habitación. Lo vio mirar a su alrededor rápidamente antes de preguntar:
-¿El qué?
-La bolsa de los pañales. Hay que cambiar a la niña.
El bebé volvió a gritar como para dar énfasis al comentario de Demi.
-La bolsa de pañales -repitió Joe como si no lo comprendiera bien-. Voy a mirar -dijo, y se volvió a la cocina.
Una vez estuviese limpia la niña, Joe iba a tener mucho que explicar.
Como si no le gustase ser ignorado, el bebé volvió a patalear y a gimotear, y para calmarla hasta que Joe volviese, Demi se sentó junto a la ventana en la vieja mecedora que había pertenecido a su abuela.
-¿Es esto?
Demi se volvió a mirar a Joe, que de nuevo estaba en la puerta con una bolsa rosa con muchas cremalleras y una girafa de tela en el centro.
-Ponla en la cama.
Joe dejó la bolsa y Demi se acercó a dejar a la niña sobre la cama. Dentro de la bolsa, tal y como había imaginado, no sólo había varios pañales de usar y tirar, sino también algunos juguetes, otro biberón con lo que parecía ser leche de bebés, un cambiador y un pijama limpio.
-Muy bien, pequeña -Demi abrió el cambiador-. Vamos a ocuparnos ahora mismo de tu problema -puso a la niña en el cambiador y miró a Joe, que seguía en la puerta contemplando la escena como si ella fuera una especie de prestidigitador-. ¿Qué estás mirando?
-Que se te dan bien los niños. No te imaginas la buena noticia que es eso.
-¿Por qué? -le preguntó suspicaz, pero antes de que pudiera contestar, levantó la mano en alto-. No importa. Ya hablaremos de eso más tarde. Tráete el resto de tus cosas del coche.
-Buena idea.
-Y no olvides esas lámparas que compraste donde Kratt, ¿vale? Pueden venirnos muy bien.
-De acuerdo -contestó él ya desde la puerta.
Demi desabrochó el pijama y despegó el pañal. No se encontró con ninguna sorpresa: era una niña, y desde luego, necesitaba un cambio de pañal.
Terminó el trabajo tarareando la musiquilla que solía cantarles a sus hermanas. Cuando terminó, cogió a la niña ya más tranquila en brazos y el biberón de leche para calentarlo un poco en la cocina.
Joe entró con las lámparas justo cuando estaba poniendo una cacerola con agua en la cocina de leña.
-Eso es todo -dijo él, y dejó tres bolsas sobre la mesa-. ¿dónde tienes el teléfono?
Demi señaló la puerta del salón.
-Allí, en la mesa que hay debajo de las escaleras.
Demi lo vio descolgar el auricular, escuchar y colgar con la mano varias veces.
-No hay línea -le dijo.




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