martes, 21 de agosto de 2012

White Lies cap.10






Nick sacó una cerveza de la nevera y la destapó. Se llevó la lata a la boca, disfrutando del fresco brebaje. Cuando se lo hubo terminado, frunció el ceño, estrujó la lata vacía y la tiró a la basura.
Frunciendo el ceño aún más, se sentó a la mesa de la cocina, pensando que el día no había ido en absoluto como él lo había planeado. Estaba convencido de que el incidente que había tenido lugar en el centro de acogida había despertado su instinto protector hacia Miley. Había estado dispuesto a acabar con cualquiera que pensara en lastimarla. Y tuvo que admitir que la razón por la que la había llevado a la comisaría y, luego, a comer, había sido que no había querido separarse de ella. Estaba apegándose otra vez a Miley y eso no era buena señal.
Nick se frotó la cara. Tal vez necesitara repensar su plan de vengarse de ella y, en vez de eso, poner distancia entre los dos y desistir. Quizá debería tratarla como si fuera una cazafortunas cualquiera.
Pero no era capaz de hacerlo. Ese día le había demostrado que, en lo que tenía que ver con Miley, no podía pensar con claridad ni de forma lógica. En ese mismo momento, debería estar pensando en vengarse y hacerle sufrir como ella le había hecho sufrir a él. Por lo tanto, al margen de sus instintos protectores, continuaría con su plan de hacerle creer que había algo especial entre ellos. A continuación, cuando llegara el momento, le haría saber que no significaba nada para él y ella descubriría que había sido engañada, igual que había pasado a la inversa hacía años.
Entonces, sonó el móvil y Nick se lo sacó del cinturón de trabajo.
–¿Qué pasa, Joe?
Después de su reunión con el jefe de bomberos Ingle, Nick se había pasado por la cafetería del club y había cenado con Kevin y Justin. Joe y su esposa habían ido a Houston al teatro.
–He recibido tu mensaje. ¿Así que Ingle piensa que el fuego fue iniciado con algún producto derivado del petróleo? –preguntó Joe.
–Está bastante seguro de ello. Pero no es un producto fácilmente identificable, por eso la investigación está tardando tanto. Están intentando aislar sus componentes. Sin embargo, Ingle cree que es el mismo producto que se emplea en los aceites lubricantes para maquinaria agrícola –respondió Nick.
–Algo que Montoya habría podido conseguir con facilidad, ya que posee un rancho –se apresuró a señalar Joe.
Nick meneó la cabeza.
–Sus hombres son quienes trabajan en el rancho la mayor parte del tiempo, Joe. Jake Montoya está todo el día ocupado con su negocio de importación y exportación.
–Nick, parece que no quieres creer que Montoya sea el responsable del incendio –señaló Joe con tono de frustración.
–Lo que no quiero es que estés tan convencido de la culpabilidad de Montoya y que no barajes la posibilidad de que haya otros sospechosos.
–No hay más sospechosos, Nick. Montoya es el único que nos odia a Zac y a mí tanto como para hacer algo así. Al final de la investigación, verás que todas las pruebas lo señalan.
Pocas horas después, cuando Nick se metió en la cama, la investigación sobre el incendio era lo que menos le importaba. Momentos después, tras no poder parar de dar vueltas bajo las sábanas, admitió que no iba a ser fácil dormir, ya que no podía dejar de pensar en Miley. Pensó en lo que podía haber pasado si él no hubiera estado allí. Incluso estaba preocupado porque ella siguiera en el centro de acogida, trabajando, y tuvo la tentación de ir a comprobar por sí mismo si estaba bien. Sin embargo, enseguida recordó que había hablado con un guarda de seguridad para asegurarse de que la escoltaran al coche siempre que saliera tarde.
Nick respiró hondo, enojado consigo mismo por preocuparse tanto por ella y porque aquellos sentimientos lo debilitaran. No quería pensar más en ella. Pero, cada vez que cerraba los ojos, veía a Miley y recordaba cuando habían sido felices juntos en el pasado, cuando ella había sido lo más importante para él.
Miró al techo, decidido a recordar que ya no era importante para él y que nunca lo sería de nuevo. No debía olvidarlo, se dijo. Ni debía bajar la guardia, pasara lo que pasara.

–Gracias por acompañarme al coche, Barney, pero no era necesario.
–De nada, señorita. Además, son órdenes del señor Franklin.
Miley arqueó las cejas, mirando al guarda de seguridad.
–¿De veras?
–Sí.
Summer sopesó lo que eso significaba. ¿Cómo podía Nick darle órdenes a un guarda que no trabajaba para él? Era evidente que Barney no había dudado en obedecer a alguien que no era su jefe.
–Bueno, hasta mañana –dijo ella y abrió la puerta del coche para entrar en él.
–Sólo un momento, señorita Martindale. Tenía esto debajo de su limpiaparabrisas –indicó el guarda y le tendió un pedazo de papel.
Miley dejó el papel el asiento del copiloto, pensando que sería sólo publicidad.
–Buenas noches.
–Buenas noches.
Miley puso el coche en marcha, fijándose en que Barney seguía allí parado, esperando a que ella saliera del aparcamiento. Sin duda, continuaba siguiendo las órdenes de Nick. Después de lo que había pasado ese día, podía comprender su preocupación y le agradecía que se interesara por su bienestar. Igual que le agradecía que la hubiera llevado a comer.
Había sido un poco extraño comer frente al hombre que en una ocasión la había desnudado, le había acariciado todo el cuerpo desnudo y le había hecho el amor de una manera que, de sólo recordarlo, la dejaba sin respiración. Un hombre que le había demostrado que los juegos preliminares en el sexo eran un todo un arte y que la boca podía ser tan excitante como las manos al hacer el amor.
Cuando llegó a un semáforo rojo, Miley se detuvo y encendió la radio, esperando que el sonido de la música la distrajera de sus pensamientos. No iba a ser fácil, se dijo. Después de todo, no había podido dejar de pensar en Nick desde hacía años.
Su estómago rugió y recordó que no había cenado. Cuando llegara a casa, se prepararía un sándwich y un vaso de té helado. Era una noche de agosto muy calurosa.
Mientras esperaba a que el semáforo se pusiera verde,  Miley miró hacia el papel que había dejado en el asiento y lo recogió. Se quedó sin respiración y un escalofrío la recorrió cuando leyó lo que decía la nota:
Yo me ocupo de lo que es mío.
El semáforo cambió, pero Miley no se dio cuenta hasta que el conductor que había detrás de ella tocó el claxon. Ella aceleró, preguntándose qué marido o novio habría puesto esa nota en su coche. No sería la primera vez que uno de los hombres que había maltratado a alguna mujer del albergue culpaba a los empleados del centro por alejar a su familia de él. El señor Green había actuado del mismo modo. Y a ella no le sorprendería que hubiera sido el mismo Green quien le hubiera puesto la nota, ya que su coche había estado aparcado en los espacios reservados para personal del centro.
Miley tiró el papel a un lado, pensando en Green, en el bate de béisbol y en su esposa aterrorizada. Suspiró. Hacía mucho tiempo había dejado de intentar averiguar por qué algunos hombres podían tratar tan mal a las mujeres que decían amar.



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