Demi nunca había visto algo tan majestuoso como el castillo de los Jonas. Y verdaderamente era un castillo. Hecho de piedra caliza, tenía tres pisos, chimeneas y torreones. Además, parecía tener una especie de ático que abarcaba
todo el perímetro. Todas las paredes tenían un revestimiento de madera y fastuosas arañas lanzaban sus destellos por todos los rincones. Miley y ella se alojaban en
sendas suites de huéspedes del segundo piso, mientras que el dormitorio de Joe estaba en el tercer piso.
–¿Nunca te has perdido aquí? –le preguntó Demi a Joe por la mañana, mientras caminaban por un corredor que llevaba al ala norte.
Miley se había ido a casa de los Miller después del desayuno para nadar en la piscina y, según sospechaba Demi, también para flirtear con Nick.
–Supongo que sí, cuando era niño –le dijo él, abriendo la puerta que daba acceso a la sala de estar decorada en tonos azules que una vez había sido la de su abuela–. Pero no recuerdo haberme sentido perdido aquí.
Demi entró en la hermosa estancia y miró a su alrededor con interés.
–¿Me das tu número de teléfono por si tengo que pedir ayuda? –le preguntó, bromeando.
–Claro –dijo él desde el umbral–. Pero puedes orientarte con las escaleras.
En el ala central las alfombras son azules, en el ala norte son de color rojo vino, y en el ala este son de color dorado.
En la sala de estar de Sadie había un pequeño taburete color malva, varias mesas de madera tallada, butacones, un aparador lleno de figuritas de porcelana, y un piano, colocado sobre un altillo en un extremo de la habitación.
Demi deslizó las yemas de los dedos sobre el exquisito tejido de los muebles, las superficies de madera pulida…
–¿Cuántos años tienen estas cosas? –preguntó, yendo hacia el piano.
–No tengo ni idea.
Demi tocó una tecla del piano, y la nota de música reverberó por toda la estancia.
–Mi abuela solía tocar –le dijo Joe–. Ginny todavía toca a veces.
–Yo tocaba el clarinete cuando estaba en el instituto –dijo Demi, resumiendo su escasa experiencia musical. Fue hacia el aparador y contempló las figuritas de gatos, caballos, juegos de té… –. ¿Crees que le hubiera importado tener a una extraña curioseando?
–Ella es la razón por la que estás aquí –le dijo él.
Demi se dio cuenta de que Joe seguía bajo el umbral. Al volverse captó una extraña expresión en sus ojos.
–¿Sucede algo? –le preguntó, mirando detrás, pensando que quizá se sintiera incómodo teniéndola allí.
–Nada.
–¿Joe? –se acercó un poco, confusa.
Él parpadeó varias veces y respiró hondo, apoyando la mano en el marco de la puerta.
–¿Qué?
–No he vuelto a entrar aquí… desde que…
Demi sintió que se encogía el corazón.
–¿Desde que murió tu abuela?
Él asintió con la cabeza.
–Podemos irnos –dijo ella, yendo hacia la puerta rápidamente, como si hubiera hecho algo malo.
Él esbozó una sonrisa y entró por fin en la habitación.
–No. Sadie puso a mi esposa en su testamento. Tienes derecho a conocerla mejor.
–No esperabas algo así, ¿verdad? –le preguntó ella, observándole con atención.
Él hizo una pausa y la miró a los ojos con toda sinceridad.
–Eso es poco decir.
–¿Sadie estaba enojada contigo?
–No.
–¿Estás seguro?
–Estoy seguro.
–A lo mejor no venías a verla lo suficiente.
Él sacudió la cabeza y se adentró más en la habitación. Demi lo siguió con la mirada hasta la ventana.
–En serio. ¿No crees que quizá le hubiera gustado que vinieras a verla más a menudo?
–Supongo que sí.
–Bueno, quizá sea ésa la razón…
–¿Te dejó unos cuantos miles de millones porque yo no venía a verla lo suficiente? –se volvió hacia ella y cruzó los brazos sobre el pecho. Demi dio un paso atrás.
–¿Qué hiciste para que se enfadara tanto? –le volvió a preguntar ella.
–No estaba enfadada conmigo –dijo él, suspirando.
Demi ladeó la cabeza y lo miró con ojos escépticos, cruzando los brazos.
–Muy bien –dijo él–. Estaba deseando que me casara y que tuviera hijos. Lo que yo creo es que intentaba acelerar el proceso sobornando a las candidatas.
–Eso es un buen plan –dijo Demi con convicción, admirando la determinación de Sadie Jonas.
–Pero yo no estoy seguro de querer a esa clase de mujer que se siente atraída por el dinero.
–Ella sólo quería lo mejor para ti –dijo Demi, defendiendo a Sadie–. Eras tú quien no cooperaba.
Él puso los ojos en blanco.
–En serio, Joe –Demi no pudo resistir la tentación de hacerle una broma–. Creo que deberías concederle por fin ese deseo a tu abuela. Cásate y ten una colección de pequeños piratas Jonas.
–¿Es que vas a presentarte como voluntaria? –le preguntó él, devolviéndole la broma.
–¿Quieres que te siga la broma? –Demi se sujetó el cabello detrás de las orejas y dio un paso.
–Adelante.
–Claro, Joe. Soy tu esposa. Tengamos unos cuantos niños.
–¿Y dices que no flirteas? –avanzó más hacia ella.
–No estoy flirteando.
–Estamos hablando de sexo –dijo él.
Su voz profunda reverberaba por todo el cuerpo de Demi, poniéndola cada vez más nerviosa.
–Estamos hablando de tener niños.
–Entonces estaba equivocado. Yo pensaba que me estabas tirando los tejos.
Ella dio otro paso adelante y lo miró a la cara. Sólo unos pocos centímetros los separaban.
–Si alguna vez te tiro los tejos, Joseph, te aseguro que lo sabrás.
–Ahora mismo me lo parece, Demi –se inclinó hacia ella.
–Y no te equivocas.
Joe no se rió, ni tampoco retrocedió. Su rostro permanecía tan impasible como de costumbre.
Se miraron durante una eternidad, en silencio, inmóviles…
Él bajó la vista, sus ojos cayeron sobre los labios de ella... La tentación se hacía cada vez más poderosa.
–Esta vez no pararemos –le dijo en un tono de advertencia, como si pudiera leerle la mente.
Y tenía razón. Si llegaba a besarla, entonces se arrancarían la ropa de la piel y acabarían haciendo el amor allí mismo, en la sala de estar de la difunta Sadie. La sala de estar de su abuela.
Demi retrocedió bruscamente y fingió examinar el resto de los muebles y la decoración. Alejándose de él, fue a asomarse a la puerta del dormitorio que había sido de Sadie.
–Parece que Sadie era una persona maravillosa –dijo cuando se vio capaz de hablar.
–Lo era –dijo Joe en un tono neutral que no revelaba nada, como si nada hubiera pasado unos minutos antes.
–¿La echas de menos?
–Todos los días.
Demi oyó un vacío en su voz que la hizo darse la vuelta. Al ver la expresión de su rostro, sintió un nudo en la garganta. Por muchos defectos que tuviera,
Joe había querido mucho a Sadie Jonas.
un capi maas!! =D
ME ENCANTO!!!!!!!!!!!!!!!!! ESTUVO BUENISIMO!!!!! SEGUILAAAAAAA!!!!!!!! JAJAJ , BESOTES!!!
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