domingo, 26 de febrero de 2012

BOYFRIEND OF LIES NILEY cap.13


—¿Cuántos años tiene ese Brad?
—Treinta, creo —contestó Miley, mirándolo—. Es un número difícil de olvidar.
—No creo que pueda olvidarme nunca de ese Brad —murmuró él.
Llevaban horas hablando del novio imaginario. Probablemente, era imposible odiar a un hombre que no existía, pero Nick estaba a punto de conseguirlo. Juntos planearon el romance ficticio de Miley con aquel bastardo y, aunque no tenía sentido en absoluto, se sentía celoso. Cada vez que pronunciaba su nombre, la irritación crecía hasta hacerse insoportable.
Mirando a Miley de reojo, Nick tuvo que sonreír. Estaba monísima con aquellas gafas que tanto odiaba. Demasiado guapa para ese Brad.
Y demasiado inocente para él.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, al ver que él la estaba mirando.
Un millón de cosas, le hubiera gustado contestar. Cosas que no deberían pasar. La conocía desde que eran pequeños. Sus padres lo consideraban casi de la familia. Y Miley no era el tipo de mujer con el que podía tener un breve y tórrido romance.
Ella quería casarse y tener hijos.
—Nada. Estás muy mona con esas gafas.
Miley lanzó una carcajada.
—No es verdad. Pero me hacen daño las lentillas y hasta que lleguemos a casa, tendrás que aguantarme con ellas.
Exasperado, Nick volvió a mirar la carretera. ¿Es que no sabía lo atractiva que era?, se preguntaba. ¿Es que no se daba cuenta de cómo lo afectaba?
—Miley, nunca discutas con un hombre si te dice que estás guapa.
—Mona —corrigió ella.
—Mona, guapa, es lo mismo.
—No lo es —insistió ella, cruzándose de brazos—. Un cachorro es mono. Desprotegido, vulnerable, como yo. O eso parece pensar todo el mundo.
—¿Todo eso porque te he dicho que estás «mona»? —preguntó él, sorprendido—. ¿De qué estás hablando?
—No es culpa tuya. Todo el mundo lo hace. Es como si creyeran que necesito protección. Él no era ningún caballero andante, pensaba Nick.
Todo lo contrario; alguien debería entrar en la película para rescatar a Miley de sus garras… Nick tuvo que lanzar una carcajada. Él no quería rescatarla de nada. Quería besarla. Abrazarla. Sentir la suavidad de su piel…
¿Por qué no lo admitía de una vez? Lo que realmente quería era hacerle el amor, tan completa, tan fieramente, que los dos quedaran jadeantes y extenuados.
Nick apartó una mano del volante para frotarse el cuello. Estaba excitado. Una excitación fuerte, exigente. Respiraba con dificultad y tenía que hacer un esfuerzo para controlarse. Pero cada día era más difícil.
Nunca se había impuesto a una mujer y no lo haría jamás. El único peligro era que podía explotar en cualquier momento.
—No le veo la gracia —dijo ella.
—Créeme, Miley —replicó él, burlón— en este momento, yo tampoco.
Siguieron el camino en silencio hasta que, después de una curva, Miley vio algo que apartó sus pensamientos de Nick.
—Mira —dijo, señalando frente a ella.
Había un coche parado en el lateral. Dos niños jugaban en el asiento trasero mientras su madre, de pie al lado del coche, miraba la carretera como esperando ayuda.
Antes de que Miley tuviera oportunidad de decirle que parase, Nick había puesto el intermitente y reducido la velocidad para colocarse detrás del coche.
—Espera aquí.
—De eso nada —replicó ella, quitándose el cinturón—. Se sentirá más segura si bajo contigo.
—Tienes razón. Vamos.
—Hola —dijo Miley, acercándose—. ¿Necesita ayuda?
—Pues sí —sonrió la mujer—. Se me ha pinchado una rueda. He llamado a mi marido, pero no puedo localizarlo —añadió, señalando su teléfono móvil.
—Si tiene un gato y una rueda de repuesto, yo mismo puedo cambiarla.
—Es un marine —explicó Miley—. Le encanta aparecer como a la caballería en las películas del Oeste.
La mujer sonrió, agradecida.
—Los marines somos mejores que la caballería —bromeó Nick—. Nosotros no necesitamos caballos.
—La rueda está en el maletero —dijo la mujer, dándole las llaves del coche—. Muchísimas gracias.
—De nada.
La mujer, que se presento como Annie Taylor, sacó a los dos niños del coche y los cuatro se apartaron de la carretera mientras Nick se disponía a cambiar la rueda.
—No sé donde puede haberse metido mi marido.
Miley observaba a los niños tirando piedrecitas al mar y sonreía.
—Los hombres nunca están cuando se los necesita. Es muy típico.
—Al menos, su marido estaba cuando lo he necesitado —rió Annie.
—Verá… —Miley iba a corregirla.
—Marine, ¿eh? —comentó la mujer, mirando a Nick—. Seguro que está guapísimo con el uniforme.
Seguro que sí, pensaba Miley, dejando que su mirada resbalara por el marine en cuestión. Observando los músculos de su espalda bajo la estrecha camiseta mientras se inclinaba a cambiar la rueda, sintió que algo se encendía en su interior.
Los movimientos del hombre eran precisos, seguros. Sus enormes manos movían el gato de forma experta y no pudo evitar preguntarse qué sentiría si aquellas manos resbalaran por su cuerpo.
Un escalofrío recorrió su espalda y tuvo que respirar hondo el aire del mar para tranquilizarse.
—Jimmy —llamó la mujer cuando uno de los niños se acercaba a Nick —. Aléjate de la carretera.
—Quiero mirar —protestó el crío.
—No se preocupe —dijo Nick.
—¿Qué está haciendo, señor? –preguntó Jimmy.
—Estoy quitando la rueda —contestó Nick.
—¿Por qué?
—Porque está pinchada.
—¿Y por qué está pinchada?
—No lo sé.
—¿Va a inflarla?
—No.
—¿Puedo inflarla yo?
—No, pero puedes ayudarme a colocar la nueva.
—¿Puedo ponerla yo también? —preguntó el otro niño.
—Claro —sonrió Nick.
Miley no podía apartar sus ojos del hombre y, como si supiera que estaba siendo observado, Nick levantó la cara y sus miradas se encontraron. Sólo fue un segundo, pero el calor de aquellos ojos le llegó hasta los huesos.
Cuando terminó de cambiar la rueda, Nick guardó el gato y la rueda pinchada en el maletero y llevó a los niños con su madre.
—La rueda de repuesto no tiene mucho aire, pero podrá llegar a su casa sin problemas —dijo, limpiándose las manos en los vaqueros.
—Muchísimas gracias —dijo la mujer, metiendo a los niños en el coche—. Por cierto, tenía usted razón.
—¿Sobre qué?
—Los marines son mucho mejor que la caballería.
—Recuérdelo la próxima vez que vea una película del Oeste —sonrió él.
Annie arrancó el coche mientras los niños les decían adiós con la manita desde el asiento trasero.
Miley miraba a Nick con una sonrisa en los labios, sin decir nada.
—¿Qué? ¿Me he manchado la cara de grasa?
Ella negó con la cabeza. ¿Cómo podía explicarle lo que sentía?
—Mi héroe —dijo, sonriendo. Se había puesto de puntillas para darle un amistoso y fugaz beso en los labios, pero cuando sus bocas se rozaron, ocurrió algo.
Era como una descarga eléctrica, una sensación de vértigo que la había dejado temblando.
Los ojos del hombre se habían oscurecido, tan misteriosos
como la medianoche. Nick la había atraído hacia él con fuerza y había cubierto su boca con la suya. Sus labios habían explorado y acariciado los suyos mientras la sujetaba fuertemente, como si intentara enterrarla en su cuerpo.
Y con aquel beso a plena luz del día, con el sonido del mar debajo de ellos, Miley se enteró de qué era lo que se estaba perdiendo en la vida.
Cuando Nick la soltó, le temblaban las rodillas y se hubiera caído si él no la hubiera tomado por la cintura para llevarla al coche. Ninguno de los dos decía nada.

Voi a ser mala jajajajajjaja hasta aqui dejo esta nove espero les guste comenten!!!!! os qiero chicas Muchos Besos!!!


1 comentario:

  1. NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!! TE VOY A MATAR! COMO LA VAS A DEJAR AHI EEEEEE?? XQ SOS CRUEL? :( JUSTO EN LA MEJOR PARTE! lo qur hubiese sido Nick manchado de grasa GRRR jajaja okno :P bueno ME ENCANTO EL MARATON! de verdad que si :D ♥ amo esta novela, y la otra la voy a empezar a leer mañana si? es que queria que adelantes algunos capitulos asi no me quedo con las ganas como en esta jajaj bueno en fin, ME ENCANTO :D GRACIAS POR EL MARATON, SEGUILA PRONTO, BESITOS ♥

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