martes, 14 de febrero de 2012

BOYFRIEND OF LIES NILEY cap.5




El restaurante estaba lleno de gente y esa era buena señal. Aunque Miley esperaba que la comida fuera mejor que la decoración. Había plantas de plástico colgando del techo y las lámparas eran ruedas de vagón con bombillas medio fundidas, que mantenían el local casi a oscuras.
Pero la camarera era simpática y enseguida anotó su pedido: pez espada con ensalada y patatas para él y pechuga de pollo para ella.
Mientras la mujer iba a la barra, Miley aprovechó para observar detenidamente a Nick.
Incluso después de varias horas en su compañía, no había tenido oportunidad de mirarlo de frente. La mandíbula cuadrada, la nariz recta, unos ojos penetrantes y una sonrisa que la derretía por dentro.
Asombroso. Miley había creído que sus sentimientos por él estaban enterrados, pero se daba cuenta de que no era así. La única diferencia era que, diez años después, la atracción era más fuerte, más cruda. Después de todo, era una mujer adulta y tenía más información, aunque fuera teórica, sobre determinadas cosas.
La camarera dejó dos vasos de té frío sobre la mesa antes de meterse en la cocina. Miley necesitaba tener algo en las manos y se agarró al vaso como si fuera un salvavidas. El té helado serviría para calmar la fiebre que parecía haberse adueñado de ella.
—Bueno… —empezó a decir.
—Bueno —repitió él.
Era raro. No habían tenido problemas de comunicación en el coche.
¿Por qué se encontraban tan incómodos en el restaurante? Quizá porque aquella situación era muy parecida a una cita, pensaba. Pero era absurdo.
¿Ella teniendo una cita con el capitán Nick Jonas? Imposible.
—Has dicho que Joe y Kevin siguen solteros. ¿Y tú? —preguntó Miley por fin.
—Yo también —contestó Nick. Sin darse cuenta, Miley lanzó un suspiro de alivio. Sabía que era absurdo, pero no le hubiera gustado oír que tenía novia o que vivía con alguien—. Mi madre está empezando a ponerse pesada con lo de los nietos, pero lo va a tener difícil. No me imagino a mis hermanos rodeados de niños.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿No quieres tener hijos? Bueno, ya sé que no es asunto mío —se disculpó inmediatamente, sofocada. De repente, se había imaginado una versión diminuta de la cara de Nick y se le había encogido el corazón.
—Se supone que tienes que estar casado para tener hijos. Y yo no tengo planes de casarme —contestó él.
Miley tuvo que disimular un gesto de decepción. Pero, ¿por qué tendría que sentirse decepcionada? ¿Qué le importaba a ella si Nick tenía hijos o no? No le importaba, desde luego, simplemente sentía curiosidad.
—En fin, ya que estoy en plan curioso, ¿qué tienes contra el
matrimonio? —preguntó, sin pensar.
—No tengo nada contra el matrimonio en general —contestó él—.
Pero yo no pienso casarme.
—¿Por qué?
—Por muchas razones. Para empezar, ya soy demasiado viejo.
Para Miley, Nick había envejecido como un buen vino. Se había convertido en un hombre fuerte, muy masculino, muy… desarrollado.
Aquel pensamiento hizo que se ruborizara. La situación se le estaba escapando de las manos.
Tenía que hablar de cosas normales, se decía.
Buscar un tema de conversación que no fuera tan personal.
—Tienes treinta y dos años, Nick. No eres Matusalén.
—Gracias —sonrió él.
—Entonces, ¿cuál es la verdadera razón? —preguntó. ¿Y a ella qué le importaba?, se decía a sí misma, histérica.
Nick la estudió durante un momento, como intentando decidir si debía contestar o no a la pregunta.
—Que ya he hecho un juramento. A los marines —contestó por fin.
Eso sí la sorprendió. ¿Qué tenía que ver estar en el ejército con estar casado?
—¿El ejército y el matrimonio no encajan?
—A veces, sí —contestó él, echándose hacia atrás en la silla—. Si encuentras a la mujer adecuada, claro.
—¿Y qué clase de mujer es esa?
—Una mujer a la que no le importe cambiar de ciudad cada tres por cuatro. Una mujer que pueda soportar estar sola la mitad del tiempo — contestó él—. A veces, nos destinan a una base durante seis meses y no podemos llevarnos a la familia. Es una vida muy dura, Miley —añadió,
tomando un sorbo de té—. No te puedes imaginar la cantidad de divorcios que hay entre los militares.
—¿Y tú no quieres arriesgarte?
—Exacto —contestó él, mirando una de las plantas que colgaban del techo con tanta intensidad como si quisiera derretir sus plásticas raíces—.
He tenido que escuchar demasiadas historias de matrimonios rotos. Y no sólo la vida de la pareja se convierte en un infierno. La vida de sus hijos  también. Y eso no es para mí —añadió, mirándola a los ojos—. No pienso
ser el primer miembro de mi familia que se divorcie. Yo desde luego, no pienso tener hijos para después pelearme con mi ex mujer por su custodia.
—Vaya, sí que tienes una actitud positiva —dijo ella suavemente.
—He visto demasiadas cosas negativas.
—Pero muchos militares se casan.
—Sí. Yo tengo un par de amigos que llevan varios años de
matrimonio. Pero sus mujeres tienen que aguantar muchas cosas — suspiró el—. Nunca sabes si podrás encontrar una casa en las bases militares y, si la encuentras, seguramente la terminaron de construir antes de la segunda guerra mundial. O de la primera. Desde luego, no son hogares confortables.
Quizá Miley era un romántica, pero no podía dejar de preguntarse si donde vivía uno era más importante que con quién.
—Bueno, tú creciste yendo de un lado a otro. ¿Tan duro fue para ti?
—No —admitió él, con una sonrisa—. La verdad es que era divertido.
No siempre era fácil hacer nuevos amigos, pero mis hermanos y yo estábamos muy unidos. Cada cierto tiempo nos cambiábamos de ciudad, de colegio. No teníamos tiempo de llevarnos mal con los profesores.
—Hasta que llegaste a Juneport.
—Sí. Cuando mi padre se retiró, nos costó trabajo acostumbrarnos — dijo él, apoyando los codos sobre la mesa—. La verdad es que, al principio, nos resultaba más difícil que ir de un lado para otro.
Habría sido difícil para él, pero el día que los Jonas se mudaron a la casa de al lado, había sido el más importante en la vida adolescente de Miley. Aunque no pensaba decir aquello en voz alta. No quería recordarle a Nick la época en la que lo perseguía como si fuera una sombra.
—Y en Juneport tuviste tiempo suficiente como para llevarte mal con los profesores. La señorita Molino, por ejemplo.
—La profesora de geometría. Aún tengo pesadillas —sonrió él. Era curioso que dos personas vieran la misma situación de forma tan diferente.
Ella siempre se había sentido feliz por darle a Nick clases de matemáticas. Aquella tutoría a solas con él había sido un sueño—. Y ya está bien de hablar sobre mí —añadió él entonces, mirándola a los ojos—.
Sel me ha dicho que te has convertido en un genio de los ordenadores.
¿Le había preguntado a su hermana por ella?, pensaba Miley. Pero no
podía ser. A él no le interesaba en absoluto la pequeña de los Cyrus. Nunca le había interesado.
—Bueno, diseño programas de cálculo y juegos de ordenador — explicó ella, modestamente.
—¿Eso es todo? No vas a escaparte tan fácilmente, Miley. Yo te he contado mi vida y ahora es tu turno. ¿Qué haces exactamente?
Miley le contó un poco por encima cual era su trabajo y, cuando él insistió en saber más, amplió la información, siempre insegura del interés masculino.
Normalmente, no había nada sobre lo que le gustase hablar más que sobre el intrincado mundo de los ordenadores. Pero cuando él empezó a mirarla fijamente, Miley se dio cuenta de que estaba volviendo a ocurrir.
En las pocas ocasiones en las que un hombre había querido salir con ella, la conversación había derivado hacia los ordenadores y Miley se había entusiasmado tanto que el hombre había terminado bostezando.
Nunca había tenido una segunda cita.

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