lunes, 22 de octubre de 2012

The Far Future cap.6




Demi suspiró…
Jamás hubiera esperado encontrárselo así, en la cama, con un bebé en brazos. Cerró los ojos y apretó los párpados, tratando de borrar el recuerdo…
Años atrás, una escena así se había dado una y otra vez en sus fantasías. Viejas esperanzas y sueños la asediaron de golpe, resucitadas por esa visión tan inesperada. El dolor también volvió…
–¡Basta! –se dijo a sí misma en voz alta y apretó los párpados.
Joe Jonas parecía estar grabado con fuego sobre ellos. Abrió los ojos de nuevo y se encontró cara a cara con Baz.
–¡Oh! –lo recogió y lo puso sobre el suelo suavemente.
Se incorporó y se frotó los ojos. No sirvió de mucho. Nada servía de nada.
Siempre había sido así con él. Lo recordaba todo como si hubiera ocurrido el día anterior, aquella tarde en que le había visto por la calle, caminando hacia ella.
Venía de la tienda de ultramarinos, con las manos llenas de bolsas, deseosa de llegar a la casa de la abuela. Pero al ver a aquel hombre increíble, había aflojado el paso, como si las bolsas no le pesaran nada. Quería verle bien…
Y él había aminorado el paso también, como si también hubiera sido víctima de ese flechazo. Si una orquesta hubiera salido del suelo y se hubiera puesto a tocar Some Enchanted Evening, Demi no se hubiera sorprendido en absoluto. Ni siquiera era por la tarde, pero entonces pensaba que el destino se merecía ciertas licencias poéticas. Y tampoco le faltaba imaginación. Antes de que llegara hasta ella, se lo había imaginado deteniéndose, sonriendo… Hablarían y, nada más descubrir que eran almas gemelas, él la invitaría a salir. Y entonces se iban a enamorar… Se casarían, tendrían tres hijos, un golden retriever, y vivirían felices por siempre jamás en la isla de Balboa. El problema era que había
ocurrido; la primera parte, por lo menos. Él había sonreído, se había presentado…
Iba a ver a su abuela, estaba interesado en comprarle la casa. La había invitado a salir. Una vez, dos veces, media docena de veces… Habían congeniado al instante. Todo había sucedido exactamente como debía ser. Había comprado la casa de la abuela. Todo era perfecto. Incluso el sexo era maravilloso. Demi sabía que había conocido al hombre con el que iba a pasar el resto de su vida… Y
entonces… Todo se había roto en mil pedazos.
Al final resultó que la vida no era una serie de momentos musicales. La vida era descubrir que Joe era un egoísta empedernido, alérgico al compromiso verdadero, que la dejaba sola cada vez que viajaba a Singapur, o a Finlandia, o a Dar es Salaam. La vida era recibir un correo electrónico en el que le decía que había decidido pasar una semana en la playa en Goa y seguir hacia Nueva Zelanda. Y después, por supuesto, estaba Misty. Esa chica jamás había conocido a un hombre mínimamente apuesto al que no deseara. Y esa atracción se veía incrementada si el hombre en particular tenía algo que ver con ella. Lo que jamás hubiera podido imaginar era que Joe fuera a seguirle el juego. Pero no había lugar a dudas. La había visto en sus brazos en la playa, sentada frente a él en una
mesa íntima en Swaney’s Bar, o saliendo de su casa a las siete de la mañana.
Una vez le había preguntado qué significaba Misty para él, y qué significaba ella…
«¿Qué significas para mí?…», había repetido él, como si nunca se le
hubiera ocurrido pensar en ello antes.
«¿Qué es lo que quieres significar?», le había preguntado a continuación.
Y en ese momento Demi se había dado cuenta de que no podía echarse atrás. Era demasiado importante.
«Quiero amor. Quiero casarme. Quiero una familia», le había dicho y él se había quedado blanco como la leche.
Esa era toda la respuesta que necesitaba. Misty podía quedárselo todo para ella.
–No me acosté con Misty –le había dicho él–. Vino a recoger sus gafas. Las dejó aquí ayer y quería tenerlas antes de irse al trabajo.
Demi había albergado una pizca de esperanza, pero…
–Y no me quiero casar con Misty – Joe hizo una mueca al pensar en
ello–. No me quiero casar con nadie. No quiero casarme –sacudió la cabeza–. No en esta vida.
La forma en que sacudió la cabeza y la mirada sincera de sus ojos
hablaban por sí solas. Demi no necesitaba que se lo dijeran más claro. Sintió un peso muerto en el estómago, pero consiguió decir:
–Gracias –dio media vuelta y se marchó.
–No estás enfadada, ¿no? –le dijo Joe.
Pero ella no se dio la vuelta.
–Claro que no –mortificada, humillada, siguió adelante.
–Bien. ¿Quieres que pidamos una pizza luego?
No… Le había dicho que no. Todavía podía recordar la furia y la humillación que la había recorrido una y otra vez, como las olas en un mar embravecido. Le había hablado de hijos, de una familia, y él le había preguntado si quería que pidieran una pizza.
Adiós a los castillos en el aire, al amor eterno, a los sueños más
disparatados. Adiós a Joe Jonas. Poco más de tres meses más tarde, Demi aceptó un trabajo en una biblioteca de San Francisco. A la abuela no le hizo mucha gracia, pero Demi se mantuvo firme. Poner cientos de kilómetros de distancia era lo mejor, la única opción sensata para no pensar en ese hombre que no tenía interés verdadero en ella. Su estupidez seguiría siendo un secreto, solo
suyo, y de nadie más. Y había tenido mucho cuidado desde entonces. Él no había dejado de ser guapo, ni irresistible. Y aunque estuviera comprometida, con un hombre que deseaba las mismas cosas que ella, cada vez que veía a Joe Jonas la estúpida letra de aquella canción empezaba a sonar en su cabeza como un disco rayado. Con solo verlo esa noche, dormido en la cama de la abuela, con Harry sobre el pecho, el corazón le había dado un vuelco. Aquellas viejas fantasías de cuento de hada no habían desaparecido, después de todo.
Furiosa, Demi se dio la vuelta con tanto ímpetu sobre el sofá, que terminó aterrizando en el suelo.
–¡Oh, Dios! –haciendo una mueca, trató de ponerse en pie haciendo el menor ruido posible y se quedó quieta, conteniendo la respiración.

Harry podía echarse a llorar en cualquier momento, o algo peor… Joe podía aparecer en la puerta y preguntarle qué demonios estaba haciendo. Pasó un minuto, dos… Siguió quieta. Al otro lado de la pared, se oyó un gemido, pero no se oyeron pasos. Respiró de nuevo. Rodó sobre sí misma con cuidado y cambió de lado. Los gemidos se hacían cada vez más fuertes, no obstante. Harry estaba empezando a llorar. La puerta del dormitorio se abrió. Yiannis salió rápidamente y cerró la puerta detrás de él. El llanto continuó. ¿Acaso iba a irse así sin más y dejarla sola con un bebé que lloraba? No encendió la luz. Atravesó el salón con sigilo, sin siquiera mirarla. Conteniendo la respiración, Demi esperó. Casi esperaba que abriera la puerta de la calle y se marchara. Pero en vez de hacer tal cosa, Joe abrió la nevera. Con la luz de la misma, Demi pudo ver su perfil, el pelo alborotado que le caía sobre la frente, su torso musculoso, sus piernas bien formadas y fuertes… Sacó un biberón, cerró la puerta del frigorífico y abrió el grifo de la cocina. Demi levantó la cabeza lo justo para ver por encima del reposabrazos del sofá. Sabía que debía cerrar los ojos. Estaba prometida. Tenía un futuro, y no incluía a Joe Jonas.


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