viernes, 26 de octubre de 2012

Summer Hot Cap.8





Miró a su alrededor, no vio nada. De hecho no se veía un pimiento, se había hecho de noche en un pispas. Se armó de valor, se bajó la braga del biquini, se acuclilló y orinó, sin dejar de mirar a todos lados sólo por si acaso. No pensaba dejar que ningún lobo la devorara con las bragas bajadas.
Se limpió cuidadosamente con una toallita húmeda de bebé, dando gracias en su interior a su costumbre de ir con ellas a todas partes, incluso a la selva, esto... el pueblo, y se colocó la ropa (ja). Se mordió los labios un segundo, solía tener buena orientación pero en la montaña todo le parecía igual. No obstante no era tan complicado, sólo tenía que volver por donde había venido. Se dio la vuelta y caminó... Y siguió caminando... Diez minutos después se detuvo. Joder! no le sonaba nada... No sabía dónde estaba. ¡Su puta madre!
—¡Odio el pueblo! —gritó entre dientes, rezando porque alguien la oyera.
—Es una pena. El pueblo no te odia a ti, más bien te aprecia —susurró una voz tras ella. Miley gritó, y esta vez lo hizo con todas sus fuerzas—. Ey, tranquila, no pasa nada. Soy yo. —Volvió a susurrar la voz mientras que los fuertes brazos de su amante la rodeaban por la espalda.
—¡Hijo de puta! ¡¿Sabes el susto que me has dado?! —exclamó Miley, dando patadas en el aire.
—Me hago una ligera idea. —Miley lo sintió sonreír contra su nuca.
Abrió la boca para ordenarle que la sacara del bosque ipso facto, pero la cerró al instante. El desconocido había deslizado su mano bajo la braga del biquini y en esos momentos estaba jugando con los rizos de su pubis.
—¡Ah, no! ¡Aquí no! —exclamó asustada—. Alguien puede vernos.
—Por ejemplo, un lobo... —susurró en su oído para después morderla en el hombro.
¿Me ha leído la mente? Pensó un segundo antes de olvidarse de todo. El cabello del hombre le hacía cosquillas en la mejilla mientras su mano se deslizaba más abajo, hacia el clítoris, y comenzaba a hacer magia sobre él.
Gimió, perdida en las sensaciones, sintiéndose a salvo allí, en mitad de la nada, arropada por los brazos de un hombre al que no conocía y excitada al sentir su erección pegándose a sus nalgas casi desnudas.
La mano que la sujetaba por el abdomen se retiró, para al momento posarse de nuevo sobre su estómago asiendo algo entre los dedos. Fue resbalando lentamente hasta juntarse con la que le acariciaba la vulva y, una vez allí, presionó delicadamente sobre su clítoris. Miley estuvo a punto de caer por la impresión. El desconocido tenía algo en el dedo que vibraba, algo tan suave y cálido que mandaba dardos de placer por todo su cuerpo.
—¿Te gusta? —preguntó él, tímidamente.
Miley le respondió jadeando y pegando los glúteos a su erección. El aliento del desconocido le recorrió la nuca cuando se rió entre dientes.
Intentó pegarse más él, quería sentirle en todo su cuerpo, pero sólo notó la tela. El algodón suave de la camiseta de él contra su espalda, el roce áspero de los vaqueros raspándole los muslos... ¡Tela y no piel! Gruñó sin poder evitarlo y llevó sus manos hacia atrás, a la erección cubierta por el pantalón del hombre. Buscó a tientas los botones y los desabrochó. Él jadeó y se pegó más a ella.
Sonrió. Ella también sabía jugar. Hundió las manos bajo la tela y comprobó que él no llevaba ropa interior. ¡Perfecto! Tanteó con los dedos hasta recorrer el pene entero, recordando su forma, su grosor, su tamaño. Lo envolvió con las manos, lo sacó de la prisión del vaquero, lo colocó entre sus nalgas y comenzó bailar contra él.
Él hundió un dedo en su vagina mientras con la otra mano seguía friccionando el clítoris con... algo. Ella siguió sus embates. Cuando el dedo entraba, ella friccionaba el trasero contra su pene, cuando el dedo salía, ella se alejaba. La respiración de ambos se aceleró, el aire se llenó del olor a excitación y sexo, los jadeos de ambos hicieron eco entre los árboles mientras sus cuerpos se movían acompasadamente.
—¡Joder! —exhaló de repente el hombre.
Sacó los dedos de la vagina de Miley y retiró con fuerza el biquini que cubría las nalgas que tanto ansiaba sentir. «Será sólo un segundo, un único roce», se ordenó a sí mismo; «necesito sentir su piel, su calor». La polla lloró agradecida por el cálido contacto, buscó el lugar entre los glúteos que la llevaría al perineo y de allí, al paraíso. «No iré más allá», juró él en su mente.
Miley dejó de respirar cuando sintió el pene rondar la entrada de su vagina. Temblando de anticipación, se puso de puntillas para darle mejor acceso. Se agarró con fuerza a la muñeca firme y velluda que se colaba por debajo del biquini y esperó.
Pero no pasó nada.
El desconocido seguía inmerso en friccionar el clítoris con ese algo vibrante que la estaba volviendo loca; sus caderas se balanceaban, haciendo que el pene recorriera lentamente la vulva humedecida; pero no entraba en ella, no la llenaba.
—Fóllame —ordenó sin pararse a pensar lo que estaba exigiendo.
—No —respondió él con un gruñido. El sudor caía sobre su frente.
—Ahora —exigió clavándole las uñas en las muñecas.
El desconocido la penetró con la punta del glande. Miley jadeó con fuerza; impaciente, excitada, casi a punto de volar. Se pegó más contra él, que la sujetó con la mano libre por la cintura y la frenó.
—No —negó firmemente—. No te voy a follar en mitad del bosque. —«No la primera vez», pensó para sí mismo. «No, aunque reviente de dolor. No, aunque muera por la frustración.» Ella merecía algo mejor y él necesitaba anclarla a su alma, aunque fuera haciéndola adicta a sus caricias. La necesitaba con él, siempre... O mientras que durase el sueño.
—Pues entonces vete a la puta mierda —gritó Miley frustrada.
—Como desees —susurró él.
Presionó con fuerza el objeto vibrante contra su clítoris y hundió su pene un poco más en ella, sin llegar a introducir más que la corona. Miley tembló mientras el orgasmo recorría su cuerpo.
Él salió de ella y retiró sus dedos de la entrepierna del biquini, pero dejó pegado a sus labios vaginales aquello que vibraba volviéndola loca. La besó con ternura en la mejilla y susurró en su oído
—Sigue el camino de baldosas amarillas.
—¿Qué? —Logró decir con el poco aire que aún quedaba en sus pulmones. Como única respuesta escuchó la risa clara y sensual del hombre.
Todavía atontada por el orgasmo, se llevó la mano a la entrepierna y cogió lo que allí había dejado él. Apenas había luz y no podía ver bien qué era, pero una cosa estaba clara, era como un anillo, no ocupaba apenas y tenía alas. ¿Alas? Apretó la mano sobre ello, decidida a esperar hasta llegar al campamento y, con más luz, ver qué era. En ese momento recordó.
¡Joder, el campamento!
Se irguió y miró a su alrededor, estaba sola otra vez. Perdida otra vez. ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Por qué el muy cabrón no se había quedado con ella? ¿Es que no se había dado cuenta de que estaba perdida? Claro que no, ¿cómo iba a saberlo? Ella había estado tan pendiente del placer que no se lo había dicho, «¡Idiota! ¡Soy idiota!» Las lágrimas le quemaron los ojos.
De repente una luz iluminó el bosque. Una luz amarilla que marcaba el sendero. ¿El camino de baldosas amarillas?
Miley se puso de pie y miró hacia el origen de la luz, pero quedó deslumbrada al instante. Cerró los ojos para intentar recuperar la visión y le oyó acercase a ella, cogerla del brazo e indicarla que comenzara a andar.
—Vamos, no queda lejos —susurró él—. Sigamos el camino de baldosas amarillas —bromeó.
Pasó el brazo sobre su hombro y la sujeto contra su costado, manteniéndose ligeramente tras ella e iluminando el sendero con la linterna. La sostuvo con fuerza durante todo el recorrido, impidiéndole caer y avisándola de los obstáculos que la harían tropezar.
Un rato después, Miley vio luces y oyó gritos.
—Te están buscando —afirmó él—. Aunque no lo quieras creer, se preocupan por ti.
—¿Quiénes? —preguntó algo atontada por el aroma a jabón y placer que emanaba del cuerpo del hombre; por la calidez con la que se pegaba a su espalda y la fortaleza con la que rodeaba sus hombros.
—Tu familia —dijo apretándola el hombro—, ésa a la que tanto te empeñas en ignorar.
—Yo no los ignoro —contestó Miley, sintiendo el amargo sabor del remordimiento en el paladar—. Simplemente no...
—Exactamente, tú no... —afirmó soltándola—. Camina un par de pasos y grita, vendrán corriendo a por ti.

—¿Y tú? —preguntó Miley girándose hacia él. La luz de la linterna, enfocada en su cara, la deslumbró impidiendo que le viera.
—Ve con ellos —contestó él, apagando la linterna.
Miley escuchó sus pasos hasta que se perdieron en el bosque. Esperó unos segundos y gritó. Al momento le contestaron y, en un instante, se vio rodeada por las caras preocupadas de toda la gente a la que había ignorado durante cinco años. Su hijo la abrazó llorando, llevaba perdida casi una hora.
—¿Cómo se te ha ocurrido entrar en la montaña tú sola? —la increpó.
—Bueno... No parecía adecuado que nadie me acompañara —contestó sonriendo—, y además no me he perdido. Sólo me he despistado un poco —mintió.
La mentira dio resultado, más o menos, porque su hijo se calmó y su suegro respiró. Volvieron al campamento y poco a poco fueron regresando los hombres que habían salido a buscarla, entre ellos Justin que, al verla, sonrió y asintió.
—Ya os había dicho que no estaba perdida —dijo a nadie en especial, pero en sus ojos se leía el alivio.


Cuando volvieron al pueblo, Justin, Frankie y el resto de la familia se empeñaron en pasar un rato por el kiosco. Al fin y al cabo no era más que media noche y les apetecía escuchar un poco de música al aire libre y relajarse después del susto. Miley, sin saber muy bien por qué, accedió a acompañarles, aunque antes pasó por casa para cambiarse de ropa... y comprobar qué era lo que ocultaba en la mano que había mantenido cerrada en un puño todo el camino. Necesitaba averiguar qué era lo que él le había regalado.
A solas en su cuarto observó risueña el regalo. Tal y como había imaginado, era un anillo de silicona con una «mariposa» en lugar de un diamante. Una mariposa muy suave que en su interior ocultaba una pequeña bala vibradora. Lo lavó cuidadosamente y lo guardó en la mesilla.






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