Nick llegó al café de Miley y la llamó al móvil, sin salir del coche.
–Estaré lista enseguida –dijo ella.
–No hay prisa, voy a dar una vuelta a la manzana.
Nick esperó que el semáforo se pusiera en verde, tamborileando sobre el volante con los dedos… y se dio cuenta entonces de que estaba deseando volver a verla.
Era extraño. Miley y él tenían una relación de amor odio. La quería lo más lejos posible y, sin embargo, no podía alejarse de ella. Tal vez porque Miley lo miraba como si pudiera ver en su interior y eso lo ponía nervioso.
Cuando estaba un par de días sin verla se sentía inquieto.
Necesitaba saber que estaba bien, que tenía todo lo que necesitaba… Y si era sincero consigo mismo, la verdad era que quería volver a verla.
Tenía que olvidar el pasado, le decían. Tenía que seguir adelante.
¿Pero cómo se hacía eso? ¿En qué momento dejaba de doler algo como lo que le había ocurrido a él? ¿En qué momento dejaría de estar paralizado por el miedo de perder a alguien que le importaba? No tenía respuestas para esas preguntas y hasta que las tuviera, la relación entre Miley y él no podría funcionar. Él no quería que funcionase.
Pero eso no explicaba por qué estaba dando vueltas a la manzana, deseando volver a verla. Debería estar en su casa, solo. Y no debería haberle pedido disculpas, aunque era cierto que se las debía.
Pero debería haber dejado que Miley siguiera enfadada con él. Al final, sería lo mejor para los dos. Romperían de manera limpia, sin remordimientos, sin recriminaciones.
Pero quería verla. Quería… estar con ella. En sus términos, claro.
Reconocía que era muy egoísta por su parte y, sin embargo, no podía evitarlo.
Quería estar a su lado porque se sentía más vivo cada vez que Miley entraba en una habitación.
Ella estaba en la puerta del local y cuando subió al coche con una sonrisa en los labios fue como recibir un puñetazo en el estómago.
–Ah, qué bien poder sentarme un rato.
Nick tardó varios segundos en percatarse de que varios coches tocaban la bocina porque estaba interrumpiendo el tráfico, de modo que arrancó de nuevo mientras Miley le contaba cómo había ido la inauguración.
La deseaba, aunque no quería. Y, de repente, la idea de ir a un restaurante no le apetecía en absoluto. Miley parecía cansada y él estaba impaciente.
Necesitaba tenerla para él solo.
–Hay un cambio de planes –le dijo.
–¿Ah, sí? ¿Vas a darme plantón?
–No, no, al contrario –Nick sonrió–. Lo que
voy a hacer es llevarte a casa para que puedas tumbarte en el sofá mientas yo pido por teléfono el mejor filete de la ciudad. Luego voy a llevarte a la cama para darte un masaje y voy a hacerte el amor hasta que te desmayes.
Miley lo miró, boquiabierta durante unos segundos.
–Muy bien –dijo por fin.
Nick sonrió, satisfecho. Estaba mucho más que bien.
Cuando entraron en su apartamento, el aire estaba cargado de tensión.
–¿Por qué no te sientas y te relajas un rato? –sugirió él–. Voy a pedir la cena por teléfono. ¿Quieres beber algo? Esa cara tan solícita de Nick era desconcertante. Y le gustaba tanto que podría acostumbrarse.
Siempre había sido generoso, desde luego, pero esa solicitud era algo personal y no sabía si era un nuevo intento de disculpa por lo que pasó el día de la ecografía o si empezaba a sentir algo por ella.
Resultaba imposible saberlo con aquel hombre.
–Agua, por favor. Hay una botella en la nevera.
Miley se tumbó en un sillón, poniendo los pies sobre una otomana, y dejó escapar un suspiro mientras escuchaba a Nick hablando por teléfono con el restaurante. Un momento después volvió al cuarto de estar con un vaso de agua en la mano.
–Gracias.
–La inauguración ha sido un éxito.
–Y en parte te lo debo a ti –dijo ella–. Bueno, tal vez no solo en parte.
–Yo solo te he ayudado con el local. Eres tú quien lo ha convertido en un éxito.
–Gracias por decir eso, significa mucho para mí. Llevaba tanto tiempo esperando…
Nick se sentó en otro sillón, a su lado.
–¿Has pensado alguna vez qué vas a hacer cuando nazca el niño?
–¿Qué quieres decir?
–¿Seguirás trabajando tanto o contratarás a alguien para que ocupe tu puesto? Así tendrías más tiempo para estar con el niño.
Miley recordó entonces que Nick y ella no eran una pareja. Le preguntaba qué pensaba hacer porque no iban a estar juntos.
Y le sorprendió reconocer cuánto le gustaría que la situación fuera diferente.
–Aún no lo he decidido. Depende de cómo vaya el café y si puedo permitirme contratar a alguien más. Tengo que entrenar a mi ayudante para que pueda hacer mis recetas mientras yo esté de baja por maternidad, pero no voy a cerrar el local. Sería absurdo.
–No, claro –asintió Nick–. Nosotros tenemos varios chefs de repostería en nuestros hoteles y seguro que a alguno de ellos no le importaría ocupar tu puesto durante unas semanas.
Ella lo miró, atónita.
–Pero vosotros tenéis hoteles de cinco estrellas. Yo no puedo pagar a un famoso chef.
–Seguirá cobrando de la empresa, no te preocupes.
Miley suspiró.
–No puedo aceptar. Lo que has hecho por mí es maravilloso, pero no puedo seguir aceptando tu ayuda.
–¿Por qué no?
–Porque el día que no la tenga, me hundiré. Tengo que salir
adelante yo sola.
Nick frunció el ceño.
–No he dicho que vaya a dejar de ayudarte.
–Tengo que hacerlo sola, de verdad.
Él no discutió, aunque Miley tenía la sensación de que el asunto no estaba zanjado. Pero entonces se le ocurrió algo…
–No he enmarcado mi primer dólar.
Nick parpadeó, sorprendido.
–¿Qué?
–Se supone que uno debe enmarcar el primer dólar que gana cuando abre un negocio. ¿Tú no hiciste eso?
–Siempre podrías enmarcar una tarjeta de crédito.
Miley hizo una mueca.
–Eres un aguafiestas. ¿Tú no guardaste tu primer dólar?
Nick se encogió de hombros.
–Sigo teniendo mi primer millón.
Ella puso los ojos en blanco.
–¿El dinero significa algo para ti o ha perdido su valor?
–Pues claro que significa algo –respondió él, poniendo una cara de susto que casi la hizo reír–. Significa que puedo manteneros a mi hijo y a ti. Significa que puedo vivir cómodamente, que no tendrás que preocuparte por no tener seguro médico…
Miley levantó las manos en señal de rendición.
–Muy bien, muy bien, ha sido un comentario injusto. Lo siento.
–No tiro el dinero por la ventana, si era a eso a lo que te referías.
–No, pero te había convertido en el estereotipo de un millonario y eso no es justo –admitió ella–. La gente que tiene mucho dinero no suele entender a los que no lo tienen.
Nick enarcó una ceja.
–Espero que no quieras decir que soy un presuntuoso.
–No, no lo creo. Eres insoportable, pero no presuntuoso –bromeó Miley.
El sonido del timbre interrumpió la conversación y Nick se levantó para abrir.
Unos segundos después volvió con una bolsa en la mano, pero cuando Miley iba a quitársela él no la dejó.
–No tan rápido.
–Tengo hambre.
–¿Quieres comer en la cocina o estás cómoda en la mesa de café? –Aquí mismo. Me inclinaré hacia delante y meteré la cabeza en la bolsa.
Nick soltó una carcajada.
–Qué imagen tan sexy.
En cuanto probó el tiernísimo filete, Miley cerró los ojos, dejando escapar un suspiro.
–¿Está rico? –le preguntó Nick.
–No tengo palabras. Es el mejor filete que he comido nunca.
Él asintió, satisfecho.
Comieron en silencio, roto solo por el ruido de tenedores y cuchillos.
Cuando terminaron, Nick le levantó los pies para colocarlos sobre la otomana y darle un masaje el empeine.
Miley dejó escapar un suspiro de placer.
–Ah, qué maravilla.
–Has estado trabajando todo el día, imagino que te dolerán los pies.
–Desde luego.
–Pues entonces relájate y deja que yo me encargue de todo.
No iba a tener que pedírselo dos veces.
–En cuanto termines te llevaré a la cama. Que duermas o no depende de ti.
Oh, cielos.
Miley vio que Nick la miraba como intentando averiguar si estaban pensando lo mismo. Pero claro que pensaban lo mismo.
Y si no se daba prisa, se quitaría la ropa y le gritaría: ¡tómame!
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