miércoles, 17 de octubre de 2012

Summer Hot Cap.3





Su cuñado seguía apoyado en el tronco del roble, indiferente, mirándola con una sonrisa irónica en los labios e intuyendo, sin duda, que le había usado de excusa para librarse de la familia. Dudó entre dirigirse a él o dar media vuelta y perderse en el bosque, quizá con un poco de suerte aparecería el Lobo Feroz para devorarla, liberándola de la martirizante merienda familiar. Miró hacia atrás, la anciana señora la observaba fijamente. Suspiró, no le quedaba otra que acercarse a Nick por mucho que prefiriera morir a manos de un batallón de hormigas devora hombres. ¿Cómo se llamaban las de esa película de Charlton Heston? Mmm, no lograba recordarlo.
Sintió la mirada de Nick fija en ella y se preparó para una charla difícil. No porque su cuñado fuera un hombre complicado, que lo era, ni porque fuera ofensivo, que también lo era, sino porque había que sacarle las palabras con sacacorchos a no ser que tuviera ganas de hablar. Entonces era todavía peor.
En fin, más dolorosos eran los besos de tía Juana. Al menos Nick estaba bien afeitado.
—Hola —saludó tendiéndole la mano.
—Hola cuñada —respondió él con su voz potente y ruda—. ¿No me vas a dar un beso? A la tía Juana se lo has dado y se afeita peor que yo. —Miley gruñó para sus adentros, su cuñado parecía leerle el pensamiento en: los momentos menos oportunos.
—Tan agradable como siempre —refunfuñó, poniéndose de puntillas y besándole la mejilla lisa y tersa. Se fijó en las pequeñas arrugas que rodeaban sus ojos, antes no las tenía. Claro que hacía más de cinco años que no lo veía.
—Todo sea por las apariencias —contestó él saludando con la mano a la tía Eustaquia.
—¿Cómo se llamaban las hormigas esas que devoraban a la gente en la película de Charlton Heston? —preguntó Miley de sopetón. No es que tuviera mucho interés en saberlo, pero como decía Nick, había que guardar las apariencias, y si se iban a tirar cinco minutos haciendo como que se llevaban bien, era necesario conversar aunque fuera de estupideses.
—¿Así es como iniciáis una conversación las personas de la capital? —respondió burlón—. No sabía que en Madrid fuerais tan originales.
—Así es como los madrileños mandamos a la mierda a los imbéciles —contestó Miley enseñándole el puño cerrado con el dedo corazón estirado.
—Vaya modales. Ten cuidado, medio pueblo te está observando —dijo saludando con la cabeza a alguien situado detrás de Miley.
Esta se giró para encontrarse con la mirada afilada del cura del pueblo que, por si fuera poco, también era primo segundo, o tercero, del hermano de la cuñada de su suegro. O algo por el estilo. ¡Joder! ¡Estaba rodeada de familiares! ¡Era como la invasión de La guerra de los mundos, pero con tíos, primos y abuelos en vez de extraterrestres! Sonrió con la sonrisa más falsa del mundo y se giró para fulminar con la vista a su cuñado, cosa que a él le resbaló por completo.
—¿Qué tal te va la vida? —preguntó con los dientes apretados, intentando dar la impresión de una charla amena entre cuñados.
—Igual que hace cuatro años. ¿O son cinco? —contestó Nick, insinuando con esto el tiempo que llevaban sin verse—. No aprietes tanto los dientes o estallarán por la presión —comentó como quien no quiere la cosa, a la vez que la cogía del codo—. Vamos a dar un paseo.
—¿Contigo? ¡Antes prefiero que me devore la marabunta! —Eso era, por fin le salía el nombre de las hormigas asesinas—. Aunque... pensándolo mejor, prefiero que te devoren a ti —dijo con una enorme y falsa sonrisa zafándose del brazo por el que le sujetaba.
Se quedaron con la mirada fija uno en el otro. Nick apretó los puños junto a sus potentes muslos mientras una gruesa vena comenzaba a latir visiblemente en su cuello, síntoma inequívoco de que estaba ligeramente cabreado. Miley alzó la barbilla y se cruzó de brazos desafiándole.
Se comportaba con su cuñado de una manera totalmente irracional. Ella era una mujer tranquila, pasiva, con una actitud casi indiferente ante todo. Menos con su cuñado, con él sacaba a relucir un carácter endiablado que dejaría pasmados incluso a sus amigos más íntimos; si es que los tuviera, claro. No lo odiaba, pero casi. No tenía motivos para comportarse así con él, ni para volcar sobre él todas sus frustraciones y decepciones, pero así era y no podía evitarlo. Hacía cinco años en un momento de desengaño, despecho y desesperanza había matado al mensajero. Y ése había sido Nick. Mala suerte para él.
—Tenemos que hablar a solas —ordenó Nick dando dos pasos hacia Miley, pegándose a ella e intentando imponerse con su presencia.
Miley bufó. No la impresionaban sus casi dos metros de altura, ni el metro entre hombro y hombro, ni mucho menos el ancho cuello con la vena latiendo, por no hablar de lo risibles que eran sus brazos llenos de musculitos imponentes o sus largas piernas de muslos bien definidos enfundadas en vaqueros desgastados.
—Vas listo —siseó en respuesta a su orden. Los ojos claros de Nick se tornaron amenazantes bajo el mechón de pelo moreno que intentaba ocultarlos.
—Vaya, vaya... Mira quién está aquí —interrumpió el duelo de miradas un hombre alto de cabellos color ébano, piel morena, ojos verdes y sonrisa Profident en los labios—. Por fin has escapado de la casa-prisión del tío Abel. Aunque has saltado de la sartén para caer en las brasas —susurró divertido en el oído de Miley.
—¡Justin! ¿Qué haces aquí? —exclamó la mujer con muradiante, y por primera vez en el día, feliz sonrisa.
—Lo mismo que tú, penitencia.
—Idiota —soltó entre dientes Nick.
—Yo .también estoy encantado de verte, primo —comentó irónico mientras miraba seductor a Miley—. Creo que tío Agustín ha traído su famoso orujo de hierbas casero. Vamos a saludarle —dijo el recién llegado cogiendo a Miley del brazo—. Chao, primo.
—Adiós. —Miley se despidió con una sonrisa. Justin era la única persona divertida que conocía en el pueblo y es encantada de haberse encontrado con él.
Nick observó a su primo y a la exmujer de su hermano alejarse, caminando uno junto al otro, susurrándose cosas al oído y estallando en carcajadas. Inspiró con fuerza y apretó los puños hasta que crujieron los nudillos. ¿No quería hablar con él? Perfecto. Llevaba cinco años esperando esa conversación, le daba lo mismo esperar cinco más. Pero antes o después, prometió en silencio, hablarían.

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