martes, 16 de octubre de 2012

I Don't Want To Love You cap.14





Impaciente, Nick tiró del vestido y, con manos ansiosas, le quitó la ropa hasta que quedó desnuda.
Y entonces su expresión cambió. Parte de la tristeza que había visto en sus ojos desapareció mientras la miraba, maravillado. Con mucho cuidado, deslizó las manos por su abultado abdomen e inclinó la cabeza para besarla.
–Lo siento –se disculpó de nuevo.
La emoción hacía que sus palabras fueran casi incomprensibles, pero la disculpa llegó al corazón de Miley. Era evidente que lamentaba de verdad lo que había hecho. Estaba desnudándose ante ella, mostrándose vulnerable.
–No pasa nada –murmuró, buscando sus labios. Sus lenguas flirtearon y jugaron durante unos segundos, pero Nick se colocó sobre ella con gesto posesivo, aunque con cuidado para no hacerle daño.
La besó en el cuello, despacio al principio y luego con fuerza hasta que estuvo segura de que tendría marcas al día siguiente. Lamió y mordisqueó por todas partes mientras se deslizaba hacia abajo y cuando llegó a sus pechos levantó la cabeza para mirarla a los ojos.
–¿Ahora son más sensibles? –le preguntó, con voz ronca, pasando la yema del pulgar sobre un pezón mientras esperaba la respuesta.
–Sí, desde luego.
–Entonces tendré más cuidado.
Con infinita ternura, pasó la lengua por un rígido pezón antes de meterlo en su boca y Miley arqueó la espalda, sintiendo un escalofrío.
Había pasado mucho tiempo desde la primera y última vez que estuvieron juntos y lo deseaba con todas sus fuerzas. Las últimas semanas habían sido una tortura, con Nick mostrándose tan atento y cariñoso. Y, sin embargo, siempre estaba esa barrera entre ellos.
Pippa sabía que aquello no resolvía nada, pero anhelaba el contacto físico. Lo necesitaba.
Dejando escapar un suspiro, se rindió a los expertos labios de Nick.
Pero entonces él empezó a moverse hacia abajo, acariciando su abdomen con las dos manos, besando cada centímetro de su piel hasta que los ojos de Miley se llenaron de lágrimas.
Y cuando separó sus piernas para acariciarla con la boca, estuvo a punto de perder la cabeza.
Miley enterró los dedos en su pelo, moviéndose al ritmo de las íntimas caricias… 
–Nick, por favor –le suplicó–. Te necesito.
Él saltó de la cama y tiró de sus piernas hasta que su trasero reposaba sobre el colchón.
–Enrédalas en mi cintura –dijo con voz ronca.
Y en cuanto lo hizo, se deslizó dentro de ella.
La sorpresa hizo que Miley contuviese un gemido. Estaban piel con piel, sin barreras en esta ocasión.
Nick clavó los dedos en sus caderas, tirando hacia él de su cuerpo.
–No dejes que te haga daño.
–Sé que no vas a hacerme daño –dijo ella–. Hazme el amor, Nick.
Había estado a punto de abrirle su corazón, pero se contuvo porque sabía que él no querría hablar de sentimientos.
Nick buscó su boca en un gesto desesperado. Sus manos estaban por todas partes, como si no pudiera cansarse de ella. Como si la quisiera aún más cerca.
Miley le echó los brazos al cuello mientras entraba en ella; el clímax no era tan importante como ese momento de intimidad, la conexión entre ellos.
Aquello no era sexo, era mucho más.
Pero se mordió los labios para que las palabras no escapasen de su boca. En lugar de eso, inhaló su aroma y se apretó contra él al llegar al clímax, que esta vez fue lento, dulce, no una tumultuosa explosión.
–¡Nick! 
Era un grito de deseo, un grito de ayuda.
Él susurró su nombre, entre dientes, y poco después sintió que se dejaba ir. 
Durante unos segundos se quedó sobre ella, sujetándose con los brazos a la cama hasta que por fin cayó sobre su pecho como una cálida mantas.
Suspirando, apoyó la frente en la de ella, besándola de nuevo.
–Miley –susurró.
Y esa palabra contenía un mundo de emociones.

Miley despertó y tardó unos segundos en recordar dónde estaba.
Luego giró la cabeza buscando un reloj y dejó escapar un suspiro de alivio al comprobar que solo había dormido durante una hora.
Se sentó en la cama, mirando la oscura habitación… 
Nick no estaba allí, pero eso era lo que esperaba. De hecho, empezaba a sospechar que no se quedaba nunca después de hacer el amor.
Pero había un albornoz sobre la cama, de modo que no la había olvidado del todo.
Miley se puso el albornoz y fue al baño a ducharse, pensativa. Tal vez no debería haberse acostado con él.
Su problema era más complicado porque había sido lo bastante tonta como para enamorarse de un hombre que no tenía el menor deseo de devolver ese amor. Peor, estaba esperando un hijo suyo, de modo que estaría atada a él para siempre. Incluso si Nick se casara con otra mujer.
Miley cerró los ojos mientras se duchaba. No podría soportar que Nick se casara con otra mujer, que otra mujer criase a su hijo… Pero tenía que dejar de pensar esas cosas porque si seguía haciéndolo se volvería loca. Por el momento, lo único que necesitaba era hablar con Nick.
¿Qué podía perder? Unos minutos después salía del dormitorio, decidida. Tal vez eso de dejarla sola después de mantener relaciones sexuales funcionaba con otras mujeres, pero con ella no iba a funcionar.
Lo encontró en el estudio, mirando por la ventana, y se quedó un momento estudiando su perfil. Tenía las manos en los bolsillos del pantalón y su expresión era tan triste que se le encogió el corazón.
–¿Nick? 
Él se volvió, mirándola con cara de sorpresa.
–¿Tienes hambre? La tenía, pero no era eso de lo que quería hablar.
–Antes quiero aclarar algo.
–¿Qué? –¿Por qué te da tanto miedo la idea de tener un hijo? Parecías contento cuando creías que iba a ser una niña, pero en el momento que nos dijeron que era un niño saliste corriendo. ¿Por qué? Él cerró los ojos y, durante unos segundos, pareció estar librando una batalla consigo mismo, por turnos furioso y desolado.
¿Qué había ocurrido para que tener un hijo lo asustase de ese modo? 
Cuando por fin abrió los ojos, en ellos no había expresión alguna.
–Muy bien, hablaremos después de cenar.
Miley estuvo a punto de insistir, pero algo en su expresión le dijo que sería mejor no hacerlo.
Nick la llevó a la cocina y señaló un taburete frente a la isla que hacía las veces de mesa.
–Mi ama de llaves deja comida congelada y cosas en la despensa, pero yo no sé cocinar. Suelo comer fuera.
–Déjame a mí –dijo Miley, bajando del taburete–. Yo puedo hacer cualquier cosa con un par de ingredientes.
–No quiero que pienses que no soy un buen anfitrión.
–Eres un gran anfitrión, pero siéntate mientras hago algo de cena.
Y luego, hablaremos.
Nick se sentó en un taburete mientras ella miraba en la despensa.
Encontró cruasanes del día y decidió hacerlos con jamón y queso y, además, preparó una ensalada de fruta mientras los cruasanes se tostaban en el horno.
–¿Qué quieres beber? 
–Agua –respondió Miley.
–Entonces, yo también.
Cuando terminaron de cenar, Nick esbozó una sonrisa.
–El cruasán estaba riquísimo. Y parece fácil de hacer, pero a mí no se me habría ocurrido.
–Yo soy la reina de la improvisación. En mi casa no solíamos comer juntos, así que aprendí pronto a moverme por la cocina.
Nick inclinó a un lado la cabeza.
–No sueles hablar de tu familia.
Miley iba a decir que tampoco él lo hacía, pero no quería cerrar esa puerta.
–No hay mucho que contar.
–¿Por qué? ¿No tienes relación con tu familia? 
–Recibo a mi madre cuando no me avisa con antelación suficiente para que me marche a algún sitio.
–Eso no suena muy bien.
–Es mejor que vernos demasiado, te lo aseguro.
–¿Y tu padre? 
Miley dejó el cruasán sobre el plato.
–Mi padre se marchó de casa cuando yo era pequeña. Aunque en parte le comprendo porque mi madre puede ser muy difícil. Murió hace unos años y me dejó el dinero del que estoy viviendo últimamente, hasta que mi negocio florezca.

Nick arrugó el ceño.
–Evidentemente, no te llevas bien con tu familia.
–¿Te han dicho alguna vez que eres muy observador? –bromeó ella.
–Lo digo en serio. Cuéntame por qué.
–¡Qué cara tienes! Se supone que íbamos a hablar de ti. Ese era el trato.
–No hay mucho que contar.
–Voy a tener un hijo contigo y necesito saber si debo esperar más numeritos como el de hoy. Como, por ejemplo, que salgas corriendo el día de su cumpleaños… 
–Yo no haría eso.
–Tenemos que hablar de ello, Nick. Porque si no lo hacemos, me iré y no volveré nunca.
–¿Es una amenaza?
Miley lo miró a los ojos, sin parpadear.
–No es una amenaza, es una promesa.
Nick se levantó tan bruscamente que estuvo a punto de tirar el taburete. Pero cuando salió de la cocina, Miley lo siguió.
–¿Vas a contármelo o no? 
Él exhaló un suspiro.




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