Dio la vuelta a la silla, poniéndola hacia la ventana, y se quedó mirando hacia el puerto. Siempre le había parecido una vista muy relajante y una de las razones por las que había alquilado oficinas en aquel edificio.
Otro de los motivos era que estaba a dos manzanas del apartamento en el que vivía y que también tenía vistas hacia el puerto.
Nada más retirarse del fútbol, lo primero que había echado de menos había sido pasar la mayor parte de su tiempo en el exterior. Odiaba la sensación de estar encerrado. Le gustaba sentir espacio a su alrededor y ver el cielo.
Recientemente había descubierto que también le gustaba el mar. De pequeño, nunca lo habían llevado a la playa y no había aprendido a nadar hasta los veinte años, obligado a meterse en una piscina para recuperarse de una lesión.
A su vuelta a Sídney, se había sentido muy atraído por el mar, y eso le había llevado a vivir y trabajar junto al puerto. Hacía poco que había descubierto su pasión por navegar y estaba pensando en comprar un barco.
Aquella tarde había muchos barcos en el puerto. El invierno había dado paso por fin a la primavera.
Después de dos meses de intensa lluvia sobre Sídney, el cielo volvía a verse azul.
Sus ojos se posaron en un barco que estaba pasando por Bennelong Point, camino al mar abierto. Era un yate, un juguete caro para alguien con mucho dinero.
«Quizá compre uno de esos», pensó Nick.
Podía permitírselo. Win-Win no era la única fuente de ingresos de Nick.
Durante sus años como portero, había invertido la mayor parte de su sueldo en propiedades. Antes de retirarse, ya era dueño de unas doce casas, todas ubicadas en zonas de Sídney en donde los alquileres eran altos.
A Nick no le gustaba hablar de su patrimonio. Sabía que no debía presumir de lo que se tenía. Tenía un pequeño grupo de amigos y no todos ellos eran multimillonarios como él. Disfrutaba de su compañía y no quería hacer nada que pudiera estropear su amistad. Claro que ahora que la mayoría estaban casados, no los veía tanto como solía, pero seguían viéndose de vez en cuando para ir al
fútbol o a las carreras.
Ninguno de ellos tenía un barco. Los amigos con los que Nick iba a salir a navegar al día siguiente no eran amigos de verdad. Eran regatistas a los que había conocido a través de su trabajo y que le habían estado enseñando vela.
–No encuentro ningún error –dijo Miley como si le molestara no haberlo hecho.
Nick volvió a girar su silla para mirarla.
–¿Estás segura?
Lo habitual era que Miley le propusiera cambios.
Solía encontrar lagunas legales que no favorecían a su cliente.
–Quizá debería revisarlo otra vez.
Nick se sorprendió ante aquella sugerencia tanto como se había
sorprendido con la manera en que lo había mirado antes. No parecía ella. Había logrado quitarse de la cabeza aquellas imágenes que tanto lo habían distraído y ahora era ella la que estaba distraída.
¿Qué le habría pasado para no poderse concentrar en el trabajo? Tenía que ser algo serio.
Sintiendo curiosidad, Nick decidió intentar averiguarlo.
–No hace falta que lo hagas –dijo–. Estoy seguro de que está bien. ¿Por qué no le echas un vistazo rápido a esos dos contratos? Son solo unas renovaciones. Luego, daremos el día por terminado y te invitaré a una copa en el bar Ópera.
Si conseguía que se relajara, quizá se mostrara más abierta.
De nuevo, lo sorprendió al no negarse en rotundo.
Pero tampoco dijo que sí. Cada vez sentía más curiosidad.
–Mira, no te estoy pidiendo una cita –continuó–, tan solo salir a tomar algo.
Muchos compañeros de trabajo quedan para tomar algo los viernes por la tarde.
–Lo sé.
–Entonces, ¿cuál es el problema?
Otra vez se quedó pensativa.
–Mira –continuó decidido–, me doy cuenta de que no te caigo bien. No, Miley, no hace falta que lo niegues.
No lo has disimulado en los dos últimos años. Confieso que tampoco he hecho nada por ser amable contigo.
Pero cualquier hombre, por indiferente que fuera, se daría cuenta de que hoy no estás siendo tú misma. Por raro que te parezca, estoy preocupado por ti. De ahí mi invitación. Pensé que te vendría bien relajarte con una copa de vino y contarme lo que te pasa.
–Aunque te lo contara –replicó con mirada triste–, no hay nada que puedas hacer.
–Deja que sea yo el que lo juzgue.
Ella rio, pero no había alegría en su expresión.
–Seguramente te enfadarás conmigo.
–Eso suena muy misterioso. Ahora no acepto un no por respuesta. Vamos a ir a tomar algo y vas a contarme de qué va todo esto.
Miley sabía que era una estupidez sentirse halagada por su preocupación.
Y más aún acceder a tomarse una copa con él en el bar Ópera.
El bar Ópera era el lugar al que ir después del trabajo en la zona de oficinas de Sídney. Estaba cerca del muelle y tenía una de las mejores vistas de la ciudad, con la Ópera a la derecha, el muelle circular a la izquierda, el puente sobre la bahía en frente, además del puerto. La mitad de la plantilla de Harvey, Michaels y
asociados se reunía todos los viernes por la noche.
Incluso Miley se unía a ellos de vez en cuando. Sabía que se produciría un gran revuelo si la veían bebiendo allí en compañía de Nick Jonas.
Entonces, ¿por qué había accedido? aquella pregunta no dejó de
atormentarla de camino al muelle.
Cuando llegaron al bar, Miley seguía sin dar con la respuesta. Al menos, habían llegado pronto, evitando así encontrarse con compañeros.
Demi diría que estaba enamorada de él. Claro que Demi era una
romántica empedernida, adicta a películas en las que los protagonistas se odiaban nada más conocerse, pero que al final acababan enamorados.
A Miley no le gustaban aquellas historias. Cuando alguien no le gustaba, no le gustaba y punto. Nunca le había caído bien Nick Jonas y mucho menos le gustaba.
Sí, era guapo, inteligente y tenía éxito. Diez años antes, lo habría
encontrado fascinante. Sin embargo, en aquel momento era inmune a los encantos de un hombre atractivo, que se aprovechaba de las mujeres y lo único que les daba a cambio era el dudoso placer de su compañía. Miley había estado saliendo con dos hombres así y había desarrollado un sexto sentido para reconocerlos.
Nick Jonas había hecho saltar las alarmas de su cabeza nada más
conocerlo, motivo por el que los viernes no se arreglaba tanto como solía.
No le preocupaba que estuviera fingiendo. Desde el principio había sido evidente que no le caía mejor que él a ella. Por eso le había sorprendido que fuera amable con ella ese día. La había pillado desprevenida dos veces y allí estaba, a punto de tomarse unas copas con él.
–Sentémonos fuera –dijo.
Salieron a la zona exterior. El sol todavía brillaba y calentaba lo suficiente como para contrarrestar el fresco de la brisa.
–¿Qué quieres beber? –preguntó Nick.
Luego, le apartó la silla de una mesa que estaba cerca del agua.
–Bourbon con Coca-Cola –contestó.
Nick arqueó las cejas asombrado, pero no dijo nada y volvió al interior para pedir las bebidas.
A solas, Miley tuvo tiempo de pensar y preocuparse. No solo de su
reputación, sino de la confesión que Nick esperaba sonsacarle. De ninguna manera iba a dejarse seducir por Nick Jonas.
Todavía no podía creerse la estupidez que había cometido. Y ahora, le había salido el tiro por la culata.
No había imaginado que los doctores se equivocarían y que su abuela saldría del coma y recordaría cada palabra que su nieta le había dicho mientras esperaba junto a su cama. Las intenciones de Miley habían sido buenas en aquel momento, pero ¿qué importaba eso ahora? Un suspiro escapó de sus labios.
Al ver a Nick acercándose a la mesa con las bebidas, recordó por qué lo había elegido para mentirle a su abuela. En primer lugar porque era muy guapo.
Su abuela siempre le había dicho que le gustaban los hombres que parecían hombres. Siempre le había aconsejado que se alejara de los hombres presumidos sin personalidad.
A Miley nunca le había gustado la manía de su abuela de juzgar
superficialmente al sexo contrario.
Aunque quizá debería haberla escuchado porque los dos hombres que le habían roto el corazón habían sido unos presumidos.
–Acaban todos calvos –le había dicho.
Nick no era ningún presumido. Todas las facciones de su rostro eran grandes y masculinas. Tenía la frente ancha, una nariz aquilina y un mentón marcado con un hoyuelo en la barbilla. Tenía el pelo castaño oscuro, con un corte a lo militar y no corría riesgo de quedarse calvo.
Por alguna razón, a su abuela le gustaban los hombres de ojos chocolate.
Nick los tenía chocolate, pero bajo sus cejas pobladas y a distancia parecían negros. De cerca, reflejaban una dureza que seguramente le vendría muy bien en sus negociaciones.
Su cuerpo también habría recibido el visto bueno de su abuela, al ser alto y de hombros anchos. Tenía músculos en los sitios adecuados. Miley solo lo había visto vestido con trajes, como el que llevaba ese día.
Alguna vez lo había visto sin chaqueta, con las mangas de la camisa
remangadas, y no había ninguna duda de que estaba en forma.
No era extraño que lo hubiera elegido como su hombre perfecto imaginario, pensó mientras observaba a Nick acercándose a ella. No solo tenía un gran físico, sino que tenía estabilidad económica, era encantador cuando quería y lo suficientemente mayor como para tener experiencia en la vida.
Su abuela decía que una mujer no debía casarse con un hombre de su edad.
–Los hombres maduran mucho más tarde que las mujeres –le había
advertido siempre su abuela–. Necesitan experimentar antes de sentar la cabeza.
Claro que cuando le había hablado a su abuela de Nick, junto a su cama en el hospital, no le había mencionado lo experimentado que estaba.
Seguramente no le parecería bien que un hombre cambiara más veces de mujer que de calzoncillos.
Lo cierto era que a Miley le sorprendía que hubiera mujeres deseando tener una relación con Nick Jonas, si se le podía llamar relación a lo que tenía con las mujeres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario