Mientras el
camarero retiraba los últimos platos, Miley y Nick aparecieron de nuevo.
Ella se sentó
junto a Joe y puso el maletín entre ambos. Nick, por el contrario, tomó asiento
enfrente de Demi. Su cara era un libro
abierto.
–Te robaron el
maletín –dijo Miley, yendo al grano–. Te robaron el maletín.
Demi ya se
imaginaba lo que había ocurrido. Se volvió hacia Joe y lo fulminó con la
mirada, exigiendo una explicación.
–Estaba en mi
maletero –dijo él en defensa propia–. Mi maletero. Además, son mis diseños.
–Los diseños son
míos –le dijo ella con firmeza.
–Pero yo te pago
para que los hagas.
–Eso no te da
derecho a robárselos –añadió Miley en un tono imperativo.
–Yo no
discutiría con ella –murmuró Nick en un tono serio.
Miley le lanzó
una mirada de advertencia, pero Joe no se dejó amedrentar.
–Me recuerdas a
mi profesora de matemáticas –le dijo en un tono sarcástico.
–Pues parece que
no aprendiste nada con ella –dijo la abogada.
–¡Me robaste el
maletín! –exclamó Demi, reclamando la atención de todos–. ¿Todo esto de la cena
era una estratagema? –sacudió la cabeza, contestándose ella misma–. Claro que
sí. Eres un ser despreciable, Joe Jonas.
Si no le hubiera
dicho a Miley que me habías invitado a este sitio… Y si ella no fuera tan
suspicaz…
Harta de aquel
pulso verbal, Demi decidió capitular.
–Muy bien.
Adelante –dijo, señalando el maletín–. De todos modos no hay nada que puedas
hacer para cambiarlos. Si no te gustan, ya puedes empezar a quejarte. Me trae
sin cuidado.
Joe no perdió ni
un segundo. Agarró el maletín, lo abrió rápidamente y extendió los diseños
sobre la mesa.
–¿Es que has
perdido el juicio? –exclamó de repente. Sus ojos relampagueaban.
En su despacho,
el lunes por la mañana, Joe tuvo que hacer un gran esfuerzo para desterrar de
su mente las fantasías con Demi. Estaba enojado con ella por aquellos
extravagantes diseños, y ésa tenía que ser su prioridad, por su propio bien y
por el bien de la empresa.
–…Diez millones
de dólares –le estaba diciendo Esmond Carson desde el otro lado del escritorio.
Al oír la cifra,
Joe volvió a la realidad.
–¿Qué? –preguntó.
Esmond buscó
algo en el enorme archivador que tenía sobre el regazo. El hombre, cada vez más
canoso, ya rondaba los sesenta y cinco años. Había sido el abogado y consejero
legal de su abuela durante más de treinta años.
–Rentas,
comidas, salarios de profesores, transportes… Todos los costes han sido
inflados en los informes. La fundación tiene un saco enorme de facturas atrasadas.
La cuenta bancaria está en números rojos. Así es como me di cuenta.
Joe no podía
creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo se habían descontrolado tanto las cosas?
–¿Quién ha hecho
esto?
–Por lo que
sabemos, fue un hombre llamado Lawrence Wellington. Era el gestor regional en
la ciudad. Y desapareció al día siguiente de la muerte de Sadie.
–¿Has llamado a
la policía?
–Podríamos dar
parte –Esmond cerró el archivador. Su expresión era impasible, tranquila.
–Por supuesto
que vamos a informar de esto –Joe puso la mano sobre el teléfono.
Un malhechor le
había robado el dinero de su abuela; o peor aún, había robado dinero de la
fundación benéfica que ella había creado para ayudar a niños desfavorecidos.
–Puede que no
sea una buena idea.
Joe se detuvo y
levantó las cejas; ya tenía los dedos sobre los botones.
–Eso generaría
mucha publicidad.
–¿Y?
–Podría ser un
circo mediático. La fundación benéfica, el nombre de tu abuela… Lo arrastrarían
todo por el fango. Los benefactores se pondrán nerviosos, los beneficios
podrían caer; podrían cancelar algunos proyectos…
Nadie quiere que
su nombre se vea relacionado con el de un criminal, por muy noble que sea la
iniciativa de la organización benéfica.
–¿Crees que
resultaría así? –preguntó Joe, sopesando las distintas posibilidades. Esmond
podía tener razón.
–Conozco una empresa
muy buena de detectives privados –dijo Esmond–. Con un cheque puedo sacar a la
empresa de este aprieto. ¿Puedes asumir el coste?
«Menuda pregunta…»,
se dijo Joe a sí mismo.
Al igual que
cualquier otra empresa de transportes del mundo, Jonas había visto menguar su
capital líquido durante los últimos años. Tenía barcos parados en el puerto, y
otros en dique seco, deteriorándose y acumulando enormes
facturas en
reparaciones. Los clientes retrasaban continuamente los pagos porque tampoco
disponían de capital efectivo y los bancos apenas daban créditos.
Y Demi…
Diseñando el Taj Mahal en vez de un edificio de oficinas funcional y práctico.
–Claro –le dijo
a Esmond–. Te daré un cheque.
Puso en contacto
a Esmond con su director financiero y le pidió a Amy que llamara a Demi.
Mientras
esperaba por ella, le dio la vuelta a la silla giratoria y contempló el paisaje
urbano a través de la enorme ventana. No podía dejar que el legado de su
abuela se
derrumbara en un abrir y cerrar de ojos.
Unos minutos
después oyó como se abría la puerta. Tenía que ser Demi.
Amy hubiera
anunciado a cualquier otra persona.
–Cierra la
puerta, por favor –le dijo sin darse la vuelta.
–Muy bien –dijo
ella, yendo hacia el escritorio.
Él se volvió
lentamente, se puso en pie y rodeó el escritorio.
–Cierra, por
favor –repitió él con contundencia.
–Joe, tenem…
Él pasó por su
lado rápidamente y la cerró él mismo.
–Preferiría que
no… –la voz de Demi se apagó.
Él se había dado
la vuelta bruscamente y parecía atravesarla con la mirada.
La blusa que
llevaba insinuaba unos pechos suaves y firmes, y tenía los botones del escote
desabrochados, enseñando una pizca de piel color marfil y aterciopelada. Joe
sintió un nudo en el estómago que se apretaba cada vez más, así que se alejó un
poco de ella, dando unos pasos hacia el escritorio.
–Preferiría… –dijo
ella, yendo hacia la puerta.
Él la agarró del
brazo.
Ella miró el
lugar donde la sujetaba con fuerza.
–¿Qué haces? ¿Es
que vas a pegarme? –le dijo, molesta.
Eso ni siquiera
se acercaba a lo que en realidad quería hacer con ella. La noche del viernes se
había ido a casa con los músculos rígidos como piedras.
Había pasado
casi toda la noche dando vueltas en la cama, sintiendo una extraña mezcla de rabia
y excitación, y cuando por fin se había quedado dormido, allí estaba ella, en
sus sueños, sensual y seductora, llamándolo y alejándose al
mismo tiempo.
–¿Te estoy
asustando? –dijo, mirándola fijamente.
–No.
–¿Te molesta?
–Sí.
–Pues es tu
problema –le espetó con indiferencia.
–Claro que es mi
problema –ella apretó los dientes.
–Tú también me
has hecho enojar.
–Pobrecito –dijo
ella con sorna.
–¿Te estás
burlando de mí?
–Yo soy la que
manda aquí –le dijo ella, cruzando los brazos y descubriendo así una sección
más generosa de su escote.
Él soltó una
carcajada de sorpresa y trató de disimular la excitación que se apoderaba de
él.
–Sé que yo llevo
la voz cantante aquí y no hay nada que puedas hacer para obligarme a…
Él dio un paso
adelante. La paciencia estaba a punto de agotársele y ella tenía que entrar en
razón, de una forma u otra.
Las pupilas de Miley
se dilataron y sus labios se entreabrieron.
–¿Obligarte a
qué?
–Joe –dijo ella
en un tono de advertencia, aunque sus ojos delataran la confusión y el temor
que sentía en realidad.
–¿Obligarte a
qué? –repitió él.
Ella no
contestó, pero sí se humedeció los labios con la punta de la lengua.
Joe tragó en
seco y dio otro paso adelante hacia ella, mirándole los labios.
Accidentalmente
le rozó el muslo al acercarse.
Los labios de
ella se suavizaron y su respiración se volvió más profunda.
Él inhaló su
fragancia, exótica e irresistible, y entonces le acarició la mejilla con los
nudillos.
Ella no lo hizo
detenerse, sino que cerró los ojos y se frotó contra su mano.
Y entonces Joe
ya no pudo aguantar más el aluvión de deseo. Ladeó la cabeza y, sin pensarlo
siquiera, rozó sus labios contra los de ella; suaves, flexibles, calientes
y deliciosos.
Una explosión de sensaciones lo sacudió por dentro. De repente volvía a estar
en el yate. La brisa marina los acariciaba y el cielo estrellado era el único
testigo de su pasión. La rodeó con ambos brazos y ella hizo lo mismo; la piel enrojecida
con el rubor de la lujuria. Ella encajaba en él a la perfección, acurrucándose
contra él en todos los rincones de su cuerpo.
Joe la hizo
moverse hacia atrás y la acorraló contra la pared del despacho.
Bajó las manos y
la agarró del trasero, palpando sin pudor la firmeza de su carne, resistiendo
la tentación de frotarse contra ella.
Ella encendía un
fuego en el que nunca antes se había quemado. Le tocó el cabello, enredando los
dedos en las finas hebras aterciopeladas, y entonces le sujetó el rostro con
ambas manos, colmándola de besos al mismo tiempo, en el cuello, a lo
largo de los hombros, en el borde de la blusa, el escote… Ella entreabrió aún
más los labios, buscó su lengua húmeda y apretó los pechos contra su fornido
pectoral, asegurándose de que él pudiera sentirlo. Y entonces se puso de
puntillas y le devolvió el beso con la misma pasión, deslizando las manos por
debajo de su chaqueta. Joe podía sentir aquellas manos pequeñas, calientes y
vibrantes, a través del tejido de la camisa. Quería arrancársela a jirones del cuerpo,
desnudarla y terminar aquello que siempre empezaban, pero que no terminaban
nunca.
De repente se
oyó el timbre de un teléfono. A través de la puerta llegaban ruidos
provenientes de la oficina externa; la voz de Amy, alguien respondía…
Joe volvió a la
realidad de inmediato, consciente del lugar en el que se encontraban. Haciendo
un gran esfuerzo, se obligó a parar de inmediato. Sujetó la cabeza de Demi
contra su propio hombro y respiró profundamente. Toda la ira que había sentido
por ella un rato antes se había desvanecido.
–Lo hemos vuelto
a hacer –dijo casi sin aliento.
Ella se puso
tensa y trató de apartarse de inmediato.
–Es por esto que
no quería cerrar la puerta.
Él la soltó,
fingiendo que no era lo más difícil que había hecho jamás.
–¿No confías en
ti misma? –le preguntó en un tono sarcástico. No podía dejarla ver lo mucho que
le hacía perder el control.
–No confío en ti
–le dijo ella por enésima vez.
Joe no pudo sino
reconocer que aquello era justo. Ni siquiera él podía confiar en sí mismo.
–¿Por qué
querías verme? –dijo ella, alisándose la blusa y peinándose con los dedos.
Joe le dio la
espalda. Mirarla sólo le traería más problemas.
–¿Podemos
sentarnos? –señaló dos sillas cercanas a los ventanales.
Sin decir ni una
palabra ella tomó asiento y miró por la ventana, cruzando
las manos sobre
el regazo. Las hormonas de Joe seguían en plena efervescencia, así que tuvo que
respirar hondo varias veces antes de sentarse frente a ella.
–Acabo de hablar
con el abogado de mi abuela –le explicó, sin mirarla a la cara. Tenía que
convencerla para que desistiera de una vez de sus planes de
reforma. El tema
era más importante que nunca y no podía permitirse otro intento fallido.
Demi se volvió
hacia él y arrugó los labios.
–¿Qué quieres
decir?
–Quiero decir lo
que acabo de decir –Joe se rindió y la miró por fin.
–¿Qué ha
ocurrido? –ella se inclinó adelante en la silla–. ¿Me han sacado del testamento?
¿Has encontrado algún vacío legal o subterfugio? ¿Me estás echando? –se puso en
pie de un salto–. Si me estás echando, deberías haberlo
dicho antes de… –gesticuló
con las manos–. Antes de…
–No te estoy
despidiendo. Y ahora, ¿quieres volver a sentarte, por favor? – Joe se levantó.
–¿Qué está
pasando? –Demi lo miró con escepticismo.
–Siéntate y te
lo diré –él señaló la silla y esperó.
Ella lo fulminó
con una negra mirada, pero finalmente volvió a su silla.
–Ha surgido un
problema con la fundación benéfica de mi abuela.
Demi guardó
silencio. Sus rasgos no revelaban emoción alguna.
–Un antiguo
empleado ha desfalcado grandes sumas de dinero de la cuenta de la fundación.
Hizo una pausa
para ver si ella reaccionaba, pero no fue así.
–Por tanto, voy
a tener que transferir dinero de Jonas Transportation a la fundación. Si no lo
hago, algunos de sus proyectos tendrán que ser cancelados; proyectos como las
tutorías de refuerzo extraescolar, y también los comedores de beneficencia.
–¿Necesitas que
firme algo?
Él sacudió la
cabeza.
–¿Entonces de
qué se trata?
–Jonas
Transportation dispone en estos momentos de muy poco líquido y las cosas
seguirán así por lo menos durante un año –Joe se preparó mentalmente–. A lo
mejor tenemos que considerar seriamente un recorte de presupuesto para el
proyecto de reforma del edificio.
–Oh, no, no
puedes hacer eso –ella se cruzó de brazos.
–Déjame…
–Estás tratando
de jugar con mis sentimientos.
–No estoy
tratando de jugar con nada.
–Lo haces para
pillarme desprevenida.
–Te estoy
ofreciendo sinceridad y cordura –le dijo, y era cierto. Le estaba ofreciendo la
cruda realidad.
–Hace un momento
nos estábamos besando y ahora… –chasqueó los dedos
en el aire–. Me
pides que haga esa clase de concesiones.
–Una cosa no
tiene nada que ver con la otra –Joe sintió el latigazo de la rabia.
–Bueno, esta vez
no funcionará, señor Joseph Jonas –le dijo, dando un golpe de melena–. ¿Un
desfalco en las cuentas de la fundación de tu querida abuela? ¿Crees que me voy
a creer eso?
–¿Crees que
miento?
–Sí.
–Te enseñaré los
extractos bancarios, los movimientos…
–Puedes
enseñarme todo lo que quieras, Joe. Cualquier quinceañero con un portátil
podría falsificar extractos financieros.
–¿Dudas de la
integridad de mis contables?
–No. Dudo de tu
integridad –le dijo ella, poniéndose en pie de nuevo. Lista para la batalla,
levantó la barbilla.
Él volvió a
levantarse con ella.
–Has probado la
evasión, la coacción, las amenazas, el robo, la seducción…
¿Y ahora tratas
de manipularme emocionalmente? –le preguntó ella, tocándose
los pendientes
de oro que llevaba puestos.
Él apretó la
mandíbula y se mordió la lengua.
–Por Dios, Joe.
La pobre abuela, la fundación benéfica, unos pobres niños hambrientos… ¿Hasta
dónde eres capaz de llegar? Me sorprende que no hayas añadido algún cachorro
maltratado a la lista –se tocó el pecho con la punta del
dedo índice–.
Voy a hacer la renovación y la voy a hacer a mi manera. Y, a cambio, tú
consigues media empresa y unos papeles de divorcio. Es una ganga, así que
deberías dejar de intentar cambiar los términos del acuerdo.
Furioso hasta la
médula, Joe volvió a tragarse las palabras. Sabía que cualquier cosa que dijera
no haría sino empeorar las cosas. Necesitaba un plan de emergencias, pero
desafortunadamente ya se le habían acabado todos.
Demi se puso
erguida y dio media vuelta. Un segundo después se oyó un portazo.
Joe aflojó los
puños, cerró los ojos un instante y se dejó caer en el asiento.
Demi Lovato era
imposible de convencer. Sospechaba de todo, estaba decidida y, además… era tan
increíblemente sexy.
Estaba a punto
de echar abajo un legado de más de trescientos años y no tenía ni idea de cómo
detenerla.
–Demi me va a
arruinar, y no hay nada que pueda hacer para detenerla – dijo, tomándose un
buen trago de whisky.
–¿Y qué
necesitas que haga exactamente? –le preguntó Nick, poniéndose serio de nuevo.
–Necesito que
entre en razón.
–Joe, en serio.
Deja de regodearte en tu propia miseria.
Joe respiró
hondo.
–Muy bien. De
acuerdo. Necesito que recorte el gasto del diseño, que me dé algo de una
calidad razonable; un edificio de oficinas convencional. Nada de columnas de
mármol, ni fuentes, ni palmeras, ni arcos de madera noble y, sobre todo, nada de
acuarios gigantescos de agua salada.
Nick pensó en
ello un instante.
–¿Y qué pasa con
Sadie?
–¿Qué pasa con
ella? –preguntó Joe, sin entender.
–Sadie le dejó
la empresa a Demi.
–¿Y?
–Y Demi tendría
que ser muy cruel como para no solidarizarse con los deseos de Sadie.
Nick levantó su
copa para brindar. Los cubitos de hielo repiquetearon contra el cristal.
–Eso es
exactamente lo que deberías hacer.
–¿Pero qué
deseos, Nick? ¿Dónde están esos deseos? Mi abuela no dejó ningún deseo
manifiesto.
–¿Crees que ella
querría un edificio vanguardista y visionario?
–Claro que no.
Nick esbozó una
sonrisa conspiratoria y se terminó la copa de un trago.
–Entonces
enséñale lo que tu abuela querría. Enséñale quién era Sadie.
Joe levantó las
palmas de las manos y sacudió la cabeza sin entender nada.
–Llévala a la isla –dijo Nick.
Bueno hasta aqui el maraton espero os haya gustado se lo decico a agus_destinyhope Gracias por tu comentarios... Saludos y Besoss!!!