sábado, 1 de diciembre de 2012

The Last Nigh Cap.8




Había veces en que Kevin odiaba su mente metódica tinto le decía que sedujera a Danielle, allí mismo, y se aprovechara de que estaban en una romántica cabaña alejada del mundo. Pero había trazado un plan y debía esperar todavía un poco para su culminación.
Si cedía a la tentación, al día siguiente se arrepentiría y pagaría el precio de haberse dejado llevar por una noche de sexo salvaje con su esposa.
Sin embargo, todavía no estaba todo perdido, pensó.
Esa noche tomaría todo lo que pudiera de Cara, respetando los límites que su plan le imponía.
Frotó sus labios con los de Danielle una y otra vez, deslizando la lengua dentro de la boca de ella con apasionado frenesí. Danielle dejó escapar un pequeño gemino, haciendo que la erección de él se disparara.
Echando mano de toda su fuerza de voluntad, Kevin se separó un poco y la miró a los ojos. Percibió en Danielle un gesto de sumisa rendición.
Sin poder evitarlo, sintió la necesidad de tocarla y acariciar la suavidad de su piel, sus pechos firmes y perfectos. Nada iba a pararlo, se dijo, dispuesto a tirar por la borda su plan.
–Pequeña –murmuró, lamiéndole el cuello–. Déjame tocarte.
Danielle tembló y gimió.
Kevin le recorrió el cuello con sus besos, hasta el primer botón de la blusa. Con dedos expertos, le desabrochó ese botón y pasó al siguiente, y al siguiente.
Los pechos de ella, cubiertos por un sujetador de algodón blanco, quedaron al descubierto.
Una invitación que él no pudo rechazar.
Kevin posó las manos sobre sus pechos y cerró los ojos, disfrutando de su contacto, del modo en que le cabían a la perfección en cada mano. De forma simultánea, le acarició los pezones con los
pulgares, haciendo que se pusieran tensos a través del sujetador, hasta que él se lo quitó.
–Ohh –gimió ella, acercándose a él llena de deseo.
Sin embargo, no iba a poder satisfacer ese deseo esa noche, pensó Kevin.
–Es tan hermoso tocarte como verte. Eres tal y como recordaba –murmuró él.
Kevin inclinó la cabeza y le besó los pezones, primero uno, luego el otro. Reaccionando al instante,
Danielle arqueó la espalda y él aprovechó para chupar y lamer los pequeños pezones con la lengua.
Después de haber pasado cuatro años deseándola, a pesar de la rabia que sentía por lo que ella le había hecho, Kevin quiso tomarla en ese mismo momento, satisfacer el deseo que crecía bajo sus
vaqueros.
–¿Has oído eso? –preguntó él.
–¿Te refieres a los latidos de mi corazón? –replicó ella, sin aliento.
Kevin sonrió y la besó en los labios.
–No, afuera. Algo ha asustado a los caballos. Iré a ver.
Danielle se sorprendió cuando Kevin se apartó de ella con brusquedad. Él se giró y caminó hacia la puerta. Detrás de la casa, los caballos esperaban tranquilos. Él se apoyó contra la pared de la cabaña, junto a un arbusto de hibisco en flor, y cerró los ojos.
–Ha sido más difícil de lo que pensaba –susurró en la soledad de la noche.
Kevin esperó unos momentos, hasta que su respiración se estabilizó y la temperatura de su cuerpo bajó unos pocos grados. Acontinuación, agarró las riendas de ambos caballos y los guió hacia la parte delantera de la cabaña. Danielle lo estaba esperando
en las escaleras del porche.
–Falsa alarma –dijo Kevin–. Ha debido de ser el aullido de un coyote en la distancia.
Por suerte para Kevin, Danielle se había abotonado la blusa y se había atusado su cabello de color miel.
Él ladeó la cabeza y dejó escapar un suspiro que le
salió del alma.
–Tenemos que irnos. Se está haciendo un poco tarde.
Danielle parpadeó y asintió.
–Claro.
Kevin ayudó a Danielle a subirse a Atrapasueños y, a continuación, montó su propio caballo. Se dirigieron a los establos del Club de Ganaderos de Texas en silencio. Cuando estuvieron de nuevo ante
la entrada, a salvo de sí mismos, Kevin la miró.
–No hemos comido el postre.
Danielle lo miró con ojos brillantes.
–Tendremos que mentirle al cocinero y decirle que estaba riquísimo.
Kevin desmontó, se acercó a Danielle y, de nuevo, ella bajó del caballo directa a sus brazos. Él la miró a los ojos, sujetándola de la cintura con fuerza.
–Estaba riquísimo –dijo él.
Danielle lo miró con gesto inquisitivo. Ella tenía muchas preguntas por hacer, pero Kevin sólo tenía una respuesta. La besó en los labios, saboreándola de nuevo.
–Cenemos juntos mañana. Te compensaré por el postre que nos hemos perdido.
–¿Cómo? Estoy segura de que ese chef tendrá cosas mejores que hacer –opinó Danielle.
Kevin rió, sabiendo que Danielle estaba buscándole las cosquillas.
–Es fácil. Sé lo que te gusta.
Danielle negó con la cabeza.
–Apuesto a que no.
–¿Ah, no? Tarta de chocolate con salsa de chocolate caliente, helado de vainilla y una docena de cerezas.
–¿El postre de Tasty? –preguntó Danielle, con gesto de nostalgia–. No he ido a Tasty desde hace…
–¿Cuatro años y medio? Te llevé allí en tu cumpleaños,
¿lo recuerdas?
Danielle esbozó una expresión pensativa y sonrió con tristeza.
–Sí, lo recuerdo.
–¿Y qué te parece? ¿Te apetece cenar hamburguesas
y postre en Tasty mañana?
Danielle abrió la boca y la cerró de nuevo al instante.
Kevin siempre sabía cuándo ella estaba librando una dura batalla en su interior para decidirse.
–No lo pienses tanto, pequeña. Déjate llevar.
Aquel comentario le abrió los ojos y le hizo tomar una decisión rápida.
–De acuerdo. Pero, Kevin, igual no deberíamos dejar que se nos vaya de las manos –señaló ella en tono solemne–. Los dos sabemos por qué he venido a Somerset.
–Ah, no te preocupes. No lo he olvidado.
–Bien.
–Pero no te prometo nada.
Danielle apretó los labios y frunció el ceño.
Kevin la besó con suavidad en los labios.
–Vamos, te llevaré de vuelta al hotel –dijo él–. Podrás pensar en el postre de Tasty durante el camino.

Danielle no había pensado en el postre de Tasty en el camino de vuelta al hotel. Había pensado en Kevin. 
Él la había tocado de una forma que ella no había permitido a ningún hombre desde su ruptura, reflexionó, mientras apasionadas y sensuales imágenes desfilaban por su cabeza. Aún le quemaba
el cuerpo. No, no había tenido ganas de intentarlo con ningún hombre desde que se había separado de su marido. Había salido con algunos, pero nunca había llegado a nada serio con ellos.
Kevin había sido dulce y muy atento con ella durante toda la noche y, hacía unos minutos, había estado a punto de hacerle olvidar hasta su propio nombre.
«Soy Danielle Pettigrew», pensó ella con amargura.
«No Danielle Pettigrew-Novak».
Seguía siendo la esposa de Kevin pero sólo sobre el papel. Había dejado de pertenecer a la familia Novak hacía cuatro años.
Sumida en sus pensamientos, sola en su habitación
de hotel, Danielle se quitó la ropa de montar y las botas de cuero nuevas que Kevin le había regalado. Él había recordado su número de pie, pensó.
¿Cuántos hombres conocían siquiera el número de pie de su esposa?
–Recuerda por qué te marchaste –susurró Danielle, hablando sola.
Kevin había sido divertido y tierno durante los primeros meses de su matrimonio. Luego, se había vuelto obsesivo y se había dejado llevar. ¿Por el éxito?
¿Por el dinero? ¿Por el poder? No estaba segura, ya que ella nunca se había quejado de los ingresos que él tenía. Ella había crecido en una familia rica. Había visto cómo su propio padre había sido
un adicto al trabajo y cómo su obsesión había dañado su matrimonio… y a ella. Había sido la hija para la que su padre nunca había tenido tiempo.
–El dinero no garantiza la felicidad –le había dicho Danielle a Kevin en una ocasión.
Pero su esposo no la había escuchado. Su naturaleza competitiva lo había obligado a demostrar su valía ante su esposa y su familia política. Kevin había querido dar la talla, aunque ella jamás había
insinuado que no la diera.
Se alegró cuando el teléfono de su habitación
sonó, interrumpiendo sus pensamientos.

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