lunes, 24 de diciembre de 2012

Summer Hot Cap.15


Se arregló la deshecha coleta antes de llegar a casa, estiró la camiseta y sacudió un poco la falda. Su aspecto no era el mejor del mundo, pero no podía hacer otra cosa. Esperaba con todas sus fuerzas que todos estuvieran durmiendo.
Sacó del bolsillo de la falda las llaves y metió una en la cerradura. Escuchó que el coche se detenía a pocos metros. Sonrió. Él no se iría hasta estar convencido de que ella entraba en
casa, sana y salva. Abrió la puerta y se sorprendió al ver la luz del salón encendida y a su hijo avanzando enfadado hacia ella. Cerró la puerta y se adentró en el recibidor.
—¿Dónde has estado? Llevo toda la puta noche llamándote al móvil.
—Lo siento, Frankie, me lo dejé en mi cuarto.
—¡Ya lo sé! —gritó el adolescente—. ¡¿Sabes qué hora es?!
—Frankie —le regañó desde el salón la voz grave de Paul —¡Por ahí sola, quién sabe dónde! ¡Cómo si no tuvieras nada mejor que hacer!
—Lo siento, cariño, me encontré con unos amigos y se me pasó el tiempo volando...
—¡Me importa una mierda!
—Frankie, no le hables así a tu madre —exigió Paul, saliendo al pasillo.
—Cuando he llegado a casa no había nada para cenar… ¿Sabes lo que he tenido que cenar?
—Lo siento, de verdad, cariño...
—¡Salchichas! ¡Odio las salchichas! ¡Hoy ibas a hacer hamburguesas y en vez de eso te pierdes por ahí y me toca a mí hacerme la cena!
—Frankie, basta —ordenó su abuelo ante la estupefacción de Miley.
—¿Pero tú quién te has creído que eres? —preguntó el joven a Miley con todo su desprecio—. Yendo por ahí con tus amigotes de mierda mientras tu hijo se muere de hambre. ¿Qué clase de madre eres?
Paul dio un sonoro bofetón a su nieto sin pensárselo dos veces.
—No le hables así a tu madre.
—¿Pero has visto lo que ha hecho? —preguntó el joven, aturdido, a su abuelo—. Se ha ido por ahí con sus amigos y me ha dejado solo, ni siquiera ha hecho la cena. No puede irse por ahí e ignorarme.
—No te ha ignorado. Eres lo suficiente mayor para hacerte la cena tú sólito y tu madre tiene todo el derecho del mundo a dar un paseo con quien le apetezca y hasta la hora que le dé la gana —tronó la voz de su abuelo. Frankie, al verse vencido, lo miró con repugnancia y salió corriendo para encerrarse en su cuarto.
—¡Frankie! —gritó Miley echando a correr tras él pan disculparse. Su suegro la agarró del codo, frenándola en seco.
—Déjalo.
—No puedo. Es culpa mía que esté tan enfadado. No debí salir y dejarle solo.
—Miley... —Paul la giró hasta que quedaron cara a cara—. Bien sabe Dios que adoro a mi nieto, pero no tiene razón. Es culpa tuya lo que ha pasado, sí; por mimarle en todo momento, por consentirle hacer todo lo que desea —la regañó su suegro—. Es lo suficiente mayor como para que tú tengas un poco de libertad. No tienes que darle explicaciones de lo que haces o dejas de hacer. No debes obedecer a todos sus deseos ni permitirle que te hable así. Es tu hijo, no tu colega.
—Pero... debería de haber avisado de que me iba a retrasar...
—Deberías haber avisado, sí. Pero un error lo tiene cualquiera. No te ha pasado nada y eso es lo importante. —Miley negó con la cabeza compungida. Paul la sostuvo la cara obligándola a mirarle a los ojos—. Jamás te has desentendido de Frankie ni has antepuesto tus deseos a los suyos, eres una madre estupenda —aseveró—. Que hoy hayas decidido salir como una mujer normal y corriente, me parece casi milagroso. Y creo que es algo que necesitas hacer más a menudo. Paul ya es mayor, tiene que aprender a valerse por sí mismo y el estar seguro de que tú siempre harás lo que él quiera, es malo para él.
—Le he fallado... —dijo Miley a punto de echarse a llorar.
—Está más enfadado porque ha tenido que hacerse la cena, que preocupado por si a ti te había pasado algo. Yo creo que está muy claro quién ha fallado a quién —dijo su suegro llevándola hasta la cocina—. Queda un poco de revuelto de espárragos y setas. Come.
—Pero...
—He hecho la cena para los tres y él se ha negado a comerla porque tú no habías hecho las hamburguesas. Si ha comido salchichas ha sido porque le ha dado la real gana y porque es lo único que sabe cocinar. Ahora come. Mañana será otro día —dijo levantándose y saliendo de la cocina.
Miley cenó en silencio. Estaba arrepentida por hacer sufrir a su hijo pero, por otro lado, no podía quitarse las palabras de Paul de la cabeza.

—Siento todo lo que dije ayer —se disculpó Frankie, abriendo la puerta del cuarto de Miley a las nueve de la mañana del día siguiente.
—No... No pasa nada, cielo —contestó ella, parpadeando para librarse del sueño—. Yo también siento mucho no haber estado aquí cuando debía.
Frankie dio un paso al escuchar la disculpa de su madre, pero luego se quedó quieto, sin saber qué hacer.
—Ven aquí y dame un abrazo fuerte, fuerte —exigió, dando un par de palmadas sobre el colchón.
Frankie se acercó con reparo y, con la típica timidez del adolescente que casi se cree hombre, le dio a su madre un abrazo para después separarse rápidamente de ella, como si le diera vergüenza que Miley pensara que se comportaba como un chiquillo cariñoso y enmadrado.
«¡Adolescentes!», sonrío Miley para sus adentros.
Frankie metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y miró al suelo sin saber bien cómo continuar haciendo las paces.
—Tenías todo el derecho de estar enfadado —afirmó Miley—. Te he repetido hasta la saciedad que me avises si vas a llegar tarde cuando sales, y la primera vez que salgo yo no hago caso a mis propias normas.
—Me asusté cuando vi que no venías... —interrumpió Frankie negando con la cabeza, balanceándose sobre las puntas de los pies—. No, no es eso... Es... —El joven recorrió con
la mirada las paredes del cuarto, el suelo, el techo... Todo, menos el lugar donde estaba su madre, frente a él—. Lo que me cabreó fue que no estuvieras aquí como siempre —confesó atropelladamente—, Y cuando vi que no volvías, me enfadé mucho al pensar que estabas por ahí en vez de conmigo. No pensé que pudiera haberte pasado algo. No se me pasó por la cabeza ni por un momento, sólo pensé que no estabas y que tenías que estar. Y hacerme la cena, como siempre, y que te habías ido por ahí con... joder, tú nunca has tenido amigos aquí —la miró enfadado—. No enriendo por qué los tienes que tener ahora —refunfuñó.
—Bueno... —Miley no sabía bien qué contestar a la última frase, por tanto decidió ignorarla—. Es normal que no pensaras que podía haberme pasado algo, el pueblo es muy tranquilo y no tiene por qué ocurrir nada —afirmó para tranquilizar la recién despertada conciencia de su hijo—. Entiendo que estés incomodo porque lo que pasó ayer...
—Tienes que salir y tener amigos —interrumpió Frankie hablando mecánicamente, como si tuviera un guión aprendido—. Yo ya soy mayor y no puedo comportarme como un niño mimado. El abuelo dice que si soy un hombre para ir a trabajar al campo, debo comportarme como tal y respetar a mi madre —afirmó muy serio.
—¿El abuelo? —preguntó Miley. En ese momento se k encendió la bombilla del cerebro y recordó—. ¿No ibas a ir hoy con Nick a recoger las brevas?
—Sí —contestó Frankie enfurruñado—. El abuelo me ha despertado hoy a las cinco de la mañana —bufó—, había quedado a las seis con el tío Nick. No hacía falta despertarme una hora antes... —se quejó como el adolescente que era.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —preguntó Miley, confusa.
—El abuelo me ha dado la brasa durante toda la hora —se escabulló de la pregunta.
—¿El abuelo te ha dado la... brasa?
—Sí. Hemos estado hablando sobre lo que pasó ayer, una y otra vez —bufo, luego miró fijamente a su madre—. Mamá… —Se abalanzó sobre ella con lágrimas en los ojos—. No se me ocurrió pensar que pudiera haberte pasado algo... Es que ni se me pasó por la cabeza...
Miley abrazó a su hijo, se consolaron mutuamente. Estaba claro, diáfano, que su abuelo le había dado la «brasa» a base de bien. Su hijo no era egoísta por naturaleza, en absoluto, sólo era un adolescente centrado en sí mismo y pendiente de sus propias cosas. Lo normal con catorce años.
—Te propongo un trato —dijo Miley cuando los dos estuvieron más tranquilos—. Yo no vuelvo a salir hasta tan tarde sin avisar y tú no vuelves a comportarte como lo hiciste ayer.
Frankie sonrió con esa sonrisa que, Miley estaba segura, rompería el corazón a todas las chicas del mundo.
—Trato hecho —aceptó su hijo separándose de su abrazo y tendiéndole la mano, como los hombres. Miley sonrió y se la estrechó. Luego el joven guardó la mano en el bolsillo y dio un paso atrás—. Bueno, me voy. El abuelo me está esperando abajo.
—Frankie... —le llamó Miley antes de que saliera de la habitación.
—Dime.
—¿Por qué no has ido con Nick a recoger la breva?
—Cuando tío Nick ha venido a buscarme, el abuelo le ha contado lo que anoche...
—¿Y?
—Tío Nick ha dicho que él no trabajaba con niños y se ha ido.
—¿Te ha regañado? —inquirió enfadada. Iba a tener unas cuantas palabras con su querido cuñado.
—No —contestó Frankie mirando sus deportivas—. Ha escuchado todo lo que le ha contado el abuelo, luego me ha preguntado a mí qué había pasado... y yo le he dicho la verdad. Entonces me ha mirado y ha dicho que él no trabajaba con niños y se ha largado sin decir nada más —repitió alzando la vista y mirando a su madre fijamente—. Pero mañana voy a ir con él a la finca, llevo abajo desde que se ha ido y según el abuelo he hecho el trabajo de dos nombres. Cuando regrese le voy a demostrar de lo qué soy capaz —aseveró saliendo del cuarto.
Miley suspiró aliviada. Gracias a Dios, la amarga discusión del día anterior había dado paso a una tregua inducida por su suegro. Él tenía razón en cierta parte al enfadarse con su hijo, pero debía comprender que Frankie era un adolescente igual que cualquier otro, más pendiente de sus necesidades que de las de los demás. Aunque ésa no era excusa para la forma en que había reaccionado la noche anterior.
Miley se echaba la culpa a sí misma, no debería haberse perdido hasta tan tarde sin avisar, era culpa suya que su hijo se hubiera preocupado hasta el punto de ponerse furioso. Aunque ése no había sido el caso exactamente.
Se sentó en la cama pensativa. Su suegro había dicho que Frankie ya era mayorcito para tomarse las cosas de otra manera, y no era el único. Él, el hombre de los caballos, también lo había dicho. ¿Acaso él conocía a Frankie y a Paul? Por supuesto, pensó un segundo después. En el pueblo todo el mundo conocía a todo el mundo y él era un hombre del pueblo. ¿Qué pensaría de su hijo? ¡Y qué más daba! Él no era nadie para opinar sobre Frankie. Ni él ni nadie. Sólo ella.
No le entendían. Era un adolescente adorable, un niño educado, un gran estudiante... y un pequeño dictador. Miley suspiró. Quizá tenía razón Paul al decir que tendría que dejar a Frankie valerse por sí mismo. Pero era tan difícil...
Desde que se había divorciado de su marido... No, desde mucho antes, Miley había sido el pilar de su existencia. Kevin no era un mal padre, pero tampoco lo era bueno. Mucho trabajo, muchas reuniones con directivos hasta altas horas de la noche, muchos fines de semana de viaje para captar clientes... Mucho tiempo fuera de casa. Había semanas en que ni Frankie ni ella lo veían. Noches en que, cuando él llegaba, ellos ya llevaban horas en la cama. Miley asumió que su marido pasaba tanto tiempo fuera por el bien de la familia, para que ellos pudieran tener todo lo que necesitaban. Educó a su hijo, se convirtió en la mejor ama de casa y cuando Frankie entró en el colegio, buscó un trabajo de media jornada con el que ayudar en los gastos familiares con la esperanza de que Kevin redujera su ritmo. Él se negó en rotundo. Aquélla fue su primera discusión. Kevin no consentía que su mujer trabajara si él podía hacerlo. Miley lo ignoró. No era sólo el dinero que le reportaba su empleo, era más importante; la necesidad de relacionarse, de tener una vida lejos de la vacía soledad de su casa.

El tiempo pasó, Kevin cada vez estaba menos en casa, Frankie se acostumbró a tener padre los fines semana y las vacaciones de verano en el pueblo, y ella asumió que la familia jamás sería tan importante para su marido como su propio trabajo. Que tonta había sido...
Sentada sobre la cama, mirando las paredes sin verlas realmente, se dio cuenta de que su hijo adoraba el pueblo. No porque era allí donde su padre y él habían estado juntos, sino porque era el único sitio en el que convivía con hombres. Durante el invierno, en Madrid, la única influencia masculina que había en su vida eran sus profesores y sus amigos. En el pueblo, Paul no se andaba con miramientos, desde muy pequeño le mandaba realizar tareas que a Miley jamás se le pasaba por la cabeza que hiciera en Madrid; cosas como hacerse la cama, fregar los cacharros, ordenar su cuarto... Y según su hijo fue creciendo, sus tareas se fueron haciendo más importantes. Ayudaba a recoger la siembra y a clasificar los frutos que obtenían del campo, les acompañaba a varear la oliva, a vender la mercancía a la cooperativa... Los fines de semana en Madrid jamás se despertaba antes de las doce; en el pueblo, Frankie se levantaba todos los días a las ocho para ayudar a Paul en sus cosas. Eso cuando no se levantaba de madrugada para acompañar a Nick. De hecho, ese mismo día tendría que haber ido con Nick a las tierras a comenzar la recogida de la breva.
La breva es el primer fruto que da la higuera; algo mayor que el higo y un poco menos dulce. Nick comprobaba a diario el estado de las higueras y el nivel de maduración de los frutos, y justo el día anterior había advertido que ya estaban en «su punto» para la recogida. Toda la casa se puso en marcha. Paul y Frankie comenzaron a montar las cajas de cartón necesarias para la correcta presentación y almacenaje del producto, mientras Nick se ponía de acuerdo con la cooperativa del valle para su distribución y venta. A partir de ese momento empezaría la vorágine de la recogida, dos semanas agotadoras de madrugones imposibles y entregas contra reloj. Frankie y Nick recogerían las brevas mientras que Paulmontaba las cajas. Cuando llegaran a medio día, comenzarte a clasificar los frutos por tamaños y madurez para, a primera hora de la tarde, llevarlos a las neveras de la cooperativa de las que saldrían a la mañana siguiente en camiones con dirección a los compradores finales.
Era algo así como una ley no escrita en el pueblo que hombres, mujeres y adolescentes ayudaran en la recogida, mientras que los abuelos y niños se quedaban en casa montando cajas y seleccionando. Gracias a Dios, esa ley no escrita no decía nada de las nueras venidas de la ciudad; no le apetecía sudar como una posesa cogiendo cosas asquerosas, rodeada de bichos. Aunque si era sincera, le encantaban los higos; pero en su cajita del supermercado, lavaditos y sin añadidos.
Frankie adoraba ir al campo con su tío, ya fuera a pescar, a comprobar las tierras, a curar las plantas o a darse la paliza del siglo recogiendo brevas en julio e higos en agosto y septiembre. Tenía que haber sido un gran disgusto para él que Nick no le dejara acompañarle ese primer día de recogida. Frunció el ceño, ¡maldito hombre! Odiaba que hiciera sufrir a su hijo. Aunque lo cierto es que Frankie no parecía compungido, sino todo lo contrario, seguro de sí mismo y dispuesto a dar «el callo». No se parecía en nada al adolescente despreocupado que era en Madrid.


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