Miley miró a la madre de Demi, atónita.
–¿Lo dices en serio?
La mujer asintió con la cabeza.
–Me temo que sí. Y parece muy decidido, ha venido con un saco de dormir.
–No se rinde.
En los últimos días, Nick la había llamado por teléfono, había ido a casa de los Copeland, había pasado por el local… había aparecido en cualquier sitio donde pudieran encontrarse.
Cuando nada parecía funcionar, había decidido enviarle mensajes y flores, toneladas de flores, con montones de tarjetas en las que decía «te quiero». Las pocas veces que se habían encontrado cara a cara parecía tan cansado, tan triste, que casi le había dado pena.
Se sentía perseguida, pero no amenazada. Le sorprendía su insistencia y sus mensajes la desconcertaban… Después de haber tomado la dolorosa decisión de cortar con él, Nick aparecía de nuevo en su vida, queriendo cosas que había jurado no querer de ella… No tenía sentido y empezaba a estar harta.
Miley miró hacia la puerta. No tenía la menor duda de que no iba a rendirse;
los últimos días habían dejado eso bien claro.
–¿Qué debo hacer?
–Haz lo que creas que debes hacer –respondió
ella–. Si quieres hablar con él, le diré que pase y os dejaré solos. O me quedaré, haciendo guardia como una leona. Si prefieres no verlo, le diré que puede acampar en la puerta durante el tiempo que quiera…
Miley exhaló un suspiro.
–Ojalá mi madre fuese como tú.
ella sonrió, abrazándola.
–Tú sabes que eres como una hija para mí.
–Sí, lo sé.
–Bueno, ¿qué hacemos con Nick?
–Hablaré con Nick cuando yo lo decida, no
cuando lo decida él.
–Esa es mi chica –la felicitó–. Voy a decírselo y si no quiere marcharse, llamaré a los de seguridad… no pongas esa cara, lo echarán de aquí de manera discreta.
Miley tenía la impresión de que Nick no se alejaría como había hecho tantas veces.
Tenía que arriesgarse.
Los últimos días habían sido los más frustrantes de su vida. Lo había intentando todo para hablar con Miley, pero que lo echasen del apartamento de los Lovato había arruinado un día ya de por sí espantoso. Y, además, había conseguido que Joe lo regañase.
Miley se negaba a verlo, pero no iba a rendirse. Aunque tuviese que montar guardia en la puerta del apartamento hasta que saliera de allí. Aunque tuviera que seguirla como un sabueso.
Y, por esa razón, se encontró en la recepción de un exclusivo spa lleno de mujeres. En alguna parte estaba ella y, pasara lo que pasara, aquel día iba a escucharlo. Si tenía que desnudarle su alma delante de un montón de extrañas, que así fuera, pero aquella vez iba a escucharlo.
Claro que antes tenía que conseguir que la mujer con aspecto de guardiana del infierno lo dejase entrar.
Sencillamente, sería sincero, pensó. Las mujeres adoraban los gestos románticos y si eso no funcionaba, se pondría de rodillas.
Ninguna mujer perdería la oportunidad de ver a un hombre humillándose.
Nick se dirigió hacia la guardiana del infierno y vio que cruzaba los brazos sobre el pecho en un gesto defensivo. No, aquello no iba a ser fácil.
Miley estaba cubierta de una especie de barro marrón, pero no podía quejarse.
Además, el masaje era agradable, relajante.
Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de satisfacción cuando alguien le puso dos rodajas de pepino sobre los párpados.
Pero entonces notó que un par de manos más grandes y más firmes que las anteriores empezaban a darle un masaje en los pies… Le gustaban más esas manos. No eran tan suaves como las de la anterior masajista, pero estaba claro que sabía lo que hacía.
Las manos subieron por su pierna, presionando un poco, apretando antes de seguir hacia arriba…
Miley estuvo a punto de abrir los ojos. Aquel masaje le parecía un poquito alarmante… en fin, debía ser cosa de su imaginación.
Pero al sentir unos labios rozando su abdomen se quitó las rodajas de pepino de los párpados y, atónita, descubrió que la masajista era Nick.
Intentó incorporarse, pero él puso las manos sobre sus hombros, empujándola hacia la camilla.
–¿Se puede saber qué haces? ¿Y dónde está la masajista?
–Yo soy la masajista –respondió él–. Soy tuyo, estoy a tu servicio para cumplir todos tus deseos.
Ella lo miró, boquiabierta.
Parecía tan… lleno de esperanza y tan desesperanzado al mismo tiempo. Pero sobre todo parecía decidido.
Había un brillo en sus ojos que le decía que esta vez no iba a rendirse.
–No pienso mantener esta conversación con la cara llena de barro –protestó–.Y llevando un biquini.
Nick se inclinó para tomar su cara entre las manos y la besó hasta dejarla sin oxígeno. Cuando por fin la soltó, su cara estaba manchada de barro. Tenía un aspecto tan ridículo como ella y Miley tuvo que esbozar una sonrisa.
–Me da igual el aspecto que tengas –dijo Nick, con voz ronca–.
Sigues siendo la mujer más bella que he visto nunca.
Ella suspiró, intentando contener un extraño aleteo dentro del pecho.
–¿Qué haces aquí, Nick? ¿Qué es lo que quieres? Ya hemos dicho todo lo que teníamos que decir.
–No, eso no es verdad. Yo tengo mucho que decir y quiero que me escuches.
–Muy bien, de acuerdo –asintió ella–. Pero ayúdame a levantarme, no voy a hablar mientras estoy tumbada en una camilla.
Envuelta en un albornoz, se acercó al lavabo para quitarse el barro de la cara y luego se volvió con una toalla en la mano para limpiar la de Nick.
Pero cuando terminó, como si no pudiera soportarlo un segundo más, él la tomó entre sus brazos y la besó como un hombre hambriento, desesperado.
Cuando por fin se apartó, Miley se quedó sorprendida por la emoción que vio en sus ojos.
–No puedo vivir sin ti –dijo Nick, en voz baja–. No me hagas vivir sin ti y sin nuestro hijo. Os quiero a los dos, os quiero tanto. Me despierto recordando tu cara, me voy a la cama pensando en ti y en el niño. Lo eres todo para mí, Nick. Todo.
Ella tragó saliva, intentando calmarse.
–Te has dado cuenta de que no podías vivir sin mí cuando temías perderme.
–Te equivocas, iba a tu casa cuando vi que el edificio estaba en llamas. Porque te quiero, Miley. Nunca he dicho que no te quisiera, solo que no quería amarte. Pero cuando te fuiste de mi casa me di cuenta de que era un imbécil. Iba a buscarte cuando tu apartamento se incendió… Intenté entrar en el apartamento. De hecho, un policía tuvo que lanzarse sobre mí para impedírmelo. Al ver las llamas pensé que había vuelto a ocurrir. Te amo y no quiero separarme nunca de ti.
Miley abrió la boca para decir algo, sorprendida por su vehemencia.
–Sí, me daba pánico perderte, pero no es por eso por lo que estoy aquí. No es por eso por lo que estoy dispuesto a ponerme a tus pies y suplicar que me perdones. Te quiero, Miley. He luchado contra ese sentimiento, pero no ha servido de nada. Hay cosas contra las que no se puede luchar y una de esas cosas es mi amor por ti y por nuestro hijo –Nick tomó su cara entre las manos–. Estoy harto de tener miedo, harto de revivir continuamente la agonía que sufrí al perder a mi familia.
Esas palabras tan poderosas rompieron la barrera de hielo que Miley había colocado en su corazón. Sabía que era sincero; la verdad estaba allí, en sus ojos.
–He sido un canalla contigo… y un cobarde, pero no pienso seguir siéndolo. Sé que no merezco otra oportunidad, pero te ruego que me la des, te lo suplico. Me pondré de rodillas si quieres. Haré lo que tenga que hacer para convencerte de que ya no soy un cobarde.
Durante el tiempo que estemos juntos te demostraré que puedes contar conmigo para todo.
–Lo que debes hacer es dejar de esperar siempre lo peor. Nunca te dejaré, Nick, quiero estar contigo. Contigo y con nuestro hijo – murmuró, acariciando su cara–. Siento mucho lo que ha pasado, pero ahora tienes otra oportunidad de ser feliz y lo que hagas con ese regalo depende de ti.
–Tú eres el regalo, Miley. Jamás imaginé que conocería a alguien como tú y ahora vamos a tener un hijo… –emocionado, Nick no pudo terminar la frase–. Por favor, perdóname.
–Claro que te perdono. Te quiero tanto…
Estaban besándose cuando escucharon un aplauso.
Demi, su madre y varias empleadas del spa aplaudían en la puerta, mirándolos como si estuvieran viendo una película.
–Bien hecho, chico –lo felicitó la madre de Demi.
Nick asintió con la cabeza antes de volverse hacia Miley.
–Cásate conmigo y quiéreme para siempre. Pasa el resto de tu vida conmigo y juro que te haré feliz.
–Sí, sí… no quiero pasar una hora más sin ti.
–¿Te casarás conmigo? Sé que no es la proposición más romántica del mundo, pero lo haré mejor, te lo prometo. Compraré un anillo y te lo pediré de rodillas. Haré lo que te haga feliz.
Ella le tocó la frente, suavizando las arruguitas con la yema de los dedos.
–Lo que me hace feliz es que me quieras.
–Entonces vas a ser una mujer muy feliz –dijo Nick–. Porque voy a quererte con toda mi alma durante el resto de nuestras vidas.
aaaaaaaaaaw mi jonas!!
ResponderEliminarque tiernno :3
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaawwwwwwwww que tierno nick con su declaracion...
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